Capítulo 05

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El carruaje negro detuvo sus ruedas enfrente del Palacio Real. En el interior, Shuhua contempló maravillada, a través de la ventanilla, la fachada del palacio y los guardias que lo custodiaban, uniformados y armados hasta los dientes.

Estaba nerviosa. Una omega como ella jamás habría soñado con estar allí, a punto de conocer al príncipe. Soojin, su alfa, lucía tranquila a su lado, sin mostrar ninguna emoción a pesar de que su propia hermana fuera la prometida del príncipe Seongwha.

La puerta del carruaje se abrió, saliendo primero la alfa y luego Shuhua, inquieta y expectante. Soojin no le había suministrado la dosis de Jechul correspondiente al día anterior y, por ende, la omega tenía la cabeza más despierta de lo habitual, llena de preguntas. Sin embargo, supo controlarse para no enfurecer a su alfa, quién estaba muy satisfecha con su comportamiento.

Hacía ya tres noches que Soojin le había marcado finalmente, considerando que ya no tenía caso esperar más tiempo. Eso le ponía feliz porque significaba que no sería devuelta (al menos, le daba más tiempo para quedar preñada), y que todos sus esfuerzos por ser una omega ejemplar dieron sus frutos como decía la Santa Biblia. Aun así, el tan esperado momento no fue bonito ni especial. Shuhua siempre imaginó cómo sería obtener la marca de su alfa, pero la realidad le golpeó duramente cuando no sintió más que dolor e incomodidad en el momento en que Soojin le mordió. No hubo palabras de cariño, ni gestos dulces, ni siquiera un: "¿te dolió?".

No hubo nada, y Shuhua, sin saber por qué, sintió unas tremendas ganas de llorar. Mientras Soojin durmió profundamente esa noche, Shuhua tardó en conciliar el sueño, preguntándose si todos los omegas sentían el mismo dolor a la hora de ser marcados.

Al día siguiente recapacitó, restándole importancia y repitiéndose a sí misma, mientras preparaba el desayuno, que Soojin en verdad era una buena alfa, que cuidaba de ella y que, además, tenía la suerte de poder subir de categoría. Llegó a la conclusión de que estaba siendo egoísta, y eso era impensable en una omega. La Santa Biblia y el Manual FOS lo decían: los omegas debían ser piadosos, compasivos y contentarse con lo que recibían, pues de ellos nació el pecado original cuando la omega Eva comió del fruto prohibido. No debían albergar sentimientos malos, egocéntricos e individualistas, de lo contrario, se merecían un castigo ante tal impureza. Shuhua no quería ser una omega impura.

Caminó por detrás de Soojin, sin hablar, pero escuchando la conversación que estaba teniendo su alfa con algunos de los soldados que habían salido a recibirlas. Soojin nunca le contaba con detalle sus misiones, pero no era tan estúpida como para no darse cuenta de la realidad. Por lo que entendió hasta el momento, una omega de la Subterránea (sólo de imaginar ese lugar sentía escalofríos), estaba causando mucho alboroto, desestabilizando a la policía militar con sus actos de rebeldía. Shuhua personalmente esperaba no encontrarse nunca con esa omega.

Tras intercambiar breves saludos, dos guardias les condujeron hacia el interior del palacio. Allí en el vestíbulo el príncipe Seonghwa y Soyeon aguardaban de pie, los dos tiesos como estatuas; Shuhua tuvo que reprimir las ganas de reír, preguntándose si esas caras también las ponían para ir al baño. Se obligó a cortar ese hilo de pensamiento, pero no era fácil cuando apenas quedaba ya Jechul en su organismo.

Seonghwa fue el primero en hablar, dedicándole menos de tres segundos a saludar a Soojin, con su mirada rápidamente posándose en Shuhua, quien mantenía la cabeza agachada, a la espera de que le dieran permiso para hablar.

—Escuché comentarios acerca de tu belleza. Parece que Soojin no exageraba al respecto.

Inmediatamente Shuhua notó que su rostro se calentaba, incapaz de articular palabra. Soojin sonrió orgullosa, como si Shuhua fuera sólo un premio del que alardear delante de otros. Soyeon, por su parte, no dijo nada, pero el comentario de su prometido no había sido precisamente de su agrado; sus labios se torcieron en un rictus de lo más tenso. Ni siquiera le prestó atención a su hermana, Soojin, pues para ella era casi una completa desconocida. Shuhua se preguntó si esa frivolidad era común entre las familias de alta cuna.

—Le agradezco que nos haya permitido citarnos con usted, majestad —dijo Soojin, siguiendo a Seonghwa y dejando a las dos omegas en segundo plano.

—Ah, me diste una excusa perfecta para no escuchar los reclamos de la instructora Joohyun. Se pone más nerviosa a medida que se acerca la fecha de la boda, y detesto que requieran de mi presencia continuamente por tonterías.

A su lado, Soyeon no decía nada, pero Shuhua no pasó inadvertidas las miradas indiscretas que le lanzaba. ¿Que acaso tenía algún problema? Decidió hacer lo mismo, mirándola de perfil y frunciendo el ceño cuando notó que el rostro de Soyeon estaba excesivamente maquillado. Le quedaba horrible, pensó.

Lo que no sabía era que esas capas de maquillaje no eran sino para ocultar las ronchas producidas por la urticaria del otro día. A los sirvientes y al médico de palacio se les había prohibido hablar de ese incidente, ya que la prometida del príncipe debía ser perfecta en todos los aspectos.

Seonghwa les mostró con aire aburrido el salón donde se llevaría a cabo el banquete real, comentando que, por el momento, la lista de invitados ascendía a quinientos sesenta. Shuhua quedó boquiabierta, nunca había visto un salón tan grande y tan lujoso. De las lámparas de araña colgaban pequeños pero numerosos diamantes, las cortinas de metro y medio eran de pura seda, estatuas de bronce sujetaban candelabros de oro y el techo traía un fresco pintado a mano encuadrado también en bordes dorados.

—Tenemos a todo el servicio trabajando día y noche sin descanso. Desde los músicos más prestigiosos hasta la cubertería de plata, todo para que este sea el evento más aclamado y célebre de la década —dijo, soltando una risa de lo más cruel—. Me temo que esos desechos humanos pasarán hambre durante un tiempo.

Ninguna de las presentes dudó de a quién se refería Seonghwa con aquel término tan despectivo, pues bien sabido era que la gente de la Subterránea no eran consideradas personas como tal.

Soojin sonrió ante el comentario, aun así, no mencionó el aumento de impuestos que había decretado Jennie tras la última redada. Seguramente Seonghwa estaba al corriente de la situación, pero ignoraba si sabía más cosas al respecto.

El príncipe pareció adivinar lo que estaba pensando la alfa, pues su risa cesó de golpe.

—¿Todavía no han capturado a esa omega? ¿Qué esperan? —increpó. Sus facciones se volvieron duras, señal de que no estaba nada contento con ese asunto—. ¿Quieren ser el hazme reír de los aristócratas? Apliquen medidas extremas si es necesario.

Soojin lo haría de buen grado, pero la última decisión siempre la tenía Jennie. Otros compañeros suyos habían confesado que el problema se solucionaría con rapidez si eliminaban a la gente de la Subterránea (que eran los que escondían a Lisa) como a una plaga, porque eso era lo que eran.

Soojin se limitó a asentir con la cabeza, solemne.

—Sí, Majestad. Hemos puesto todos nuestros...

Seonghwa hizo un gesto con la mano en señal de que guardara silencio. Soojin calló de inmediato. En su lugar, el príncipe centró su atención en Shuhua, quien le había cautivado desde el primer instante.

—Así que tú serás la chica de las flores —murmuró, acercándose a ella con porte elegante—. Definitivamente ese papel está hecho a tu medida.

—Gra-gracias, su Majestad —tartamudeó Shuhua. No lo miró directamente a los ojos, pues su sola presencia le abrumaba—. Es un verdadero honor poder asistir a su boda.

El príncipe se tomó su tiempo para dejar que los nervios se apoderaran de la omega, disfrutando de ver el efecto que tenía sobre ella. Miró de soslayo a Soojin, y no dudó en quitársela de encima.

—Soojin, el teniente Choi y el capitán Kang llegarán en breve. ¿No crees que deberías ir a recibirlos? Tendrás mucho de lo que hablar con ellos después del fiasco en la Subterránea.

La alfa vaciló unos segundos, no muy convencida de dejar a Shuhua a solas con el príncipe. ¿Y si hacía algo que lo fastidiara? Su reputación era intachable. Sin embargo, no se atrevió a desobedecer una orden implícita de Seonghwa, que esperaba impaciente.

Antes de salir, le lanzó una mirada amenazante a Shuhua, advirtiéndole de que no hiciera ninguna estupidez, pero Shuhua ni se dio cuenta, tratando de no alterarse ante la cercanía con el príncipe. Una vez fuera del salón, Seonghwa ignoró deliberadamente la presencia de Soyeon, cuyos celos iban aumentando y deformaban su bello rostro en una mueca nada atractiva.

—No suelo tener ocasión de conocer omegas tan lindas como tú. Siempre estoy rodeado de guardias y sirvientes, a veces se olvidan que también soy persona y que necesito tiempo para mí —lamentó, a pesar de que sus palabras sonaban completamente vacías.

Shuhua se sentía atrapada. Tenía miedo de decir o preguntar cualquier cosa que ofendiera al príncipe, pero si no decía nada, podía ser incluso peor. En la Clínica nadie le preparó para entablar una conversación con la realeza, aun así, fue cautelosa, midiendo muy bien sus palabras.

—Si me permite, su Majestad, ¿qué le gusta hacer en su tiempo libre?

—Cazar, por supuesto —respondió—. Ven, acompáñame. Quiero enseñarte algo.

Abandonaron el salón dejando atrás una malhumorada Soyeon, quién se rascó el cuello, como si la presencia de Shuhua fuera la causante de su picor.

Shuhua fue incapaz de orientarse dentro del Palacio, y Seonghwa la condujo por las escaleras, subiendo hasta el tercer piso. La ostentación y el lujo brillaba en cada rincón, maravillando a Shuhua que, por un momento, se imaginó cómo sería vivir allí. Una omega de la realeza sólo tenía que preocuparse de dar a luz a un heredero alfa, con eso, ya podía vivir sin preocupaciones por el resto de su vida.

Envidió a Soyeon por tener ese privilegio.

—Es aquí —indicó Seonghwa, abriendo una puerta.

Shuhua entró, llena de curiosidad, pero nada más ver lo que había dentro, hizo que soltara un grito de espanto. Seonghwa se limitó a reír, poniéndole sutilmente una mano en el hombro.

—Tranquila. No te harán daño —aseguró, hablándole muy cerca del oído—. Yo mismo di caza a estos ejemplares.

El cuarto no estaba decorado como el resto del Palacio, con estatuas de mármol y pinturas costosas. En su lugar, de las paredes colgaban cabezas de ciervos y jabalíes. Shuhua nunca vio nada semejante, horrorizada por ese despliegue de crueldad hacia los animales.

—Entiendo que los omegas no gusten de la caza. Es un deporte reservado exclusivamente para los alfas, requiere de valor, destreza, concentración... Cualidades que un omega no posee —explicó, aproximándose hacia un rifle que colgaba también de la pared—. Acércate.

Shuhua evitó mirar las cabezas de los animales, con la horrible sensación de que estaba siendo observada por estas.

—Este rifle fue un regalo de mi padre por mi noveno cumpleaños. Ese día me llevó al bosque y me enseñó a cazar —relató, sujetando el rifle entre sus manos—. Vamos, acércate más. No muerdo.

No sabía qué pretendía Seonghwa enseñándole todo eso; ella lo encontraba vomitivo. Se acercó titubeante, permitiendo que el alfa se colocara detrás suyo, rozando sus cuerpos y alzando el rifle en posición de tiro.

—La mano derecha aquí, y la otra... Sí, muy bien —decía, manejando a Shuhua como si sus manos fueran las de una marioneta—. Fijas el blanco y... disparas.

Shuhua no tenía ni idea de a dónde estaba apuntando. El rifle era muy pesado, y sus brazos pronto empezaron a flaquear. Sin embargo, no era tan incómodo como sentir el roce de la entrepierna de Seonghwa contra su trasero. El alfa era alto y fornido, por lo que le resultaba imposible escapar de allí, sus brazos la tenían rodeada en un salón cuya única compañía eran esos bustos de animales.

Shuhua quería regresar con Soojin, en especial cuando sintió la dureza contra su trasero.

—Tú sabes, Shuhua —murmuró Seonghwa, muy cerca de su oído—. Puedo darte ciertos... privilegios que te ayudarían a conseguir un alto estatus entre la nobleza —sugirió, deslizando su mano por el abdomen de la chica—. Por "servicios prestados" a la corte. Nadie sospecharía, y yo me encargaría de Soyeon.

Shuhua no podía creer el descaro con que Seonghwa le estaba ofreciendo ser su putita personal. ¡Ella ya tenía una alfa! ¡Estaba marcada! ¡¿Es que acaso eso no importaba?!

Quizás fue una suerte que no estuviera bajo los efectos del Jechul, pues rápidamente se las ingenió para esquivar su propuesta indecente y escabullirse de ese horrendo salón.

—Aprecio que me considere digna de tal honor ―dijo, y su voz salió sorprendentemente helada―, pero yo no soy más que una omega que sirve a su alfa, y espero hacerlo por mucho tiempo. Solo obedezco a una alfa, y esa es Soojin.

Se deshizo de su abrazo opresivo, y le entregó el rifle a Seonghwa, haciendo una leve reverencia antes de salir apresuradamente de esa habitación. Intentó recordar el camino de vuelta, cruzando los largos pasillos y encontrando las escaleras principales, bajando sin que se le notara alterada o nerviosa. Miraba constantemente hacia atrás, temiendo que Seonghwa le estuviera siguiendo, pero afortunadamente no lo hizo.

En su lugar, se topó con Soyeon, que iba hacia ella con cara de pocos amigos. Shuhua tuvo un mal presentimiento. ¿Había descubierto lo que ocurrió minutos antes?

—¿Te gustó? ¿Te sentiste importante por una vez en tu miserable vida? —increpó, escupiendo odio en cada una de sus palabras—. Supongo que no pudiste soportar los celos, ¿cierto? Conozco a las omegas como tú. Solo saben ofrecerse a los alfas para obtener lo que quieren. No eres más que una puta.

Shuhua sintió como si le hubieran golpeado en el estómago de la forma más violenta posible. Quiso explicarse, ¡decirle que ella no había hecho nada! Incluso pensó en algo inapropiado que hubiese hecho o dicho ante la presencia de Seonghwa, aunque era imposible. Se había comportado como cabría esperar de ella. Entonces, ¿por qué Soyeon le decía todas esas cosas horribles?

Sus ojos se llenaron de lágrimas, alejándose de Soyeon, que no cambió su expresión de desprecio. Quería estar con Soojin, refugiarse en ella y escuchar su voz. Necesitaba a su alfa.

Soojin pareció notar que su omega pedía estar a su lado. No le fue difícil encontrarla, pues las feromonas tristes de Shuhua le condujeron hacia ella. La omega se escondió entre los árboles del jardín trasero del palacio, deseando irse de allí.

—¿Shuhua? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué lloras? —preguntó, desconcertada.

Soojin tuvo que arrancarle la verdad después de mucho insistir. Shuhua se limitaba a negar con la cabeza, sintiéndose humillada e insultada por algo que ella no había hecho. Era tan injusto.

Finalmente habló, sin entrar en detalles, de cómo Seonghwa la acosó y Soyeon la difamó cruelmente. La reacción de Soojin no fue la esperada.

—Tú misma te lo buscaste. Si te hubieras comportado debidamente, nada de eso habría sucedido.

Shuhua abrió los ojos con horror. Más lágrimas cayeron de sus párpados, ocultando su rostro entre sus manos, sin entender porqué todo estaba siendo un desastre.

—Me decepcionaste, Shuhua. Esperaba poder sentirme orgullosa de ti.

Shuhua era incapaz de controlar su llanto. Soojin no había alzado la voz en ningún momento, pero la frialdad con que le hablaba dejaba en claro que estaba muy enojada con ella.

—¡Lo siento, Alfa! ¡Yo no...! ¡Solo quiero ser una buena omega para ti! ¡Lamento haberte decepcionado!

La alfa no cedió tan fácilmente a sus súplicas. Permaneció con esa fría mirada, sin hacer el mínimo amago por abrazarle o dedicarle un gesto amable.

Esa noche la castigó sin salir de la casa hasta nuevo aviso, le administró una doble dosis de Jechul y la tomó tres veces mientras Shuhua recibía el miembro de la alfa entre sollozos, con el trasero enrojecido por los treinta azotes que había recibido previamente.

Las consecuencias de la subida de impuestos en la Subterránea empezaron a notarse sólo una semana después de imponerse como decreto oficial. Por esa razón, los alfas y omegas jóvenes, conocidos más bien por considerarse defectuosos, tuvieron que trabajar hasta dieciséis horas al día para recibir lo justo y necesario para no morir de hambre.

Existían tres tipos de trabajo enfocados especialmente a los alfas, betas y omegas que vivían en la Subterránea, o los betas que pertenecían a las categorías bajas. El primero era el trabajo en los campos de cultivo: sembrar, cosechar, conservar, recolección... Tareas arduas bajo un calor abrasador. Si bien los destinados allí respiraban aire puro, las horas trabajadas excedían el máximo permitido, sin embargo, la llegada del invierno suponía menos horas y, por tanto, menos salario.

El segundo eran las fábricas textiles. Se utilizaba maquinaria pesada para coser, tejer e hilar todo tipo de telas. Los que trabajan allí carecían de cualquier tipo de seguridad o atención médica. En más de una ocasión, se produjeron amputaciones de los dedos debido al uso continuo de las máquinas que no eran supervisadas en ningún momento. Por otra parte, una gran mayoría de los trabajadores dormían junto a las máquinas debido a las largas y extenuantes jornadas laborales a las que eran sometidos.

El tercero era el peor de todos con diferencia. Las minas de carbón eran el lugar más peligroso y el menos deseado por la población de la Subterránea. Se trabajaba doce horas diarias, con descansos que apenas superaban los quince minutos e ínfimas raciones de comida: un pan redondo, un trozo de queso, una salchicha y un vaso de agua. Nadie quería trabajar en las minas, pero ante la falta de dinero, no había mucho qué hacer.

El resto de alfas y omegas que, por problemas de salud o avanzada edad, no podían ejercer esas profesiones, no les quedaba más remedio que mendigar o rebuscar entre la basura algo que llevarse a la boca.

Lisa y el resto de compañeros también sufrieron las mismas dificultades por obtener alimentos básicos. Lisa se hizo responsable de la situación y rápidamente buscó ayuda en el exterior. Contaban con varios espías en Inopia, que facilitaban información altamente confidencial, sobre todo en relación a la monarquía y el ejército. No obstante, esa no era su única función. Debido a las conexiones que poseían dentro de la capital, dichos espías podían proveer dinero y alimentos para la población de Subterránea.

No era un proceso rápido, pero siempre daba resultados efectivos.

Shin Yuna, Jung Wooyoung y Lee Hwang eran tres alfas que, desde hacía años, trabajaban en secreto para la Subterránea. Yuna era hija de aristócratas, creció rodeada de lujo, pero también de negocios fraudulentos y sobornos. Cuando supo por primera vez de la existencia de la Subterránea (sus padres jamás le hablaron de esta), fue tal el horror y la indignación que le causó, que abandonó todos los "valores" con los que fue enseñada, volcándose en todas esas personas que habían sido marginadas tan injustamente por la sociedad de Inopia.

Jung Wooyoung formaba parte del cuerpo policial, ostentaba un cargo medio, el de inspector, y era quién se encargaba de filtrar toda la información a la que tenía acceso, además de un par de contactos en distintas comisarías de la ciudad.

Y, por último, Lee Hwang era el líder de un grupo de ladrones profesionales. Las mansiones de los aristócratas eran su principal objetivo, pues estas eran mucho más fáciles de robar que los bancos. Realizaban sus operaciones de noche, sin testigos que pudieran atacarlos o denunciarlos. Todo se planeaba meticulosamente, sin usar la violencia en ningún momento. Sus métodos eran limpios, y nunca dejaban rastro. Por ello, Lisa acudió a Hwang, usando el pasadizo secreto que muy pocos conocían y que conectaba con el exterior, contándole la angustiosa situación que estaban viviendo allá abajo.

—No se preocupen. Les traeremos todo lo que necesiten, solo aguanten un poco más —aseguró Hwang.

Lisa confió en su palabra.

Sin embargo, las cosas en la Subterránea iban empeorando cada vez más. Después de que Lisa recorriera el camino de vuelta, y se encontrara con Miyeon y Yuqi donde se reunían secretamente, supo por sus caras que no traían buenas noticias. El poco ánimo que había logrado reunir tras su encuentro con Hwang se esfumó en cuánto Miyeon le entregó un cartel con su cara y un nuevo texto que rezaba lo siguiente:

A todos los habitantes de Subterránea: se ofrece una generosa recompensa de 100,000 wons por cualquier información, dato y/o ubicación que pueda ayudar a capturar a la omega Lalisa Manoban.

Se realizarán redadas semanales. Si usted posee información de valor, los policías estarán a su disposición y se le ofrecerá un dispositivo de seguridad y protección.

Firmado: JENNIE KIM, General del Ejército.

—¿Cuántos de estos hay? —preguntó tras un largo silencio.

—Está la ciudad llena. No se habla de otra cosa —respondió Miyeon.

Jennie sabía jugar muy bien sus cartas, pensó Lisa. No sólo le restringía los movimientos, sino que también pretendía convertirla en una enemiga público dentro de la Subterránea. Lo que empezó siendo una rivalidad entre ellas dos se había convertido ya en un asunto de Estado.

—Será mejor que no te dejes ver por ahora. No sabemos quiénes están dispuestos a vender información sobre ti —aconsejó Yuqi.

Las dos únicas personas que sabían dónde vivía Lisa eran el pequeño Jeno y la anciana Kyuwon, y estaba segura de que ninguno la traicionarían por mucho dinero que ofrecieran. No, lo que le preocupaba era que la policía los llevara detenidos y les interrogara con sus métodos pocos ortodoxos.

—Sí, tendré que esconderme por un tiempo —afirmó, rompiendo el cartel en varios pedazos—. Miyeon, ¿les avisarás?

—Claro. Les diré que estarás bien.

A Lisa no le gustaba la idea de desaparecer sin más, pero si quería que Jeno y Kyuwon estuvieran a salvo, tenía que alejarse de ellos lo antes posible.

—¿Hablaste con Hwang? —preguntó de golpe Yuqi, y sin esperar una respuesta, añadió—: ¿Qué te dijo?

—Se pondrán a trabajar hoy mismo —contestó Lisa, intentando ser optimista.

—Más vale que se den prisa. El ambiente está muy tenso —dijo Miyeon.

Lisa palpó de primera mano la tensión dentro de su grupo revolucionario. Cuando se reunieron con el resto minutos después, no hubo ninguna cálida bienvenida. Los rostros de sus compañeros reflejaban preocupación y miedo, algo que Lisa comprendió perfectamente, a pesar de que el peso de sus acciones la aplastaba cada vez más. Todos los presentes fijaron sus miradas en ella, y aunque no había reproche o enojo en estas, la omega se sentía en deuda con ellos.

—Chicos, no se preocupen. Nadie en la Subterránea morirá de hambruna. Nuestros espías ya se han puesto a trabajar, solo les pido que se mantengan fuertes, ahora más que nunca.

Necesitaba infundir ánimos entre sus compañeros. Aquello no había sido una derrota, el verdadero conflicto aún estaba por empezar. No podían flaquear antes de la batalla.

—¿Conseguiste más información acerca de la boda? —preguntó Jingon—. Estoy deseando que llegue el día.

—Sí, ahora disponemos de información más detallada y precisa —respondió Lisa. Un murmullo de entusiasmo recorrió el grupo—. El carro nupcial se detendrá a las puertas de la casa de la familia Min a las nueve y cincuenta de la mañana. Solamente el cochero y dos damas de compañía la escoltarán hasta la ceremonia. Tres de nosotros se harán pasar por ellos. Yo me ocuparé del cochero, y conduciré a Soyeon hasta la Subterránea con todos los riesgos y peligros que eso implica.

—No creo que pases desapercibida conduciendo el carro nupcial por toda la ciudad —comentó Yuqi con sorna.

—No usaremos ese carro. Robaremos uno y dejaremos inconsciente al cochero junto con las dos damas de compañía, antes de que partan, para que no alerten de su desaparición. Eso hará que ganemos tiempo para la huida.

Se escucharon varias protestas, pero Lisa no cedió. Ella era la mente detrás de ese plan, y como tal, debía asumir el papel más importante y el más arriesgado. Iba a exponerse públicamente, cosa que no iba a permitir que hicieran los demás.

—Yo te escoltaré —se ofreció Miyeon sin vacilación—. Estarás más segura si voy en el carruaje contigo.

Lisa le sonrió a su amiga.

—Yo también iré —habló Yuqi—. Si la cosa se complica, necesitarás a alguien fuerte de tu lado.

Miyeon le dirigió una mirada incrédula.

—No te hagas la héroe. Ambas somos alfas, por si lo olvidaste —le recordó, dándole un codazo en el costado.

—Gracias, chicas.

Los demás no parecían tan convencidos. Ellos también querían participar activamente en el plan, pero Lisa tenía muy claro que cuántas más personas hubiera con ella, más probabilidades había de salir perjudicados.

—Entonces, ¿cuál será nuestro papel en todo esto? —preguntó Seulgi.

—Ustedes nos servirán de apoyo en la salida. Allí se controla quién entra y quién sale de la ciudad. Obvio no puedo decir que llevo secuestrada a la prometida del príncipe, pero apuesto a que ese día la vigilancia será escasa.

—La policía, por poca que sea, siempre va armada —puntualizó Jingon.

—Por eso nuestros espías no solamente nos proporcionarán alimentos —declaró Lisa con orgullo—. No iremos con las manos vacías.

—¿Nos van a proporcionar armas de fuego? —cuestionó Yuqi, sorprendida.

Lisa asintió.

—Sí, pero preferiría que nadie tuviera que usarlas. Tiene que ser una operación limpia, sin bajas —remarcó, seria. Su propósito no era arrebatar vidas, sino exigir sus derechos y construir una sociedad lo más justa y ecuánime posible—. Bombas de humo, máscaras, protectores... Utilicen el factor sorpresa, ataquen por detrás, cualquier cosa para evitar las heridas de bala.

Era consciente de que la policía no dudaría ni un segundo a la hora de disparar contra sus compañeros, en cambio, ella tenía una protección que la volvía intocable. Jennie la quería viva.

Sin embargo, a pesar del peligro del plan, todos ellos se veían emocionados, listos para actuar y empezar a desestabilizar los cimientos de esa sociedad.

—Con respecto a las redadas ―continuó―, y que me he convertido en la omega más buscada de la Subterránea, no me queda más remedio que salir al exterior por su seguridad.

Como había supuesto, todos replicaron al mismo tiempo. Yuqi y Miyeon intentaron poner un poco de calma para que Lisa pudiera explicarse mejor.

—Realizarán redadas a diario, y Jennie no se detendrá hasta encontrarme. Estaré más segura arriba.

—Pero tu rostro también es conocido entre los ciudadanos de Inopia —objetó Jingon.

—Conozco varios escondites. Sé moverme sin que me descubran.

Lamentablemente Lisa se la había pasado huyendo desde que su alfa murió y empezó a ser perseguida. Se vio obligada a sobrevivir en un entorno hostil desde muy joven, lo que a su vez, le había enseñado a pasar desapercibida entre la gente.

—Si por casualidad tienes otro encuentro con Jennie, asegúrate de arrancarle las pelotas —sugirió Miyeon, guiñándole un ojo.

Lisa se rió.

—Lo haré —prometió.

Aun así, pensar en Jennie hacía que todos sus instintos se pusieran en alerta. Su último encuentro fue caótico y realmente vergonzoso. Por primera vez desde que la conoció, deseó no verse con ella. Su rivalidad dejó de ser divertida, con un creciente miedo que se apoderaba de la omega nada más pensar en Jennie como algo más que su enemiga.

Se golpeó mentalmente los cachetes con fuerza, ahuyentando cualquier pensamiento que pudiera distraerla de su cometido. Tenía que pensar en los suyos y asegurar que recibieran los recursos necesarios para subsistir.

—Nadie más conoce las entradas secretas a la Subterránea, de modo que me dejaré ver ocasionalmente para saber que todo está bien.

—Ten mucho cuidado —dijo Somi, quien había permanecido en silencio hasta el momento—. Esos cerdos no se cansarán de buscarte.

—Estaré bien.

La única forma de mantenerlos a salvo de las redadas era desapareciendo de allí. Si no encontraban nada, no tenían motivos para detener a nadie. O eso quería creer. Jennie solo la quería a ella, el resto le daba absolutamente igual.

Terminaron la reunión después de asegurarle que todos los habitantes de Subterránea estarían bien atendidos. A Lisa le hubiera gustado hacerlo por sí misma, pero su reputación estaba manchada gracias a la gran propaganda que estaba haciendo Jennie sobre ella.

No obstante, fue optimista. Ya estaba bien que Jennie pensara que estaba ganando, cuando menos se lo esperase, iba a contraatacar con todo lo que tenía. Se aseguraría de darle donde más le doliese.

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