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Hoy en la noche era lo que la castaña había esperado desde que abandonó la cabaña de Roy y Jason, sin mirar atrás, añorando no extrañar.

Estaba sentada frente al espejo de su habitación, ignorando por completo los leves ronquidos mañaneros de Damian y esperando a que el despertador sonara.

Nuevamente, no había podido dormir.

Miró sus ojeras, sus ojos sin vida, su enorme cara larga... Y por último miró la pequeña cicatriz que tenía en la mejilla, recordando que la noche antes de que todo se fuera al carajo, antes de quedarse dormida, Jason la había acariciado con tanta dulzura allí, con tanta lentitud y amor, que deseó que aquello nunca terminara.

Pero todo lo bueno siempre tenía un fin.

Sin tan solo las palabras del antihéroe no hubieran sido tan hirientes y humillantes, solo tal vez, Hanna no hubiese salido corriendo del lugar.

Sintió que una presencia se puso junto a ella pero ni siquiera se inmutó.

— ¿Cómo estás? — preguntó suavemente su hermano, andando de puntillas por un terreno lleno de minas a punto de explotar y aún con la voz adormilada.

— Mal... — murmuró. Damian apretó los puños, deseando que entre ellos estuviera el cuello de Jason —. ¿Quién de los está equivocado? ¿Yo por haber salido corriendo y no enfrentar las cosas o él por herirme?

El muchacho permaneció callado, buscando desesperadamente algo que contestar.

— ¿Todo lo que me contaste es lo que dijo él? — preguntó. Su hermana asintió lentamente, recordando a fuego lento cada palabra de aquel día —. Eh... Bueno, dijo que estaba enamorado de ti... Tal vez solo quería protegerte y la única manera que encontró para hacerlo, fue alejandote.

— De todas formas duele... — sollozó con la voz algo rota, intentando que las lágrimas no acabaran de manera inminente con la poca dignidad que le quedaba.

— ¿Y crees que a él no le duele? — volvió a preguntar.

Su hermana soltó un bufido.

— ¿Estás de mi parte o la de Jason?

Damian se limitó a rodar los ojos algo divertido por la actitud infantil y algo estúpida de su hermana.

— De la tuya, por eso es importante que te pongas en sus zapatos para que cuando vuelva, no hagan tanto drama como siempre. Ambos se necesitan y no pueden negarlo.

— ¿Crees que volverá?

— Es la primera cosa que hará después de partirle la cara al Joker.

Hanna cerró los ojos con fuerza, como si estuviera golpeando mentalmente por decirle a Damian todo lo que Todd quería mantenerles oculto a ellos.

Después de un rato de reflexión, quiso comprobar que podía confiar ciegamente en su hermano.

— Oye... ¿Por qué no le has dicho nada a papá? Tratándose de un asunto delicado, creí que sería lo primero que harías después de contarte.

— Tal vez sea pupilo de mi padre, pero mi lealtad está contigo, hermana — puso sus manos en los hombros de ella — por la eternidad, ¿Lo recuerdas?. Además, son asuntos de Jason y no voy a ser entrometido, si él lo decidió así, es por algo.

Ella asintió, de acuerdo con sus palabras.

— Bueno, entonces supongo que aungustiandome o no, pasará lo que tenga que pasar...

— Concéntrate en esta noche — Damian sonrió con los ojos caídos, producto del mal sueño que todos habían tenido los últimos días —. Caperucita roja debe ser tan brillante como tú.  

— Gracias por estar para mí, Damian...

— Para eso son los hermanos, Hanna, juntos cruzando terremotos y tormentas, cruzamo valles y ríos, siguiendo adelante impidiendo que el otro caiga. No te voy a dejar caer, nunca.

La castaña se limitó a sonreír, con las lágrimas al borde de sus ojos.

¿Qué haría sin él?





La noche había llegado y con ello los nervios de la heredera Wayne se dispararon por toda la casa igual que un virus propagándose rápidamente. Gritos por aquí, alaridos por allá, brincos, movimientos bruscos y caos por terminar de arreglar todo llenaron la mansión sin piedad, robándose el aliento de todos los integrantes.

Una vez que Hanna estuvo personificada, bajó las escaleras principales como toda una princesa, siendo esperada por su mejor amigo Tim, quién la escoltaria hasta la escuela.

— Me parece mucho alboroto para una obra escolar — murmuró Damian de brazos cruzados —. Pero suerte.

— Prometo que te haré llorar — retó ella con una ceja elevada mientras caminaban hacia la limusina.

— Uf, eso quiero verlo hermanita.

— ¿Qué dice Vanna sobre esto? — cuestionó Tim una vez que se encontraban frente al vehículo color negro, mientras Alfred les abría la puerta con una ligera inclinación de cabeza.

— Está más emocionada que todo el club de teatro juntos — Hanna hizo una mueca algo extraña, recordando con ternura y miedo cada ensayo que tuvieron donde Vanna les gritaba qué hacer, cómo hacerlo, mientras comía donas de moras y se emocionaba cada que Axel interpretaba al lobo con una determinación impresionante.

— Vas a ver que todo saldrá bien — animó Richard al ver la ligera expresión de pánico en los bonitos ojos de su pequeña hermana —, después de esto podemos ir a patinar un rato al hielo, si quieres.

Ella solo asintió sin prestarle atención, dirigiendo sus pensamientos hacia una sola cosa. Las ruedas de la limusina avanzaban con precisión, con rudeza y con gracia al mismo tiempo, como si Alfred tuviera la forma de las calles grabadas a fuego en su memoria, Hanna pensaba y pensaba en Jason, preocupada porque se supone que hoy iría a enfrentar a todos en la última junta, sabía que él quería evitarlo por completo, quería salvar a toda una población y eso hacía la hacía sentir egoísta porque... Porque le valía tres kilos de mierda la población entera scon tal de que Jason saliera ileso de allí.

Lo único que le quedaba por hacer era suplicar por la vida del hombre que había robado su corazón.




Los Wayne ya se encontraban sentados en los asientos VIP del teatro, esperando pacientemente a que la obra diera por empezado. La directora, como en cada actividad extracurricular que se hacía en la escuela, ya había comenzado el discurso que casi se sabía de memoria.

Mientras tanto, Hanna estaba sentada frente al espejo de su camerino, observando detenidamente su rostro  como si aquello fuera lo más interesante del mundo, no tenía qué hacer, estaba aterrada al darse cuenta que su mente se arremolinaba en Jason, en la sangre y el dolor, quería distraerse, olvidarlo por un rato para poder evitar que las ansias degarraran su alma.

Si tan solo no hubieran sobreactuado aquel día en la cabaña... Tal vez las cosas fueran distintas.

Tocaron su puerta.

De un salto veloz se despegó de su asiento y se paró frente a la puerta para no desaprovechar la oportunidad de distraerse.

— ¿Sí? — preguntó barriendo con la vista al hombre vestido de azul que estaba del otro lado de la puerta que cargaba consigo un enorme ramo de rosas rojas.

— ¿Hanna Wayne? — Cuestionó en respuesta con la voz rasposa, la gorra del mismo color del traje de entregas no permitía ver su rostro.

— ¿De quién son? — murmuró sintiendo una oleada de terror invadir su ser al oler un aroma familiar en el ambiente.

— Mías.

De un rápido movimiento, Jason Todd entró al camerino, cerrando bruscamente la puerta detrás de él. Dejó caer las rosas con algo de brusquedad sobre una mesa y luego paró en seco todas sus acciones, quedando estático al ver los ojos de la castaña sobre él.

— Ja-Jay... — jadeó sorprendida.

El nombrado no respondió al llamado y con las emociones nublando su mente, se dejó guiar por el corazón y se lanzó a besarla.


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