Capítulo 6

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EL AMA DE LLAVES DE CALLIE MIENTE.

¿CHRIS FREEDMAN TAMBIÉN?

Gastrell se desplazaba por la sala de interrogatorio con elegancia mientras acomodaba su reloj de oro en su muñeca. Gómez con su carácter férreo, analizaba a la anciana frente a frente. Yo solo observaba desde un rincón y tomaba nota.

Atisbé la expresión de la señora Laudrie Durán. Tenía una mirada confidencial, pero a la vez culposa. Su semblante lúgubre hacía muecas exhaustas y tristes. Reconocí esas expresiones, pero, a decir verdad, no le encontré nada fuera de lo común. Callie era una cantante famosa; y si la anciana estaba implicada en aquel crimen, sería una condena bastante contundente. Cualquiera estaría así de asustado.

Pero, ¿qué tiene que ver una abuela de 70 años con el asesinato de una cantante famosa? ¿Se beneficiaba con algo?

—Las cámaras de seguridad se desactivaron a las 3:15 am y los vecinos sintieron un estruendo a las 3:30 de la madrugada. ¿Por qué no reportó nada, señorita Laudrie?

—Yo no sentí el sonido de bala —negó algo temblorosa mientras sacaba algo de su cartera—. Estos son mis medicamentos para dormir y cuando los tomo me quedo dormida y no suelo escuchar ningún ruido, joven.

Sacó de su pequeño bolso dos especies de somníferos y también un hipoglicemiante y un antibiótico.

Eso me llamó la atención... ¿Un antibiótico?

—¿Por qué el antibiótico, señorita Laudrie? 

—Siempre traigo ciertos fármacos en mi bolso. 

Lo anoté. 

—Y cuénteme: ¿cómo se dio cuenta entonces de que Callie estaba muerta? ¿Cree que le voy a creer su cuento de que no sintió un estruendo de bala dentro de la misma casa?

—Mi habitación está en el primer piso, señor. Cuando me levanté para ir al baño recibí una llamada de un vecino preguntándome por el fuerte sonido. Entonces fui de inmediato donde Callie y vi que la luz estaba prendida. Le pregunté si se encontraba bien, pero no respondió. Pensé que estaba dormida, pero jamás lo hace con la luz encendida. Se le hace imposible; entonces entré con las llaves de emergencia y vi su cuerpo y... ¡fue tan horrible! Aún sigo... absorta. 

—Dígame algo señorita Laudrie: ¿Hace cuanto conoce a Callie Morgan? —preguntó Gómez.

—¡De toda la vida! Yo era su vecina cuando vivíamos allá en la 54. Cuando ella se compró esta casa, me trajo a mí y me dio el empleo para hacer el trabajo doméstico. Dígame usted: ¿Por qué la querría matar si ella me daba muy buen sueldo? Gracias a ella mi situación económica mejoró. 

Pero había otro detalle que nadie se había percatado aún. Un detalle que delataba que la señora Laudrie mentía a la hora de contar su historia. Una inconsistencia que podía costarle caro. 

Fue ahí donde todo se quedó en silencio. La mirada preocupada de Laudrie era inminente, sus manos gelatinosas expresaban un pavor absoluto mientras que Gastrell, por el contrario, mantenía una posición autoritaria y satisfactoria. Como si el cazador había atrapado a su presa. Solo que este no era un cazador de taparrabos y flechas, si no que un ilustre detective que vestía de ternos carísimos y gozaba de un talento absoluto. La gracia fue que ese silencio hizo saber que todos nos habíamos dado cuenta.

—Señorita Durán ¿Cómo fue que vio luz en la habitación de Callie si la puerta cerrada no deja ver ni siquiera una pizca de destellos de luz?

Ella agachó su cabeza. Bingo.

Se me había ocurrido la idea de que la anciana dejó entrar a la persona que mató a Callie. Si hubiera sido alguien más manipulador o menos expresivo, se esforzaría al menos en engañarnos, pero ella solo se resignó a que ya la habíamos descubierto.

Claramente fue algo muy bien planificado.

Observé su expresión con una mirada dudosa, pero ante el exceso de presión y la inexistencia de excusas, ella solo se limitó a encogerse de hombros.

—No hablaré sin un abogado.

Resoplamos.

Las luces se prendieron y uno de los guardias decidió sacar a la abuela de cabello nieve del lugar. Si hubiera tenido el privilegio de hacer una comparación con la Sra. Muriel de coraje lo hubiera hecho a gusto.

Para mi perdición, el silencio entre Gastrell y Gómez se acentuaba. Apenas podía mirar la incomodidad entre ambos sin estar titubeando con la punta del lápiz y con la mirada clavada en mis apuntes inentendibles. Víctor Hugo una vez dijo: no hables al menos que puedas mejorar el silencio. Si eso se aplicaba a ambos, estoy segura de que algún rollo sentimental había.

Pero ese no es punto. Claramente estoy chismorreando.

—Bien, iré a investigar el perfil de la Sra. Laudrie —se dignó a decir Gómez, haciéndome levantar la cabeza hacia ellos y mentalmente agradecerle por romper ese silencio catastrófico.

Él solo hizo un mohín de asentimiento mientras la miraba de pies a cabeza hasta que se iba.

Después simplemente se volvió a enfocar en mí.

—¿Ves porque me tomo el privilegio de confiar en ti? Buen trabajo, detective Rymer.

—Se lo agradezco mucho, señor.

—Bien, ahora será tu turno. Suerte con el muchacho que viene ahora.

—¿Es una broma? —solté, pero al ver su leve hendidura del entrecejo quise retractarme—. Digo...Bueno, yo no creo estar lista para esto... ¡Soy solo una practicante!

—¿Te da miedo entrevistar a posibles asesinos atractivos?

Bufé, nerviosa. Resulta que al final del día los practicantes se llevaban el trabajo más difícil. Ni mil duchas con agua caliente y esencias de flores de Bach podían quitarme el estrés de entrevistar a los Freedman.

—Bien, lo haré —suspiré—. ¿A quién me toca entrevistar?

—Al bajista. 

Me mentalicé que debía entrevistar primero a Chris Freedman. Dios..., con qué cara iba a entrevistar a un sujeto cuyo rostro lo tenía en la pared de mi casa...

La puerta se abrió y el chico se aproximó con lentitud, de manera ralentizada para mi perspectiva e imaginación ansiosa. Tenía su cabellera fosca y despeinada; unos ojos verdes un tanto inflamados y su pómulo izquierdo con un hematoma. ¿Tal vez fue un golpe? 

Con pasos imperiosos entró a la sala. Se dejó caer en la silla y afirmó su espalda en el respaldo. Segundos después, hicimos contacto visual. 

Se me trabó la lengua.

Gastrell me dio un pequeño empujoncito en mi espalda para que hablara.

Carraspeé la garganta y él me regaló una sonrisa torcida; floja, pero presumida.

El relato de Chris Freedman:

—Joder..., por tu rostro parece que has visto a un fantasma... —supuso— ¿Luzco fatal?

—No, tú no luces... Yo, bueno... —titubeé y me volvía acomodar en la silla, carraspeando mi garganta— ¿Cuándo fue la última vez que viste a Callie Morgan?

—Anoche. En la fiesta del QueenRoll.

—Necesito una hora exacta, Chris —interrumpió, para mi suerte, Gastrell, paseándose por todo el lugar con el rostro pensativo.

— Y yo qué sé... —regañó mirándome directamente a los ojos. Después de todas maneras aportó—: A la una de la madrugada, quizá...

—Bien y cuéntame: ¿Notaste algo raro?

—Nop.

—Tengo entendido que ustedes eran novios, ¿no? —apuró Gastrell.

—¿Acaso eso importa?

—Claro que sí. Los crímenes muchas veces son de origen pasional...

—¿Para qué quieres saber tantos detalles? —esbozó una sonrisa maliciosa, como diciendo: "sé lo nerviosa que estás y también sé que eres una practicante ¿Apostamos a que no me intimidas?"

Miré al detective Gastrell hacia arriba con ojos de piedad, parecidos a los de un perrito mojado, rogando a que me echara una mano.

—¿Bebieron?, ¿usaron drogas? —preguntó él, apoyando a mi indefensa criatura.

—¿En una fiesta? Dios, no —ironizó—. Solo había zumo de naranja.

Gastrell lo miró con mala cara. Chris de inmediato le sonrió, divertido.

—¿Quién la acompañó hacia su casa?

—Yo la acompañe, pero Callie tenía muy mal genio, discutimos y me rogó que quería bajar del auto. La dejé a tres cuadras de su casa, en la calle Roma.

—¿A qué hora se bajó del auto?

—A las tres. Lo sé porque unos idiotas a esa hora me golpearon —dijo levantando su remera y mostrando una pequeña herida cortopunzante en su costilla derecha—. ¿Ven? Pueden chequear en las cámaras que daban para la calle Roma si gustan.

Aparte de esa herida tenía un abdomen de lavadero. Omaigash.

—No me respondiste. ¿Estaban bajo los efectos de las drogas?

—Sí, usamos y por eso discutimos. Ella estaba en una especie de... abstinencia; cuando te viene la culpa y dices que has hecho todo mal y tienes horribles ideas suicidas y después...

—Espera... Por lo que sabemos, Callie estuvo alrededor de un año en rehabilitación. ¿La volviste a inducir en las drogas? 

Vigilé aquella expresión. Su semblante bromista solo había sido una máscara, un velo. En el momento en el cual hice esa pregunta, no pudo seguir fingiendo. 

—Le diré algo: yo no soy un modelo a seguir, ni tampoco podía controlar todas sus acciones. No fue mi culpa.

No lo sabía. Chris era la clase de sujeto que resultaba ser indiferente. Quizá se hubiera inventado deliberadamente esa excusa del golpe para pasar por desapercibido mientras participaba en la tragedia, pero cada vez que se hacía alusión a esta, resultaba que se apenaba como cachorro perdido. Verdad o no, no me dejaba de resultar un potencial culpable.

—¿Sabes lo que pienso, Chris? —interrumpió Gastrell inclinándose hacia la mesa—. Que tú sentiste celos de tu hermano. La amabas y eso te dañaba. Pienso que después de que te apuñalaron, alcanzaste a Callie y la mataste en un plazo de diez minutos.

—Yo la quería ¿vale? la quería. Jamás le hubiera hecho algo así.

Su voz no sonaba sincera, más bien nerviosa, como si tuviera miedo al decir que realmente sentía algo por ella. ¿Qué razones tenía para matarla?

—Quiero hacerte otra pregunta. 

—No responderé nada más sin un abogado. 

Lamentable aquello. Tuvimos que acceder a su petición y citarlo para otro día. 

Resoplé y pensé en lo inusual que pudo haber sido esa escena del crimen. Si Chris fue impulsivo y no pensó las consecuencias... ¿Cómo es que le dio tiempo en convencer a el ama de llaves y a el guardia para planificar todo? ¡Solo tenía media hora!

Decidí que debía darme un descanso. Una copa de helado no le hacía mal a nadie para pensar mejor.


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