CAPÍTULO 8: EL INICIO DEL IDILIO

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—¡No puedo con esta escena!, ¡no puedo! —se quejó Alison.

Montábamos el acto tercero, escena cinco, donde Julieta y Romeo están en el jardín de Capuleto por última vez, antes de que él se vaya a Mantua. Jones se había ido a hablar con el director cuando comenzó el ensayo, por lo que nos había dejado a cargo a Dylan, Evelyn, Edwin y a mí.

—¡¿Por qué no puedes?! —preguntó Dylan irritado.

—¡Porque no puedo decir tanta cursilería mientras veo su cara! —exclamó, señalando a Peter.

—¡Pues actúa! —gritó Evelyn, que al igual que Dylan, ya estaba molesta.

—¡Pero no puedo! ¡Es muy difícil actuar con él! —volvió a gimotear Alison.

¡Era frustrante! Llevábamos casi toda la hora tratando de montar la escena, pero no lo lográbamos porque la niña no ponía de su parte.

—Oh, pero sí pudiste actuar el año pasado cuando se supone que estabas enamorada de él, ¡¿no?!; cuando lo engañaste con Dayron, ¡ahí sí actuaste! —le respondió Evelyn furiosa.

Mi reacción inmediata ante ese comentario fue total desconcierto. Abrí demasiado los ojos al fruncir el ceño. Había descubierto la razón por la que aquella pareja, en mi opinión horripilante, había terminado. Además, con toda esta discusión intuí con cierta seguridad que Alison y Evelyn se odiaban.

—Eso es cierto, así que no exageres —dijo Peter enfadado.

De repente todo esto me pareció totalmente divertido. El silencio se extendió y yo traté de no carcajearme.

—¡Deja de reírte, Emily! —exclamó la castaña— ¡Todos sabemos que te gustaría ser Julieta!, ¿por qué será? —preguntó sarcásticamente.

—¡Oye, ya basta! No la metas en esto —intervino Peter.

Me enojé por el comportamiento tan altanero de la chica, por eso creo que no fui realmente consciente de lo que dije a continuación.

—Me gustaría ser Julieta por el simple hecho de que lo haría mejor que tú —le espeté.

—¡Pues ven aquí y demuéstraselo a todos! —me retó.

—¡Eso haré!

Cerré los puños con fuerza y me subí a zancadas al escenario, completamente decidida. Al estar tan cerca de Peter, pensé que no había sido una buena elección aceptar el desafío, probablemente haría el ridículo frente a todos mis compañeros.

—Bueno, que inicie la escena: ¡Acción! —sentenció Edwin.

Cuando me percaté, ya estaba hablando: 


Julieta. ¿Te quieres ir? Aún no ha llegado el alba; la voz del ruiseñor, no de la alondra, hizo vibrar tu oído temeroso; todas las noches canta en el granado. Fue el ruiseñor, no temas, amor mío.


Romeo. Fue la alondra, el heraldo de la aurora, no el ruiseñor. Mira, mi amor, las franjas luminosas que ciñen a las nubes, rasgadas allá lejos, hacia Oriente. Las luces de la noche se apagaron y el día jubiloso, de puntillas, se asoma entre la niebla de los montes. Debo elegir entre salvar la vida marchándome o morir si aquí me quedo.

Julieta. Aquella luz lejana no es del alba, estoy segura: es como un meteoro que el sol exhala para que te sirva de paje con antorcha yendo a Mantua. Quédate, pues. ¿A qué partir tan pronto?

Romeo. Que me arresten y lleven a la muerte; si lo quieres así, yo me conformo. Diré que no es el ojo de la aurora el resplandor grisáceo que vislumbro; que solamente es pálido reflejo de la frente de Cintia. Y diré luego que las notas vibrantes que la bóveda celeste estremecieron, por encima de nosotros tan altas, nunca fueron de la alondra. Y me tienta más quedarme que partir. ¡Ven, oh muerte, y bienvenida! Julieta así lo quiere. ¿Qué más cuentas, alma mía? Charlemos: no es la aurora.

Julieta. ¡Sí lo es, sí lo es! ¡Vete y aléjate! Es la alondra que canta y desafina con disonancias ásperas y agudos desagradables. Cuentan que la alondra es dulce en su armonía. ¿Y cómo explicas que ahora nos separe? También dicen que la alondra y el sapo repugnante suelen trocar sus ojos. ¡Oh, quisiera que hoy hicieran lo mismo con sus voces! Pues esta voz desata nuestro abrazo y nos hace temer, mientras te aleja con su canto de aurora. ¡Vete, huye, que el alba va creciendo poco a poco!

Romeo. ¡El alba va creciendo y se oscurecen cada vez más y más nuestras desdichas!3


Después de que terminó de pronunciar la última palabra, me quedé callada. Peter sólo me miró, entrecerrando un poco los ojos, como si intentara descubrir en qué estaba pensando. Luego pude jurar que hizo una pequeña sonrisa de lado. Yo me quedé petrificada, contemplando todos sus movimientos. Momentáneamente, me sentí acalorada.

Empecé a oír algunos aplausos, pero tuve una repentina sensación de que el eco estaba muy lejos. Todos mis sentidos se disiparon a mi alrededor para concentrase en él... La ilusión de que estábamos a punto de flotar apareció, pero el sonido del auditorio elogiándonos nos hizo voltear hacia ellos, perdiendo cualquier efecto raro y mágico que hubiéramos tenido.

—Damas y caballeros, a esto le llamo una buena escena —dijo Dylan.

—¡Les salió fantástico! —exclamó Edwin con un toque de admiración.

—Alison, ¿crees poder superarla? —preguntó Evelyn retadoramente.

Ella le hizo una mueca como respuesta.

—Señorita Anderson, usted será la suplente de la señorita Blake —afirmó la profesora Jones, que iba entrando al auditorio.

—¡¿Qué significa eso?! —preguntó Alison angustiada.

—Significa que, por si alguna razón tú no puedes venir el día del estreno, que para nosotros eso sería gratificante, ella va a tomar el papel de Julieta —respondió Evelyn.

Alison hizo un gesto de indignación. ¡Lo qué me faltaba!

—Muy bien, es todo por hoy. ¡Apaguen las luces, cierren todo y adiós! —ordenó Jones.

Para mí estaba bien que hubiera ensayos por las tardes. Era necesario practicar más, ya que el día del estreno se encontraba muy cerca.

Habían pasado dos semanas desde mi cita con Peter. Él y yo nos habíamos vuelto muy cercanos, pero no éramos novios ni nada de eso, solamente amigos, grandes amigos... Era difícil aceptar que una parte de mí temía profundamente que nuestra relación terminara como una simple amistad. 


Los septenarios transcurrieron normales, sin ninguna novedad; hasta que llegó el previo día a la obra. Todo estaba listo: vestuarios, música, maquillaje, escenografía, ¡todo! Me encontraba un poco cansada porque Jones nos había traído de un lado para el otro, así que me acosté en mi cama. Volteé hacia mi reloj, eran casi las siete de la noche. Estuve unos minutos reposando cuando se me ocurrió revisar mi correo electrónico para ver si no había algún mensaje nuevo de Doretta.

Me incorporé y fui hacia mi escritorio para prender mi laptop. Tardé un poco en abrir Yahoo Mail, no obstante, en el momento en el que lo logré, noté que tenía un correo reciente. 


Querida Emily:

Por todo lo que me has platicado, estoy casi segura de que en serio le gustas a ese muchacho. Aunque ya hayan pasado semanas desde que —de alguna manera— te lo confesó, y también desde la primera cita, le gustas mucho. Ahora tú toma la iniciativa. Dile también lo que sientes, no tengas miedo.

Jajaja, te juro que me tienes muy entusiasmada con todo lo que has vivido. Cuéntame qué más ocurre o qué decidiste.

En cuanto a mí, estoy algo confundida. No sé por qué una ráfaga de celos me invade cada vez que Luka está con su novia. Es curioso porque a él no lo soporto, y aun así me disgusta verlo con Caeli. Te acuerdas de ella, ¿no? Bueno, espero que esto se aplaque pronto.

Te quiere,

Doretta.


Sonreí demasiado ante tal mensaje. La esperanza y la ironía se apoderaron de mí. Estuve a punto de teclear la primera letra para responderle, pero mi celular sonó con estruendo en medio del silencio. Brinqué del susto fugaz... y después sonreí al ver el número.

—Hola —respondí con docilidad y alegría.

—Hola —contestó Peter con el mismo tono que yo.

Su voz era profunda y baja. Penetraba mis oídos con gentileza para matarme suavemente. Era tan atractiva, que sentía a mi corazón derretirse.

—¿Quieres salir un rato a caminar? —preguntó.

No me importó en lo absoluto lo cansada que pudiera sentirme, quería estar con él.

—Sí —afirmé con un hilo de voz.

—Tengo suerte, entonces —dijo con cierta emoción—. Acércate un poco a tu ventana —me pidió.

No entendí bien a qué se refería con su petición, hasta que llegué al portillo. Peter estaba al pie de mi casa. Los últimos destellos del día caían como luces místicas sobre él. Sonreí de oreja a oreja por la exaltación. Colgué el teléfono y lo saludé con la mano. Él me respondió el gesto mientras esbozaba una dulce sonrisa. Realizaba señales para que fuera, entonces le hice otra seña para indicarle que enseguida bajaba. Descendí sigilosamente por las escaleras para no llamar la atención, y luego me escabullí por la puerta.

—¿Lista? —preguntó Peter.

—Sí —le respondí.

—¿Dónde quieres ir?

—Hmm, al parque estaría bien.

—Buena idea.

Empezamos a andar por la avenida. Hubo un silencio momentáneo, hasta que decidí romperlo.

—¿Estás nervioso por mañana?

—Si te soy sincero, sí lo estoy, y mucho. Es la primera vez que saldré como protagonista en una obra.

—No te preocupes, estarás bien —traté de tranquilizarlo—. Tampoco deberías preocuparte por lo del beso y demás —concluí, sin saber muy bien qué pretendía lograr tocando ese tema.

Me quise retractar inmediatamente, pero ya era tarde. Empecé a sentirme nerviosa. No sabía qué respondería.

—¿Qué...? —preguntó perplejo.

Tragué saliva y rogué que la lengua no se me trabara.

—Ya sabes, lo del primer beso y esas cosas —declaré con cierta sutileza.

Me impresionó que las palabras salieran de mi boca sin una pizca de tartamudeo.

—Ah, eso... —dijo, agachando la cabeza mientras sonreía inocentemente.

Estaba segura de que él hacía un gran esfuerzo por no ruborizarse. Me pareció algo muy tierno, así que quise animarlo; aunque no me salió tan bien.

—¿Sabes?, no es muy grave. No creo que sea la gran cosa experimentar todas esas cursilerías. Sólo es un beso —comenté vagamente.

Él se rio.

—¿En serio lo crees? —me cuestionó divertido.

—Sí, ¿y tú?

—Pienso igual.

—Es que todas esas cosas del amor, los besos y caricias son puras ridiculeces —afirmé en broma, usando un tono de rechazo.

Peter se volvió a reír.

—Ja. Yo sé que en el fondo de ese corazón tan frío que tienes, realmente quieres sentir todas esas ridiculeces —enfatizó irónicamente en la palabra ridiculeces

Fingí indignación.

—Oh, ahora resulta que sabes lo que siento —me defendí con sarcasmo.

Se detuvo de golpe y se puso frente a mí, evitando que yo siguiera caminando. Mi corazón dio un vuelco por tenerlo tan cerca con esa sonrisa pícara, que causaba que me temblaran las piernas. Tuve un terrible impulso de acercarme más a él para acariciarle la mano.

—Entonces si piensas que verdaderamente estoy equivocado, pruébalo —sentenció, retándome y alzando una ceja.

Me quedé estupefacta ante su propuesta, causando que incrementaran mis nervios y que la electricidad dominara mi cuerpo. Mi ritmo cardíaco aumentó y una alegría infinita me invadió el ser, pero lo disimulé. No sé si me sonrojé, sin embargo, rogué porque no fuera así.

—¿Estás diciendo que tú y yo deberíamos...? —no terminé porque aún no lo asimilaba por completo.

—Sí, exactamente a eso me refiero —contestó, sonriendo convincentemente.

Quería hacerlo. Quería probarle que estaba equivocado.

—No, no. Claro que no te besaré —mentí, eludiendo con mis manos.

Peter estuvo a punto de lanzar una carcajada.

—Tú misma lo acabas de decir, sólo es un beso.

—Sí, sí, pero... —hice una pausa— ¿Por qué no lo pruebas tú? —lo desafié, imitando la expresión que me había dirigido antes.

Pensé que se iba a reír o hacer algún comentario sarcástico, pero se puso serio.

—Tal vez lo haga —respondió suavemente sin despegar sus ojos de los míos.

Lo que hice a continuación fue casi instintivo, ya no toleraba sentir el espacio que nos separaba; se me hacía infernal.

—Entonces adelante —dije con voz queda, hipnotizada por el instante, y di un paso más hacia él.

Peter me miró profundamente. La piel se me erizó al sentir su aliento tan cerca. Mis latidos eran violentos.

Cuando sus labios y los míos se tocaron, yo cerré los ojos. El tiempo se detuvo; sólo existíamos él y yo, todo lo demás me pareció que no tenía importancia. Primero el beso fue muy lento y dulce, aunque sentía que explotaría. Después Peter me tomó entre sus brazos y yo me abalancé hacia él, dejándome llevar por el ahora. ¿Y el aire? No fue necesario. Una de las cosas que más disfruté fue su aroma tan adictivo, que inundaba mi nariz. Sonreí entre besos y así logramos separarnos un poco.

—Qué forma tan indirectamente directa de preguntarme si quería que me besaras —comenté con una gran felicidad, que era imposible de ocultar.

Él también sonrió.

—Lo siento, pero era necesario —se acercó más a mí, murmurando—, y no estoy arrepentido.

Acaricié delicadamente su mejilla. En sus ojos pude leer que realmente le encantaba este momento, entonces me incliné para besarlo una vez más. Esa noche fue el comienzo de toda la alegría y de todo el dolor que este carrusel iba a provocarme. 


3 Shakespeare, W. (2005). Acto tercero, Escena V. En Romeo y Julieta (pp. 116-118). Editorial Juventud.

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