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El viento se filtraba a través de los pequeños agujeros mas el frío que llegaba a generar su impacto contra su piel no estaba presente, poco a poco fue levantándose con cuidado, oliendo los restos de las cenizas; durante un rato se quedó viendo la viva llama de color morado en frente de ella, aquella que le daba cobijo durante estas frías noches y que al mismo tiempo podía consumir ese pequeño lugar que llamaba hogar si así su dueño lo quería, pero no hablaba del dueño de aquel pequeño templo, hablaba del dueño del fuego, el cual, aun dormido a su lado, seguía avivando el fuego inconscientemente.

No sabía cómo podía hacerlo, quizás era algo tan simple como su naturaleza como un gato gotoku, pero hasta donde tenía entendido esos avivan el fuego con una caña de bambú, Iori, por otra parte, simplemente lo hacía, solo se necesitaba que lo quisiera y así sucedía, aunque también habían ocasiones, como esta siendo el mejor ejemplo, en que el fuego se encendía mientras él dormía, el calor del fuego era bien recibido, pero esta fuego de color morado siempre la ponía en alerta.

Quizás se debía a que, como en todas esas ocasiones, Iori estaba en pleno ataque de ansiedad, pánico o fuera lo que fuera mientras ella dejaba que le enterrara las uñas con tal de que no se lo hiciera a sí mismo como en tantas otras veces.

Suficiente tenía con ver las cicatrices de su cuerpo como para querer ver más.

El dolor iba a un segundo plano o de eso trataba de auto convencer mientras seguía acariciando su cabeza, pasando sus dedos por entre sus hebras rojizas, tratando de pensar en otra cosa lejos del calor abrasador de la flama y sus propias heridas que empezaban a ser más profundas y sangraban cada vez más.

-Todo estará bien, Iori -fue el dulce susurro que fue emitido con la voz casi silenciosa de (...), incapaz de llevar su voz a ser más sonora porque solo se escucharía un siseo de dolor; aunque eso parecía importar muy poco ya que cualquier otro sonido era oculto y opacado por los gruñidos casi bestiales del pelirrojo.

Sus ojos rojos eran tan potentes que cada vez que sus párpados se levantaban y ya podía ver ese brillo, peligroso en cada sentido y señal que le mandaba su cerebro, aun así, no quería dejarlo ir, quizás porque sentía que si llegaba a soltarse, Iori se iría lejos, que huirá de ella y que nunca más lo volvería a ver.

Quizás ese era el problema de (...), tener miedo a perder lo poco que le quedaba.

-Yo estoy contigo -fue lo que susurró mientras no detenía sus caricias.

Esa era la promesa de cada noche.

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