Capítulo 13.

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Paseamos un poco más entre los puestos de comida, empujando la silla de Ana mientras busco a alguien que venda al menos un jodido cigarrillo. Si tan solo el odioso tío no estuviera respirando en mi nuca sería más fácil.

—¿Te gustaría ir ahí? —Ana señala una carpa de juegos.

Estoy a punto de decir que no, pero sus ojos brillan sobre una muñeca de peluche que cuelga en la pared como premio. Mierda, ¿No es mejor comprarla en una tienda?

—Puedo intentar.

La llevo hasta allá, dejándola cerca para que pueda apreciar mis movimientos con claridad. El chico del puesto de juegos me entrega un rifle de postas y me pide un billete.

—Carajo, —busco en el bolsillo los 2 dólares—. Lo que hago por una chica...

El chico casi pone los ojos en blanco porque seguramente ha visto está situación demasiadas veces, ¿Por qué más estarías aquí disparando a blancos falsos si no es para impresionar a una chica?

Levanto el rifle y lo apoyo contra mi hombro porque es demasiado largo. Ni siquiera estoy seguro de saber cómo apuntar la maldita cosa hacia los patos metálicos.

—Jodida mierda...—disparo al primero pero sale errado—. Esta cosa está mal alineada o algo.

Escucho a Ana reír bajito, pero mantengo el rifle en alto y hago mi segundo tiro. Ese pasa más cerca del blanco aunque no lo suficiente.

—Carajo.

Esta vez me tomo mi tiempo para apuntar al blanco, tratando de hacer al menos un puto tiro correcto. Disparo y por primera vez acierto... Al pato de la fila de atrás.

Ana se ríe de nuevo.

—¡Buen intento!

¿Intento?

—Era solo un ensayo, nena, lo mejor está por venir.

El imbécil del puesto pone los ojos en blanco otra vez pero acepta el billete que le entrego.

—¿A cuántos de esos tengo qué acertar para ganar? —gruño la pregunta.

—Los tres.

Mierda.

Me paro donde mismo y levanto el rifle contra mi hombro, decidido a derribar los jodidos blancos y a impresionar a Ana con mis habilidades. ¿Qué tan difícil puede ser?

Presiono el gatillo y el primer tiro golpea el borde del estante dónde está ubicado.

—¡Mierda! —muevo el brazo un poco a la derecha para cambiar de objetivo—. Vamos, vamos, tú puedes...

Hago mi siguiente tiro y finalmente escucho el sonido del metal siendo golpeado. Espero a que la cosa salga volando, pero solo se inclina un poco.

—¡Hey! ¡Eso es trampa! —señalo al puto pato metálico—. ¡Le di y no cayó!

—Entonces falló. —dice el chico con un encogimiento de hombros.

Imbécil.

Para el último disparo no me molesto en apuntar correctamente, dejo que el enojo y la frustración salgan con el golpe del gatillo y fallando de nuevo.

—Jodida suerte —me paso la mano por el rostro escuchando la pequeña risa de Ana—. Dame otra ronda.

Dejo el rifle vacío sobre la mesa y busco otro billete en el bolsillo. Carajo, esta salida está siendo más costosa de lo que imaginé.

Y ni siquiera voy a tener sexo.

—¿Seguro? —se burla el imbécil.

—Solo vendeme el puto muñeco —digo bajito sólo para que él escuche—. ¿Cuánto cuesta?

—No funciona así, amigo, tienes que ganarlo.

Si, claro. Así él se hace rico dos dólares a la vez.

Resoplo con fuerza mientras pienso en otra estrategia, pero el jodido tío de Ana se para a mi lado y toma el rifle de manos del chico. Le entrega el billete y se para sobre la línea de tiro.

—¿Qué carajos haces, viejo? —grito.

Se asegura que el arma está cargada con postas antes de apoyarlo y disparar una vez, la jodida cosa volando contra la pared.

Mierda.

Apunta al siguiente blanco y dispara, también acertando y moviendose rápido al último. En un par de segundos, los tres blancos fueron derribados.

Sonríe un poco y empuja el rifle contra mi pecho cuando acaba con su exhibición de arrogancia.

—¿Qué mierda eres, un G.I. Joe? —gruño.

—Ex Marín. —dice Ana sentada en su silla y mirándome divertida.

Debo recordar cuidarme la espalda del hombre rubio.

El chico del puesto de feria me quita el rifle y lo pone en la mesa antes de ir a bajar la muñeca que yo quería para Ana. Se acerca a su silla y el idiota le sonríe.

—Aquí tiene, señorita —le entrega la muñeca—. Espero que le guste.

—Gracias. —Ana también sonríe al chico.

Jodidos idiotas, ambos acaban de dejarme en ridículo. He tenido suficiente por hoy, cenamos y ella tiene su premio, nos vamos ahora.

Ana abraza la muñeca mientras el tío empuja su silla y yo camino a su lado con los brazos cruzados. Cuando llegamos al auto, abro su puerta y la ayudo a subir, dejando que el rubio suba la silla en la parte trasera.

Me siento a su lado en silencio, pero llama mi atención cuando pone su mano libre en mi pierna.

—Gracias por está noche, Christian. Fue realmente divertido.

Gruño una respuesta y ella vuelve a reír de mi. Siempre se ríe.

—Oh, vamos, no estés molesto con Jason —ignoramos al susodicho que pone el auto en marcha—. Estoy segura que lo hubieras logrado con un poco más de práctica.

—Descuida nena, no tengo un orgullo frágil, solo estoy molesto porque quería darte algo.

Carajo, eso sonó mal. Yo solo quiero ser amable con ella, no tener más quejas de Gail sobre seducir a Ana. Supongo que el tío piensa lo mismo porque me mira por el espejo retrovisor con el ceño fruncido.

—Podríamos volver a salir —dice ella sacandome de mis pensamientos—. Tal vez a un restaurante elegante.

¿De los que sirven whisky con tu platillo? Mierda, si.

—Suena bien, nena.

Minutos después el auto se detiene en la entrada. Ayudo a Ana a bajar del auto mientras el tío trae la silla, pero ella se acurruca contra mi pecho sosteniendo la maldita muñeca.

Gail abre la puerta principal y nos observa con los brazos cruzados.

—Buenas noches —paso por un lado llevando a Ana—. La pasamos bien, gracias por preguntar.

La rubia mira el regalo de Ana y sus cejas se fruncen más. Deja la puerta abierta para Jason pero viene detrás de mí hasta la habitación de Ana.

—Buenas noches muñeca —me inclino para besar su mejilla.

—Buenas noches, Christian.

La dejo sentada en el borde de su cama y salgo de la habitación, la molesta rubia aún detrás de mí.

—¡Christian! —gruñe bajito para que me detenga.

—Antes de que me castres, yo no le regalé la puta muñeca, eso es cortesía de tu... —señalo con el dedo a su alrededor—. Tu hombre. Ahora vete que estoy cansado.

Cierro la puerta en su cara y trabo el seguro, nececitando una ducha fría y estar solo. ¿Qué carajos me pasa ahora? ¿Por qué de pronto me preocupo por ella?

¿Por qué?

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