Capítulo 7: Sebastián.

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Vaya, cómo pasa el tiempo de rápido, ya es otoño otra vez, mi estación del año favorita, creo que ya te lo había dicho; estos días los he tenido muy ocupados, muchos trabajos y todo eso, siento que se volvió más complicado después de las vacaciones.

Hace poco llegó un chico nuevo que se llama Sebastián, llevamos un mes hablando, es un chico agradable, muy despistado y algo ocurrente; sin embargo, es pésimo estudiante aún así hace un esfuerzo por mejorar, supongo que tengo un amigo, espero esto sea real porque es un muy buen amigo, no es un chico que suele portar dinero para salir o cosas así, es un chico muy humilde su madre es ciega y no sabe absolutamente nada sobre su padre, tiene una vida bastante dura, pero en su sonrisa no se refleja nada de eso, quizás las personas más fuertes ocultan todo eso en su sonrisa a menudo.

—Hola. –Dijo un muchacho moreno, con calma y amabilidad.

—Hola. –Respondió Nicolás, algo extrañado y confundido.

—Un gusto, Sebastián. –Extendió su mano frente a él.

—Nicolás. –Le respondió con amabilidad estrechando su mano.

—Eres como el raro del salón. –Su voz era en tono de broma mientras se sentaba al lado.

—Ah. –Balbuceó ante la increíble confianza que tenía para hablarle así.

—Además, todos me miran raro por ser el pobre del salón. –Dijo con confianza viendo a su alrededor. —Cuéntame Nico, ¿Por qué eres el único que no sale en los recesos? –Preguntó viéndolo con una sonrisa.

—Ah. –Balbuceó sin saber qué responder. —No lo sé, no tengo con quien hablar en los recesos, supongo. –Le respondió con timidez.

—Bueno, te contaré sobre mí.

Él trabaja y estudia a la vez y sí, le queda muy pesado, pero tiene un hogar que sostener y una madre que alimentar y cuidar, me ha contado que uno de sus mayores sueños es hacer que su madre pueda volver a ver, que pueda ver una vez más el rostro de su hijo que ya creció.

Ha trabajado en muchas cosas diferentes a su corta edad, desde repartidor a mecánico y miles de cosas más, incluso ha tenido dos trabajos al mismo tiempo, pero ambos tenemos esa sensación de habernos visto antes.

Pensé que me mentía sobre su madre, pero cuando fui a su casa me di cuenta de que todo lo que me decía era verdad, me hubiese encantado que no fuera así...

—¿Está es tu casa? –Preguntó con curiosidad viendo aquella pequeña casa.

Aquella pequeña casa tenía al lado dos enormes y mejor decoradas, parecía esa típica casa que no demolían porque alguien muy anciano vivía ahí.

—Sí, ¿Qué tiene de malo? –Le preguntó con una seriedad fingida viéndolo.

—No, nada. –Respondió a secas algo nervioso.

—Ven entra. –Le ofreció con amabilidad señalando la puerta con sus manos.

La casa tenía un techo hecho de lámina sostenido por viga de madera algo podrida que traqueaba ocasionalmente, era una casa muy pequeña y estrecha, pero estaba muy ordenada.

—Ya llegué. –Gritó con suavidad Sebastián. —Ven te presentaré a mi madre. –Dijo con alegría guiando a su amigo por la casa.

La señora estaba sentada en una silla al frente de una tele vieja que no daba imagen, únicamente daba sonido, la señora permanecía con los ojos cerrados, pero al abrirlo para saludar a su hijo se notaba su ceguera.

Mientras Sebastián le mostraba muy emocionado su casa y ambos se preparaban para avanzar en su proyecto, Nicolás le preguntaba cosas sobre su vida.

—¿Hace cuánto vives aquí? –Preguntó con curiosidad sosteniendo su tableta sobre sus piernas.

—Unos diez años, creo. –Le respondió rápidamente mientras él sacaba una muy pequeña tableta.

—Si quieres podemos usar la mía y te paso los diseños. –Dijo con amabilidad viéndolo.

—La verdad esta cosa es muy lenta. –Levantaba entre sus manos aquella tableta. —El estado te da migajas para invertir en educación, es muy triste lo que te llegan a dar. –Se expresaba con algo de seriedad.

—Bueno, al menos te dan algo. –Le respondió con amabilidad y una sonrisa. —Déjame buscar los diseños. –Susurro con su mirada en la tableta.

Desde el día que fui a su casa le ayudo con el desayuno y el almuerzo en la universidad, en ocasiones es él el que me invita, pero prefiero hacerlo yo, hace unas semanas me contó que cuando iba en la primaria lo único que desayunaba antes de ir a la escuela era agua, que tomaba cinco vasos para sentirse lleno, me partió el alma y me arrugó el corazón, escucharlo decir eso, me ha hecho preguntarme cuántos niños en el mundo hará lo mismo o pasarán por lo mismo, el mundo no es justo para todos.

Desde entonces procuro comer todo lo que me sirvo en el plato porque muchos morirían por tener un plato de comida entre sus manos para no ir a dormir con hambre, creo que admiro la fortaleza de Sebastián ante una vida tan dura, él me demuestra que a pesar de todo debes tener una sonrisa y buena actitud, olvidar lo malo y quedarte con los buenos recuerdos, somos tan opuestos en ese contexto, él tan positivo y optimista y yo tan negativo y pesimista, ya que lo pienso bien somos como el yin y el yang, él es muy positivo, pero en ocasiones necesita un poco de negatividad con algo de la dura y cruel realidad, y yo tan negativo creo que bueno... constantemente necesito algo de positividad en mi vida.

—¿Desayunaste? –Preguntó con curiosidad sentándose a su lado.

—No, ¿Por qué? –Le respondió con amabilidad.

Nicolás sacaba un sándwich de su maleta.

—Ten, siempre traigo uno extra por si me da hambre en el camino. –Dijo con amabilidad sonriendo.

Sebastián lo recibe con una sonrisa.

—Gracias, pero no es necesario. –Le respondió con amabilidad y una leve timidez.

—Dale, no hay problema, insisto. –Le sonreía para generar confianza.

—Gracias. –Le respondió con amabilidad mientras le daba un mordisco con entusiasmo.

—Cómetelo antes de que llegué Roberto. –Le advertía con algo de preocupación.

—¿También te cae mal? –Preguntó con la boca llena cubriendo con su puño sus labios al hablar.

—Como no tienes idea. –Se expresaba con cierta molestia, apartando su mirada.

—Está muy rico, ¿Qué le pusiste? –Preguntó con alegría saboreando cada bocado.

—Mantequilla de maní. –Le respondió con amabilidad y una sonrisa.

Sebastián se detenía y abría los ojos tratando de escupir lo que estaba comiendo ante la mirada confundida de Nicolás.

Era alérgico al maní, y si te lo preguntas si le dio una reacción alérgica, que estuvo en urgencia unas cuantas horas, obviamente lo acompañé y me la pasé todo el tiempo que me dejaron en el hospital disculpándome, no sabía que era alérgico, pero ya hoy en día recordamos eso entre risas y bromas.

En su momento su me llegó a preocupar, casi mató sin querer a mi único amigo, luego porque estoy solo...

Espero que esto sea una muy linda y larga amistad, ya necesitaba alguien con quien compartir algo de mi ser, te prometo que él no te va a cambiar, siempre te voy a escribir, bueno, realmente no siempre es cuando pueda hacerlo, te escribo.

Por cierto, te iba a preguntar algo.

¿Tienes algún mejor amigo? Nada más procura conocer sus alergias.

Hablando de algo aparte, este año va muy bien, va bastante bien, eso hasta me está asustado y preocupado, nunca me había ido tan bien en la vida, únicamente espero que siga así por el resto de mi vida, es una sensación extraña, estado tan acostumbrado a estar solo, o no sentir felicidad que al tenerla me hace sentir débil y temeroso.

Por cierto, ya arreglé el último estante del librero y si está llenando fue bastante rápido, compré muchos libros, lo sé, creo que necesitaré otro librero muy pronto, nada más que necesito conseguir de nuevo la madera y la pintura, ya que la última vez no fue tan económico ni fácil conseguirlo, principalmente porque no sabía dónde conseguirlas.

Lijado algo de madera preparaba los tablones para su nuevo librero, detrás de él estaba aquel primer librero lleno, haciendo fuerza para lijar la madera para dejarla suave.

Las horas pasaban y el aserrín se empezaba a acumular en el suelo, llevaba cinco tablones de madera perfectamente lijados, luego de una rápida limpieza de su cuarto comenzaba a armar aquel librero.

Al terminar de poner los clavos en su lugar y de comprobar la estabilidad y resistencia, comenzaba a sacar la pintura, su primer librero era negro y sin vida, con un estado de ánimo mejor hacía algunos dibujos sobre la madera.

Las horas pasaban, él pintaba y le daba vida y color aquel librero, al terminar lo veía con una sonrisa.

—Se ve perfecto. –Sonreía mientras sostenía un nuevo libro. —Y con este libro te inauguró. –Susurro entusiasmado junto a una sonrisa.

Mientras acercaba el libro escucha un ruido en la sala, quizás era su madre de nuevo ebria, soltando un suspiro, lo colocaba en su nuevo librero, tomaba aire y suspiraba saliendo de su cuarto averiguar qué era aquel ruido.

Al salir del cuarto, aquel hombre que siempre lo acompañaba lo veía salir, se acercaba aquel librero y lo contemplaba en silencio.

Con esto me despido, espero escribirte pronto y traerte buenas noticias como hoy, por cierto, te extraño, así que no lo olvides.

Un amigo, una compañía, ten cuidado de quien confías. 

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