Capítulo 8

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Quizá yo guardaba un secreto.

Un grave secreto.

Un secreto que delataba a mi asesino.

—¡Yo empiezo, yo empiezo! —exclamó Alex con un entusiasmo genuino—. ¡Yo nunca nunca me he dado un beso de tres!

No bebí. Pocas veces había besado en mi vida, y  básicamente, era porque si no sentía atracción, no tenía necesidad de hacerlo.

—Yo nunca nunca me he besado con una persona de mi mismo sexo. —Bebió Mía y de pasada Alex también lo hizo.

Se miraron con mi hermano y yo fruncí el ceño automáticamente.

—¡A ver que yo tengo otra! —Charlie se puso de pie—. ¡Yo nunca nunca he besado a alguien de este grupo! —dijo acercándose a Sera para besarla. Esa promoción venía con lengua y agarrón de trasero incluido.

Para mi sorpresa, Marcos bebió.

—¿Y tú con quién? —pregunté, mas traumada que sorprendida. Marcos solía tenerle cierta... intolerancia a la humanidad.

—¡Ay, Marcos, Teníamos 15 años! ¡Me dijiste que no sabias besar! —confesó Mía—.Yo solo cumplí con enseñar...

Javiera literalmente se estaba ahogando en su risa como un bendito.

—Vaya que han dejado traumada a Callie —dijo Chris al ver mis fosas nasales completamente abiertas y las cejas fruncidas.

—¡Tengo otra, tengo otra! —insistió Alex como un niño pequeño—. ¡Tengo otra! Atentos... —Nos miró a uno por uno con entusiasmo—, aquí va: Yo nunca nunca he tenido sexo en la playa.

Mía bebió.

—Joder... ¡Qué incómodo! —opinó Javiera—. ¿Y no te entra arena ahí... ya sabes, donde no te da el sol?

John me regaló una mirada pensativa cuando reí.

Carraspeé.

—Me toca —exclamó John.  Se puso de pie e hizo un ademán para que lo escucharan. Increíblemente todos permanecieron en silencio, atentos—: Yo nunca nunca... me he drogado.

Entonces bebió. Lo curioso de eso fue que nuevamente me analizó.

Me tensé. Mi corazón comenzó a latir con desespero.

En ese momento nadie notó que John estaba esperando mi respuesta, ya que para todos ahí era de lo más normal del mundo utilizar drogas, así que no se molestaron en beber como si fuera agua.

—¿Y? ¿No vas a beber? No me la creo.

Dicho eso, puse un rostro malhumorado y bebí a la misma vez que mis ojos se desviaron para mirarlo a él. No puedo describir que tan lento pasó esa escena, pero John no me quitó la vista de encima. En mi fuero interno, todo ese imponente, fachoso y atractivo semblante, hasta esa mirada fulgurante, pero a la vez distante, me colocaba algo tensa. ¿Qué tanto sabía John? ¿O acaso yo era muy predecible?

—Lo sabía —concluyó sentándose en el sofá para comer un trozo de pizza, relajado.

No me di el tiempo para asimilar lo que quiso decir con eso porque el timbre sonó. Al parecer, teníamos una invitada especial.

—¡Ya llegó! —se entusiasmó Sera parándose del sofá, repiqueteando esos tacones sobre la cerámica para dirigirse a la puerta—. ¡Ya voy, Meredith!

Apenas ella entró marcando presencia con su cabellera pelirroja y con sus ojos añil más relucientes que un diamante, todo se transformó en un silencio fúnebre. Las miradas de cada uno de nosotros evadía su presencia, esquivaban el contacto visual y también sepultaban toda intención de querer interactuar. Vi en los ojos de cada uno el privilegio de la indiferencia, de la desconfianza, de la repulsión.

—No me jodan... —bufó John.

—Ay, no empieces —intervino Meredith, dejando sushi arriba de la mesa—. Deberías superarme.

Él puso los ojos en blanco y dejó caer su espalda en el sofá. Su cabello casi rojo quedó más arremolinado de lo habitual y sus labios delicados mantenían una mueca de disgusto. Nuestras piernas quedaron juntas.

—¿Qué tanto la conoces?  —pregunté.

—Desde siempre. De hecho, es más fastidiosa que tú.

—¿Por qué viniste, Mer? Nadie te quiere aquí —dijo Javiera.

—¡No sean groseros! Yo a ella la conozco de pequeña y es mi amiga, ¿vale? Esta es mi fiesta y no se diga más. Ella se queda y punto.

De pronto algo me sucedió. Me cuesta describir por qué en ese momento me pasó eso..., simplemente pasó y ya, tan rápido como el flash de una foto o tan agonizante como lanzarse por un acantilado. Tuve unas visiones, unas visiones que, hasta ese momento, no tenía claro que significaban... Sin embargo, tomarían sentido tiempo después.

Vislumbré unas imágenes difíciles de explicar. Vi una sombra delgada, pero bien formada caminando hacia mí. Era una silueta esbelta, escultural. No podía ver más que su cabello puntiagudo y filoso. Todo eso acompañado con siseos y susurros confusos. Pum-pum-pum...

Shh...

Eres un arte que el mundo debe conocer...

Déjate llevar.

Ahogando una respiración, volví a tierra.

Sacudí un poco mi cabeza para esclarecerme. ¿Qué demonios...?

Todo se resumió en que cuando volví a la realidad, Chris me estaba mirando con cierta intriga. Apenas le miré a los ojos, desvió el contacto. 

—Bueno, yo iré a dormir. Me aburrí de socializar —dijo Marcos—. Buenas noches.

—¡Adiós! ¡Duerme bien! —Se despidió Meredith, coqueta. Luego sus ojos recayeron en mí.

No negaré que en ese momento le di una mirada algo disgustosa, así que ella sonrió y se limitó a dejar su vaso de cerveza en la mesa para ponerse de pie.

—¡Quiero hacer el último yo nunca nunca! —llamó la atención subiéndose a la mesita de centro con su vaso en mano. Ante el silencio de todos, ella se tomó una pausa para luego decir—: Yo nunca nunca he tenido un padre que se suicidó en auto junto a su esposa.

Me miró.

Y sentí que me quebré.

Miré a mi alrededor y todos mantenían su vista en ella, en silencio. Percibí la insinuación de un desafío y vi la oportunidad que tenían esos ojos azules de ofrecerme un mal rato. Y claro, pasé de reír a querer cavar un agujero y no salir jamás. Sí, querido lector, mi estómago se hizo añicos con tan solo recordar a papá.

¿Era capaz mi padre de dejarme sola y aventarse contra un puto auto para morir y matar a la madre de Marcos en el intento? Sí, era capaz.

—Te lo dije: sé muchas cosas de ti.

Junté mis puños a tal nivel que se marcaron en las palmas de mis manos. La furia me estaba comenzando a aflorar. Todos los síntomas de la ansiedad me habían estado carcomiendo últimamente porque estaba tratando de dejar las drogas, pero no podía.

Así que como escuchaste: mi nombre es Callie Morgan y desde los catorce que estuve en una lucha interna con las anfetaminas. Partió con un médico tratando de medicarme para curar mi depresión. Luego me volví adicta a las drogas sin receta y la otra fase fue falsificarlas. El resto es historia.

—¡Oh, pero es que yo te mato! —Salté hacia ella—. ¡Eres una idiota, Meredith!

—¡Callie! —graznó Sera— ¡No se golpeen!

Oh, bullshit!

Sentí como Chris, Javiera, Alex, incluso Charlie trataban de intervenir. A mí me importaba en absoluto, continuaba ofreciendo manotazos hasta acabar con ella. Mis emociones eran una montaña rusa y, por algún motivo, Meredith, de alguna u otra forma, lograba causarme inestabilidad, pero, ¿por qué? ¿Qué tanto sabía y qué motivos tenía para causarme daño? ¿Acaso ella me hacía aflorar mis emociones más oscuras porque mi cuerpo colocaba una especie de caparazón de algo que yo no quería recordar?

—¡John, ayúdame a separarlas! —gritó Javiera entre tantas voces tratando de calmar la situación.

—Deja que la golpee, se lo merece...

—¡Me duele, Callie! ¡Me estás lastimando!

Sí, John tenía razón. Cada jalón de cabello, cada patada en el estómago, cada furia que me carcomía y cada apretón de mandíbula, valían la pena.

—¡Suéltame, estúpida! —gruñía tratando de soltarse—. ¡Mi cabello!

—¡Eres una idiota, Meredith! ¡No tienes que ser tan cruel!

—¡Bueno ya basta! —Cortó Charlie, tomándome de un brazo como tomarían a una pluma y me separó, haciendo que mis pies quedaran flotando y moviéndose como una niña con rabieta.

—¡Suéltame grandulón! ¡La voy a matar!

Nerviosamente, la seguí con la mirada. A simple vista, parecía querer llorar por mi golpiza. Finalmente fue Sera quien entrelazó su brazo con el de ella y la sacó del apartamento.

—¡Mira cómo me dejó! —sollozó—. ¡Qué salvaje!

Hubo otro silencio sepulcral. Dicen que tras la rabia viene el llanto, o al revés. Yo tenía una mezcla de emociones que ahogaban mi garganta y volvía espeso a mi torrente sanguíneo. Jamás sané el hecho de tener que lidiar con la muerte de mi padre, así que siempre recurría a la medicación.

En ese momento todo lo que había acontecido y tal manifestación que me consumió en la ansiedad, me hizo dirigirme hasta el baño con la intención de drogarme.

—Callie... ¿Estás bien? —Mía me siguió hasta el baño—. ¿Quién es esa chica y por qué sabe tanto de ti?

—No estoy segura... Me dijo algo de un video y luego se las ensañó conmigo y todo... 

Mía tragó saliva y carraspeó su garganta. 

Wow, qué raro, ¿no? 

—Sí, pero ahora lavaré mis manos... Me hicieron un poco de daño. No me demoro, ¿si? —Le cerré la puerta.

En cuanto sentí que se iba, mis manos automáticamente temblaron cuando saqué una bolsa llena de pastillas un poco molidas del forro de mi zapato. Mi gélida y desesperada boca se dejó llevar cuando la pólvora recayó sobre mi lengua.

Joder... lo necesitaba.

Exhalé y miré hacia el cielo gracias al efecto calmante. Todo lo que hace unos minutos me atormentó, se fueron como demonios saliendo del cuerpo. Era como... volar.

Mi cuerpo se afirmó en la pared del baño y me arrastró hasta el piso, fascinada por el efecto. 

Tic tac, tic tac.

Comencé a cerrar mis ojos y a respirar cada vez más lento. Abracé a mi estómago y comencé a concentrarme en la sensación que recaía en mí, en cada célula, en cada nervio. Pasé de ahogarme en mis propias pesadillas a echar un vistazo al paraíso. Todo el dolor se iba, todo el sufrimiento desaparecía y todas las noches que estuve sin poder dormir, de pronto, se esfumaba. Sentí paz.

Perdón por no haber contado ese detalle tan específico, es importante en mi historia.

—¡Callie, abre la puerta! —exclamó Javiera después de unos minutos—. Lamento que mi prima te haya hecho esto, en serio.

Las palabras de la rubia no me importaban, solo me relajé hasta perder fuerzas y quedarme dormida en la cerámica. 

(**)

Me puse de pie bastante quejumbrosa. Largué el agua y lavé mi rostro, un rostro que se sumergía en la miseria y que desparramaba maquillaje alrededor de sus ojos. Resoplé e intenté calmarme, fingir que todo estaba bien. Exhalé y sonreí.

Me limité a lanzar lo que quedaba de la bolsa al escusado y a tirar de la cadena.

No sé cuánto me habré demorado, pero cuando llegué hacia el salón, todos estaban acomodándose para dormir.

Pero yo no podía. Estaba intranquila, inquieta, deseando ir por un vaso de agua y comer lo que encontrara. Tenía emociones que no podía distinguir... tenía intriga sobre esa pelirroja, tenía rabia, incomodidad y tenía un pequeño instinto que me decía que sabía algo de mí. Vamos, que es sumar dos más dos.

Arma el rompecabezas...

Me desplacé hacia la isla de la cocina lentamente, sin hacer mucho ruido. Llené un vaso con agua y me puse a hurguetear el refrigerador. Añoraba comer y devorar todo a mi paso.

Curiosamente, John se posicionó al otro lado de la mesa de la isla, afirmando sus codos en ella y como siempre, divertido. No podía creer que me resultara tan ¿magnético?

Un chico de cabello miel oxidado, travieso y arremolinado, como un trampolín.

John Freedman.

—¿Sabes? A veces pienso que eres un imán para atraer problemas —John torció la sonrisa. Un hoyuelo revoltoso se formó a un lado de su rostro.

—A veces pienso que te fascina molestarme.

—Algo así.

—Pues será mejor que te vayas, no estoy de humor.

—Todo ese rollo de chica agresiva te hace ver muy sexy, ¿te lo han dicho?

—Supongo que no. Siéntete privilegiado.

—Lo estoy.

Él sin darle mayor importancia a lo que hablábamos, tomó una manzana del canasto y comenzó a comerla mientras miraba un álbum de fotos que Sera había dejado encima de la mesa.

—¿Esa eres tú? —Arqueó la ceja—. Joder, Callie, parecías un espantapájaros...

—Dame eso —gruñí en voz baja.

—Te lo pasaré, pero antes quiero saber una cosa.

Nuestras miradas se conectaron con interés. Él levantó la barbilla, intrigado, mostrando esos húmedos y gruesos labios astutos.

—¿Qué cosa quieres saber?

—¿Por qué te drogas?

—¿Eh?

Él rodó los ojos con aburrimiento, volviendo a repetirme la pregunta:

—Eso, que por qué te drogas... Por qué lo haces.

—¿Acaso tú no lo haces?

—Rara vez. Tal vez cuando estoy aburrido.

—No te creo.

—En verdad no llaman mi atención, pero sé mucho sobre drogas.

—Bueno, supongo que el motivo por el que lo hago no es de tu incumbencia.

—Lo sé, solo quería sacarte información. Digo, siempre tengo que conocer a mis rivales, ¿no?

—A veces pienso que eres medio paranoico.

Se alejó con una sonrisa, pero mi vista no lo dejó de seguir. Lo vi colocarse una sudadera negra y holgada para luego dirigirse camino a la puerta.

Se colocó la capucha.

—¿Hacia dónde vas? —pregunté de casualidad.

—Voy a salir.

—¿A las tres de la madrugada?

—¿Hay horas límite para salir?

Lo quedé mirando algo desconfiada. Él me devolvió el gesto, como diciendo: "No querrás que te lleve... ¿o sí?"

—No voy a llevarte —soltó.

—¡Yo no he dicho que quiero ir!

—Bien, porque no te llevaré.

—¡Genial!

—¿Por qué? ¿Quieres venir?

—Te he dicho que no.

—Qué bueno porque tampoco es que quiera ir contigo.

—¿Sabes? Voy a ir solo para joderte —dije tomando una sudadera y saliendo hacia la puerta, decidida.

Bajé las escaleras del departamento mucho más rápido que él. Cuando llegamos abajo vi que había una moto aparcada en la acera húmeda producto del rocío fresco y un tanto perezoso que caía. El fascinante olor a tierra húmeda se hizo presente.

—¿Iremos en moto?

—¿Qué? No te sacaré a pasear si es lo que piensas. —Me miró—. O quizá yo vaya en moto y después tú me alcanzas. Todos felices, ¿ves?

Le volví a dar una cara de pocos amigos, pero él tomó de mi espalda y me dio un pequeño y suave empujoncito hacia la moto.

—Mejor sube.

Entonces, él se subió primero y yo sonreí con entusiasmo. Al colocar mi cuerpo sobre la moto, acorralé tímidamente la cintura de John y comencé a apretar mi entrepierna con su espalda baja. Ahogué un suspiro cuando no pudo evitar mirarme sobre su hombro.

Volví a carraspear, confundida.

Al prender la moto, perdió cierta estabilidad. Sus brazos estaban rígidos y un tambaleo evidente nos sacudió. ¡Rum rum! Fruncí el ceño al percatarme de eso. ¿No sabía andar en moto? No quería sonar pesimista, pero evidentemente un niño podía hacer mejores maniobras que John en ese momento.

—¿Estás seguro de que sabes andar?

—Andas muy graciosa hoy.

—¡No sabes!

—¡Claro que sé!

—¡No, no sabes!

Y así fue cómo la hizo andar, tambaleándonos de un lado a otro, como si John fuera un niño que apenas estaba sacándole las ruedas a su bicicleta y que fue lanzado en contra de su voluntad.

—Quizá caminar sí sea una opción —dije con algo de miedo.

—Sí sé andar, Callie... Qué intensa.

Bueno, al menos no me dijo Caliope.

¡Bip bip! Un auto reprodujo el sonido de advertencia de su bocina porque andábamos totalmente descontrolados. El fulgor de las luces penetraron mis ojos y eso desencadenó que otros conductores protestaran, furiosos. Para mi horror, las llantas chirriaban y las bocinas no dejaban de sonar. ¿San pedro, estás?

—Fuck off, asshole! —gritó uno, a lo que John le respondió mostrándole el dedo medio, tranquilo.

Aferré mis brazos a su cintura mucho más fuerte, pero no, definitivamente ese muchacho no sabía andar en moto como su hermano. 

Una vez que analicé a mi alrededor, me di cuenta de que ya habíamos llegado a una especie de carretera solitaria, inhóspita, rodeada por árboles frondosos que se movían con una brisa atrevida; carecían de compañía y abrazaba soledad. Era misteriosa y el sonido de la moto contra el asfalto delataba nuestra presencia, solo la nuestra en un camino incierto, muy incierto. 

Me pregunté de inmediato hacia dónde se dirigía con tanta determinación. Quizá me iba a ir a dejar a un basural y yo bien contenta con el paseo. Dios mío. 

—¿Hacia dónde vamos?

—Espera... 

Se inclinó más de cerca para doblar hacia un camino no asfaltado que nos daba la entrada hacia una misteriosa y gigante casa blanca que estaba escondida detrás de inmensos árboles nativos, dirigiéndonos a casi saltones para allá. Debo admitir que tenía terror en ese entonces; a mitad de la noche nunca era buena idea dirigirse hacia una de las casas de esas películas de terror donde todos comienzan a morir... O peor, que ya están muertos.

Como yo. 

John detuvo la moto a unos cuantos metros de la casa y se bajó para luego despeinar su cabello como si se quitara una carga de encima. Su cabello casi rojizo y ondulado quedó desparramado. 

—¿Qué se supone que haces? —pregunté mirando para todos lados, aún arriba de la moto, asustada—. ¿Crees que es muy normal estacionarse prácticamente en la nada a mitad de la noche?

—Oye, si quisiera desparecerte ya lo hubiera hecho, y de una manera mucho más creativa. —Me guiñó el ojo. 

Ajá...

Me bajé de la moto, lista para abrir mi boca y lanzarle un par de insultos, pero sentí que las patas de un can furioso se dirigía desde la casa hasta nuestra ubicación. ¡Ay, ay! 

—¡No, con los perros no! ¡No quiero morir así, no quiero! —jadeé  situándome temblorosa detrás de John—. ¡Perdón! ¡Solo no me mates!

—¿Eh?

—Dicen... ¡Dicen que si te cubres el cuello no te hacen nada! ¡A no ser que les guste comer piernas! —sollocé y grité a la vez—, ¡Dios, viniste hasta acá para que los perros me comieran y no dejaran rastro de mi cuerpo! 

—Pero...

Me di cuenta de que el sonido voraz y salvaje se multiplicaba por dos, o por tres... 

—Callie...

—¡Vamos a morir, John! ¡No quiero morir! 

—Lo siento, demasiado tarde.

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