# 12: Definitivamente el único con el poder...

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Jill vuelve a presionar el timbre en la entrada de la casa de Cristopher al ver que nadie contesta, había llegado hace unos minutos y ha presionado el timbre al menos tres veces ya. Está a punto de buscar su teléfono en la cartera y mandarle un correo marcado de urgente cuando la puerta se abrie mostrando el cuerpo de Cristopher vistiendo unos escasos pantaloncillos ajustados en la cadera, con el torso desnudo y el cabello mojado.

-¿Así recibes a todas tus visitas? -pregunta notando como se le han secado los labios ante la imagen.

-Me estaba duchando, por eso no atendía, no sabía que ibas a volver -responde sonriente y apartándose de la entrada para dejarla pasar.

<Esquivando como siempre las preguntas importantes> piensa la chica y luego responde.

-No pensaba volver hoy pero olvidé nuevamente mi chaqueta.

-La dejaste sobre el espaldar del mueble, lo noté luego de que te fuiste.

La chica camina hasta el mueble estilo Luis XV de tapizado oscuro sobre el que aún se encuentra la prenda, la toma y se voltea de frente a Cristopher.

-¿Piensas regresar en estos días? -pregunta esperando una respuesta positiva.

-Sí, debo traer pronto a Mariana nuevos avances de la novela, Julián está muy exigente.

-Entonces espero volver a verte pronto.

Jill le responde con una sonrisa y sus labios se encuentran en un corto beso a modo de despedida que los deja a ambos con ganas de más. Regresa a su auto, pone la música y descuelga la llamada entrante de Katia.

-Buenas tardes Katia. ¿Pasa algo?

Antes de marcharse a Brasilia Jill había hablado con Katia que le había concedido un permiso para recesar sus actividades como periodista por tiempo indefinido debido a la enfermedad de su padre, pero tal vez ha surgido algún reportaje urgente.

-No, nada demasiado importante, solo llamaba para saber cómo va el asunto de tu padre.

-No hay mejoría de ningún tipo, parece que el medicamento no le está haciendo el efecto que se esperaba, tendrán que intentar con algunos más fuertes.

-Espero que se mejore pronto, estás haciendo mucha falta aquí.

-Estaré de regreso en cuanto sea posible, saluda al equipo de mi parte.

-Lo haré, todos preguntan diario por tí. ¿Entonces todo está bien?

-Todo está bien, de momento no hay nada por qué preocuparse.

-Nina te extraño.

Una vosesita distante del otro lado de la línea capta su atención. Es Karina, la hija de Katia, una pequeña de cinco años que le tiene bastante afecto y a la que ella también aprecia mucho.

-Yo también a ti pequeña -responde sonriente.

Escucha las risas de Katia que al juzgar por los constantes chapoteos intenta darle a Karina un baño, así que para no interrumpir se despide Darle a esa pequeña un baño no es una tarea fácil.

-Tengan una linda tarde.

-Tú también Jill.

Termina la llamada y presta un poco más de atención al camino para evitar un accidente. Como dice el dicho, mejor prevenir que tener que lamentar.

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La noche comienza a hacerse notar. Jill detiene el auto en el aparcamiento de la casa de Javier, baja de él y va a en dirección a la entrada cuando nota esa sensación extraña y desconcertante de cuando alguien te anda siguiendo. Mira sobre su hombro varias veces pero no percibe nada que llame su atención. Hasta que aparentemente de la nada aparece frente a ella la figura de un hombre vestido con unos vaqueros de mezclilla desgastada y un polo color naranja con el rostro cubierto por una especie de máscara negra que solo muestra sus ojos oscuros sosteniendo en sus manos un arma que la apunta directamente.

Jill casi por instinto y consciente de que se encuentra en problemas alza las manos para colocarlas donde él pueda verlas. Presa del pánico e intentando pensar una forma de salir ilesa de esa situación.

-Deja el bolso en el suelo y mantén las manos donde yo las vea.

El tono de voz de ese hombre con voz gruesa no admite un no por respuesta, o más bien no admite ninguna respuesta en absoluto, solo acciones.

Jill obedece sin decir palabra. Se inclina poco a poco, muy lentamente. Sin bajar las manos y con algo de dificultad coloca su cartera en el suelo y vuelve a reincorporarse.

-Deja los anillos y el reloj también.

Dice el hombre y la chica comienza a realizar nuevamente el mismo procedimiento.

Se inclina muy lentamente. Se quita los accesorios y los deja de mala gana en el suelo junto a la cartera.

-Ahora aléjate -dice indicándole que se aparte con un movimiento de la mano que sostiene el arma.

Jill retrocede unos pasos asustada y baja las manos.

-¡Las manos donde pueda verlas dije! -grita él haciendo que ella se sobresalte por el susto y vuelva a levantar las manos al nivel del pecho inmediatamente.

-Date la vuelta y sigue alejándote -continúa él dándole explicaciones y ella obedeciendo sintiéndose incapaz de defenderse.

Se voltea, a penas ha dado un paso cuando siente tras ella el sonido de un fuerte golpe haciendo que se gire para ver qué ha pasado. Se encuentra con la figura del mismo muchacho de hace no menos de una noche qué había sido quien la había llevado a la habitación cuando se quedó profundamente dormida sobre el césped. Es de piel pálida, con el cabello castaño oscuro, músculos muy marcados, el mentón pronunciado, ojos cafés y sostiene en sus manos un pedazo de madera, muy probablemente el mismo con el que ha golpeado al hombre que yace tendido en el suelo frente a él.

-¿Estás bien? -pregunta caminando hacia ella.

-Sí estoy bien -responde la chica que camina unos pasos y se inclina para recoger sus pertenencias -soy Jill, gracias por lo de la otra noche, y gracias por esto -dice mientras saca el teléfono de la cartera y marca rápidamente el número de emergencias.

-No tienes nada que agradecer, me gusta ayudar a la gente, soy Andrés.

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-Entonces dices que tu hermana de pequeña se subió a un árbol tras un gato -dice Jill.

Conversa animadamente con Andrés, el chico que la había ayudado en la noche en que se había pasado de tragos y cuando casi es atracada mientras termina de beber su jugo de frutas recostada a la encimera de la casa de Javier. Se han hecho buenos amigos en las tres semanas luego del incidente de la noche en que regresaba de Río.

-Exactamente, Andrea de pronto echó a correr y cuando mamá y yo pudimos darnos cuenta ya se había subido al árbol.

-Una pequeña bastante traviesa -comenta.

Con Andrea también ha desarrollado una bonita amistad, la chica es muy sociable y agradable

-¿Y entonces?

-Papá tuvo que traer una escalera y ayudarla a bajar.

Jill deja escapar una risa contenida y contesta.

-No logro imaginar a Andrea en tal situación.

-Si yo no lo hubiera visto por mí mismo tampoco podría, Andre ahora parece bastante centrada pero antes era un huracán andante.

Jill sonríe y escucha sonar la alarma de su teléfono indicando que ha llegado la hora de llevarle las pastillas a Javier.

-Ya vuelvo -dice de mala gana.

Saca de uno de los muebles de almacén un pequeño pomo de dónde obtiene dos pastillas de color amarillo opaco y un sobre del que toma una pastilla de color pálido. Vierte en un vaso de cristal un poco de agua y va en dirección al pasillo que lleva a las habitaciones. Se detiene frente a la puerta del último cuarto que se encuentra abierta.

En la cama está tendido el cuerpo de un hombre con no menos de cincuenta años, pero que en ese estado parece de unos ochenta. Tiene la piel grisácea, casi como la de un muerto, incluso su cabello ha perdido brillo. Sus reacciones son lentas, parece tener dificultad para respirar y a penas logra hablar. Jill siente como se le hace un nudo en la garganta y sus ojos comienzan a cristalizarse por algunas lágrimas. Es cierto que ese hombre no merece nada de ella, pero aún así sigue siendo su padre y ella continúa siendo humana.

Toma un poco de aire reuniendo fuerzas para continuar y entra a la habitación.

-Buenos días Javier -dice cuando se encuentra junto a la cama.

-Buenos días hija -responde el hombre con la voz abogada y ronca.

Jill deja el vaso y las pastillas en la mesa de noche a un costado de la cama, lo ayuda a reincorporarse lentamente y coloca dentro de su boca una pastilla a la vez acompañada por un sorbo de agua ya que Javier es incapaz de levantar los brazos para hacerlo por si mismo.

-¿Sientes algo raro, algún cambio? -pregunta la chica luego de ayudarlo a recostarse nuevamente.

-No -responde el hombre con el mismo tono de voz ahogado.

-Volveré en un rato con las demás pastillas, recuerda llamar si sientes alguna molestia -dice refiriéndose al pequeño timbre que han colocado sobre la cama cerca de las manos de Javier para que lo presione si necesita algo.

Sale de la habitación con el vaso vacío y se recuesta en la pared junto a la puerta. Entrar a ese cuarto siempre la deja de la misma forma, sin fuerzas, con un dolor profundo y arraigado. Se seca algunas lágrimas que se han deslizado sobre sus mejillas y regresa a la cocina.

-¿Jill? ¿Estás bien?-pregunta Andrés al ver llegar a la chica -te ves pálida.

-Estoy bien -responde de forma categórica dejando el vaso en una de las tres cubetas del fregadero -solo es el efecto que me causa ver a Javier de esa forma.

-Entiendo, estaré en casa por si necesitas ayuda con algo.

-Puedes estar tranquilo, estaré bien, solo debo tomar un poco de aire.

-¿Jill? -pregunta la voz de Susana que llega desde la sala principal.

Había salido de compras bastante temprano, se habían quedado sin provisión de alimentos. A penas son las diez de la mañana y ya ha regresado, al parecer le ha ido bien.

-Estoy en la cocina -responde la chica mientras se despide de Andrés.

El muchacho ayuda a Susana a llevar las bolsas hasta la cocina. Luego Jill se dispone a ordenar los productos en los muebles de almacén mientras Susana va a darse una ducha y Andrés camina hacia la salida.

Termina de ordenar todo y va hasta la habitación de Susana.

-Volveré tarde -dice recostándose de lado en el umbral de puerta de la habitación y esperando una respuesta.

-Haz estado saliendo demasiado últimamente Jill.

-No estaba solicitando tu permiso, solo te estaba avisando, tú no eres mi madre, soy mayor de edad y no te debo explicación alguna sobre lo que hago o dejo de hacer.

-¿Volverás tarde? -pregunta la mujer consciente de que Jill se irá sin importar nada de lo que ella diga.

-Eso acabo de decir, en cuatro horas Javier debe tomar las otras pastillas.

-Está bien -responde de mala gana y Jill va en dirección a la cochera.

Durante esas semanas ha visto a Cristopher unas cuantas veces más. El tiempo que pasa con él le hace olvidar los malos ratos que vive con Javier y a la insoportable de Susana, así que espera ansiosa siempre poder volver a verlo. La última vez habían quedado de visitar el Cristo Redentor, una estatua situada en la cima del cerro del Corcovado en Río de Janeiro.

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-Mira -dice la chica.

Indica con su dedo índice un mono de tamaño mediano y color oscuro, con manos, pies y cola de color negro que se mueve entre los árboles bastante cerca de la ruta que sigue a través del bosque el tranvía que los lleva hasta la estación en la cima del cerro.

-Ese es un mono lanudo gris, se encuentra generalmente en el sureste de Venezuela, en el centro y sur de Colombia, la región amazónica de Ecuador y Perú, el norte de Bolivia y el oeste de la cuenca amazónica de Brasil, es raro verlo por esta zona -explica el guía turístico que pasaba cerca de ellos y alcanzó a escuchar el comentario de Jill.

-Se parece a tí -dice Cristopher sonriente e inmediatamente Jill se voltea hacia él.

-Claro que no -responde ella haciendo pucheros.

-Claro que sí, míralo -repite alzando los brazos en señal de obviedad.

-Si a alguien se parece es a tí -dice Jill formando un pequeño rectángulo con sus dedos índice y pulgar enmarcando con él el rostro del chico.

-¿Quién dice? Si hasta tiene tus ojos -refuta el muchacho entornando los ojos y sin dejar de mirarla.

Jill le propina un ligero golpe en el estómago haciendo que el chico se arquee un poco aún sonriente.


-Pero tranquila, aún así te quiero

-dice envolviéndola en un abrazo y atrayéndola hacia él.

El recorrido dura unos diez minutos y la vista es maravillosa. Se detienen en los miradores de Vista Chinesa, Mesa del Emperador y Doña Marta para apreciar mejor el paisaje.

Ya en la cima la vista es increíble, la estatua de treinta y ocho metros metros de altura se impone fundiéndose con el panorama de la ciudad.

-Es hermoso -dice Jill sin apartar la vista del monumento.

-Lo es, es una de las mejores vistas de la ciudad.

-¿Cuánto crees que habrán tardado en construirlo? -pregunta notablemente interesada en saber detalles sobre la estatua.

-Y yo que sé -responde Cris arqueando una ceja -¿Qué importa eso?

-Ignorante -dice ella apartando la vista del monumento y fijándola en él

-Tonta -responde él.

Se cruza de brazos y camina hacia el borde de la plataforma para mirar un bote que se aleja del muelle. De pronto una sonrisa cómplice aparece en sus labios

-¿En qué piensas? -pregunta Jill entornando los ojos y colocándose a su lado.

-¿Qué te parece un paseo en bote? -responde Cris con otra pregunta.

-Muy mala idea, sabes que me asustan las profundidades.

-Solo es un paseo Jill, no es como que un monstruo de cincuenta metros y dientes puntiagudos vaya a salir de las aguas para comerte.

-¿Tú qué sabes? El fondo marino aún es un lugar inexplorado.

Cristopher deja escapar una risa y contesta.

-Te prometo que ningún monstruo va a comerte.

Rueda los ojos al ver que la chica no parece querer cambiar de idea ya que mueve ligeramente el rostro indicando un no rotundo y vuelve a intentarlo.

-Solo es un bote Jill, no seas cobarde.

-Un bote en medio del mar -aclara ella -pero lo intentaré, no soy una cobarde.

-Eso pensé -dice Cris mostrando una sonrisa de satisfacción, pasando el brazo sobre los hombros de la chica y dándose vuelta para dirigirse a la playa.

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-Muchas gracias -le agradece Cris al pescador de unos cuarenta años.

Ha accedido a alquilarles su bote por el cómodo precio de unas pocas monedas y luego se voltea para ayudar a Jill a entrar en él.

-Esto sin duda es una máquina para generar calor -dice la chica abanicándose con movimientos de su mano al nivel de su cuello y refiriéndose al chaleco salvavidas que lleva puesto.

-Te dije que no te lo pusieras, pero eres terca -responde Cris sonriendo ampliamente ante la divertida expresión de Jill.

La chica no había querido acceder a subir al bote si no era con un chaleco salvavidas que aumentara sus oportunidades de regresar a tierra con vida.

-No iba a subir sin protección a esta trampa mortal -dice mirando fijamente al chico.

Cristopher sube a la embarcación de tamaño reducido, toma los remos y se sienta frente a Jill en uno de los tablones que forman los asientos.

-¿Lista? -pregunta emocionado.

Uno de sus grandes sueños siempre ha sido ir en bote, es amante del mar y sus misterios desde muy pequeño. Otro de sus sueños es disfrutar algún día de una tarde de pesca. Dos pájaros de un tiro.

-No -responde la chica que contrario a él tiene un arraigado vértigo a las profundidades -pero como nunca estaré lista para esto, vamos ya.

El muchacho sonríe y comienza a mover los remos, inmediatamente la embarcación empieza a adentrarse en las azules y hermosas pero a la vez peligrosas aguas.

-¿Qué tal que de un momento a otro aparezca un tsunami? -pregunta Jill que de pronto se siente más insegura con cada milímetro que el bote se aleja del muelle.

-¿Un tsunami? -repite el chico arqueando una ceja.

-Claro, estamos en el mar, cualquier cosa podría pasar.

-No aparecerá un tsunami Jill, deja de ser paranoica y disfruta de la vista.

-No soy paranoica, es solo que me gusta estar viva.

Una carcajada se le escapa al chico, niega ligeramente con movimientos de cabeza y vuelve a hablar.

-No morirás.

-¿Tienes algún trato oculto con Poseidón que garantice que ninguna catástrofe ocurrirá de ninguna manera?

-¿Poseidón?

-El dios del mar -aclara la chica al notar la expresión de desconcierto de Cristopher.

-No tengo ningún trato con él quien quiera que sea, pero no ocurrirá nada, mejor cálmate y disfruta.

La chica toma aire y responde.

-¿Seguro de que todo estará bien?

-Cien porciento seguro.

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-Ves, no haz muerto -dice Cristopher unas horas después mientras se alejan del muelle y caminan hacia el estacionamiento donde habían aparcado el auto de Jill.

-Fue un lindo paseo, el mar realmente no es tan aterrador -responde la chica dándole la razón.

-También fue un lindo día. ¿Ya regresarás a Brasilia?

-Creo que sí, se está haciendo tarde, aunque no quisiera irme.

-Quédate un rato más, estoy seguro de que Susana puede continuar arreglándoselas sin tí un poco más.

-Tienes razón -enciende el motor y vuelve a hablar-: ¿A tu casa?

-Sí -responde el chico en tono picaresco y Jill le regala una sonrisa.

Conduce de camino a la casa de Cris y en unos pocos minutos están ahí. Detiene en auto en la cochera y entran al lugar.

-¿Tienes hambre? -pregunta el muchacho al tiempo en que caminan hacia la cocina.

-Un poco -dice Jill recostándose a una de las encimeras.

Cristopher alcanza de uno de los estantes un paquete sellado de polvo de chocolate. Lo abre y vierte un poco de su contenido en un pozuelo de porcelana.

Jill lo mira detenidamente observando con esmero cada uno de los detalles y rasgos de su cuerpo. Había dejado el polo sobre uno de los muebles en la sala principal por lo que lleva el torso descubierto. Una sed de él se despierta de pronto dentro de ella, como si se le hubiera encendido dentro un fuego que necesita apagar. Ese chico es definitivamente el único con el poder de remover su cordura y desconectar su mente.

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