Capítulo 9

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Un intercambio de saliva, sin metáforas ni palabras bonitas.

También una posible Pista.

—¿Quieres soltarme? ¡Me estás asfixiando!

—¡No quiero que me muerdan! ¡Ay! ¡AHÍ SE ACERCA, SE ACERCA!

—Callie... —soltó una especie de risita mientras negaba con la cabeza y tomaba de mis manos que acorralaban su abdomen—. Ves, tú te lo buscaste. Querías destronar a mi banda y ahora me obligaste a hacer esto.

Y es que no tengo intenciones de discriminar a ninguna raza mientras te cuento esto, pero... Chihuahuas no eran, claramente. 

Vale, es que en serio les tenía miedo porque en más de una ocasión entré a alguna casa de riquillos para robar una que otra cosa y ya había recibido más de una mordida.

—¡Guau!

—¡HACE ALGO!

Pero fue ahí cuando la película se dio vuelta. Los perros de un momento a otro comenzaron a pasarse la lengua por la boca, a alivianar la tensión, a oler mientras movían su cola a gusto como si no hubiera visto a alguien en mucho tiempo. Al parecer, conocieron a John.

Espera, ¿qué? ¿Había hecho todo ese llanto por nada?

Mis manos se separaron de él y lo miré con la intención de que merecía una explicación.

—Hola, Oreo. —Se agachó a tocar el pelaje del can fascinado por la visita. El perruno repartía lengüetazos por toda su barbilla.

—¿Hola... Oreo? ¿Conoces a estos perros?

—Sí, y este es Dick —acarició a otro perro que le movía la cola con entusiasmo.

Mi respiración aún estaba jadeante, mi cuerpo tembloroso y algo avergonzado por todo el drama que, quizá se me fue un poco de las manos.

—¡Eres un imbécil! ¿Me trajiste hasta acá para darme un puto susto?

—¡Pero si yo ni te obligué a venir!

—¡Sí lo hiciste a tu manera! —continué, pero comenzaron a acercarse los perros, interrumpiendo—. ¡Chu! ¡Largo! ¡No te me acerques, pedazo de galleta!

—Quédate tranquila, si no te morderán —dijo afirmándose en la moto con una sonrisita triunfadora—. Aunque les caíste bien... Eres bastante afortunada. Suelen ser muy agresivos.

—Escúchame bien... —Me desplacé hacia él con severidad, haciéndole notar que estaba hablando más que en serio, pero el desgraciado parecía no prestar atención.

Al quedar anonadada porque no se dignaba a escucharme, chillé:

—¡¿Quieres explicarme siquiera dónde estamos?!

—¡Shh! Dame un segundo y te digo —susurró sin mirarme, como si analizara algo con atención.

—¡Voy a gritar! —comencé a alzar la voz en un cántico melódico— ¡Voy a gritaaar!

—¡Shh...!

—¡AYUDA!

—¡Pero qué demonios te pasa!

—¡UN DEMENTE ME SECUESTRÓ!

—Mierda... —Me jaló contra él, colocando una mano en mi cintura y la palma de la otra en mis labios—. Es mi casa, ¿vale? —musitó— Es la casa de mis padres. ¿¿Quieres dejar de gritar??

Está bien, admito que quise seguir molestando porque en verdad estaba bastante intrigada por aquello. ¿Qué lo motivó a ir a esas horas de la noche?

Sus ojos pardo me miraron con algo de inocencia, rogando a que me mantuviera en silencio. Podía sentir su cálida mano apretando mi cintura con firmeza y su ropa rozando de mi pecho hacia abajo. Estábamos tan cerca que percibí su respiración espesa, su perfume varonil... Incluso su semblante algo vulnerable.

—¿Prometes no volver a gritar?

Asentí con un murmullo, esperando a que su mano se separara de mi boca.

—Gracias.

—¡AYUDA!

—¡Oh, por favor!

—¿Quién grita? ¿John? —preguntó una voz desconocida.

En ese instante yo no me había percatado del todo que había una mujer entremedio del camino que nos habló, porque continuaba tratando de fastidiarlo.

—¡Policía!

—¡Shh...!

—¿John? ¿Hijo?

—¡ME QUIEREN SEC...!

Y Justo en ese preciso momento, me tomó del cuello y me besó.

Fueron unos segundos, unos infinitos segundos donde los labios húmedos de él se dejaron llevar con ímpetu, sin movimiento, sin preparación. Solo un beso fugaz y fuerte que me tomó por sorpresa. Sus labios fruncidos que trazaban un movimiento suave y rudo a la vez, retaban mi capacidad de mantener la cordura y desafiaban a la respiración espesa de John. Sus manos ardían sobre mi cuello.

—¿Interrumpo algo? —preguntó esa misteriosa mujer.

Solté los humedecidos labios de John y me separé unos centímetros, en blanco. Su boca se había tornado aún más enrojecida y sus pómulos estaban un poco más rosados. Tragó saliva y se rascó su nuca, serio. Procedí a carraspear mi garganta y a echar un vistazo hacia mi alrededor.

—Hola, mamá.

—Hola Johnny... ¡Dios, hijo!, ¡pensé que no te volvería a ver nunca más! —Su madre se justó la bata con una mano y acarició los rulos de John con la otra. Segundos después, su vista sorprendida se enfocó en mí de una manera agradable, para mi sorpresa.

Qué inocente mujer.

—Oh, disculpa, yo soy Callie Morgan... Soy...

—¿Eres su novia?

—No —interrumpió—. Mamá, yo te venía a ver.

Me limitaba a mirarlos a ambos con un rostro de no entender nada. La mujer era bastante cabizbaja y lúgubre. Por el contrario, John, mantenía una postura inquieta. No entendía del todo qué hacía ahí.

—Hijo, lo entiendo, pero debes irte. Tu padre está aquí y escuchó los gritos de... Callie —advirtió de una manera bastante asustadiza mirando hacia atrás—. Mañana nos vemos, ¿sí?

—Joder, que yo no le tengo miedo, ¿vale? Solo quiero ir a buscar mis cosas a mi habitación e irme de aquí.

—John, hijo... Tú padre está muy enojado. Los negocios, la política, nada está bien después de que ustedes son músicos y de los escándalos de Chris...

Fue ahí cuando un hombre recio y de estatura baja se aproximó hacia nosotros a paso rápido, con una rojez y una ira exorbitante en cada parte de su cuerpo. Sacó un genio tan poderoso que cualquiera retrocedería con tan solo verlo; incluso los perros comenzaron a ladrarle y a desesperarse al ver que, sin reproducir ninguna palabra, cerró sus nudillos y los clavó en la mejilla de John para después ganarse a horcajadas arriba de él.

—¡Patrick! —sollozó su mujer— ¡No le pegues! ¡Ya basta, por favor!

—¡Tú te callas y te vas a acostar! —dictaminó, pero al ver que la mujer quedó paralizada, no dudó en volver a gritar—. ¡AHORA!

Ella asintió sin dar muchas vueltas al asunto.

—Te dije que no te aparecieras por aquí, ¿eh? Te lo advertí. —Clavó otro golpe—. Te gusta desobedecerme, entonces toma tu maldito merecido. —Continuó golpeándolo mientras rechinaba sus dientes y perdía aún más sus estribos—. ¡Eres una jodida vergüenza!

Me quedé paralizada viendo tal escena. Él se volvió vulnerable frente a su padre bajo una noche eclipsada por una capa de violencia que no entendía en absoluto. Era injusto, era sorpresivo... Ese hombre le pegaba a su hijo como repartir caramelos y él no podía hacer mucho frente a un cuerpo reacio, resistente y pesado a la vez. Era una batalla perdida frente a un cuerpo delgado como el de John, así que él solo se limitaba a tratar de defenderse cubriéndose su rostro mientras que una que otra gota de sangre salía de las comisuras de su boca.

—¡Hey, basta! —grité tratando de alejarlo tomando los hombros de su padre—. ¡Déjelo!

—Tú quisiste este camino, ahora te aguantas. —Voló otro golpe.

—¡Que lo deje!

Me ubiqué al lado del rostro de John. Mis rodillas se posicionaron rozando su oreja y mis codos al lado de la otra; era la única manera en la que él podía dejar de golpearlo, creando una especie de puente que bloqueara su rostro...

—¡Ya basta! —supliqué.

Al parecer funcionó, porque el silencio merodeó en nosotros. Se limitó a exhalar y a ponerse de pie, sobando sus nudillos y arreglándose la corbata. Percibí un olor a alcohol que se esparció cuando resopló con la ira contenida en la palma de la mano.

—Solo imagina si tan solo la prensa se enterara de la mierda de persona que eres —dijo John mientras que yo tomaba de sus brazos para tratar de colocarlo de pie.

—Tú sabes que pasaría.

—Púdrete.

—Pudiste haber sido grande, John..., pero ahora te veo y... no veo a un hijo. Qué lástima. Una pérdida.

Puse su brazo alrededor de mi cuello para que pudiera estabilizarse.

—Qué bueno que te doy asco, ojalá te diera asco mi madre para ver si la dejas en paz.

Con esas palabras, él estaba dispuesto a golpearlo nuevamente.

—¡Basta o llamaré a la policía! —gruñí.

—Sí, claro —dijo Patrick avanzando rápidamente hacia mí—. Antes de que hables, te puedo hacer desaparecer a ti y a toda tu familia sin contar hasta tres, mocosa.

Comencé a retroceder con cierto temor, pero John se puso delante de mí.

—No te le acerques —advirtió y luego se giró—.Vámonos.

De hecho, fue en un tono tan serio, que su padre solo esbozó una sonrisa burlona y se quedó parado, mirándonos. John me dirigió con su brazo en mi cuello para que me girara hacia la motocicleta. Él echaba unas miraditas hacia atrás por encima del hombro, dándole una última repasada a su padre para después subirse primero. Me abracé de él al segundo, pero sentí como su abdomen se retorcía con algo de dolor.

Le di una última mirada furtiva a su airado padre para después salir de ahí tan pronto como fuera posible. Nos fuimos de la finca sin decir ninguna palabra. Pasaron minutos y minutos en el que solo el rocío flojo fue cómplice del silencio y la luna testigo de la violencia. No podía dejar de pensar en... su madre; en el idiota de su padre y eso que dijo sobre Chris... ¿Qué demonios pasó en esa familia?

Él manejaba rápido, pensativo y yo solo me aferraba a él tratando de entender qué fue lo que había acontecido. Terminé por afirmar mi barbilla en su espalda, pensante.

Qué raro, no me sentía incómoda con él. Aun así, me caía medio mal.

Tras un largo recorrido, quise romper el silencio:

—Ya sé de dónde saliste tan traumado.

—Gracias, qué amable.

—¿Siempre es así tu padre?

—Que lo dejes, ya fue.

—¿Tu madre lo soporta?

—¿Sabes? No negaré que eres linda, sin embargo tu belleza se incrementa cuando cierras tu boca.

Puse los ojos en blanco.

Para mi horror, un destello plateado alumbró a las nubes, seguido por un ruido ensordecedor que indicó que la lluvia torrencial nuevamente se había largado. Ah, y eso no era todo, porque la moto comenzó a andar a saltones, a sacar humo por detrás y a disminuir su velocidad a medida que avanzábamos. Oh, no.

Efectivamente nos quedamos sin gasolina en medio del asfalto y con un temporal que me atravesaba el hueso. Resfriado asegurado más treinta días con mocos.

—¿No cargaste la moto antes de venir? ¿Me estás jodiendo?

Un relámpago iluminó el cielo nuevamente.

—Oye, pero si quieres irte no me enojo.

—¡Cómo carajos me voy a ir si se está cayendo literalmente el cielo!

—¿Verdad que sí? Tan majestuosa tempestad y para mi mala suerte no te cae un rayo.

—¡¿Pero por qué carajos te enojas conmigo?!

—¿Tal vez fue porque te dije que te callaras? —dijo bajándose de la moto para increparme—. ¡Nada te costaba cerrar la boca!

—¡Bueno, perdón! —Accedí a bajarme también con la ropa y el cabello estilando—. ¡Me llevas hasta allá sin siquiera decirme dónde estábamos y encima casi me atacan tus perros malolientes!

—Oh, no metas a Oreo en esto.

—¿Sabes qué? Olvídalo, llamaré a alguien para que me pase a buscar —gruñí dirigiéndome hacia una cabina telefónica, sin ningún puto peso, pero con orgullo.

—Oye, Callie... —Sonó con un poco de arrepentimiento.

—Callie nada. Chao.

Y cuando cerré la puerta de la cabina unas voces me invadieron... Unas idénticas a las de hace unas horas atrás.

—Ya sal de ahí. Sal de su habitación.

Me la estoy pasando bien... ¿Qué tal si te doy dinero?

Acepto.

—Aparte de fastidiosa eres pobre —dijo John, interrumpiendo mis pensamientos. Se limitó a sacar una moneda de su bolsillo y se encerró junto a mí.

Colocó una libra y comenzó a marcar de manera autoritaria, ignorando, al parecer, que nuestros cuerpos se apretaban más de lo previsto en esa pequeña cabina.

Mientras esperaba con el teléfono en el oído me analizaba. Siendo sincera, esa mirada me ponía inquieta. Estábamos a una patética distancia y además algo enojados.

No demoró un segundo para enfocar su vista hacia el techo, fingiendo indiferencia.

Me puse roja.

Recién logré comprenderlo, claro: nos habíamos besado. Y, pese a que claramente no nos llevábamos bien en ese entonces, resultaba ser un poco incómodo para ambos.

—Franco, necesito que me pases a buscar —habló y me miró—. Bueno, que nos pases a buscar.

—¡Hola Yonki! ¿En qué problema te metiste ahora?

—¡Qué importa! Mueve tu culo y ven por nosotros.

—¡Estoy en plena orgía, olvídalo! —Su voz sonaba completamente relajada— ¡Voy a colgar!

—No, espera. Ella está conmigo.

—¿Ella?, ¿la pelirroja fastidiosa?, ¿Meredith? Porque si estás con ella dime dónde estás para no ir.

—Estoy con..., bueno con Callie Morgan.

—¡Oh por todos los cielos! Pásamela que quiero hablar con ella.

—Ella dice que no quiere hablar.

Lo miré con un rostro de: ¿qué? ¿Cómo que no?Así que me puse a luchar para obtener el teléfono. Como era pequeña, él lo elevó hacia el cielo y yo comencé a saltar para alcanzarlo. Estábamos tan apretados que su ropa húmeda pasó a rozar mi torso.

Sonrió con triunfo.

Dios, era horriblemente juguetón.

Pero le pegué ahí, justo en la descendencia.

—Oh.

Se retorció de dolor y soltó el teléfono casi por inercia.

—Auch...

—Hola, soy Callie. Qué honor poder hablar de nuevo con el que me dijo que nunca me tendría en la banda.

—¡Flequillo travieso! ¿Cómo va todo? ¿Ya te diste cuenta de que los BulletFord son unos perdedores?

—Usted fue el que me dijo que no tenía pechos, ¿verdad?

—Tengo una explicación para eso.

—¿Ah sí? ¿Cuál?

—Que no tienes pechos.

—¿Vamos a hablar de las apariencias? Porque podría sacarle mucho en cara, sobre todo por ese ombligo que parece patrimonio natural para...

—Está bien, ya entendí... Ya entendí. A lo que voy es que no sé si Yonki te lo ha dicho, pero queremos que estés en nuestra banda—. El
teléfono emitía un sonido algo entrecortado–. Mañana todos los músicos de la ciudad harán su aparición en el Saint Hell. Habrán muchas bandas tratando de competir por popularidad. ¡Queridas, estoy hablando, luego vuelvo a la cama! —les comentó a unas chicas que lo interrumpieron—. Tú sabes que la banda que tiene más popularidad aquí somos nosotros, ¿no? El premio es de mil libras. No te puedes resistir a esa cantidad de dinero, ¿verdad?

—¿Mil libras? —Volví a mirar John con la boca abierta. Estaba afirmado en los vidrios, de brazos cruzados. Se limitó a mirarme de vuelta como si yo no tuviera remedio—. ¡Escuchaste eso! ¡Mil libras! —le susurré emocionada.

Él puso los ojos en blanco.

—¿Te cambias de team?

Un rayo volvió a iluminar el cielo. ¿era una señal? ¿Algo que me decía que si doblaba a la izquierda con los Bullet me salvaría de mi muerte?

Miré a John de soslayo, pero me arrebató el teléfono de un suspiro.

—¿Por qué no me consultas a mí las decisiones de la banda? ¿Se te olvida que yo soy el que manda aquí?

—¡Todos los demás están de acuerdo, Yonki! —Alcancé a escuchar—. La chica es buena. Ahora, si quieres quedarte cantando aquí en lo bajo, pues seguimos así. Ambos sabemos el potencial de la muchacha. Ahora dale el teléfono.

John, durante unos segundos, titubeó como si no tuviera solución, así que se resignó y me entregó el teléfono, cascarrabias, como siempre.

—¿Qué dices? ¿Aceptas?

Bueno, sí quería ir camino hacia mi muerte, debía decir sí, y si no quería... Ah, pero espera... No tenía salida con ninguna de las dos opciones.

(***)

NOTA DE AUTORA:

No sé si tengo lectoras aquí, pero si llegaron aunque sea en modo fantasma, gracias, no tardo en subir a Callie en su primer día en el cambio de banda. ¿Cómo reaccionará Derek?

¿Qué son esas visiones de Callie?

Por cierto, Patrick... ejem, ejem

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