Capítulo 16

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Bien, decidí subir maratón de fin de semana. 

EL ARMA HOMICIDA. 

Para partir bien esta parte de la historia, les cuento que no había consumido metanfetaminas... Y bueno, no estaba tan mal, supongo.

Ese día, apenas amaneció, fui a cambiar el reloj por dinero. ¡Y logré tener un celular decente! ¡Al fin! Pero eso no es lo principal. Aparte de que me sacaba fotos durante todo el día haciendo todas las caras y poses posibles, no tuve pesadillas ni despertaba asustada como siempre lo hacía. 

Ya sabes, siempre tenía en mente esas voces y esa silueta que entró supuestamente a mi habitación. Me costaba descifrarlo. Sin embargo, no me había atormentado estos días. 

Claro que a medida que pasaban los días, todo se comenzó a colocar extraño y ya te enterarás del por qué.

Pero bueno, parte de esto se resume en que me fui de compras con Sera y Mía para comprar algún vestido para ir a la fiesta de Patrick Freedman. Después pasé a ensayar con la banda y luego, ya tarde, Alex me pasó a buscar a mi hogar.

Antes de eso, Marcos, como siempre, metió sus narices con su inminente rostro de: «solo estoy feliz mientras duermo».

—Te inscribí en la prueba para entrar a la universidad —dijo estrechándome una carta la cual yo recibí con duda. Él exhaló y continuó—: Mañana a las siete de la madrugada tienes que estar en el Hugh Baird.

—¿Y para qué? Si no tenemos dinero. ¿Quieres que me molesten por ir con un bolsón desgastado y con utilería barata?  Además, no me apetece estudiar; no hay nada que llame mi atención y siempre me ha ido mal.

—¿Sigues pensando que una banda llena de idiotas triunfará? 

—Lo haremos —aseguré—. Yo sí creo en que las cosas pueden salir bien al menos una vez en la vida.

—Confías en ellos, ¿eh? 

—Sí...  Bueno, no son malas personas.

—Como sea, supongo que no tienes remedio. —Marcos echó un vistazo más arriba de mi hombro—. Mira hacia atrás.

Con duda me volteé y miré hacia abajo. Había un nuevo integrante en la familia.

No me lo podía creer...

En aquel momento un ser muy pequeño ronroneó. Era una gata de pelaje negro y fulgurante. Dios... ¡Es que no puedo describirles tal magnetismo que emitía con esos ojos confidenciales y misteriosos! ¡Era perfecta! Sus maullidos eran tan suaves y melódicos que hicieron que me acuclillara con entusiasmo hacia ella. Era tan refinada que caminaba al más puro estilo de un felino en tiempos de cleopatra. Una obra de arte suave y con una pizca de arrogancia.

—¡De dónde sacaste esta gatita! —Le acaricié el lomo. Era tan encantadora que maullaba con mis caricias.

—Estaba abandonada cerca del puente. Trae ese collar, así que supongo que los dueños la desecharon ahí —respondió, sereno—. Estaba empapada y me siguió hasta la casa. 

—Creí que no tenías corazón. 

—Mi cardiólogo dice lo contrario.

—¡Eres hermosa! Te llamaré Dolly y seremos grandes amigas.

—Bueno, más vale que la desparasites y la lleves al veterinario. A ver si de alguna vez tomas la responsabilidad de algo.

—¡Gracias! —finalicé.

(**)

Horas eternas después, Alex se pasó por mi casa con su hermano menor de aproximadamente diez años. Me limité a atenderlos con una bebida y pensar seriamente en colocarle algún sedante al pequeño que lucía como si tuviera parásitos en el culo.

—¡Entonces de pequeños Marcos y yo íbamos tocando las puertas de las vecinas y después salíamos corriendo! ¿Recuerdas? —dijo Alex dándole un bocado a una tostada con mantequilla. 

—Sí, Alex, sí lo recuerdo... 

—Mamá dice que tú no tenías amigos.

—Tú te callas —ordenó el rubio dándole una mirada juzgadora a su hermano. Después sintió la necesidad de darnos explicaciones—: Lo tengo que llevar, si no, no me dejan salir.

¡Wow! ¡Tienes una consola antigua! —le dijo a Marcos—. ¡Este vejestorio es épico!

—Si la tocas, te mato porque la acabo de reparar —advirtió Marcos dándole una mirada que lo puso en su lugar.

—¿Eres un hacker? —preguntó con entusiasmo. 

—No, es mi trabajo arreglar estas cosas. Es el único sustento de esta casa. —Me miró de reojo. 

El pequeño se cruzó de brazos y le mostró la lengua. Segundos después y de manera indiscreta, le mostró el dedo del medio.

—Marcos, podrías ir al evento, habrá mucha comida y buenos bailes —sugirió Alex.

—Ese no es mi ambiente, destrúyanse la vida ustedes, yo iré a dormir. Ah, y tú compra comida a ese gato.

Yo resoplé, Alex hizo una mueca un poco afligida y terminamos por pararnos de la mesa. De manera rápida, me coloqué una chaqueta holgada de color verde sobre mi vestido negro que llegaba hasta mis muslos y lo combiné con unas tenis de un color azabache. Decidimos salir de la casa para subirnos al auto. El hermanito de Alex, "Bren" nos conversó todo el camino de videojuegos y de chicas lindas que conocía por Club Penguin.

—¿No eres muy menor para pensar en chicas? —pregunté.

—¿Menor? Tengo diez años, ¿duh?

Abrí mis ojos como platos y miré a Alex que, al parecer, se estaba mentalizando que su hermano era un fastidio imposible de manejar.

—Tiene novia, de hecho —confesó mirándome mientras manejaba. Después se acercó a mí para contarme un poco más con cierta confidencialidad—. La conoció mientras jugaba Fornite.

—Es el amor de mi vida —suspiró.

—No es el jodido amor de tu vida... A tu edad deberías enamorarte de los personajes de Disney Channel. —Alex lo buscó por el espejo retrovisor. 

—Al menos tengo novia, no como tú que babeas por el hermano de ella. —Sacó la lengua.

—¿Te gusta mi hermano?

—¿Qué? ¡No!

Alex increíblemente se puso rojo como un tomate y comenzó a reír con nerviosismo.

—Escucha, no tengo idea por qué está diciendo eso.

—¡Sí le gusta!

—¡Sí te gusta, Alex! —Me sorprendí—. ¡¿Cómo no me habías dicho antes?!

—¡Que no me gusta! ¿Vale? No. Él es mi amigo y es solo eso.

Para ser sincera, sentí pena por Alex. Mi hermano solo estaba enamorado de sus computadores y de su cama. ¿Podía hacer una excepción por el rubio?

Eran las nueve veinte de la noche y nosotros entramos a la finca de Patrick Freedman. Pude apreciar que, aparte de los múltiples autos carísimos estacionados, existía una terraza de mármol con visillos blancos. Observé el juego de azaleas del mismo color, los arbustos bien formados y una lujosa alberca con luces plateadas. También había gente (claramente de buena situación) con ostentosos vestuarios; deleitando al paladar con una buena copa de champán. Fingí elegancia. 

Ulalá, señor francés. 

Avanzamos hasta encontrarnos con Chris, quien hablaba con unos invitados como si fuera un chico bueno, un chico que ni en los sueños más lujuriosos se dejaba llevar por las drogas ilícitas y la procrastinación. Me lo imaginé de inmediato en un cuadro, con las palmas pegadas mirando hacia el cielo y con una aureola sobre la cabeza. Aaaaleluya, aleluya.

Apenas nos vio se separó respetuosamente de la gente, se desabrochó el primer botón de su camisa blanca y se desordenó la corbata. Su cabello oscuro se desparramó en un gesto desesperado y salvaje. A su vez, emanó un aroma almizcleño. 

—Dios, esto es una tortura. Debería ser ilegal andar vestido así.

Presioné sutilmente mis labios al atisbar como andaba vestido y cuan varonil e indómito lucía. No había término para describir cómo sobresalía un Freedman con camisa, sin embargo, Chris representó la palabra atractivo de manera correcta.

—Bueno, tú eres la excepción a la regla. Luces bien —confesó.

Sonreí, enrojecida.

Malditos Freedman y sus voces y cumplidos sexys.

—¿Y Javiera? —preguntó Alex echando un vistazo a su alrededor.

—No vendrá. Está intentando entrar a la academia de artes.

—Pero si está estudiando leyes...

—Se aburrió —contestó con sencillez.

—¿Y John? —pregunté, pero Chris solo se encogió de hombros sin saber. Juraría que lo hizo en un ademán de decir que ni le pregunten por él porque acababan de pelear.

—¡Santo dios! ¡Hey, mamita, tantas curvas y yo sin frenos! —exclamó para nuestra sorpresa el pequeño, haciendo que Alex golpeara su nuca sin vacilar—. ¡Auch!

—Si me disculpan, iré a meterle la cabeza al inodoro. 

Alex jaló del cuello de la blusa del hermano y se alejó de nosotros. 

Me quedé a solas con Chris.

Su estatura era mucho más pronunciada que la mía; así que lo miré hacía arriba con una sonrisa cerrada. Él, por otro lado, sonrió un poco nervioso. Un hoyuelo coqueto y algo abochornado salió de él.

—De casualidad... ¿no quieres ir a caminar? La gente aquí suele ser muy desagradable —me dijo. 

Abrí mis labios para contestarle y decirle que había llegado recién, pero permanecí en silencio al ver a una señora, ya de edad, dirigiéndose hacia Chris para besarlo en ambos lados de su lechosa piel. Muac, muac. 

—¡Mi niño! ¡Estás tan grande y guapo! Oye, supe que tu padre se compró otro terreno allá en Manchester. Es un muy buen negocio, muy bueno.

—Sí, sí —articuló Chris tratando de evitarla a toda costa—. Un gran negocio. 

—Mira, el otro año, mi sobrina, Olivia, va a trabajar en la empresa de acá de Liverpool. ¿Te acuerdas de ella? Está muy linda y dice que te envió sus saludos. Me dijo que podrían juntarse un día y charlar...

—Oh, lo pensaré. 

—¿Pero recuerdas a Olivia?

—Sí, sí, ¡Oh, justo ahora debo ir a mostrarle mis perros a mi invitada! —exclamó tocándole el hombro y haciéndose a un lado—. ¡Qué esté bien, señora Harold!

—¡Pero llama a Olivia!

Chris me tomó de la espalda y me susurró cerca del oído:

—¿Sigues aceptando la invitación de salir de aquí?

—Totalmente.

—Te lo dije.

La casa de campo de los Freedman era de segundo piso, rústica, exclusiva y groseramente grande. Apenas entramos me deleité con la elegancia y pomposidad que emitía. Las paredes eran blancas y el techo poseía vigas de madera. El enorme ventanal que daba paso hacia el modesto patio donde estábamos hace un rato, iluminaba aún más la casa tapada por un manto nocturno y estrellado. Podía ser muy linda, pero no se sentía para nada acogedora. Es más, había unas cuantas cabezas de venados y una que otra ave disecada en una repisa.

Quedé mirando durante unos segundos la cabeza de un jabalí como trofeo. Arrugué la nariz. 

Subimos por la escalera hasta llegar a la habitación de Chris. De inmediato se colocó de rodillas, miró bajo su cama y sacó una bolsa de tela que reproducía un sonido de botellas de vidrios chocando.

—Ya está —concluyó desplazándose hacia la ventana de su habitación para pasar hacia el otro lado, es decir, hacia el tejado—. ¿Vienes?

—¿Hacia... dónde?

—No sé, a alejarnos un rato del mundo.

Vale que esa idea me gustaba. ¿Quién se podía resistir a alejarse de todo? 

Coloqué mis piernas en el marco de la ventana y me impulsé hacia el otro lado sujetada de la suave mano de Chris que me ayudó a bajarme. Segundos después, nos sentamos bajo la noche estrellada, de manera que observábamos desde arriba a toda la gente con nuestras rodillas casi pegadas a nuestro torso. Ah, también bebimos cerveza. 

—¿Vienes hasta acá muy seguido? —inquirí observando a la luna—. Es... tranquilizador.

Chris suspiró mirando hacia el horizonte. Sus ojos tristes siempre me dieron la impresión de que era un muchacho que ocultaba un gran dolor. De cierta forma, siempre lo comprendí; no hacía falta hablar de nada para entenderlo. Era algo extraño, tal vez era porque yo también guardaba mucha tristeza. 

—Siempre solía venir hasta acá cuando mis padres discutían..., cuando me sentía ahogado... —Bebió de su cerveza y después continuó—. Digamos que es mi zona de...

—Confort —completé—. Es tu zona de confort. Lo entiendo, yo igual tengo una.

Él volteó su rostro hacia mí con interés.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

—El cementerio.

Apenas esas palabras salieron de mi boca, Chris reprimió una risita floja y un poco impresionada. 

—A ver, cuéntame más de eso.

—Me siento en la tumba de mi padre, miro el paisaje durante un buen rato y hasta converso con él. Tengo un diario donde le cuento todo lo que hago y cuando termino, lo dejo ahí. Quizá me veo ridícula —comenté mientras esbozaba una sonrisa un tanto melancólica—, pero es lo único que tengo.

—Lo siento mucho, en serio —se lamentó—. Joder, a veces pienso que la vida nos trata mal y se divierte por aquello. 

—Supongo que de eso se trata... Es como el karma —reflexioné—. Esperas con ansias a que el castigo alcance a las personas que te dañaron... y a veces nunca llega.

—¿Sabes? Creo que llega en su momento. 

¿Y después de mi muerte existió el karma... o solo fue casualidad?

Hubo silencio después de eso, un silencio nada incómodo. Nosotros, a diferencia del resto, permanecimos serenos, reflexivos... Y quizá un poquito alcoholizados.

Pues para qué mentir. 

Y en ese momento fue cuando sentí a Chris como un espejo. Quizá no entiendas a qué me refiero todavía, pero era así como percibí mi relación con él, como si fuéramos la misma persona autodestructiva. Pero vamos, que a medida que pasa el transcurso de esta historia los espejos pueden trazarse como lo haría un corazón roto. Crash...

—Tu padre no ha sido bueno contigo, ¿verdad? —pregunté estirando las piernas.

Negó con la cabeza y bebió. Sus labios quedaron húmedos y apesadumbrados. La manzana de su cuello ondeó con cierta melancolía.

—Cuando murió Kai todo se volvió más difícil aún y... prácticamente se olvidaron de mí.

—¿Kai?

Apenas mencioné ese nombre, se dio un buen trago.

—Nuestro hermanito. Tenía ocho años cuando murió.

—Joder... Lo lamento mucho.

—Me odian por eso. 

—¿Por qué te odiarían a ti? ¿John también te odia? 

Tenía la vaga impresión de que se le formó una especie de nudo en la garganta, y que su respiración se había entrecortado. Por un momento me cuestioné sus palabras. ¿Por qué John lo odiaría por eso?

—John siempre fue el favorito, el de las notas perfectas, el niño genio..., pero, ¿sabes? Siempre fue alguien completamente descontrolado, impulsivo, irrespetuoso, y aun así lograba acaparar la piedad de papá. ¿Tienes idea de todo lo que me esforcé yo para agradarles siquiera un poco?

Lo observé sin saber qué decir. A simple vista se notaba sereno con ese semblante resignado y filosófico. Sus ojos esmeralda miraban hacia un punto fijo y su cabellera fosca se desordenaba de manera lateral con la ligera brisa de viento.

Me miró.

—Joder, lo siento... Solo quería... Solo quería hablar de esto con alguien.

—No, claro, te entiendo. Yo también lo viví —confesé—. Mi madrastra quería enviarme a un hogar de menores y separarme de Marcos. Pese a que está muerta, la sigo odiando.

—¿Sabes? creo que me alegra compartir el odio que le tengo a la gente contigo. Que se pudra tu madrastra.

—¡Qué se pudra! —vociferé alzando mis brazos al techo con una amplia y frustrada sonrisa—. ¡Y tu padre también! —reí para que él riera—. ¡Que se jodan todos!

Él sonreía, fascinado. Su entrecejo se juntó un poco; casi como una mueca de curiosidad.

—Eres tan... 

De pronto su teléfono suena y él lo saca de manera rápida del bolsillo de su pantalón. Apenas miró la pantalla, gruñó un: «fuck» con su atractivo acento scouse de la zona.

—¿Todo bien? —pregunté.

Titubeó unos segundos despeinando su cabello en un gesto nervioso.

—¿Quieres que te diga la buena o la mala noticia?

—La buena, supongo.

—Van a matarnos.

—¿Qué? ¡Y cuál es la mala!

—Que será de una muy mala forma.

—¡EXPLICAME!

—No te quiero involucrar en est...

—¡DÍMELO! —alcé la voz entrando en pánico.

—¡Shh! —articuló. Se tomó una pausa para dejar su cerveza de lado y acercarse un poco para explicarme—: Bueno, no a ti, a nosotros: yo, Alex, John. —Tragó saliva—. Deni es un vendedor de drogas al cual le debemos dinero. Quedamos en que él nos haría un préstamo para comprar instrumentos, pero no tenemos cómo devolverle el favor.

—Pero, ¡¿qué piensas hacer?! 

—Mi padre tiene una colección de armas de muy buena categoría. Estaba pensando en que si le quitamos algunas podríamos venderlas y así pagar la deuda.

—¿Qué? ¿Y cómo robarás las armas?

—Patrick tiene la llave en la oficina y el armamento en el subterráneo. Trataré de entrar hasta ahí sin que se dé cuenta.

—Olvídalo. Tú ve a distraer a tu padre y yo voy a la oficina —asentí con seguridad—. Nadie se dará cuenta que yo iré a robarlas.

—¡Estás loca!

—Es la única manera. Tu padre no va a sospechar —dije en un tono firme.

—Callie, no te voy a involucrar en esto.

—Tampoco es como dar un examen de álgebra, Chris. Saco las llaves y ya. —Me encogí de hombros.

—Pero...

—¡Van a asesinarlos! —Me coloqué de pie y sacudí mi ropa que tenía un poco de aserrín. Al ver que Chris se quedó sentado mirándome con esos increíbles y dudosos ojos verdes, le pregunté—: ¿Vienes o esperarás a que te maten?

(**)

Después de exhalar y darme cuenta de que ya estaba cometiendo otra estupidez, me desplacé hacia la oficina de Patrick con cautela mientras que el pelinegro lo distraía. 

El pasillo poseía un alfombrado rojo, estrecho. Sus paredes eran de un tipo de madera brillante que poseía fulgurantes cuadros con fotos de gente de alta clase. Me moví hacia la puerta cuya manija era de oro y la abrí, despacio; caminando casi con las puntas de mis pies y cerrando la entrada con mi espalda. Cerré fuertemente los ojos al percatarme de que sonó más fuerte de lo que esperé y que las tablas sueltas rechinaron un poco.

Entonces, alguien carraspeó su garganta.

—No te molestes  —comentó el hermano número uno con los pies arriba del escritorio de su padre—. ¿Buscas esto? 

El muchacho me mostró las llaves teniendo su vista pegada en lo que era, al parecer, un álbum de fotos. 

John no vestía de terno. Es más, se lucía con una remera completamente negra, unos audífonos que colgaban de su cuello y una cadenita con una cruz.

—¿Cómo es qué...?

—Cierra la puerta con llave —ordenó, pero vacilé unos segundos—. Antes que te vean, Callie, cierra la puerta. 

—Yo me confundí. Quería ir al baño y...

—¿Sabes que hay una cosa peor que alguien necio? Alguien necio y además embustero —explicó con calma.

Pero es que aparecía en todos lados. 

—Amo tus cumplidos, pero ahora debo irme.

—No, espera... —dijo bajando los pies y colocando sus codos sobre la mesa. Se inclinó hacia adelante con cierta curiosidad—. ¿Querían las armas para sacar dinero?

Él sonrió, presumido.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—No lo adivino todo, Caliope, también me llamaron a mí. 

John se puso de pie, cerró el álbum y lo puso sobre la mesa. Lo que pasó después fue que afirmó su espalda contra la puerta y se guardó las manos atrás.

Contrario a lo que yo pensé, solo se encogió de hombros.

—Yo solo quiero las llaves porque ustedes deben dinero a gente peligrosa. Chris solo está intentando que no los maten —dije.

—Robar armas y venderlas no es muy inteligente. 

—¡Vienen ahora! 

Su expresión cambió ligeramente. Supuse que estaba algo contrariado por la discrepancia que teníamos en aquel instante. 

—¿Quieres las llaves? Pues no las tendrás.

—¿Te preocupa que me pase algo?

—Me preocupo por la banda, no por ti.

Antes de que pudiera decirle algo, alguien tocó la puerta.

Algo grave había pasado.

... Y elemental mi querido Watson, lo que había acontecido era que yo misma esa noche tomé el arma que tiempo después me mataría.

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