Capítulo 07

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El silencio sepulcral que había reinado hasta ese momento fue rompiéndose poco a poco con susurros y cuchicheos indiscretos. Los presentes se mantenían estoicos, apenas sin mover los labios, pero Seonghwa, vestido con sus mejores ropas, oía el irritante murmullo detrás suyo. Manteniendo las formas, abandonó su posición en el altar y se acercó a los policías, que aguardaban de pie en los laterales de la catedral. Su flequillo, recto y tieso debido a los productos químicos que la sirvienta le había echado dos horas antes para que su pelo estuviera impoluto, empezaba a despeinarse, soltándose un mechón sobre su frente.

—¿Me pueden explicar por qué mi prometida todavía no ha llegado? —espetó, hablando en voz baja, pero impregnando cada palabra con ira contenida.

—Mi señor, nos informaron de que el carruaje había salido de la casa sin contratiempos.

—¿Y qué ha pasado entonces? ¿Se han perdido por el camino? —inquirió con burla—. Vayan ahora mismo y contacten con los otros. ¡Quiero a mi prometida aquí en cinco minutos! —ordenó.

—Sí, mi señor.

Los policías salieron en fila con paso apresurado, con los cuchicheos yendo en aumento. Seonghwa notó que le temblaban las manos. ¿Cómo osaban humillarlo de esa manera? Él, el príncipe de Inopia puesto en evidencia delante de su pueblo. Haría ejecutar al cochero esa misma noche, y al resto de la guardia la despediría sin contemplaciones. Estaba rodeado de incompetentes.

Regresó al altar, donde el sacerdote, visiblemente impaciente, parecía querer hablar algo, pero Seonghwa lo miró desafiante, como si le retara a decir algo impertinente o fuera de lugar. El sacerdote se lo pensó mejor y permaneció callado, no queriendo arriesgar su pellejo. Tras otros diez minutos de prolongada espera, un policía entró por una de las puertas traseras y corrió hacia Seonghwa, cuyo rostro estaba ya deformado por la furia, pues seguía sin haber rastro de Soyeon.

—Mi señor, verá... Parece que... Nos han informado... —La voz del hombre se entrecortaba, tratando de encontrar las palabras adecuadas, gotas de sudor caían de su frente—. Perdieron el carruaje —soltó honesto.

Seonghwa parpadeó incrédulo, convencido de que había oído mal o que quizás el policía le estaba tomando el pelo; pero este no traía cara de estar bromeando, más bien parecía a punto de colapsar.

—¿Qué. Has. Dicho? —espetó, arrastrando las palabras.

El policía percibió el peligro, retrocediendo dos pasos instintivamente.

—Ya se activó un dispositivo para encontrarlo —dijo, moviendo los ojos de un lado a otro como si buscara una salida por la que escapar.

A Seonghwa le costó todo su autocontrol no abalanzarse contra ese alfa y ahorcarlo con sus propias manos. No daría una buena imagen, no frente a tantas personas.

—Un trabajo —murmuró con la voz temblando—. Tenían un solo trabajo.

—Mi señor, todo se organizó acorde a sus deseos —respondió con toda la valentía de la que fue capaz.

—No —replicó, sonriendo de forma retorcida—. Mi deseo no era que ustedes, panda de inútiles, me dejaran en ridículo enfrente de todos. Pagarán caro su negligencia.

A dos kilómetros de allí, Jennie cabalgaba sobre un majestuoso caballo castaño por entre las calles de Inopia, asiendo las riendas y esquivando los obstáculos como carruajes y transeúntes que estorbaban a su paso. El caballo corría a gran velocidad, persiguiendo un carruaje que le llevaba una ligera ventaja, pero no imposible de interceptar. La alfa no sabía la identidad del secuestrador, pero se hacía una idea de quién podía esconderse detrás de ese carruaje. ¿Por qué si no esa omega se ocultaría en Inopia? ¡Qué estúpida había sido! La rabia e ira recorría sus venas al sentirse burlada por la omega, borrando cualquier rastro de triunfo que había sentido las últimas semanas luego de esa noche en el burdel.

La había subestimado. Y, sin embargo, fue la primera en reaccionar y sospechar que la tardanza de Soyeon no se debía solamente a la incompetencia de los policías, aunque gran parte de culpa sí tenían. Rápidamente preguntó cuál era el caballo más veloz, tomándolo prestado y dando órdenes específicas de cerrar cualquier salida de la ciudad.

—¡Quiero cuatro pelotones custodiando las salidas! ¡Que la policía detenga todo carruaje, esté en movimiento o no, y verifique su documentación! ¡Si ofrecen resistencia o intentan huir, tienen permiso para abrir fuego, pero quiero a Soyeon ilesa junto a Lalisa! —gritó, fuera de sí.

A la mínima sospecha, Jennie visualizó el peor de los escenarios, y fue una suerte para la alfa que así fuera, pues en ese momento, se estaba llevando a cabo un despliegue policial y militar a gran escala; ninguna esquina quedó sin vigilancia. No obstante, Kim temió que su error causara un conflicto interno: la consorte del príncipe secuestrada el mismo día de su boda. No quería ni pensar en los titulares de la prensa ni en el acoso mediático que recibirían si eso llegaba a cumplirse, en la reacción de los nobles, en lo que le haría el Parlamento y el rey.

Disparos empezaron a sonar en al aire, media docena de soldados a caballo aparecieron por una de las calles laterales, uniéndose a Jennie en la persecución. La alfa sacó su pistola, apuntando con cierta dificultad hacia la rueda del carruaje pese a que aún le separaban unos doscientos metros. Disparó, pero no le dio.

—¡Bloqueen el camino! —gritó, cruzando el puente de madera que conectaba con la otra parte de la ciudad, donde vivían los de categoría D—. ¡Vayan por los lados! ¡Hagan un rodeo!

Tras cruzar el puente, los soldados salieron en distintas direcciones, recorriendo las calles secundarias y derribando todo lo que se encontraban a su paso. Jennie, a pesar de su estatus, conocía esa zona de cabo a rabo. Era mucho más extensa en kilómetros, y la mayoría de las calles eran semejantes a un laberinto, se conectaban unas con otras y era fácil desorientarse. Comprobó satisfecha que el misterioso cochero había pasado por una angosta zona, como si no supiera a dónde iba. Aunque no se detuviera, no estaba ni remotamente cerca de salir de esa zona. Jennie tomó un atajo, agachando la cabeza cuando cruzó un arco cuyo techo era especialmente bajo e hizo que su caballo saltara con elegancia ante unas escaleras de piedra demasiado altas e irregulares para bajarlas trotando.

La gente salía despavorida a su alrededor, evitando ser aplastados por ese caballo cuyo tamaño era el doble de grande que las propias casas de los obreros. La alfa accedió a una plaza donde todas las mañanas se celebraba el mercado, lleno de puestos de comida, de telas y artesanía. Fue una suerte que su caballo pudiera correr por entre los puestos, porque cuando el carruaje que había estado persiguiendo entró en el mercado violentamente, se vio sin posibilidad de avanzar.

—¡Lalisa! —rugió Jennie, sacando de nuevo su pistola.

Una voz chillona y aterrada se escuchó con claridad por encima del bullicio de la gente, que observaba con asombro y espanto lo que ocurría delante de sus ojos.

—¡Sáquenme de aquí! ¡Me tienen secuestrada!

Dentro del carruaje, Soyeon sacaba la cabeza por el hueco de la puerta, gritando completamente desquiciada. Shuhua, que todavía estaba asimilando todo aquello, acabó harta de su compañera. Sus gritos no le dejaban ni un segundo en paz.

—¡Cállate, ya! —con un bramido de furia, agarró a Soyeon por la capa y tiró de ella. En cuánto tuvo su rostro delante, le propinó un puñetazo en la nariz. La omega aulló de dolor—. ¡Yo tampoco quiero estar aquí! Maldito sea el día en que Soojin me propuso ser la chica de las flores.

Como si hubiera soltado una blasfemia, Shuhua palideció, el miedo recorriendo su cuerpo. Sin embargo, Soojin no estaba allí para escuchar lo que había dicho. No podía hacerle nada, sin embargo, tampoco era un gran alivio. No sabían a dónde se dirigían, y lo único que tenía claro era que cada vez estaban más lejos de la catedral, sin reconocer las calles. Pero ahora que estaban paradas, y juró haber oído la voz de la General Kim.

¿Qué sería de ellas? ¿Las rescatarían? ¿Cómo reaccionaría Soojin?

Entonces Shuhua tuvo miedo de ser devuelta a su alfa. Es decir, ella no era culpable de que alguien hubiera decidido secuestrarlas, sin embargo estaba segura de que Soojin encontraría la forma de culparla. Ese pensamiento la desanimó, preguntándose si no era mejor huir lejos de su alfa. Inmediatamente después de pensar eso, sacudió la cabeza en una negativa.

Una omega no podía pensar ese tipo de cosas. Una omega debía ser siempre obediente, sumisa y...

La puerta del carruaje se abrió repentinamente. Una mujer enmascarada apareció y tomó a Shuhua del brazo, sacándola fuera. La omega pegó un grito de sorpresa y miedo.

—Lamento mis pobres modales —dijo, agarrándola sin ninguna dificultad y subiéndola a un caballo—. Pero no tenemos tiempo para formalidades. ¡Agárrate fuerte!

La enmascarada se impulsó hacia arriba y se subió al animal, colocándose detrás de Shuhua, paralizada y conmocionada porque todo estaba sucediendo demasiado rápido y su cerebro no daba abasto para procesarlo. De reojo, vio a Soyeon ser arrastrada hacia otro caballo, mientras que la persona que dirigió el carruaje desató a los animales antes de subirse a uno y salir disparada hacia la otra dirección.

—¡Vamos, Lisa! —dijo la enmascarada.

—¡Nosotras nos ocupamos!

—¡No te atrevas! —gritó la voz de Jennie.

—¡Las alcanzamos!

Se produjeron varios disparos. Shuhua gritó, encogiéndose y protegiéndose la cabeza. Su lado omega estaba aterrorizada, gimoteando. Voy a morir, van a matarme, pensó, cerrando los ojos fuertemente, como si así pudiera controlar las feromonas de terror.

—No tengas miedo —le susurró la chica detrás suyo—. Pase lo que pase, no te separes de mí.

Shuhua no tenía ni idea de quién era, tampoco sabía identificarla, no desprendía ningún tipo de aroma; ni alfa ni omega. ¿Era una beta? Fuera lo que fuera, su voz le transmitió justo lo que necesitaba en esos momentos: seguridad.

Abrió los ojos, contemplando la escena que se desarrollaba ante ella. La plaza del mercado era ahora un hervidero de soldados montados a caballo, si Shuhua no andaba equivocada, eran de la propia guardia real. Todos apuntaban hacia una omega en concreto, la que había estado conduciendo el carruaje y que, ahora sobre el caballo y en las escaleras de entrada hacia una vieja iglesia, estaba rodeada por una veintena de soldados.

—Se acabó, Lalisa —dijo Jennie, lista para disparar—. Esta vez fuiste demasiado lejos.

—Contaré hasta tres —murmuró la enmascarada—. Cuando diga tres, agárrate a la crin del caballo y mantén la cabeza agachada. No levantes la cabeza hasta que yo lo diga.

Shuhua notó que su corazón latía frenéticamente. Sus manos se movieron lentamente, sus dedos acariciando la crin. Algo que no era miedo, sino adrenalina, empezó a correr por sus venas.

—Entrégate, y tal vez tenga clemencia de ti —ofreció Jennie.

—Uno...

—¿Clemencia? —repitió Lisa, dejando escapar una carcajada—. Si lo que quieres es someterme, ven a por mí.

—Dos...

Jennie no lo pensó dos veces. Ella junto con los demás guardias y soldados avanzaron con sus caballos.

—¡Ahora!

Un estallido seguido de una fuerte explosión causó el caos absoluto en el mercado. De entre el polvo, el humo y los escombros, docenas de encapuchados aparecieron y dispararon contra los soldados. Shuhua no veía muy bien por entremedio del polvo y sólo pudo cerrar sus ojos, aferrándose al caballo con todas sus fuerzas cuando este comenzó a cabalgar.

Lisa, aprovechando el tumulto provocado por la explosión, escapó con los demás, pero a diferencia del resto, en la dirección opuesta. Tenía que distraer y alejar a los guardias el tiempo suficiente para que sus compañeras pudieran escapar y llegar a la entrada secreta de la Subterránea.

Había dejado a Soyeon en manos de Yuqi. Confiaba plenamente en ella y en Miyeon; ellas lograrían llevar a cabo la misión con éxito. Aunque Jennie la capturase, la mecha de la rebelión ya estaba encendida.

Se adentró en una calle paralela al mercado, mirando constantemente hacia atrás. No era muy hábil manejando el caballo, así que tuvo que pelear para evitar salir despedida mientras se oían de fondo más disparos junto con más gritos. Ella era el señuelo, por mucho que quisiera dar marcha atrás y ayudarles, siguió adelante.

Su rostro se iluminó cuando atisbó el río a su derecha, cabalgando más rápido hacia el sur. Todavía quedaban varios kilómetros hasta llegar a la entrada de la Subterránea, pero siguiendo el curso del río, era imposible desorientarse de nuevo.

Antes de darse cuenta, una bala pasó rozando su oído, cortando superficialmente su piel. Lisa soltó un gemido de dolor. Esta vez no miró atrás, tirando de las riendas y zigzagueando entre las calles, sin perder de vista el río. Sin embargo, a medida que se alejaba más y más del centro de Inopia, el asfalto se volvió pura tierra, el camino se llenó de piedras y vegetación; los hogares eran simples chozas mal construidas sin electricidad. El lugar donde vivían todos aquellos desdichados que nacían inferiores a la categoría D.

Eso solo podía significar que ya faltaba poco para abandonar la ciudad.

Lisa ignoraba cuántos soldados le perseguían, pero no tuvo tiempo de preocuparse por eso cuando notó que el caballo corría descontrolado. Intentó en vano calmarlo, pero no era ninguna domadora de caballos, y el miedo se apoderó de ella en el momento en que el animal se precipitaba hacia un chiquero de gallinas y cerdos.

Incapaz de detenerlo, Lisa decidió saltar del caballo, cayendo estrepitosamente contra el suelo. Se golpeó la rodilla y el brazo izquierdo, pero rápidamente se recompuso, poniéndose en pie y corriendo en busca de un escondite donde ocultarse. Paseó su mirada con urgencia, encontrando únicamente arbustos y árboles delgados y apenas con vegetación, y se apresuró a meterse entre ellos.

Antes de pensarlo dos veces decidió lanzarse al río, escuchando los cascos de los caballos cada vez más cerca y una nueva lluvia de disparos. Cogió aire y se sumergió, buceando mientras ignoraba lo fría que estaba el agua. No supo por cuánto tiempo estuvo aguantando la respiración y sus pulmones empezaron a arder. Salió a la superficie, el agua llegándole por la barbilla, antes de volver a sumergirse para alejarse lo más posible de allí. Cuando salía, y por entre la vegetación, vigiló a los soldados que rondaban entre el lugar. Al mismo tiempo, se desplazó lento pero sin detenerse, temblando de frío.

No vio a Jennie por ningún lado.

Esbozó una sonrisa, metiendo la cabeza otra vez dentro del agua.

Cuando se le agotaba el oxígeno, cogía aire de nuevo. Repitió la misma acción varias veces, aproximándose hacia su destino. La corriente del río no era fuerte, además que no era la primera vez que debía nadar en esas frías aguas. Esa noche...

Borró aquel recuerdo. No. No ahora.

Media hora después, cuando casi no sentía sus brazos, tomó la decisión de salir al ver un escondido sendero entre los arbustos y árboles. Antes de salir del agua, comprobó que fuera seguro. Esperó paciente, escondida tras una piedra afilada, escuchando los ruidos a su alrededor. Todo estaba tranquilo, solo se oía el agua cayendo por la cascada a lo lejos y el canto de los pájaros.

Solamente cuando notó sus extremidades entumecerse, salió del río.

En el escondite tras la cascada, Yuqi había intentado por todos los medios calmar a Soyeon, aunque la omega forcejeaba y lanzaba insultos a todo aquel que se le acercara. A pesar de ser una omega, luchaba con uñas y dientes para librarse de sus captores.

Shuhua, en cambio, permanecía en silencio, observando angustiosa la oscuridad a su alrededor. Desde que llegó, un olor bastante desagradable invadía su olfato. Olía mucho a humedad, pero también a cerrado, y apenas podía ver algo por mucho esfuerzo que pusiera. Además, cuando habían escapado por entre los disparos, le habían puesto una venda en sus ojos para que no viera el camino. No entendía qué estaba haciendo ahí, ni cuál era su papel en todo eso, pero estaba demasiado acobardada como para preguntar nada.

Tras ponerse a salvo en el bosque, Yuqi, Miyeon y otros rebeldes condujeron a las dos omegas por el oscuro sendero abandonado en el bosque hasta la cueva donde se reunirían con Lisa. No fue un trayecto fácil, sobre todo porque Soyeon, pese a estar atada de pies y manos, intentó escapar varias veces, en especial cuando dejaron a los caballos para tomar otra dirección, por una zona que no tenía camino alguno. Shuhua, mientras, tuvo la impresión de que aquel olor nauseabundo se le estaba pegando a la ropa.

Ambas alfas habían salido ilesas milagrosamente de la persecución, pero muchos de sus compañeros no habían corrido la misma suerte. No sabían bien el estado de varios, considerando que tuvieron que separarse y dispersarse en varios grupos, aunque era evidente que algunos estaban heridos. Ojalá hubieran podido llegar a la Subterránea, donde serían atendidos con los pocos recursos de los que disponían en la casa que ellos habían designado tiempo atrás como enfermería.

Además, Yuqi y otros tenían las manos manchadas de sangre, ya que en un intento desesperado por salvar sus vidas, tuvieron que disparar a la policía y guardias. La alfa lo hizo contra dos de los guardias, matándolos en el acto.

No se enorgullecía de ello. Su cabeza recordaba los gritos de horror que le siguieron a ese disparo, haciéndole sentir aún peor. Sin embargo, ya no había mucho que pudiera hacer ante eso.

Llegaron, finalmente, a la cueva que usaban como refugio y base, pero Lisa no estaba. Sin más remedio que esperar sentadas, Miyeon y Yuqi ataron a Soyeon a una roca, esquivando un par de patadas y colocándose cada una en un extremo de la cueva para vigilar.

Era innegable el ambiente cargado de tensión que se respiraba en el lugar, pese a haber logrado con éxito traer a Soyeon allí.

El tiempo transcurrió lento, en silencio, excepto por los forcejeos de Soyeon, quién parecía no darse por vencido. En un momento dado, Miyeon decidió acercarse a Shuhua, que seguía en estado de shock, en un rincón sentada sobre una roca.

—¿Estás bien? Traes mala cara.

Shuhua quiso reírse por lo absurda que sonaba esa pregunta, sin embargo, de sus labios solo salió un débil quejido.

—No te preocupes. No te haremos daño —dijo, en tono tranquilo.

Shuhua no sabía qué creer. Había ensayado todas las noches su participación en la boda, esforzándose por no decepcionar a su alfa, buscando ese lugar privilegiado que pocos omegas tenían la oportunidad de obtener, y ahora... ahora ya nada importaba. Estaba atrapada en ese pozo, donde sus buenas calificaciones carecían de valor, dónde sus pocos derechos desaparecían de un plumazo, donde no era nadie.

Se encogió, abrazándose las piernas y escondiendo el rostro entre sus rodillas. Quería desaparecer de allí.

Miyeon vio sensato no insistir. Regresó con Yuqi, quién se veía intranquila y ansiosa. Antes de iniciar su plan, habían pactado seguir adelante con o sin Lisa, aunque no negaría que sin la alentadora presencia de la omega, no sería lo mismo.

Después de una horrible hora de espera, Miyeon empezó a considerar seriamente que Lisa había sido capturada. Sin embargo, el ruido de unas pisadas la alertaron a ella y al resto del grupo, quienes rápidamente se pusieron en pie. Por un segundo, Miyeon temió que hubieran descubierto su escondite, pero el alivio se reflejó en sus facciones cuando la figura de Lisa apareció finalmente tras la cascada.

Estaba mojada de pies a cabeza, con una mancha roja en la zona de la rodilla y un corte bien feo en la oreja, pero por el resto, se veía de una pieza.

—¡Al fin! Ya me temía lo peor —dijo Miyeon, caminando hacia ella.

—¿Están todos bien? —fue lo primero que preguntó Lisa.

—Sí, algunos heridos, pero ninguno bajo... en nuestro grupo.

Lisa la miró sorprendida, queriendo oír más sobre el incidente. Todo su cuerpo temblaba de frío, no obstante, no hizo caso y aguardó impaciente.

—A Yuqi le persiguieron una docena de tropas. Disparaban a discreción, no tenían piedad con ella —explicó, angustiada—. Hicieron todo lo posible por recuperar a Soyeon, la General Kim la perseguía como una maníaca. Yuqi consiguió herirla, pero después la acorralaron entre cuatro y tuvo que matar a dos soldados. No tuvo elección.

Lisa asintió, pensando en todas las repercusiones que tendrían esas dos muertes de ahora en adelante. Si bien ellas habían dicho que sería en defensa propia, la omega tenía una ligera esperanza de que no hubiera bajas. Definitivamente, ahora el gobierno les vería como auténticos criminales.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, señalando a Soyeon.

—Se resistía y tuvimos que atarla y amordazarla —respondió, encogiéndose de hombros—. Daba patadas a diestro y siniestro mientras nos deseaba una muerte lenta y dolorosa. Dudo que podamos hablar con ella.

—Se calmará —dijo Lisa, aunque no parecía muy convencida.

Miyeon miró de soslayo a Shuhua. La omega había levantado ligeramente la cabeza ante la conversación que estaba teniendo lugar cerca de ella, reconociendo de inmediato a la omega que las había secuestrado.

—Por cierto, ¿quién es esa omega? —le susurró Miyeon, curiosa.

—Iba en el carruaje con Soyeon. No teníamos previsto secuestrar a dos omegas, pero quizás sea mejor así. Eso hará que nos tomen en serio.

—Aún no sabemos su nombre. Si como dices, acompañaba a Soyeon, su alfa debe ser un tipo importante —comentó.

Lisa coincidió con Miyeon. Miró detenidamente a esa omega, que debido a la posición en la que se encontraba, daba la sensación de que era más pequeña de lo que en realidad era. Desde allí parecía un animalito asustado.

—No tardarán en ponerse en contacto con nosotras. Si quieren recuperarlas, tendrán que escucharnos.

Miyeon no compartía el mismo optimismo que Lisa, pero no dijo nada. Les esperaban unos días difíciles.

—Iré a ver a los que están heridos —informó Lisa, pero antes de emprender el recorrido hacia la Subterránea, se detuvo delante de Yuqi, que no había abierto la boca en ningún momento—. Lo hiciste bien. Lamento que cargaras con tanta responsabilidad.

—No importa. Nuestro plan fue un éxito —contestó, restándole importancia.

Lisa le sonrió. No podía expresar con palabras lo mucho que significaba para ella tener su apoyo y confianza.

—Esa herida se ve fea —comentó Yuqi, apuntando hacia su oído, cuya sangre empezaba a coagularse. La alfa le entregó un pañuelo para que se cubriera la nariz y boca—. Será mejor que vayas con Yeji. Está con los otros. Nosotras nos haremos cargo de Soyeon y la otra omega.

—Gracias, chicas.

No sabía si era porque ya estaba a salvo y la adrenalina poco a poco iba desapareciendo de su cuerpo, pero Lisa empezó a notar un dolor punzante en la rodilla, justo donde se había dado el golpe tras saltar del caballo.

Avanzó cojeando, sintiendo que algo viscoso resbalaba por la curva de su cuello. Palpó su oído, poniendo una mueca tras comprobar que el lóbulo estaba empapado en sangre. Se adentró en el pasadizo, apoyando la mitad de su cuerpo en la pared. Caminó despacio y el recorrido nunca se le había hecho tan largo como en ese momento.

Escuchó voces detrás, Yuqi y Miyeon, que estaban en perfectas condiciones, se ocuparían de todo mientras ella se recuperaba de la persecución.

En la Subterránea, Yeji, una beta, atendía a una docena de heridos al mismo tiempo. La "enfermería" que solo contaba con diez camastros viejos y material robado de los hospitales de Inopia, estaba más ruidosa y caótica que nunca. Los heridos más leves esperaban en el suelo, cubriéndose las hemorragias con paños húmedos. Los más graves estaban tendidos en los camastros, algunos gritando de agonía mientras Yeji les cosía la piel o les aplicaba agua oxigenada para evitar que se infectaran.

Yeji había sido enfermera de quirófano en Inopia. Su jefe, un alfa médico y científico, se había inclinado por estudiar las diferencias biológicas entre alfa y omegas, convencido de la superioridad del primero en base a teorías sobre la pureza de la sangre. Yeji había visto los estudios pseudocientíficos que abundaban cada vez más en Inopia, decidiendo enfrentar a sus superiores y reprochándoles su falta de humanidad. Una semana después fue despedida y suspendida del empleo de forma permanente. Su familia no quiso apoyarla por miedo a las represalias y las autoridades la invitaron amablemente a abandonar la ciudad.

Su destino fue la Subterránea, donde a pesar de las circunstancias, atendería a todos los enfermos que hubiera y darles la atención que necesitaban.

Ese día lo más difícil fue intervenir quirúrgicamente para extraer las balas de cuatro de los pacientes. Contando únicamente con unas pinzas esterilizadas y su pulso, Yeji consiguió sacar del peligro a los cuatro jóvenes que habían recibido los disparos de los soldados. Lisa observó la última intervención en una esquina, sin interrumpir. Lo suyo parecía insignificante si lo comparaba con el agujero de bala que traía uno de los betas en su abdomen.

—¡Necesita una transfusión de sangre!

Uno de los mayores problemas en la Subterránea era que no había instalación eléctrica, por lo que no podían disponer de corriente. Las instalaciones eran pobres y los recursos también. No había historiales ni fichas médicas, ni tampoco registros.

—¡¿Cuál es su grupo sanguíneo?!

Nadie lo sabía. Yeji se desesperaba, pues sin esa información no podía hacer nada. Con sus manos desnudas manchadas de sangre, cubría la hemorragia entre sollozos. Lisa decidió salir de la enfermería y esperar fuera. Se sentó en el peldaño, ignorando que su rodilla sangraba, pensando en lo que le había dicho Miyeon. Jennie estaba herida, pero seguramente ella estaría siendo atendida en un hospital con todas las comodidades a su alcance.

Ellos, en cambio, debían organizar grupos que salieran al exterior y se colaran en los hospitales para robar vendas, medicamentos, utensilios, sueros... Todo lo que pudieran encontrar en una hora.

De pronto, la muerte de esos dos guardias (y, quizás, cuántos más) ya no le supo amarga. Ellos no habían dudado en disparar contra los suyos, ¿por qué entonces debían sentirse culpables por defenderse?

Cuando Yeji por fin pudo atender a Lisa, la omega notó el cansancio en su rostro, las ojeras enmarcando esos ojos. La beta le revisó, empezando a limpiarle la herida para que no se le infectara. Incluso le comentó a modo de broma que ya no se veía tan guapa como antes.

Lisa se rió, aunque su risa se transformó en una mueca cuando la beta intentó retirar el pantalón. La tela se había pegado a la herida de la rodilla.

—¡Qué desastre! —exclamó Yeji.

Lisa se mordió el labio, deseando que Jennie lo estuviera pasando igual o peor que ella.

Jennie estaba furiosa. No. Estaba iracunda, pues nadie se atrevió a acercarse a ella, ni siquiera sus subordinados. Después de que una alfa rebelde la derribara de su caballo y se esguinzara el hombro debido a la caída, había sido trasladada al hospital central entre todo el caos y la confusión de la gente. La policía, el ejército, los guardias, nadie sabía dónde se encontraban Soyeon ni su captora. El pánico se había desatado entre los ciudadanos, incluso se oían voces que afirmaban haber visto cómo mataban a un pelotón de soldados. Hasta escuchó como el sacerdote llamó a rezar para evitar el fin del mundo.

En medio del caos, llegaron los servicios médicos, causando aún más revuelo. Jennie fue de las primeras en ser atendida pese a sus protestas. La ausencia de Soyeon durante la ceremonia y la persecución a gran escala por parte de las autoridades hizo que fuera imposible ocultar la realidad: habían secuestrado a la prometida del príncipe.

Una vez en el hospital, Jennie decidió desahogar su ira, dándole una fuerte patada al cubo de fregar de una de las limpiadoras que pasaba cerca suyo. La omega salió despavorida.

—¡Señora Kim, por favor, cálmese! —pidió uno de los doctores en el vestíbulo.

—¡Usted cállese! ¡No sabe nada!

Poco le importaba el dolor persistente y agudo de su hombro esguinzado, pues por su culpa, habían secuestrado a Soyeon. Les humillaron de la peor forma posible, ¡a plena luz del día! Era imposible manipular u ocultar nada, todos lo habían visto. La prensa se haría eco y el liderazgo de los alfas sería puesto en entredicho, de seguro rodarían cabezas (empezando por la suya, probablemente) y tendrían que aguantar las burlas.

—¡Maldita seas, Lalisa!

Uno de los doctores le sugirió que tomara algún calmante o sedante, pero Jennie lo rechazó con rotundidad. Tenía que reunirse con Seonghwa e ir medio drogada no era una opción. Ordenó que le arreglaran el hombro lo mejor posible, pero los médicos le explicaron que era un proceso mucho más complejo y largo que necesitaba tiempo.

—Tiene que someterse a radiografías, luego habrá que inmovilizar la zona, y finalmente se debe recurrir a rehabilitación, dependiendo de la gravedad.

Jennie puso una expresión de muerte, provocando que el hombre retrocediera. No tenía tiempo para nada de eso.

—¿Es que no me escucharon? —espetó de mala gana, fría y con la voz filosa—. Tengo cosas mucho más importantes que hacer que esperar en una camilla. Arreglen el hombro, ahora —ordenó.

El doctor pareció dudar solo unos segundos. Seguidamente soltó un suspiro, asintiendo con la cabeza.

—Como usted prefiera.

Trayendo hielo para bajar la hinchazón, el doctor le aplicó algunas cremas con rapidez antes de empezar a vendarle, lo que causó que Jennie soltara un prolongado grito de dolor. Hizo caso omiso de las recomendaciones del doctor, y sin dejarle terminar, salió de la habitación a toda prisa, aunque se llevó una sorpresa al encontrarse cara a cara con Soojin. Su expresión parecía traer malas noticias.

—¿Y ahora qué?

Soojin estaba tan tensa que daba la impresión de que iba a deshincharse como un globo.

—Shuhua iba con Soyeon en el carruaje.

Hasta el momento Jennie no había caído en esa obviedad, pues Soojin se había encargado de recordarle continuamente que su omega escoltaría a Soyeon hasta la ceremonia. Por supuesto, Shuhua no era ni remotamente tan importante como Soyeon, y era muy probable que su secuestro se tratara de un daño colateral, a fin de cuentas.

—Tendrás que pedir otra omega —dijo Jennie con calma.

—¡Claro que lo haré! —exclamó—. Shuhua a estas horas ya estará en la Subterránea. No pienso tocar nada que venga de allí.

Jennie quiso reírse ante su comentario. Lisa vivía permanentemente en la Subterránea, a excepción del burdel, y aunque la Subterránea le causara cierta repulsión, no le importaba que Lisa procediera de ese lugar. Un omega seguía siendo un omega, viniera de un sitio u otro. Mientras pudiera complacerle, ignoraría todo lo demás.

—Aun así, no me gustaría estar en tu lugar —prosiguió Seo—. El rey quiere conocer los detalles de lo que ha ocurrido, y después de Seonghwa, tú serás la siguiente.

Jennie lo sabía bien. Asumía la responsabilidad sin objeciones, pero también se preguntaba qué pretendía Lisa con aquel secuestro, pues el rey no cedería ante un chantaje, y un omega siempre era reemplazable. No obstante, le preocupaba la opinión pública. Había demasiadas cosas de las que ocuparse, y el dolor en el hombro no disminuía.

Tal vez sí debió aceptar esos analgésicos.

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