Capítulo 2

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¿Quién sería lo suficientemente capaz e inteligente como para  manipular a un asesino?

Esa noche tuve miedo porque John Freedman siempre se salía con la suya.

Todo se resume en que el productor de discos me dijo que no. Un rotundo y frio "no eres lo suficiente". Mía me miró con un rostro de lástima, pero lógicamente yo no iba a quedarme de brazos cruzados, no cuando vives en el barrio más peligroso de la cuidad y deseas a gritos salir de ahí.

Vi a dos muchachos sentados en el bar junto a un montón de chicas guapas. Uno era moreno, increíblemente alto y algo robusto. El segundo, era todo lo contrario: pálido, estatura media, esbelto y de cabellera azul. Ambos vestían de cuero, como buenos rockstars. Los escruté con atención, ya que las chicas querían a toda costa una foto con ellos. Y como yo era un mosquito que quería molestar a todo el mundo, me convenía acercarme a ellos.

Resumen rápido y preciso:

BulletFord: compuestos principalmente por Derek, vocalista y bajista; férreo por naturaleza. —No te querrás meter con Derek—. Y luego estaba Oliver, guitarrista principal, comandante de la inseguridad y la astenia. —Este era más fácil de llevar—.

—¿Qué serían capaces de hacerme los hermanos si canto con la banda rival? Digo, hoy la otra banda no puede tocar...

—No lo sé, la otra vez hubo un incendio.

—¿Un incendio? Vaya, qué casual. —Después rebobiné esas palabras y medí la magnitud de aquello—. ¡¿Un incendio?!

—Tranquila, solo necesitas demostrarle a Franco que no eres un objeto y que no necesitas un escote para hacerte notar. Te he escuchado cantar, Callie, y eres asombrosa.

La miré con el entrecejo fruncido. La conocía bastante bien para saber que no lo decía taaan en serio.

—Bueno, también es la oportunidad que tenemos para mezclarnos con gente con mejor situación...

Mía era así. Padres divorciados, madre adicta a las metanfetaminas y un hermano muerto por sobredosis. Para ella lo más importante era el dinero. Pero tampoco hacía nada para conseguirlo. Era alérgica al trabajo.

—Pero, ¿qué hago? —pregunté.

—Me acercaré a ellos como una fanática más. Mira, la suerte está de tu lado. Su vocalista, Meredith, se fue hace un tiempo. ¡Debes aprovechar! Tú solo llega cuando te llame y ya.

Entonces Mía —con elegancia y bastante empoderamiento— se dirigió hasta allá. Se posicionó al lado de Oliver y se dio el tiempo de mirar para atrás y guiñarme el ojo sin ningún atisbo de disimulo.

Yo daba apoyo moral desde un rincón solitario, con una enorme sonrisa en el rostro y el dedo pulgar elevado, manteniendo la fe intacta.

¿La verdad? Yo no estaba tan sola. Siempre había alguien mirándome.

No se ilusionen, era el guardia.

Directo hacia mí.

Listo para jalarme del cabello y darme una patada en el culo para botarme de lugar.

Por inercia, comencé a retroceder. Estaba lista para pasar por entremedio de toda la gente para evitarlo, sin embargo, alguien se interpuso para salvarme el trasero.

Esa persona era Chris.

—Escapemos juntos. Debemos hacerlo.

—No, no...

—¡Callie, ya!

Fue un momento repentino. Él no volteó para mirarme ni tampoco daba indicios de querer ayudarme. Solo atrajo la atención del guardia y este se marchó por otro camino después de que el pelinegro le pasara algo que no logré ver.

Me ensimismé tanto que no me percaté de que Mía estaba fingiendo tos porque no atendí el llamado.

Uy, voy, voy.

—Ella es Callie Morgan —me presentó disparándome una mirada asesina—. No porque sea su representante comenzaré a alagarla, eso me quitaría mucho tiempo. Lo único que diré es que deben darle una oportunidad y claro, no se preocupen por el tema de los costos y eso. Yo lo manejo.

Derek me repasó con su ojos grises y encapuchados; fue una mirada rápida y maliciosa, de pies a cabeza, de cabeza a pies. De esas miradas en las que sabes que su intención no era la más pura ni santa.

—¡Nos hacía falta una vocalista! —exclamó Oliver—. Meredith, nuestra antigua vocalista, se fue... ¡Deberíamos recibirla! ¿Qué dices? —Codeó a Derek con entusiasmo.

—Me encantaría estar en su banda. Tengo toooodos sus discos y me sé sus canciones de memoria (...) Realmente soy su fan. Son magníficos. Ese último disco... "Wow" Una maravilla. Apenas escuché la primera canción me dije a mí misma: ¿serán de otro planeta?

—Pero aún no hemos sacado ningún disco... —respondió Oliver, ingenuo.

Tirarme un pedo resultaba menos humillante.

—Mi amiga solo está jugando —me apoyó Mía—. Es optimista... Ya se proyectó a que sacarán discos a futuro, ¿ven? Es... increíble. Visionaría.

—Pero... ¿Cómo nos demostrarás que eres realmente buena? —preguntó Derek con una sonrisilla desvergonzada.

En mi fuero interno, permanecí serena. En ese entonces, él daba a entender que era un potencial acosador incorregible. Un peligro a la vista.

—Súbanse al escenario conmigo, tocan algún cover y yo canto. No los defraudaré.

Tic, tac tic, tac...

—¿Sabes? Creo que te tengo fe. —Derek bebió de su cerveza y después lanzó un eructo involuntario—. Hay que darles unos merecidos a estos idiotas.

—¡NOO! —gritó Oliver—. ¡No! Hoy le tocaba a los Freedman. ¡Si subimos al escenario nos matarán! ¿Ya olvidaste que me amarraron en un poste de luz y me dejaron ahí toda la noche?

Eso me dio risa. Traté de improvisar.

—Oliver, ahí está Valerio —apuntó hacia un sujeto que conversaba al otro extremo—, dueño de una disquera. Si tocamos, quizá nos firmen un contrato, así que mueve tu culo y deja de actuar como una puta gallina. Los Freedman me dan igual.

—¿Y el pago? —pregunté. Era lo principal.

—Yo iré a hablar con el dueño del bar. No te preocupes. Unas bolsas de cocaína y ya está.

Mi mirada recayó en él con gravedad.

El chico temblaba de miedo, pero al parecer, la palabra de Derek era mucho más valiosa. Por lo tanto, después de que se paró decididamente para ir a hablar con el dueño, subimos al escenario Al rato ya estaba cantando Queens Of Noise de The Runaways. Mi canción favorita. 

El relumbre de las luces se colaba por todo el recinto y la fiesta se mantenía en una impresionante armonía.  La gente comenzaba a aglutinarse con entusiasmo, como si me quisieran conocer. Había logrado acaparar la atención, era un hecho; y eso para los hermanitos V.I.P era muy malo... Lograr más atención que ellos resultaba casi humillante. Era equivalente a una guerra que podía terminar en... la muerte.

Me gustaba cantar en casa, solo ahí. Podía estar horas tatareando una que otra melodía de The Runaways con los auriculares que le robé a una señora. Sin embargo, sufría de pánico escénico. Así que he de confesar que minutos antes de salir al escenario a cantar, le pedí al del bar un buen trago y me lo tomé en un par de segundos.

Miré hacia el otro extremo donde estaba la sala V.I.P. Chris Freedman salió a mirarme. Estaba de manos en bolsillos observando todo con un rostro neutro, un rostro que no podía leer y que me resultaba increíblemente intrigante. Tenía una especie de mohín de afirmación que también se podía interpretar como un: «Ah, estás jugando con nosotros, bien, sigue así y ya verás».

También era eso junto a que, Javiera, la rubia, parecía estar indignada dándole ciertos sermones que Chris casi ignoraba. Alex, por otro lado, lucía asustado. Buscaba a alguien con preocupación.

De pronto ¡pach! se desconectaron los cables de nuestros amplificadores y el juego de luces cesó.

—¡Espera!

—¿Por qué debería hacerlo?

—¡Déjame explicarte! ¡Espera, por favor!

Hubo un silencio fúnebre, un silencio que, de cierta manera, me dio pavor. Miré para todos lados para tratar de comprender qué había sucedido; pero, demonios, nunca entendía nada.

Lo que logré caer en cuenta fue que John cortó la luz tras bambalinas. Y eso fue suficiente para que los seguidores de las bandas rivales comenzaran a adoptar una posición en la cual... Oh, Dios...

Ay, no, ay, no, ¡¡ay, no!!

Me dieron ganas de orinar.

—¡Pelea, pelea, pelea!

Me encontraba arriba del escenario tratando de enfocar la vista, tratando de entender cómo en un par de segundos todo se volvió patas arriba. Cubrí mi rostro involuntariamente porque mis ojos aceitunados apreciaban que un montón de objetos volaban por los aires. Y es que cualquier persona normal se hubiera ido, incluso Mía comenzó a correr sin esperarme...

Gracias, gracias... Igual te quiero.

Oliver se sacó la guitarra del cuerpo y me dijo:

—Ok, te aconsejo correr.

Y se fue en tres patadas.

Mi mirada de desconcierto resultaba ser fantasmal.

—Oliver es una puta gallina —dijo Derek delante de mí, mirándome por encima de su hombro—. Si quieres estar en la banda deberías defender nuestro honor. Al menos Meredith lo hubiera hecho así.

Saltó del escenario y se fue hacia donde estaba Alex. Este necesitó unos minutos para procesar que le iban a golpear, pero alcanzó a correr a tiempo como un pequeño asustado.

Bien, la rudeza perseguía a Alex, pero él era como un cachorrito que corría más rápido.

Pestañeé.

Para mi horror, Freedman había hecho otra cosa: llamó a la policía. La desesperación de las personas que cargaban ciertas sustancias ilícitas se hizo notar. Entonces, como todo el lugar abarcaba un grupo de anarquistas sin reglas, las sillas comenzaron a volar; la muchedumbre trató de arrancar a la vez que los otros se mataban a golpes... ¡Zas! Nacieron gritos desesperados, sirenas, vidrios trizados, estruendos de disparos, mujeres con pánico, incluso bombas de dispersión que me secaron la garganta.

Aprecié todo desde el escenario, viendo como claramente no me iban a pagar. Viendo todo lo que eran capaces de hacer esos chicos si yo me interponía. Viendo... viendo que, si ese dinero..., estaría acabada.

Y lo peor de eso que es que no le debía a nadie más que a mí misma.

(**)

No tardé en bajarme de mala gana del escenario cuando la mayoría había salido arrancando. Quedaba poca gente, un par de chicas intentando llamar a sus padres. Tomé una botella de Jack Daniels y me guardé un puñado de maní en los bolsillos de mi chaqueta. Me dio igual aquellas miradas desdeñosas, me encogí de hombros.

Cuando salí a recibir el aire nocturno me di cuenta de que no tenía donde ir. Era tarde, mi casa estaba lejos y no quería morir asesinada. Así que divisé el entorno y subí por las escaleras de incendio hasta el techo del desagradable bar. Al fin y al cabo no era el peor lugar para pasar la noche. Cuando creces en un ambiente como el mío aprendes a sobrevivir de alguna u otra manera.

Al rato, y un poco ebria, estaba tarareando canciones en contra de John Freedman mientras creía que el borde del tejado era una cuerda floja.

Y hablando de él y de su aclamada banda, los vi caminar por la cuadra. Alex, John, Chris y Javiera. Estaban por subirse al Mercedes Benz de franco.

Me puse a escucharlos:

—Creo que esta vez te pasaste, John —dijo Alex. Tiritaba de frío.

—Se lo merecían. —John se encogió de hombros—. Alguien debía mostrarle las reglas a... ¿Cómo me dijiste que se llamaba? ¿Caliope?

Me ofendí, de manera que le lancé un maní que le llegó justo a la cabeza. Como acto reflejo, se tocó la cabellera un poco confundido.

—Se llama Callie —le hizo saber Alex.

—Bueno, la tal Callie canta bien... O tal vez mas que bien según yo —se pronunció Chris y abrió la puerta del auto. Dejó pasar primero a Javiera y luego se subió él.

Oh, gracias por eso.

—No es verdad. No canta bien —dijo John.

Le volví a lanzar otro maní, furiosa. Era japonés, así que eran de esos bastante grandes.

En el momento en el que alzó la vista y vio que era yo quien estaba haciendo eso, cambió el entrecejo confuso por un rostro de: «ah, tú», y luego esbozó una sonrisita tranquila, una sonrisita en la cual se le formó un hoyuelo bonito, pero lleno de intriga para mí.

Me senté en el borde.

—Yo los alcanzo después —le dijo al grupo cuando se estaban subiendo y cerró la puerta. De inmediato el auto se puso a andar y él me miró hacia arriba, como siempre, analizando todo de una manera astuta..., y tal vez cizañera.

—Me arruinaste el show —dije mientras me terminaba el maní.

Mis pies estaban flotando en el aire.

John expresó un suspiro dramático y se llevó la mano al pecho. Era un actor de primera, un actor satírico; probablemente.

—Sé que a veces me comporto de esa manera, en serio no puedo controlarlo... Es un martirio. Pido mil disculpas a la señorita por mi actitud.

Hundí las cejas, pero cuando comprendí que estaba siendo sarcástico, él simplemente me regaló una sonrisa satisfactoria.

—Necesitaba el dinero, por si no lo sabías. No tenías para qué montar todo ese espectáculo para sacarme del escenario... ¿Y es que acaso siempre eres así de loco como para hacer eso?

—¡Claro que no soy así de loco! Soy peor.

—O tal vez solo temblaste al ver que estaba llamando más atención que tú.

Advertí que iba a chasquear la lengua.

—¿Llevas un día tocando en una banda de mierda y ya crees que puedes hacer lo que se te antoje? Nos vamos turnando, Caliope o como te llames. Hoy no les tocaba tocar a ustedes. Es un código.

—No me llamo Caliope.

—Me da igual.

—No es justo lo que hacen. No son los reyes del lugar...

Él soltó una risita llena de ironía. Incluso torció un poco sus labios de manera juguetona.

John era bastante atractivo, era un hecho.

—No sé si somos los reyes del lugar, pero tenemos poder aquí. ¿Y tú? ¿Siquiera te tomas en serio esto como nosotros?

—Sí me lo tomo en serio.

—Lo dudo.

John continuó mirándome hacia arriba, analizándome.

—Qué sabes tú —repliqué—. Ni siquiera me conoces.

—Y tampoco es que quiera conocerte. —Se encogió de hombros.

Por su tono de voz, supuse que en él abundaba la confianza. Su rostro me decía que estaba intrigado y que parece que se divertía con aquello. Cualquier expresión proveniente de él me colocaba un poco nerviosa, y no solo por ser un muchacho que tenía el poder de hechizar a cualquiera, sino porque era muy listo.

Tras mirarlo un par de segundos, él despeinó su cabello empapado con las mangas de su sudadera roja y un escalofrío ¿tierno? Salió de él.

Fruncí el ceño.

—Necesito el dinero. Quiero volver a tocar. Necesito que nos dejes tocar en los próximos días para que llegue más gente y así nos paguen comisión.

Lo que le exigí en un tono tajante era para que claramente me dijera que no, pero por si acaso.

Esta vez se puso de manos en carteras.

—Eso no va a pasar. Ni siquiera lo pienses.

Me dieron ganas de sacarme los pelos de un apretón. Ni siquiera lo conocía y ya me estaba cayendo como la vecina que dijo que me había robado su gallina.

O sea, sí me la robé, pero no era para contárselo a todo el mundo.

El silencio se prolongó cuando supe que no había solución teniendo a ese chico en mi contra, por lo que me puse de pie, casi en el borde, pero trastabille.

Uy.

Avancé, sin embargo, me sentía como en una cuerda floja. Parte del techo estaba muy inclinado hacia arriba.

—Escucha, no quiero ser testigo de tus ideas suicidas, ¿vale? Bájate de ahí.

—No me bajaré.

Volví a tropezar y casi caigo para atrás. John se estaba cabreando.

—Joder. ¿Quieres bajar de ahí de una puta vez?

Pestañeé para enfocar mejor, pero opté por maldecir y, finalmente, sentarme.

—Tú no me vas a decir qué tengo que hacer. Así que ni intentes sacarme de la banda de Derek.

—¿Sabes? Si quieres tanto el dinero entonces dedícate a algo en lo que sí tengas talento y ya está. Todos felices.

Cuando reparó mi mirada hondamente sorprendida, claro, por supuesto que le causó gracia.

—Espera, hagamos algo —propuso, y para mi sorpresa, sacó su billetera de la parte trasera de su pantalón. Lo observé con duda, atenta—: Cuanto quieres.

—¿Es en serio? ¿Crees que voy a aceptar tu dinero?

Bueno, si insistes.

Callie, no, ahora. Con el orgullo hasta el cielo, vamos.

—Tú me darás dinero a cambio que no siga en la banda. ¿Me temes, entonces? —le regalé una sonrisita orgullosa.

—Sí, demasiado. Estoy temblando por dentro. Creo que esta noche tendré pesadillas.

Rodé los ojos.

—¿Y si mejor me unes a tu banda?

—Claro que no. No soy idiota. —Guardó su billetera—. No nos conviene tenerte.

Me quedé callada respecto a eso. Me imaginé las causas.

—Entonces seguiré en lo mío —dije.

Él se remojó los labios e hizo una mueca de conformidad.

—Suerte con eso entonces.

Y fue él el que se marchó finalmente.

(**)

Faltaba unos minutos para las dos de la madrugada y decidí esperar en el paradero alguna linea de autobús que me llevara hacia Penny Lane. Era peligroso si no iba nadie, pero me sentía fatal y quería llegar a acostarme a mi cama.

Sin embargo, y antes de que pasara un autobús, un auto negro, elegante y misterioso aparcó frente a mí.

Cuando bajó el vidrio, el chofer me dijo:

—¿Callie Morgan?

No respondí. Me hice la desentendida.

—Soy el chofer de John Freedman. Me ha pedido que la lleve a casa.



Nota de Lía:

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