Capítulo 7

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UNA PERSONA QUE SABE COSAS SIEMPRE ARRASTRA A OTRAS.

EN FILOSOFÍA LO LLAMAN: EL MEDIO PARA UN FIN.

El MEDIO LLEGÓ A LA FIESTA, EL FIN RESULTÓ EN MUERTE.

—Levántate de la cama, ahora.

—Déjame en paz, Marcos. —Me quejé y me cubrí la cabeza con la almohada, harta. 

—¿Sabes que dirigirte la palabra está sobrevalorado?

—¡Déjame dormir, joder!

—No puedo, hay malas noticias, noticias horribles...

Me giré de la cama y me incliné hacia adelante con mi cabello similar a una telaraña, preguntándole con la mirada qué diablos pasaba ahora.

—¿Qué demonios pasa ahora?

—Sera está de vuelta.

—¡¿En serio?!... ¡Eso es genial! ¿Quién te dijo que estaba de vuelta? ¡Dios! —reprimí un grito mientras me despegaba de las sábanas y corría hacia la puerta. 

Me emocionaba. Sera y Mía eran mis únicas amigas desde que habíamos logrado arrendar la casa con Marcos en ese entonces. Resulta que esa muchacha era estudiosa, así que logró salir de la pobreza. 

—Porque la vi en la esquina. Me iba a saludar, pero me di la media vuelta. No estaba dispuesto a recibir sus abrazos. Ugh... Abrazos. 

De un momento a otro Mía hace su aparición con un rostro peor que el de Marcos. No me esmeré en ponerme en sus zapatos. Podía ser muy malintencionada a veces como amiga. Saboteadora. 

—Sera está de vuelta —comunicó—. Preparen sus oídos.

Entonces tocaron la puerta una y otra vez con un desespero alegre y ansioso.

—Tampoco tienen que ser tan crueles. No es una mala amiga. De hecho, es más simpática que ustedes.

No iba a abrir la puerta sin antes darles una mirada para que se comportasen. Segundos después miré por el resquicio y, apenas la luz exterior penetró hacia adentro, ella saltó a abrazarme con un entusiasmo genuino.

—¡CALIWAWI!

Sus brazos me rodearon el cuello tan fuerte que mi piel se enrojeció y comencé a asfixiarme. Me limité a darle pequeños toquecitos en su espalda para fingir que el afecto se me daba bien.

Ella seguía igual: cabellera castaña con tenues mechas azuladas, ondas en sus puntas, ojos marrones y pestañas increíblemente encrespadas. ¿Su atuendo? No hacía falta decirlo..., digamos que vestía ropa de marca y reluciente que caía en lo exagerado.

—¡Sigues igual de siempre, no has cambiado nada! ¡¡Sigues con esa carita de bebé, hermosa, preciosa!!

—Y eso que ni me he lavado la cara —susurré para mí misma.

—¡Sera! —sonrió mi hermano de la manera más fingida posible—. ¿Qué te trae por estos lados? ¿Otra decepción amorosa te hizo volver?

—¡Al contrario! ¡Me caso!

—Wow, siempre hay alguien peor que uno —soltó Mía sin titubear.

—La envidia es muy mala, Mimi.

Mía simplemente rodó los ojos mientras mantenía una postura distante, de manos cruzadas y el entrecejo fruncido. Claramente le irritaba el positivismo extremo. O tal vez Sera le provocaba envidia. 

—Bien, me van a ayudar, ¿vale? Me caso mañana y todos ustedes están invitados a mi fiesta. Así que hoy hay... ¡Dia de compras! —exclamó—. ¡Dios, los extrañaba tanto! Vamos a gastar mi tarjeta hoy. Todo corre a mi cuenta. 

—Bien, este será un día largo... —remató Marcos. 

Bueno, ese día se resume en que pasaron un montón de cosas que nunca me imaginé que fueran a pasar. En primer lugar, pasamos por ropa bien chula al descuento; en segundo lugar, fuimos a la peluquería —nada nuevo, solo que me formé un poco más el flequillo y me hice unas mechas color violeta, no tan notorias, pero me arrepentí de todos modos—. Y después tomamos un autobús para dirigirnos al supermercado.

Dios, es que si hubiera sabido quién estaba, de seguro no entro.

—En América no existe esto —comentaba Sara como si el pasillo fuera una pasarela—. En California todo es mucho más moderno y agradable, incluso hay más repostería vegana y tienen un manjar que ¡Uff!

Mía puso los ojos en blanco y Marcos estaba ensimismado leyendo la etiqueta nutricional de la mantequilla de maní.

—Bien, yo voy hacia los abarrotes —me apresuré en decir—. Se me antoja un chocolate caliente.

Y así fue, me acerqué a ese pasillo y me puse en cuclillas para sacar el cacao, pero, para mi horror, sentí una vocecita ya conocida.

—No te escucho bien, ¿cuál quieres? —regañó alguien—. ¡Por un demonio, Alex, no se llama leche de almendras porque nunca has visto a una almendra con tetas! 

Fruncí el ceño al escucharlo. Me parecía conocido ese tonito carrasposo y mordaz.

—A ver.... Hay de coco, de avellana, de... ¿arroz? ¿Quién demonios puede tomar bebida de arroz?

Entonces me paré automáticamente.  Nunca hubiera sospechado que entre tantos lugares, me volvería a encontrar con John Freedman en un jodido supermercado.

Después de lo qué pasó con los instrumentos, no era muy extraño pensar que quería matarme.

¿Iba a hacerlo?

—Te dije que esto iba a resultar malo para ti. Y nunca me escuchaste. 

—John... 

El chico que vestía una sudadera negra holgada ya había estrechado su mano para tomar el producto. Me pareció que lució un poco sorprendido al percatarse de mi presencia, pero después ese gesto cambió por uno divertido y juguetón al verme a mí asustada.

Me había quedado como una especie de pasmarote mirándolo como si fuera mi peor pesadilla. No negaré que su metro setenta y cinco intimidaba un poco; su perfecto y despeinado cabello travieso, también.

—Morgan...  —bufó, divertido, pero a la vez algo cizañero.

—... ¿Hola?

—¿Por qué me miras así? —preguntó girando su cuerpo completo hacia mí con el envase en la mano.

—¿Así... cómo?

—Como si fuera a matarte.

—¿No lo harás?

Él soltó una especie de risita esquiva y negó con la cabeza. Sus labios coquetos y maliciosos se curvaron un poco hacia la izquierda; incluso se entreabrieron un poco para decirme algo, pero fuimos interrumpidos:

—¡Al fin lo encontré! ¡Helado de menta! —expresó Sera mostrándome el helado como si fuera oro.

Se dirigía hacia nosotros con Marcos y Mía. Una vez que me vieron hablando con John, ellas se quedaron algo intrigadas y con ganas de molestar. Marcos continuaba analizando la mantequilla de maní con los ojos entrecerrados para enfocar mejor.

—"Wow" —exclamó Sera con fascinación al ver a John—. ¡Qué falta de respeto no presentar a tus amigos, niña egoísta!

—John Freedman —saludó él estrechando su mano—. Un placer.

—Sera Montgomery. —Devolvió el saludo con unos ojos picarones.

John no me sacó la vista de encima. Tenía un rostro burlesco, amenazante, quisquilloso y risueño a la vez. Era como si tan solo con la mirada, ingresara a mi mente y ¡Ka-boom! Quedas en blanco.

—¿De casualidad no serás hijo de Patrick Freedman?

John rascó su nuca algo incómodo. Por unos segundos ese semblante mordaz se tornó algo inquieto al mencionarle ese nombre. Sospeché de inmediato que, si esa persona era su padre, la relación no era de las mejores. De todas maneras, me sorprendió lo cortés que era para responder.

—Sí, él es mi padre —sonrió.

—¡Qué emoción! ¡Ya los conozco! ¡Ustedes son los gemelos que tocan en una banda! Varias veces fui a verlos... No tocan muy bien, pero lo importante es el esfuerzo, ¿no? —motivó ella, levantando sus dos dedos pulgares en un ademán de decir: <<sigan así, la intención es lo que vale>>.

John sonrió sin mostrar los dientes, reprimiendo una risita resignada.

—Bien, iré a ver a los peces al acuario —avisó Marcos, aburrido como siempre. 

—¡Marcos, eres repugnante! De pequeños le gustaba ahogarlos. Tuurbio.

—Me gustaba analizarlos, que es diferente.

—Joder... ¡Da igual! ¿Vamos Sera? —codeó Mía—. Estamos... interrumpiendo.

—Oh, no... ¡Yo me quedo! —replicó— ¿Sabes? Mañana me caso, hoy es mi última noche de soltera. ¿Quieres venir a la fiesta? Puedes venir con tu banda si lo deseas.

—¡No! —vociferé asustada.

Ellos me quedaron mirando, ceñudos.

—Digo... no... John es un chico muy ocupado, no lo intimides tanto, además ya se iba. ¿No, John?

—De hecho, no... Hoy tenemos el día libre con la banda así que nos encantaría ir... Si es que no le molesta a Callie, claro. ¿Te molesta, Caliope?

Abrí mis vacilantes labios, pero ninguna palabra salió de mi boca porque Sera lo había hecho por mí, diciéndole que los esperaba por ahí por las nueve de la noche, cortando la conversación.

¿Qué podía salir mal?

¡Nada! ¡Solo el hecho de que ahí estaba presente alguien implicado en mi homicidio!

(***)

Sera había arrendado un apartamento bastante cómodo y hogareño. Nos encontrábamos en la isla de la cocina sacando las compras de las bolsas y de vez en cuando abriendo uno que otro paquete de papas fritas para comer sin que ella nos viera.

—Esto va a ser una locura —dije mientras colocaba unos doritos en un recipiente— ¿A quién se le ocurre traer a una banda de rock hasta acá?

—A mí se me ocurrió. —Apareció Sera desde el comedor con un álbum de fotos entre sus manos—. Además, te hice un favor.

—¿Por qué tendrías que hacerme un favor?

—¡Ay Callie, por favor! ¿No notaste como te comía con la mirada? Quizá le gustas...  —dijo Sera con una sonrisa pícara.

—No le gusto, simplemente tiene sueños húmedos deseando matarme.

Sera y Mía se miraron confidencialmente y rodaron los ojos.

—Bueno... tampoco creo que le guste —comentó Mía—. No creo que sea su tipo. John es más... más de salir con chicas de su índole, no sé. No creo que Callie sea su tipo. 

—¿Quién le gusta a quién? —Marcos se desplazó hacia nosotras con una bolsa de papas entre sus manos. 

Resoplé.

Conversando y debatiendo se nos fueron alrededor de cuarenta y cinco minutos. La gente había comenzado a llegar, incluso el sofisticado Charlie, novio de Sera. Un moreno de al menos unos dos metros que cargaba con el peso de ser observado por muchas chiquillas no disimuladas. A él no parecía importarle, porque solo se centraba en ella con entusiasmo.

Y de pronto el timbre sonó.

Y mi corazón se aceleró de manera brutal.

Me mentalicé que debía abrir, así que dejé la pizza en el horno.

Estaba segura de que eran ellos. ¿Cómo podía respirar sabiendo que por ahí entraría una banda cuyos muchachos atractivos me tenían en la mira por ser de su banda rival?

Me desplacé por el pasillo. Resoplé y me mentalicé que algo iba a terminar pasando, porque el instinto era lo único que no me fallaba.

Saqué el aire de mis mejillas y apenas abrí la puerta, John hizo presencia.

—Traje cervezas —dijo de manera ¿amistosa? 

Lo quedé mirando. Su semblante sorprendentemente me resultó genuino, incluso me pareció tierno. Sospeché. Pretendí que estaba aburrida de él, así que rodé los ojos y le hice un gesto con la mano para que pasara. Él lo hizo con una sonrisa a gusto, conforme.

—¡La chiquita Morgan! —saludó Alex abrazándome bien fuerte—. Qué genial vernos  de nuevo. 

—Hola, Alex. 

—¿De casualidad tu hermano... está acá?

—Sí, de hecho, está ahí viendo un partido de no sé qué con un rostro de odiar al mundo... Pero ve a saludarlo. Que su cara de culo no te asuste.

Él avanzó dándome unos toquecitos en el hombro. Javiera hizo presencia con su típico vestuario casual: una calza, un par de zapatillas de tela sucias y una sudadera más ancha que su delgado cuerpo. Me miraba con un rostro de pocos amigos.

—Hola.

—¡Holaa!

—Gracias por invitarnos.

—De... ¿Nada?

Tras mirarme durante unos segundos, decidió darme un abrazo corto y separarse rápidamente.

Vaya, era rara. 

Luego se asomó Chris, con su típica sudadera negra y su cabello despeinado y fosco. Siempre lucía indiferente, pero a la vez tenía ese toque de misterio que me dejaba pensando si existía la posibilidad de meterme en su cabeza y averiguar qué demonios pensaba..., o tal vez, con qué demonios se drogaba. 

—No será otro de tus truquitos para perjudicarnos, ¿no? —preguntó de manos en los bolsillos—. ¿No tienes intención de envenenarnos? 

—¿Tengo cara de querer perjudicarlos? 

—Yep. Siempre la tienes.

—Que se muera Ringo Starr si miento.

—Buena jugada. —Se convenció encogiéndose de hombros y avanzó—. Con Ringo no se juega. 

Un olor a perfume carísimo y profundo salió de él. Yo lo observaba desde atrás mientras nos dirigimos por el pasillo. Él permanecía sereno, como si nada le importara en el mundo, como si la ansiedad no fuera parte de la vida; contrario a su hermano, que era similar al monito rojo de intensamente.

Dejé que saludaran y que arrastraran consigo toda la atención como siempre lo hacían. Mientras los vigilaba, un olor extraño comenzó a salir. No sabía que podía ser, así que comencé a olfatearme las axilas, pero no, claramente no era yo.

¡La pizza!

A paso rápido me dirigí hasta la isla de la cocina y me hinqué de rodillas para abrir el vidrio del horno. Mi reacción fue de una completamente sorprendida al ver que esa pizza estaba completamente carbonizada. Me limité a mirarla y a resignarme que la cocina no era lo mío.

—Joder, qué pizza más horrorosa —dije para mí misma.

—Creo que horrorosa es poco. —Apareció Chris.

—¿Está... muy mal?

Él me quedó mirando fijamente, aburrido. 

—Dáselo a una rata y comienza a convulsionar.

—Joder... ¿Gracias por la honestidad?

—Si quieres yo te puedo ayudar. —Se encogió de hombros.

Miré a la pizza quemada que estaba agonizando entre mis brazos y me puse de pie para colocarla en la mesa de la isla. Accedí a que Chris pudiera reanimarla.

...Y en un abrir y cerrar de ojos, él sacó lo quemado con una paciencia absoluta, una paciencia que se catalogaba como virtud. Era delicado, detallista y todo lo que llevaba a cabo, lo hacía minuciosamente. No sé cómo verlo haciendo eso me hizo describirlo; pero era como de esos test de internet: dime cómo retiras lo quemado de la pizza y te diré qué personalidad tienes.

—Y ya está. Vas a hacer más, ¿no?

—Sí, pero me da miedo quemar la cocina y...

—Vale, déjame hacerlo a mí. Me agrada cocinar.

Asentí y me limité a hurguetear el bar donde estaban los elementos de cocina, tratando de no sentirme tan inservible.

—No tienes cara de que te guste cocinar —solté.

—¿Y cuál es la cara de alguien que le gusta cocinar? —preguntó bajo una risita incrédula.

—No lo sé. No te imagino los domingos con un sombrerito y un delantal después de un bajón.

Él articulo con sus labio un: wow sorprendido, pero a la vez divertido. Se le formó un hoyuelo, al igual que su hermano. Sabía que me había dado cuenta de que se drogaba. 

—Vaya, eres directa.

—No me hagas caso. A veces... no pienso antes de hablar.

Me siguió con la mirada cuando me dirigí hasta el mueble para sacar el rallador del queso.

—No te preocupes... Supongo que lo dices porque... a ti te pasa, ¿no?

—¿Eh? —Articulé en puntillas. Chris se aproximó hacia mí y alzó su brazo para alcanzarlo con facilidad.

—¿Dónde está la soya? —preguntó, tranquilo.

Quedé algo confundida, pero de todas maneras abrí un cajón y se la pasé. Volvimos al mesón y eché un vistazo a mi alrededor. Curiosamente, Javiera estaba mirando, sería. Esquivé su mirada y carraspeé la garganta, incomoda.

—¿No... le pones jamón? —inquirí.

—No como carne.

—¿Puedo preguntar el porqué?

—Tengo un padre que colecciona armas y que es cazador. Créeme, no quieres comer carne después de obligarte a matar animales por entretención.

—Joder... Tu padre es un... idiota.

—Yep.

Hubo unos segundos de silencio donde yo solo me limité a mirarlo a él y a la pizza con curiosidad. Quería preguntarle sobre su hermano, sobre sus intenciones. Había deducido que ambos eran raros, espontáneos y que claramente no tenían filtro para hablar, pero me parecía extraña su conducta tan amable después de todo lo qué pasó hace poco. Tal vez simplemente eran agradables... Tal vez no.

—Mi hermano no quiere matarte —expresó repentinamente tratando de abrir una cerveza con los dientes.

—¿No?

—No somos asesinos, Callie.

Ajá...

—Él solo te está molestando —continuó—. No le des importancia. Le gusta andar fastidiando a la gente. Pelear es como terapéutico para él.

Mi vista volvió a desviarse hacia el comedor. John estaba de manos en los bolsillos conversando con Sera y Charlie. Al percatarse de que agudicé mi vista en él, volvió a la conversación que parecía no importarle en absoluto.

Chris seguía hurgueteando en el refrigerador tratando de acomodar todo para poner manos a la obra. Yo solo me limitaba a dar apoyo moral.

—¿Qué pasó con Derek al final? —pregunté.

—Lo dejé amarrado a una silla.

—Ah...

—¿Te doy un consejo? No te fíes de ellos. Les jugar sucio. No bajes la guardia con Derek o..., o Meredith. No son buenas personas.

Tic tac - tic tac. "No bajes la guardia".

Fuimos a dejar la solicitada pizza a la mesa. Javiera, Sera y Mía conversaban a gusto sentadas en el sofá. Al lado de Sera, se encontraba Marcos con la mano en su barbilla, harto de la vida y harto de las conversaciones femeninas.

No pude describir el momento en que se nos pasó la hora y nos quedamos los más cercanos a las tantas de la madrugada. Después de la juerga y después de beber como si no hubiera un mañana, comenzamos a comer las sobras de la pizza sentados en el sillón. La cáscara resultaba ser sabrosa si tenías hambre.

—¿De verdad no queda nada más para comer? Muero de hambre... —se quejó Alex.

—Joder... Te comiste toda la pizza tú solo... —reprochó Chris.

—¡No es suficiente!

—¡Prohibido pensar en comida! Ahora jugaremos al yo nunca, nunca —se puso de pie, Sera.

Un juego sencillo a simple vista. En mi caso, era una pieza clave que me acercaba a la verdad. Hay un pequeño detalle, casi imperceptible que delatará a alguien. Por favor, querido lector, no me juzgues con lo que te contaré a continuación.


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