A medida que las personas se iban retirando se me acercaban a darme un abrazo y algún que otro pésame como si con eso lo arreglaran todo.

Estaba siendo egoísta y lo sé.

Me quedé un rato más luego del final mientras rememoraba viejas vivencias a tu lado hasta que el sonido ensordecedor de un trueno me despabiló.

Se hacía tarde y debíamos volver a casa, agarré de la mano a Macarena que se encontraba a mi lado mirando a todos lados sin seguir entendiendo nada, segundos después se había soltado de mi agarre para dirigirse hasta tu tumba y depositar su paraguas.

―Es para que la lluvia no moje a mami ―aclaró en su inocencia esbozando una media sonrisa que hacía que se le formaran unos hoyuelos en las mejillas.

Suspiré profundo para evitar llorar, intenté dibujar una sonrisa a modo de respuesta para que Macarena se sintiera segura.

Me dispuse a correr hasta ella para impedir que se empapara más de lo que ya estaba. A pesar de ello, no le afectaba que la lluvia la mojara, al contario, hasta parecía disfrutarlo, supongo que es algo que heredó de ti.

Miento.

Todo lo heredó de ti, desde tus ojos hasta tu sonrisa, había una parte de ti en nuestra hija, esa parte que me hacía sentir que, aunque tú ya no estuvieses físicamente, seguirías estando en ella.

Estaba decidido a cuidar aquella parte de ti que aún existía en este mundo, pero más que nada, porque ella era la más grande prueba de nuestro amor más puro.