𝒇𝒊𝒇𝒕𝒆𝒆𝒏

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( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐹𝐼𝐹𝑇𝐸𝐸𝑁 )
𝚕𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚑𝚎𝚛𝚖𝚊𝚗𝚘𝚜.

Hermione sacó una copia del libro y, por petición del señor Lovegood, comenzó a leerlo en voz alta. Abrió el libro mientras se aclaraba la garganta y empezaba a leer:

—Había una vez tres hermanos que viajaban al atardecer por un camino solitario y sinuoso.

—A medianoche, mamá siempre nos lo contaba así —la interrumpió Ron, que había extendido los brazos detrás de la cabeza para escuchar. Hermione le lanzó una mirada de enfado—. ¡Lo siento, creo que es más espeluznante si es medianoche!

—Sí, porque necesitamos realmente un poco más de terror en nuestras vidas —dijo Harry—. Continúa, Hermione.

—Con el tiempo, los hermanos alcanzaron un río demasiado profundo para vadearlo y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. Sin embargo, estos hermanos habían aprendido las artes mágicas, y con el sencillo ondear de sus varitas hicieron aparecer un puente sobre el agua traicionera. Iban ya por la mitad del puente cuando encontraron el paso bloqueado por una figura encapuchada. Y la Muerte les habló...

—Perdón —interrumpió Harry—, pero ¿la Muerte les habló?

—¡Es un cuento de hadas, Harry!

—De acuerdo, lo siento, sigue.

—Y la muerte les habló. Estaba enojada porque le hubieran sido escatimadas tres nuevas víctimas, ya que los viajeros normalmente se ahogaban en el río. Pero La Muerte era astuta. Fingió felicitar a los tres hermanos por su magia, y dijo que cada uno de ellos había ganado un premio por haber sido lo suficientemente listos como para engañarlo. Así que el hermano mayor, que era un hombre combativo, pidió la varita más poderosa que existiera, una varita que ganara siempre en los duelos para su dueño, ¡una varita digna de un mago que había vencido a la Muerte! Así que La Muerte cruzó hasta un viejo árbol de Sauco en la ribera del río, dando forma a una varita de una rama que colgaba, y se la entregó al hermano mayor. Entonces el segundo hermano, que era un hombre arrogante, decidió que quería humillar a La Muerte todavía más, y pidió el poder de resucitar a los muertos. Así que la Muerte recogió una piedra de la orilla del río y se la dio al segundo hermano, y le dijo que la piedra tenía el poder de traer de vuelta a los muertos. Entonces la Muerte preguntó al tercer y más joven de los hermanos lo que quería. El hermano más joven era el más humilde y también el más sabio de los hermanos, y no confiaba en La Muerte. Así que pidió algo que le permitiera marcharse de aquel lugar sin que la Muerte pudiera seguirle. Y la Muerte, de mala gana, le entregó su propia Capa de Invisibilidad.

—¿La Muerte tenía una Capa de Invisibilidad? —interrumpió Harry, por segunda vez.

—Así puede acercarse sigilosamente a las personas —dijo Ron—. A veces se aburre de correr tras ellos, agitando los brazos y chillando... —se detuvo ante la molesta mirada de Hermione—, lo siento Hermione.

—La Muerte se apartó y permitió a los tres hermanos continuar su camino, y así lo hicieron, charlando asombrados sobre la aventura que habían vivido, y admirando los regalos de La Muerte. En su debido momento los hermanos se separaron, cada uno hacia su propio destino. El primer hermano viajó durante una semana más, y alcanzó un pueblo lejano, acompañando a un camarada mago con el que tuvo una riña. Naturalmente con la Varita de Saúco como arma, no podía perder en el duelo que seguiría. Dejando al enemigo en el suelo, el hermano mayor avanzó hacia la posada, donde alardeó en voz alta de la poderosa varita que le había arrebatado a la Muerte, y de como ésta lo hacía invencible. Esa misma noche, otro mago se acercó sigilosamente al hermano mayor que yacía, empapado en vino, sobre la cama. El ladrón tomó la varita y para más seguridad, le cortó la garganta al hermano mayor. Y así la Muerte tomó al primer hermano para sí. Entretanto, el segundo hermano viajaba hacia su casa, donde vivía solo. Allí sacó la piedra que tenía el poder de resucitar a los muertos, y la volteó tres veces en su mano. Para su asombro y su deleite, la figura de la chica con la que una vez había esperado casarse, antes de su muerte prematura, apareció ante él. Pero ella estaba triste y fría, separada de él por un velo. Sin embargo había vuelto al mundo, pero ese no era su sitio y sufría. Finalmente el segundo hermano, impulsado por un loco anhelo desesperado, se mató para reunirse finalmente con ella. Así fue como La Muerte tomó al segundo hermano para sí. Sin embargo La Muerte buscó al tercer hermano durante muchos años, y nunca pudo encontrarlo. Fue sólo cuando tenía ya una edad avanzada que el hermano más joven finalmente se quitó la Capa de Invisibilidad y se la dio a su hijo. Y entonces saludó a la Muerte como a una vieja amiga y fue con ella gustosamente, e igualmente, pasó a mejor vida.

Hermione cerró el libro. Pasó un momento o dos antes que Xenophilus pareciera darse cuenta que había dejado de leer, luego apartó la vista de la ventana y dijo:

—Bien ahí las tienen.

—¿Perdón? —Hermione parecía confundida.

—Esas son las Reliquias de la Muerte —dijo Xenophilus. Agarró una pluma de la atestada mesa y sacó un pedazo roto de pergamino de en medio de otros libros—. La Varita de Saúco —mencionaba mientras dibujaba una línea vertical sobre el pergamino—. La Piedra de Resurrección —añadió un círculo encima de la línea—. Y la Capa de Invisibilidad —terminó incluyendo la línea y el círculo dentro de un triángulo, para dibujar el símbolo—. Unidas forman las Reliquias de la Muerte.

—Pero no se mencionan las palabras "Reliquias de la Muerte" en la historia. —dijo Hermione.

—Bueno, claro que no —dijo Xenophilius, exasperado—. Eso es un cuento de niños, para divertir a la vez que instruir. Aquellos de nosotros que entendemos de estas materias, sin embargo, reconocemos que esa antigua historia hace referencia a los tres objetos, o Reliquias, las cuales, reunidas, convierten a su dueño en el amo de la Muerte.

Hubo un corto silencio en el cual Alaska se dedicó a meditar la nueva información, habían muchas cosas importantes que la hacían comprender otras que, antes, no comprendía.

—Cuando usted dice "amo de la Muerte"... —dijo Ron.

—Amo —dijo Xenophilius, agitando una mano en el aire—. Conquistador, vencedor. El término que prefiera.

—Pero entonces... quiere decir... —dijo lentamente Hermione—, que usted cree que esos objetos, esas Reliquias, ¿realmente existen?

Xenophilius alzó las cejas otra vez—. Por supuesto.

—Pero -dijo Hermione—, Señor Lovegood, ¿cómo puede usted creer...?

—Luna me ha hablado sobre ti, jovencita —añadió Xenophilius—. No es usted, deduzco, poco inteligente, pero está dolorosamente limitada. De mente cerrada.

—Señor Lovegood —empezó otra vez Hermione—, sabemos que existen cosas como las Capas de Invisibilidad. Son raras, pero existen. Pero...

—¡Ah, pero la Tercera Reliquia es una verdadera Capa de Invisibilidad, señorita Granger! Estamos hablando de una capa que realmente vuelve al que la lleva completamente invisible, y dura eternamente, proporcionando constante e impenetrable ocultamiento, sin importar que hechizos le lancen. ¿Cuántas capas como esa ha visto, señorita Granger?

Hermione abrió la boca, luego la cerró otra vez, parecía más confundida que nunca. Alaska sabía que, a diferencia de Xenophilius, ellos si conocían una capa con esas capacidades, y ella la llevaba encima justo en ese momento.

—Exactamente —dijo Xenophilius, como si los hubiera derrotado con su razonada argumentación—. Ninguno de ustedes ha visto nunca tal cosa. El poseedor sería inconmensurablemente rico, ¿no?

—De acuerdo —dijo Hermione, desconcertada—. Digamos que la Capa existe... ¿que hay de la piedra, Señor Lovegood? ¿Eso que usted llama la Piedra de Resurrección?

—¿Qué hay de eso?

—Bien, ¿cómo puede ser eso real?

—Pruebe que no lo es. —dijo Xenophilius, Hermione parecía indignada.

—Pero eso es... lo siento, ¡pero es completamente ridículo! ¿Cómo puedo probar que no existe? ¿Espera de mí que recoja... todas las piedras del mundo y los pruebe? Es decir, ¡puede afirmar que todo eso existe con la única base para creer en ello el que nadie puede probar que no existen!

—Sí, puedo.

—Y la Varita de Saúco —dijo Harry rápidamente, antes de que Hermione pudiera replicar—, ¿piensa usted que también existe?

—Oh, bien, en ese caso hay interminables pruebas —dijo Xenophilius—. La Varita de Saúco es la Reliquia a la que resulta más fácil seguirle la pista, por la forma en que cambia de mano.

—¿Qué es? —preguntó Harry.

—Que consiste en que el poseedor de la varita debe quitársela a su propietario anterior, si es verdaderamente el amo de la misma —dijo Xenophilius—. ¿Seguramente has oído hablar de como la varita llegó a Egbert el Ilustre, tras matar salvajemente a Emeric el Malvado? ¿De cómo Godelot murió en su propio sótano después de que su hijo, Hereward, le robara la varita? ¿Del horrible Loxias, que robó la varita a Baraabas Deverill, al cual había asesinado? La sangrienta huella de la Varita de Saúco está salpicada a través de las páginas de la historia de la Brujería.

—¿Y dónde cree que está ahora la Varita de Saúco? —preguntó Ron.

—Desgraciadamente, ¿quién lo sabe? —contestó Xenophilius, mientras echaba nuevamente un vistazo por la ventana—. ¿Quién sabe dónde yace escondida la Varita de Saúco? La huella se enfría con Arcus y Livius. ¿Quién puede decir cual de ellos realmente derrotó a Loxias, y quién tomó la varita? ¿Y quien puede decir quien los derrotó a ellos? La historia, desgraciadamente, no nos lo cuenta.

Hubo una pausa. Finalmente Hermione preguntó tensa:

—Señor Lovegood ¿tiene algo que ver la familia Peverell con las Reliquias dela Muerte?

Xenophilius pareció desconcertado—. ¡Pero usted me ha estado induciendo a error, jovencita! —dijo Xenophilius, sentándose ahora mucho más derecho en la silla y mirando con ojos saltones a Hermione—. ¡Pensaba que eras nueva en la Búsqueda de las Reliquias! ¡Muchos de los Buscadores creemos que los Peverells tienen mucho... mucho... que ver con las Reliquias!

—¿Quiénes son los Peverells? —preguntó Ron.

—Ese era el nombre grabado en la tumba que tenía la marca, en el Valle de Godric —dijo Hermione, sin apartar la vista de Xenophilius—. Ingnotus Peverell.

—¡Exactamente! —exclamó Xenophilius, con el dedo índice alzado con pedantería—. ¡El signo de las Reliquias de la Muerte en la tumba de Ignotus es una prueba definitiva!

—¿De qué?

—¡De qué, esos tres hermanos de la historia fueran de hecho los tres hermanos Peverell, Antioch, Cadmus e Ignotus! ¡Qué ellos fueron los primeros propietarios de Las Reliquias! —echando otra mirada hacia la ventana se levantó, y recogió la bandeja, encaminándose hacia la escalera de caracol—. ¿Se quedarán a cenar? —les gritó, mientras desaparecía escaleras abajo de nuevo—. Todo el mundo nos pide la receta de la sopa Freshwater Plimply.

—Seguramente para mostrarla en el Departamento de Venenos de St. Mungo. —dijo Ron en voz baja.

—¿Tú qué piensas? —le preguntó Harry a Hermione.

—Oh, Harry —dijo ella con cansancio—, es un absoluto montón de basura. Esto no puede ser lo que realmente significa el signo. Debe ser su extraña manera de asumirlo. Qué perdida de tiempo.

—Hermione, tú más que nadie debería creer en esto —exclamó Alaska mientras dejaba su cabeza a la vista—. ¿Hubieras creído a los diez años que la Magia existía? Por supuesto que no, pero aquí estamos. ¿Por qué las reliquias no pueden ser reales? ¿Por qué son absurdas, ridículas? —la interrogó—. Dile a un muggle que la Magia existe, ¿qué crees que dirá? Exactamente lo mismo que tú dices sobre las reliquias.

—¿Tú lo crees? —le preguntó Harry.

—Por supuesto, ya he visto muchas cosas que nunca hubiera creído reales tiempo atrás.

Hermione no respondió, miraba a Alaska con los ojos entrecerrados y la mandíbula tensa.

—La única cosa auténtica que nos ha dicho es que ha habido tres historias sobre varitas súper poderosas en centenares de años. Todo lo demás no tiene pruebas. —dijo por fin.

—¿Las hay? —preguntó Harry.

—La Rama de la Muerte, la Varita del Destino, surgen bajo nombres diferentes a lo largo de los siglos, normalmente en posesión de algún Mago Oscuro que alardea de ellas —le explicó Hermione—. El profesor Binns mencionó alguna cosa, pero... oh, todo esto es una tontería. Las varitas sólo tienen tanto poder como los magos que las utilizan. A algunos magos simplemente les gusta alardear de que las suyas son más grandes y mejores que las de los demás.

—¿Pero cómo sabes —dijo Harry—, que esas varitas... la Rama de la Muerte y la Varita del Destino... no son la misma varita, saliendo a la superficie a lo largo de los siglos bajo diferentes nombres?

—¿Qué pasa si realmente todas ellas son la Varita de Saúco, fabricada por la Muerte? —dijo Ron.

—Es lo más probable. No creo que haya muchas otras historias sobre piedras que puedan resucitar a los muertos, ¿las hay? —preguntó Harry a Hermione.

—No —replicó ella tristemente—. No creo que nadie excepto el Señor Lovegood pudiera engañarse a sí mismo creyendo que es posible.

Alaska bufó de forma exagerada al escuchar a Hermione.

—Probablemente Beedle tomó la idea de La Piedra del Hechicero; ya sabes, en vez de una piedra que te hiciera inmortal, una piedra que invirtiera la muerte.

—Sin embargo, ¿qué hay de la Capa? —dijo Ron lentamente—. ¿No te das cuenta? Él está en lo cierto. Hemos utilizado la Capa y nunca he oído hablar de ninguna como la de Harry. Es infalible. Nunca hemos sido divisados bajo ella...

—¡Por supuesto que no... somos invisibles cuando estamos bajo ella, Ron!

—Pero todas esas cosas que él dijo sobre las otras capas, y no eran precisamente de diez Knuts, sabes, ¡es cierto! Nunca se me había ocurrido antes pero he oído bastante respecto a encantamientos sobre capas que cuando envejecían, o eran desgarradas por hechizos tenían agujeros, la de Harry pertenecía a su padre, por lo tanto no es precisamente nueva, ¡pero se conserva... perfectamente!

Alaska escuchó ruido y volvió a taparse con la capa, sólo segundos después Xenophilius alcanzó los escalones superiores llegando desde la cocina, ahora trayendo una bandeja cargada con tazones.

—Señor Lovegood —dijo Harry—. ¿Dónde está Luna?

—¿Perdón?

—¿Dónde está Luna? —Xenophilius se detuvo en el último escalón.

—Ya... se los he dicho. Está abajo en el Puente Botions pescando Plimpies.

—¿Entonces por qué ha preparado esa bandeja sólo para cuatro?

Xenophilius intentó hablar, pero no le salió ningún sonido.

—No creo que Luna haya estado aquí desde hace semanas —dijo entonces Harry—. Su ropa no está, no ha pasado la noche en su cama. ¿Dónde está? ¿Y por qué mira continuamente hacia la ventana?

Xenophilius dejó caer la bandeja. Los tazones rebotaron y se hicieron pedazos. Harry, Ron y Hermione sacaron sus varitas Xenophilius se quedó congelado a punto de meter la mano en el bolsillo. Alaska no perdió el tiempo y entró en su mente, las imágenes eran claras, su miedo era real. Vio a Xenophilius ser visitado por los mortífagos, estaban molestos por lo que había estado publicando... los vio entrar forzadamente a su casa... vió como Luna era secuestrada. Había perdido a su única familia, a su hija, por apoyar a Harry Potter públicamente.

Xenophilius estaba pálido como la cera, como si tuviera cien años, sus labios retrocedieron con espantosa malicia.

—Tenemos que irnos, llamo a los mortifagos —los alarmó Alaska sin salir debajo de la capa—. ¡Ahora!

Entonces hubo una explosión colosal. Por el sonido parecía que hubiera explotado la habitación. Alaska se giró en el aire y el estruendo de la casa derrumbándose zumbó en sus orejas, sujetó como pudo a Harry, Ron y Hermione y los arrastró a todos una vez más hacia la oscuridad.

Agitados, cayeron de estimado en un sucio y mohoso suelo de manera. Aún seguían confundidos y desorientados, ninguno entendía bien lo que había ocurrido ni donde se encontraban ahora. Alaska se puso de pie, limpiando los rastros de polvo de su ropa. Murmuraba por lo bajo, molesta por la traición de Xenophilius. Había estado a segundos de ser atrapados.

—¿Alaska?

La voz de Harry la sacó de sus pensamientos, levantando finalmente la mirada para examinar el lugar al que los había llevado. Se trataba de una pequeña cabaña, completamente sucia y abandonada, la mitad del lugar estaba en ruinas, parecía estar a punto de derrumbarse sobre sus cimientos, algún tiempo atrás había sido dañada por un gran incendio y a través de las ventanas podían ver un bosque.

—¿Dónde estamos, Alaska? —quiso saber Harry.

—¿A dónde nos trajiste?

Esta vez escuchó la voz de Hermione, pero la chica no parecía estar prestándoles atención. Observaba a su alrededor, consternada mientras giraba para ver cada rincón. Era todo tan conocido...

—¿Alaska? —su rostro había perdido color, y Harry hubiera jurado que la chica se pondría enferma en ese mismo momento. Se acercó a ella y posó una mano sobre su hombros.

—¿Qué? —preguntó ella en un murmuró.

—¿Dónde estamos?

—Yo no lo pensé —su mirada perdida se encontró con la de Harry, su cuerpo temblaba de pies a cabeza—, no pensé en un lugar. Solo me aparecí... Yo no... no creí que recordará el lugar exacto pero...

—Alaska, ¿estás bien?

—Este lugar es asqueroso —comentó Ron mientras se acercaba a una vieja cocinilla—, ¿qué sucedió aquí?

La cocinilla atrapó la atención de la chica, el lugar donde el incendio había comenzado. Alaska lo recordaba todo demasiado bien, podía sentir el ardiente calor y el olor que la sofocaba; podía escuchar los gritos de auxilio.

—Tenemos que irnos. —soltó entonces Alaska con agitación; atemorizada.

—¿De que hablas?

—¿Los mortífagos nos encontraron? —preguntó Hermione alarmada, observando a su alrededor.

—Ahora, tenemos que irnos.

—¿Qué es este lugar? —insistía Hermione

—¿Alaska? —preguntó entonces Harry—, es este el lugar donde... —no termino la pregunta, pero sus ojos se dirigieron hacia su cuello y hombros.

Sus quemaduras. La marca de sus recuerdos.

—Harry, por favor —le suplicó ella, con sus ojos cristalizados—. Quiero irme, sácame de aquí, yo no puedo... —sus palabras se perdían en el silencio del lugar, parecía indefensa mientras tocaba de forma inconsciente las quemaduras más cercanas.

Harry asintió, sintiendo pena por ella, y sin dejar de observarla dijo—: Hermione, vamos. —y alargó su mano hacia ella

—Pero Harry...

—Solo vayamos a otro lugar.

Alaska tomo la mano de Harry con fuera, y volvieron a aparecerse, dejando atrás los dolorosos recuerdos que habían atemorizado a la chica.

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