CAPÍTULO 9: BIENVENIDO A LA OSCURIDAD

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El público no dejaba de aplaudir. Les fascinó la obra. Todo había salido a la perfección: la música, el abrir y cerrar del telón, las luces, los diálogos, el maquillaje; pero los que más lucieron fueron los protagonistas, lo hicieron increíble. Jones nos felicitó por el espléndido trabajo. Estaba agotada, así que sólo llegué a mi habitación, me acosté en mi cama y me permití dormir.

Semanas después de aquel evento, recuerdo que me metí a bañar tempranamente. Mientras caía agua tibia sobre mi cuerpo, me acordé del ¡cumpleaños de Peter! Terminé de asearme, pensando en qué iba a hacer con aquella situación. Quería comprarle un presente. Me arreglé y bajé las escaleras, corriendo con mi mochila en la mano. Me dirigía al umbral cuando Miranda me preguntó desde la cocina:

—¿No vas a desayunar?

—No, gracias; estoy bien así —respondí antes de abrir la puerta.

Justo en ese momento oí cómo sus tacones chocaron contra el piso, acercándose a mí.

—Tienes que desayunar —dijo, limpiando una cuchara con un trapo.

—No, en serio, estoy bien —insistí.

—No me importa —alzó el brazo y señaló con su dedo índice el comedor—. Te sientas ahora mismo a la mesa.

—Pero...

—¡Ahora!

Mi papá bajó las escaleras vestido formalmente para ir al trabajo. Interrumpió nuestra discusión, diciendo:

—¿Qué pasa?, ¿por qué tanto escándalo?

—Es que tu hija no quiere desayunar —respondió mi madrastra de inmediato.

Mi padre me volteó a ver, esperando mi defensa.

—No tengo ganas de desayunar, es que ayer cené mucho y pues no tengo hambre ahora.

Entonces Miranda empezó a parlotear:

—Pero el desayuno es muy importante y vas a desayunar por...

Jack la tomó del hombro dulcemente.

—Cálmate, Miranda, no te preocupes. Si no quiere desayunar, no hay problema, le doy dinero para que compre algo en el colegio.

¡Perfecto!, así no me atrasaría tanto para llegar a tiempo a clases.

—¡Gracias, papá!

Él me dio el efectivo y yo le planté un beso en la mejilla. Después salí corriendo de mi casa.

Tenía algunos ahorros para comprarle a Peter la guitarra que estaba tocando el día que nos conocimos. Sí, supongo que era un buen obsequio. Eso esperaba. Entré a la tienda, vi ese magnífico instrumento eléctrico y lo adquirí.

A la hora que salí del lugar, me percaté de que no podía llevar el presente a la escuela para dárselo ahí. No, eso no estaría bien. Pensé en que sería mejor entregárselo en la tarde, cuando Lorraine, Jennifer y yo fuéramos a la casa de su prima Nicolle; ya que ella había organizado una reunión. Obviamente Nicolle invitó a Lorraine porque eran inseparables; a Jennifer porque el hermano de Peter, Harry, se llevaba bien con mi hermana; incluso invitó a Jane, pero ella no quiso ir; y bueno, a mí me invitó porque yo era... hmm... ¿una agradable amiga de Peter? En fin, también irían Jade, Dylan, Edwin y Evelyn. Yo suponía que iba a ser una tarde divertida.

Fui apresuradamente a mi casa a dejar el instrumento. Cuando entré a mi hogar, ya no había nadie, ¡por suerte! Puse la guitarra debajo de mi cama y salí hacia la calle para llegar a la escuela.

Me había perdido la primera hora. Calculé que me presentaría hasta la tercera clase, y mis cálculos fueron correctos: Llegué antes de que comenzara Biología. Cuando entré, todos clavaron sus ojos en mí, pero hice caso omiso.

—¿Dónde estabas? —preguntó Jade al momento en el que me reuní con mis amigos.

—Me quedé dormida —mentí.

Fue muy bueno que ellos aceptaran el engaño sin refutar.

—¿A qué hora es la comida en la casa de tu prima? —quiso saber Evelyn, cambiando el tema de la conversación.

Peter respondió:

—A las cuatro de la tarde, ¿van a ir?

—Sí —contestamos como un coro.

Él nos sonrió.

Luego de una mañana sensacional, escuchando la entretenida clase de Historia, me apresuré a regresar. Vi estacionado el carro rojo de Lorraine, que, por cierto, lo había conseguido a un precio bastante razonable; no era algo del otro mundo, pero funcionaba. Sin pensarlo, entré apresuradamente a mi hogar. Jane y Jennifer estaban sentadas en el sillón; y mi hermana mayor daba vueltas en el centro de la sala, como si estuviera aguardando por algo. Sin saludarlas, subí corriendo a mi habitación, saqué la guitarra de su escondite y volví a la sala. La puerta estaba abierta porque Jennifer y Lorraine ya se habían subido al auto. Jane me señaló el umbral para que saliera y me deseó suerte.

Llegamos a la casa de Nicolle en menos de lo que esperaba. Luego bajamos del vehículo. Estaba muy nerviosa por verlo, la excitación me carcomía las entrañas. Tranquilamente, Lorraine tocó el timbre. Jennifer se colocó junto a ella y yo me quedé atrás. Pocos segundos después, un chico, de como unos trece años, abrió la puerta. Sin duda era el hermano de Peter: Harry.

—Ah, hola... —dijo.

¿Era yo o él estaba... inquieto?

—Hola... —respondió Jennifer— ¿Podemos entrar?

Por un instante, el muchacho se quedó inmóvil.

—Eh... Sí, claro, entren.

Al oír la respuesta, mi hermana menor ingresó, después Lorraine, y hasta el final, yo. Harry cerró la puerta a nuestras espaldas. Luego pasó delante de nosotras y comentó amablemente:

—Por favor, siéntense; en un momento bajan Nicolle y mi hermano.

—Ah, claro... —respondió Jennifer distraída— Oh, lo siento. Por supuesto que nos sentaremos —concluyó, dándose cuenta de lo que el chico estaba diciendo.

Ellos se sonrieron tiernamente.

Las tres nos acomodamos en el sillón sin vacilar. Harry subió las escaleras a paso veloz mientras le pedía a Nicolle y a Peter que bajaran. Cuando Lorraine vio que Harry ya no podía escucharnos, volteó divertidamente hacia Jennifer.

—¿Por qué actuaste así? —preguntó burlonamente.

—¿Cómo actúe, Lorraine? —replicó ella molesta.

—Ah, te gusta —concluyó mi hermana mayor, lanzando una carcajada.

—¡Claro que no!, y si así fuera, ¿qué tendría de malo?

—No, nada; es que es importante, ¡tu primera atracción!

Mi hermana menor cruzó los brazos y Lorraine se empezó a reír. Jennifer la empujó suavemente, diciéndole con una sonrisa en el rostro:

—Cállate.

Yo también sonreí.

A mi hermana menor le gustaba arreglarse muy apropiadamente. Recuerdo que siempre traía puesto un collar sencillo, pero nunca había visto detenidamente qué objeto colgaba de él porque ella se lo colocaba dentro de la ropa.

Unas pisadas interrumpieron mis pensamientos. Dirigimos la mirada a los escalones y observamos a Nicolle vestida elegantemente con una falda gris, blusa azul fuerte y con el cabello recogido. Al instante en que ella nos vio, sonrió y nos hizo un gesto de saludo moviendo la mano. Lorraine se levantó para abrazarla.

—Bienvenidas. Muchas gracias por venir —nos dijo la prima de Peter—. Ah, Emily, Peter está arriba; si quieres subir... —concluyó con gentileza.

Mis hermanas me observaron. Yo asentí con la cabeza y ascendí por las escaleras con rapidez, pero de una manera que no se notara que estaba desesperada por verlo.

Cuando ya me hallaba arriba, me encontré con un pasillo que contenía tres puertas cerradas. También había una ventana enorme. Miré de reojo, presenciando el automóvil de Lorraine estacionado en la acera; caía una suave llovizna. Ahí estaba él: tan bello con esos ojos peculiares de color verde que, cuando los mirabas, parecían el paraíso mismo. Peter se encontraba concentrado, viendo hacia el portillo. ¿Qué estaría pensando? Podía haberme quedado ahí todo el día, contemplándolo, y no me habría molestado.

Volteó a mirarme y sonrió. Sin pensarlo, nos abrazamos; escuchaba el latir de su corazón. Qué bueno que no oía el mío porque se habría asustado por lo rápido que se estaba acelerando, eso era seguro. Sentí su respiración en mi cuello y la piel se me erizó. Cerré los párpados mientras percibía su aroma, tratando de grabármelo en la cabeza.

—Te extrañé —murmuró en mi oído dulcemente y me abrazó más fuerte.

Me percaté de que estaba oliendo mi cabello.

—Yo también —respondí.

Nuestras miradas se encontraron y yo intenté averiguar sus pensamientos. Delicadamente, tomó el mechón de cabello que se hallaba en mi rostro y me lo colocó detrás de la oreja. Después acarició mi mejilla y concluyó besándome la frente. Al sentir sus cálidos labios rozando mi piel, cerré los ojos un momento. Luego nos volvimos a ver. Él sonreía tiernamente. El sonido del timbre nos hizo regresar a la realidad.

—¡¿Dylan, cómo se te ocurre embarrar tu goma de mascar en el asiento?!, ¡me van a matar y a ti también! —se quejó Jade.

Peter y yo no pudimos contener las ganas de carcajearnos. ¿Cuándo sería el día en el que Dylan le dejara de hacer la vida imposible a Jade?

—Anda, vámonos antes de que haya una guerra allá abajo —comentó Peter.

Estuve a punto de reírme, pero asentí. Él tomó mi mano y nos dirigimos hacia el sitio.

—¡Claro que no!, ¡no es cierto! —escuché protestar a Dylan.

—Ay, ¡cállense! —exigió Evelyn.

Edwin se carcajeó. Terminamos de descender por los escalones y nos soltamos de las manos. Pude ver más de cerca las sonrisas de mis cuatro amigos, que nos miraban a Peter y a mí con cierta alegría.

Di un vistazo a mi alrededor. Lorraine y Nicolle platicaban en el comedor, y Harry estaba sentado en el sillón hablando con Jennifer.

—Oye, Edwin y yo te compramos algo —le comentó Evelyn a Peter, y después le entregó una caja envuelta con papel verde oscuro.

—Gracias —dijo él y tomó el obsequio.

—Ábrelo —insistió la chica.

Él lo hizo y sacó de la caja una loción.

—Gracias; de verdad, muchas gracias.

—No todos los días cumples quince años —afirmó Evelyn, y le dio una palmada en el hombro al cumpleañero.

—Nosotros también te trajimos algo —intervino Dylan.

Le dieron una bolsa roja. Él la abrió para encontrarse con una cámara fotográfica y un marco de color negro.

—Esperamos que te guste —añadió Jade.

—Guau... Sí, gracias.

En ese instante pensé en darle mi regalo —que lo había dejado en el carro de Lorraine—, pero decidí entregárselo después. Ahora disfrutaría la tarde. Los seis hablamos sobre distintas cosas: libros, artistas famosos, películas que estaban por estrenarse, superhéroes... Un tema llevaba al otro. Realmente me la pasé bien. La mamá de Jade recogió a mis amigos como a las seis de la tarde, yo me quedé hasta las siete.

—Oscuridad —pronuncié.

Peter y yo estábamos en el piso de arriba, sentados en el suelo, observando cómo las gotas empapaban la ventana.

—¿Qué tiene la oscuridad? —me preguntó.

—¿Piensas que dentro de nosotros hay oscuridad?

—Sí, somos los dos: oscuridad y luz. Sólo que debemos asegurarnos de que casi siempre la luz gane, así protegeremos a los demás y a nosotros mismos.

Su respuesta me convenció. Miré un momento hacia el cristal, admirando cómo las gotas se resbalaban sobre él; aparentaban ser lágrimas. Después le volví a clavar la mirada, rompiendo el silencio.

—¿Qué crees que pase si dentro de alguien la oscuridad es la que casi siempre gana? ¿Consideras que esa persona es un monstruo?

Ese cuestionamiento era muy personal y sabía que, la contestación que me diera, iba a importarme mucho.

—Tal vez..., o también puede ser que la persona sea infeliz.

Agaché la cabeza, mordiéndome el labio. Luego me volví a erguir.

—Yo pienso que, cuando se trata de la oscuridad, hay dos variantes. Unos son esclavos de ella, los eternamente infelices; y otros son los reyes, representan a la oscuridad misma, los monstruos.

Él entrecerró los ojos, supuse que intentaba entender.

—Sí... —continué explicando— Por ejemplo, los asesinos, los violadores: monstruos, reyes de la oscuridad. Los que sufren de depresión, ansiedad, bipolaridad..., enfermedades psiquiátricas en sí...:

—Esclavos de la oscuridad —concluyó Peter por mí.

Casi sonreí al ver que comprendía.

—Exacto.

—Tiene bastante sentido para mí —comentó, asintiendo la cabeza. 

¿Has estado en la oscuridad?, estuve a punto de agregar, Porque yo sí, constantemente lo estoy. Mi cuerpo se está pudriendo por dentro, sus garras me aprietan la garganta, hay un enorme peso en mi pecho que arde como veneno y nunca se va. Tengo esa sensación todos los días, a todas horas..., jamás desaparece, sin embargo, no dije nada. Temí enormemente que él no entendiera el sufrimiento. Segundos más tarde, escuché que mis hermanas se estaban despidiendo. 

—Creo que ya me voy —le mencioné—; pero ven, antes quiero darte algo.

Él sonrió, nos incorporamos del suelo y yo le tomé la mano para conducirlo a la sala. Tomé las llaves del auto de Lorraine y salí con Peter hacia la calle.

—¿Por qué tus padres no vinieron? —pregunté.

—Es que mi mamá está de viaje por el trabajo y mi papá tuvo que ir a Estados Unidos porque mi abuelo se enfermó, pero me enviaron una tarjeta.

—¿Entonces te estás quedando con Nicolle?

—Así es.

—Oh, ya —hice una pausa—. ¿Te la pasaste bien en tu cumpleaños?

—Sí, muy bien —respondió, dándome un apretón en la mano.

Llegamos hasta el vehículo y abrí la cajuela. Sentía un cierto cosquilleo en mi estómago por la simple intriga de saber su reacción ante mi regalo.

—Te traje algo —le confesé.

—Emily, no te hubieras molestado...

—Lo sé, lo sé —lo interrumpí—, pero quería hacerlo.

Con un solo movimiento, saqué la guitarra.

—¡Feliz cumpleaños! —declaré.

La tomó sorprendido entre sus manos mientras la observaba con un brillo en los ojos.

—¡Dios mío!, esto es demasiado... No debiste... Guau, ¡es increíble, Emily! —concluyó estupefacto.

Yo sonreía ante su variedad de respuestas. Me ponía gratamente feliz saber que le encantó.

—Es de todo corazón —respondí emocionada.

—¡Oh, gracias! —volvió a decir.

Me dedicó una cálida sonrisa, y antes de que yo pudiera añadir algo más, Lorraine apareció en el umbral.

—¡Ya nos vamos! —anunció.

Jennifer se subió en la parte trasera del carro, dejando la puerta abierta para que yo entrara. Me molestó un poco que fuera momento de irnos, me quería quedar con él un poco más. En mi interior sabía que una ilusión fuertemente latente trataba de hacerse notar: el deseo de un beso de despedida.

Mi hermana mayor ya iba a mitad de la calle para llegar al coche cuando Nicolle le habló.

—¡Lorraine, tu celular!

Entonces ella volvió a la casa.

Peter dejó nuevamente el instrumento en la cajuela, se acercó a mí y me dio un beso en los labios. Una mezcolanza de emociones se revolvió en mi pecho, como un huracán, y realmente agradecí a mis adentros por experimentar esta sensación una vez más. Nos separamos lentamente.

—Mañana podríamos salir, ¿te parece? —murmuró con dulzura.

—Claro que sí —respondí quedamente.

Después sus cálidos labios besaron mi mejilla. Lorraine se hizo presente otra vez en el umbral. Peter tomó su guitarra, me despedí y subí al auto por la puerta que Jennifer había dejado abierta. Mi hermana mayor llegó apresuradamente y encendió el motor. Avanzamos, dejando la casa de Nicolle atrás. Volteé hacia mis espaldas y vi que Peter cruzaba la calle hacia el hogar de su prima.

Era extraño. Cuando estaba junto a él, la sensación putrefacta en mi pecho desaparecía. Me sentía tan viva, llena de luz y fuego, que la pesadumbre se esfumaba. En ese instante pensé que el amor y la amistad destruían al malestar dentro de mi piel por completo; aunque después descubriría que no era así, sólo lo sedaban, pero algo era mejor que nada.

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