15.

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Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

este capítulo contiene smut.

Ante las palabras de Yoongi, los aplausos y gritos no se hicieron esperar. Hoseok apretó las manos del príncipe, conteniéndose para no besarlo en público, y sólo sonrió con felicidad, volteándose a saludar el público.

No pudo encontrar el rostro de Joohyun o las otras Cortesanas, apenas siendo capaz de enfocar la vista por la emoción. Sin embargo, pudo sentir algunas miradas de molestia y, sobre todo, desconcierto, y sabía que no era para menos. ¿Quién iba a esperar que un simple muchacho, nacido en la pobreza y miseria, fuera a casarse con el futuro Emperador? Él jamás lo pensó durante gran parte de su vida.

Yoongi indicó que la fiesta continuara, por lo que la música no tardó en sonar, y los bailes y conversaciones a retomarse. Aunque todavía estaban algunos ojos puestos en él.

―Mi Señor... ―barboteó Hoseok, conmocionado―, lo hizo.

―Claro que sí ―Yoongi se volteó a verlo, sorprendido, y le agarró la barbilla―. Te lo prometí, amor mío.

―Sí ―otra vez tuvo que contenerse para no besarlo y abrazarlo. Sabía que no sería bien visto, no en público―. Me ha hecho la persona más feliz de la noche.

―Todavía no acaba la noche ―recordó Yoongi―, todavía me falta hacerte más feliz.

Hoseok se rió, encantado, y el príncipe tiró de él para sentarlo a su lado, en una nueva silla que acababan de acomodar. El corazón del doncel no dejaba de latir, acelerado y lleno de alegría, y ahora ya no pudo contenerlo: agarró unas uvas que se encontraban en el plato más cercano, extendiendo su mano para alimentar a Yoongi. Complacido, el mayor lo aceptó.

Desde allí, en su nueva posición, Hoseok apreció el resto de la fiesta. El estrado era alto y, no pudo evitarlo, pero allí la gente parecía verse mucho más pequeña. Ansió durante unos minutos poder volver a la multitud para bailar, sentía como si la música lo llamara. Sin embargo, tenía más que claro que no sería bien visto y podía provocar algunos problemas, más con su reciente nombramiento como prometido del Príncipe Heredero. Lo que menos quería era dejar mal parado a su futuro esposo.

―¿Te aburre esto? ―preguntó de pronto Yoongi, sacándolo de sus pensamientos.

Lo miró, sonriendo con un poco de vergüenza.

―¿Tanto se me nota? ―respondió―. No estoy acostumbrado a quedarme quieto, mi Señor.

―Puedes llamarme por mi nombre ―recordó Yoongi.

―¿Incluso frente a toda esta gente? ―consultó Hoseok, apenado―. No quiero lucir...

―Eres mi prometido, Hoseok ―la voz del mayor era grave, aunque con un toque de cariño―, mi futuro esposo y Emperatriz. Una Emperatriz está a la altura de su Emperador.

Hoseok no lo resistió más y se inclinó, besando con suavidad a Yoongi en la boca. Sabía a carne y vino, y quiso ir más profundo, mas logró darse cuenta a tiempo y se alejó con timidez.

Los ojos del príncipe brillaban.

―Que atrevido, Joya ―comentó Yoongi, y eso fue todo. Hoseok sólo le abrazó por el brazo, suspirando con cariño.

El resto de la fiesta trascurrió con relativa normalidad, con la música resonando y la gente bailando. Hoseok se dedicó a conversar con las princesas y el príncipe menor, probando los nuevos platos que les llevaron y parecían mucho más deliciosos de los que estaban con el resto de los comensales. Además, algunos funcionarios del gobierno se acercaron y felicitaron al Emperador por la ceremonia, junto con darle sus respetos al muchacho.

―Mañana te presentaré al resto de funcionarios ―le dijo Yoongi, poco después de que los príncipes menores se hubieran retirado para ir a la cama. Sólo quedaban Yeji y Yoongi, además del Emperador―. Es burocracia, será muy aburrido, pero tendrás que poner tu mejor cara.

―No te preocupes ―Hoseok ocultó el bostezo―, sé que debo conocer muy bien a tu gente, Yoonie.

―Sí ―Yoongi le agarró del mentón―, pero creo que es hora de llevarte a dormir. Debes estar agotado.

―Ven conmigo ―le suplicó el menor, y bajó la voz―. Quiero que me tomes esta noche, mi Señor.

Los ojos del príncipe brillaron con fuerza. Hoseok humedeció sus labios, viendo como Yoongi se ponía de pie repentinamente. Casi de inmediato, la música cesó y todos se voltearon a ver al heredero al trono.

―Por favor, no se molesten ―dijo―, es sólo que ha llegado el momento de retirarme junto a mi prometido. Ha sido una gran fiesta y ceremonia, y agradezco a nuestros antepasados y a los dioses por habernos otorgado un año lleno de paz y prosperidad ―ayudó a Hoseok ponerse de pie―. Pronto daremos el anuncio de la ceremonia de boda y coronación de mi futura Emperatriz. Pasen una buena noche.

La multitud de personas se despidió, y de pronto, sobresaltando a Hoseok, apareció Seokjin con una expresión imperturbable junto a otro guardia.

―Mañana se le asignarán dos criadas personales, mi Señor ―dijo Jin, y Hoseok se sorprendió al darse cuenta de que le hablaba a él―, junto a un grupo de guardias que le van a cuidar y proteger.

―Oh ―Hoseok parpadeó, desconcertado. Yoongi sonrió levemente―, gracias, Seokjin.

―Jin se encargó personalmente de buscar las personas idóneas para ti ―le dijo el príncipe, llamando su atención―. Personas que no vayan a traicionarte o traicionarme.

El corazón de Hoseok se aceleró un poco en señal del leve temor que lo sacudió. Sabía que Yoongi se lo decía para prevenirlo, no para asustarlo, pero eso no evitó que le asustara lo que podía pasar. No era raro que se tratara de hacerlo caer en favor de alguna otra opción, al fin y al cabo, lo ocurrido con el collar fue sólo un burdo intento de sacarlo de su posición.

No, pero Yoongi le protegería. Él se iba a asegurar de que nada le pasara.

Entraron al pabellón en que dormía la familia imperial, alejándose de la fiesta y caminando hacia los aposentos del príncipe. De pronto, Hoseok empezó a sentir una pequeña ansiedad de lo que pudiera ocurrir: ¿y si no lograba satisfacer a Yoongi? ¿Si no era lo que él buscaba? Hoseok se moriría si llegaba a desilusionarlo o, peor, hacer que todo eso terminara. Que esa fantasía de poder casarse con él acabara.

Como si sintiera su miedo, Yoongi le dio un apretón a su mano. No fue necesario que le dijera algo más, era como si, de pronto, ellos estuvieran conectados. No te preocupes, parecía decirle ese gesto, jamás vas a decepcionarme. Eso no hizo que el miedo desapareciera por completo, pero pareció disminuirlo un poco.

Pronto llegaron frente a las puertas, que fueron abiertas de par en par para ellos. Los guardias y Seokjin se inclinaron para despedirlos, y Hoseok entró tras Yoongi al cuarto. A pesar de haber estado allí varias veces, en ese momento pareció adquirir otra connotación, y recordó de manera inevitable la noche en que fue llamado por él por primera vez.

―¿Quieres un poco de vino? ―preguntó Yoongi, haciendo que lo viera. Hoseok escuchó las puertas siendo cerradas.

―Ya debes estar muy bebido ―le dijo Hoseok, acercándose a él.

―Tengo mucha resistencia ―Yoongi agarró una de las copas que estaba sobre una de sus mesas, donde había también comida―, ven, cariño.

El dulce apodo hizo que sus hombros se destensaran un poco, así que fue hacia él, con el rostro levemente enrojecido. Yoongi le sonrió con cierta gentileza, tendiéndole la copa, y Hoseok no tardó en beber del vino. El dulce sabor estalló en su boca y el mayor no tardó en servirle un poco más.

―A tu salud, amor mío ―dijo el príncipe―. A salud de la futura Emperatriz.

Esas palabras le hicieron sonreír, sintiendo de pronto un brazo de Yoongi rodeándole la cintura y atrayéndolo contra él. Bebió con rapidez y bajó su mano, que sostenía la copa, antes de echar el cuello hacia atrás.

Los labios húmedos del de cabello negro fueron a su piel, posándose como el aleteo de una mariposa.

―Estabas precioso ―le susurró Yoongi, con los ojos brillando fuertemente―, bailas muy hermoso, Hoseok. Quiero que me bailes cada noche, hasta que me muera.

―Mi Señor... ―gimió Hoseok, con las piernas temblando―, te bailaré todo lo que quieras si me aseguro de que así seas mío.

―Soy tuyo ―le juró Yoongi―, siempre seré tuyo, mi joya más preciosa.

Antes de que el menor pudiera responder algo, la boca de Yoongi fue a sus labios, besándolo con lentitud placentera. Hoseok continuó el beso, con el estómago dando mil vueltas, y fue mucho peor cuando el beso se convirtió en algo más salivoso y salvaje entre ellos, como si estuvieran peleando por el control.

La copa cayó de la mano del más alto, pero a ninguno le importó particularmente. A tropezones, apenas separando sus bocas, fueron hacia la cama, con sus manos comenzando a quitarse la ropa. Qué fastidio, parecían pensar ambos, porque al ser ropas de fiesta, había nudos complejos que deshacer y joyas que intervenían. Hoseok le quitó la cinta que estaba a media frente en la cabeza de Yoongi, tirando además del nudo de sus cabellos y liberándolos.

―¿Mmm? ―murmuró el mayor, con los ojos perezosos en el rostro ruborizado de Hoseok. Sus mejillas también se encontraban un poco enrojecidas―, ¿me prefieres así, con el cabello suelto?

―Me da lo mismo ―Hoseok levantó una mano y le acarició un moflete con amor―, yo te amaré de cualquier forma, mi Emperador.

Los ojos de Yoongi brillaron con más fuerza, como si esas palabras le causaran gran placer, y volvieron a besarse. Ahora, las manos del príncipe fueron hacia las ropas de Hoseok, comenzando a quitárselas por completo: primero la chima, después el jeogori, con las alhajas siendo echadas al suelo. No parecía que eso fuera realmente importante, no cuando poco a poco sus pieles se veían más y más desnudas.

Si bien no era la primera vez que ellos se besaban de esa forma y la lujuria les ganaba, ahora parecía ser distinto a todas esas otras ocasiones. Existía cierta tensión lasciva en el aire a medida que los toques se volvían más y más sucios, con sus bocas emitiendo gemidos y jadeos bajos que llenaban el cuarto. Ambos rostros, a la luz de las velas, brillaban en sudor, rubor y placer.

Hoseok podía sentir la dureza de Yoongi contra su entrepierna. El mayor ya se encontraba sólo en ropa interior, mientras él acababa de perder la última prenda y quedaba desnudo frente al príncipe.

―Eres hermoso ―volvió a decir Yoongi, admirando ese cuerpo que deseó tanto tiempo: las caderas estrechas, los muslos apretados, piernas largas y el trasero pequeño. Los pezones de Hoseok se encontraban endurecidos, al igual que su polla, enrojecida y estimulada―, el ser más hermoso que alguna vez hayan visto mis ojos.

―Mi Emperador... ―gimió Hoseok, y Yoongi echó a un lado también su ropa, quedando también desnudo―, mi Señor...

―Mi preciosa cosita sucia y pecadora ―le susurró el mayor, extendiéndose para agarrar la jarra de aceite que estaba sobre la mesita al lado de la cama―, ¿vas a ser mío esta noche?

―Fui tuyo desde el momento en que me viste, Yoongi ―suspiró Hoseok, abriendo sus piernas―. ¿Serás mío para siempre?

―Ni la muerte podrá separarte de mí ―prometió el príncipe, antes de besarlo con profundidad.

Fueron con lentitud nuevamente, frotándose entre jadeos bajos. Ambas pollas se tocaban y rozaban, pero no parecían tener presura, compartiendo besos lentos y amorosos, con pequeñas risas entrecortadas. Yoongi parecía más interesado en besar el bonito rostro colorado de Hoseok, que tenía los ojos llorosos y los labios hinchados, y que a su vez, acariciaba el cuello del más bajo.

―Te amo mucho, mi Emperador ―confesó Hoseok―, te amo con todo mi corazón.

―Yo también ―le juró Yoongi―, eres mi dueño, Hoba.

Hoseok dobló sus piernas en una V invertida y Yoongi retrocedió, comenzando a untar sus dedos en el aceite. El menor pensó en que quizás sería mucho mejor que se diera vuelta, que lo tomara de esa manera, pero luego se dijo que no. Esa primera vez quería ver el rostro de Yoongi y hacer el amor frente a él.

Los dedos del mayor se deslizaron por entre la separación de sus nalgas. Hoseok levantó las piernas, llevándolas a su pecho para dejarle mayor acceso, y gimió apenas al sentir el toque húmedo y ligero sobre su entrada. Sería la primera vez que tendría algo allí metido y hubo un pequeño miedo que se pasó cuando Yoongi empezó a besarle ahora las pantorrillas.

―Si tuviera que escoger una de mis partes favoritas de tu cuerpo, diría que son tus piernas ―reflexionó Yoongi.

―¿Y qué más?

―Tu culo, por supuesto.

Eso le sacó risas escandalosas a Hoseok, que pronto se convirtieron en nuevos jadeos cuando un dedo comenzó a entrar en él. La intromisión fue un poco sorpresiva y extraña, pero no incómoda, y las falanges de Yoongi atravesaron el primer anillo de músculos.

―Que cálido eres ―Yoongi le besó ahora la rodilla―. Tan cálido y apretado para mí, mi bonito Hoba...

Volvió a reírse, ahora con más suavidad y cariño, y Hoseok quería todo de Yoongi en ese momento. Cada palabra que le decía hacía que su corazón se agitara y apretara en amor. No podía creer lo mucho que había ansiado ese momento, y saber que se hacía realidad provocaba que quisiera llorar.

Un segundo dedo se frotó, repentinamente, junto al otro, y emitió un ruido de gusto cuando más aceite cayó en sus nalgas, facilitando la penetración. Su ano, poco a poco, se fue dilatando y esos dos dedos se encajaron en él, abriéndolo con lentitud. Yoongi no tardó en presionar contra su glándula.

―¡Ah! ―chilló Hoseok, y Yoongi, travieso, sonrió como si hubiera recibido un premio―. ¡Mi... mi Emperador!

―¿Sí, cariño mío? ―Yoongi se estiró hasta que su rostro estuvo casi encima del de Hoseok, aunque sin sacar sus dedos―. ¿Te gusta esto?

―¡S-sí! ―sollozó el menor, arqueándose al sentir un nuevo golpe de placer recorriéndolo―. ¡Oh!

Yoongi suavizó su toque, porque no quería que Hoseok se corriera enseguida. Quería que lo hiciera junto a él, así que ahora sólo se dedicó a prepararlo más lento, con ligeros movimientos de tijera y círculos. Un tercer dedo no tardó en entrar, y el mayor sentía su erección dolorosa por la necesidad de estar dentro de él.

―Hope... ―le murmuró, besándole la barbilla―. Puede que duela al inicio, ¿está bien? Si es mucho...

―Sí, sí ―le interrumpió Hoseok, con los ojos tan llorosos por la lascivia―, hazlo, por favor, por favor, mi Señor...

Hoseok no tenía qué pedirlo, porque él lo iba a hacer. Pero que bonitas sonaban sus súplicas y quejas, eran música para sus oídos.

Sus dedos salieron con un aguado sonido que fue ahogado por el gemido de Hoseok. Yoongi contempló el agujero abierto del muchacho, con los bordes enrojecidos y viéndose tan vacío.

―Agarra tu trasero y ábrelo más para mí ―le susurró Yoongi, y esas palabras provocaron que Hoseok gimiera agudamente.

Sin embargo, obedeció: sus manos agarraron cada nalga, separándola y sintiendo cómo su ano se abría un poco más. Que sucia visión debía ser para Yoongi, pensó, pero qué importaba. Él sería todo sucio y libidinoso por él.

Yoongi agarró su polla dura y goteante por el presemen, dirigiéndola hacia la entrada de Hoseok. Se frotó con suavidad allí, gruñendo por el placer, antes de que la cabeza de su pene comenzara a penetrarlo, atravesando el esfínter y el primer anillo de músculos. Por los dioses, era...

Hoseok gimió en voz baja por el repentino dolor que lo estremeció. El miembro de Yoongi era grande, entrando con un poco de fuerza, y mordió su labio inferior para no chillar por el ardor. Se forzó a tomar aire, tratando de relajar su cuerpo, con eso sirviendo un poco para que entrara más en él.

Yoongi lo agarró de la cintura, llamando su atención, y sus ojos cubiertos de lágrimas se voltearon a él. La boca del mayor se posó en la suya en un beso amoroso, lleno de cariño y ternura, por lo que sus músculos se volvieron gelatina.

―¿Va bien? ―preguntó el príncipe, pasando a besarle el cuello.

―Sí, va... ―Hoseok pestañeó, sintiendo cómo seguía entrando, pero ahora el dolor se mezcló con el placer al volver a empujar su próstata―. ¡Ah!

―¿Bien? ―insistió Yoongi.

―Sí ―aceptó el menor―, más.

―Lo que mi bebé desee.

Los besos, se dijo Hoseok, eran buenos para ese momento. Servían como distractores, haciendo que su cuerpo ya no se tensara ante la intromisión, y así pudo terminar por deslizarse completamente en él. El doncel gimoteó ante la sensación, como si estuviera lleno hasta sus entrañas, pero no era desagradable. Por el contrario... Era satisfactorio y muy, muy caliente.

Aunque ni siquiera alcanzó a poner esa idea en su boca, porque Yoongi le agarró con más fuerza de la cintura, con esas grandes manos rodeándolo como si fuera un juguetito, y sus caderas comenzaron a moverse. La polla del mayor empezó a golpear duro en su interior, haciendo que ahora no pudiera un poco callar los gemidos y gritos.

―¡Ah! ¡Yo-Yoongi! ―chilló, escandaloso. Eso pareció gustarle tanto al mayor, que sólo sonreía a pesar de sus propios jadeos―. ¡Ba-basta!

―¿No te gusta? ―preguntó Yoongi, con los ojos brillando en maldad―. ¿No... no es lo que quiere mi... mi bebé?

―Me... ¡me van a-AH! ―apenas podía hablar bien por los balbuceos y gritos―. ¡Me o-oirán!

Pensó que eso lo detendría, pero por el contrario, Yoongi empezó a martillarlo con más fuerza. Hoseok arrugó las sábanas bajo él, con sus piernas rodeando la espalda del príncipe en un gesto que no pudo controlar.

―Que te... que te oigan ―declaró Yoongi―, que sepan que... que ya tienes dueño...

Hoseok no pensó que ese placer pudiera aumentar más, pero se equivocó, porque Yoongi ahora le agarró su polla endurecida y se dedicó a masturbarlo. Sus ojos dieron vuelta, como si estuviera viendo las estrellas, y tiró del mayor para besarlo en la boca en un vano intento de callarse un poco.

El éxtasis llegó a su punto cúlmine en unos minutos más: primero fue para Hoseok, que se corrió con un gemido largo y tembloroso, arqueando su espalda cuando olas de placer le recorrieron de pies a cabeza. Era el mejor orgasmo que hubiera tenido hasta el momento, pensó apenas, lloriqueando por la sensibilidad.

Después vino Yoongi, que se corrió dentro de Hoseok cuando los músculos anales lo apretaron con fuerza, como si le estuviera ordeñando la polla. Gimió roncamente, besando el cuello y marcándolo en chupetones, sintiendo cómo llenaba a su prometido hasta el fondo. Incluso se metió un poco más profundo, como si de esa forma se asegurara de que su esperma lo embarazara así.

Hoseok, bajo él, temblaba y tiritaba por los restos del orgasmo. Yoongi no se salió enseguida, respirando aceleradamente, y se quedaron en esa posición durante unos largos y jadeantes minutos.

El primero en hablar fue Hoseok, que pareció recuperar la cordura un momento.

―¿Vamos... vamos a dormir así...? ―preguntó, con la voz cortada.

―¿Desnudos? ―preguntó Yoongi―. ¿Tienes vergüenza acaso? ¿Luego de lo que hicimos?

El rostro del muchacho estalló en rubor.

―¡Malo! ―exclamó, comenzando a retorcerse para empujarlo lejos, pero Yoongi lo agarró con más fuerza, afirmándose para no salir de él―. ¡Yo-Yoongi!

―Me quedaré aquí, si no es mucha molestia ―el mayor lamió sus labios, juguetón―. Mi deber es asegurarme de que quedes preñado.

―¿Tu... tu deber? ―farfulló Hoseok, incrédulo.

―Y, por supuesto, el hecho de que no he terminado contigo ―se rió, inclinándose otra vez para besarlo―. Te amo, mi pequeño y bonito prometido.

Hoseok se quedó quieto antes de abrazarlo por el cuello, devolviéndole el beso.

―Prométeme que jamás me vas a dejar ―le dijo, enamorado.

―Prometido ―Yoongi le besó la comisura de los labios―, ¿te hice más feliz esta noche?

―Sí ―Hoseok suspiró, contento―, siempre me haces feliz, mi Emperador.

El mayor solamente volvió a besarlo, sosteniendo su mundo entero en ese dulce abrazo.

Se suponía que, al ser Chuseok, esos días se debían descansar de los deberes y tareas, pero como Emperador, Jongshin tenía más que claro que nunca se descansaba.

Qué días más agotadores se le avecinaban, pensó, y no sólo a él, sino a toda su familia. Su hijo mayor debía seguir viviendo en su nube de amor y él, como padre, debía responsabilizarse de las acciones de sus retoños.

―Es una grosería ―exclamó su primer general del ejército, Kim Sooyang, con el ceño arrugado en disconformidad―. Elegir a ese doncel en desmedro de mujeres más preparadas...

―¿Hubiera preferido que eligiera a su hija, general? ―preguntó el Emperador, bebiendo del té que una de sus damas le acababa de dejar.

―Por supuesto ―Sooyang era directo, no se andaba con rodeos―, pero si no lo hubiera hecho, habría quedado satisfecho con que eligiera a alguna princesa o, incluso, a la hija del Sumo Sacerdote. Ese doncel...

―Es un regalo de los dioses ―contestó el Emperador, sin perder la calma―, ya es algo a tener en cuenta.

Bae Hyungsung, su medio hermano y Sumo Sacerdote, se aclaró la garganta. A pesar del episodio del collar en el que se vio envuelto, seguía manteniendo el orgullo intacto y la cabeza en alto. Jongshin se preguntó si ese hombre sería capaz de traicionarlo por más poder, al fin y al cabo, Bae pecaba de ambicioso desde que era pequeño.

Aunque, en esta situación, parecía tener más apoyo que en el episodio del collar. Sus consejeros y burócratas le solicitaron una reunión de urgencia, a pesar de la festividad, y él pudo imaginarse de qué se trataba. En ese salón había cerca de quince hombres preocupados por el futuro del Imperio.

―Mi Emperador ―habló con suavidad el hombre―, sé que el Príncipe tiene todo el derecho a decidir, pero también espero que comprenda la situación. El general Kim tiene un poco de razón: es una grosería lo que acaba de hacer su hijo mayor. Quizás nosotros podamos aceptarlo, pero las princesas y sus pueblos lo pueden consideran una ofensa. Tainan, especialmente.

Jongshin lo tenía más que claro. A pesar de que Tainan fuera un reino más pequeño en comparación al suyo, eso no quitaba que tenía una importante flota marítima que les hubiera beneficiado comercialmente. La princesa Chou y sus allegados no tardarían en avisar al rey la elección del príncipe, y quedar como una concubina podía considerarse un insulto para ellos.

Por otro lado, también estaba la princesa Lee, que buscaba aportar una alianza para su pueblo y clan, e impedir una invasión violenta. Sus padres también tomarían eso como una ofensa y podrían declarar un conflicto.

―Si hay una guerra... ―dijo Sooyang.

―La enfrentaremos, como hemos enfrentado todas las otras que hemos tenido ―replicó el Emperador―. Si bien la gente de Tainan son buenos navegantes, los superamos en número de cien a uno, ¿no es así, general Kim?

―Emperador, por favor, escúchenos ―insistió un consejero suyo, Choi Hyunghan―, ¿por qué no habla con su hijo? Puede conservar al concubino, por supuesto, incluso tenerlo de favorito, pero para Emperatriz necesitamos a una mujer más preparada.

―Además ―apoyó otro consejero, Hann Pyongna―, algunos hombres importantes ya están inquietos. El príncipe ha favorecido demasiado a ese chico en desmedro de mujeres de clanes importantes, como lo son Sa Jinjin y Lee Sohyun. Haber sido enviadas al Palacio de Tierra no ha caído bien para sus padres.

Jongshin se había enterado de ese incidente y no le sorprendió la decisión tomada por Yoongi. Él habría hecho lo mismo si hubieran atentado contra su Emperatriz, o peor, probablemente decretado su muerte. Él también tuvo que hacerse cargo de algunos asuntos respecto a su harem cuando Hyekyo estaba viva y era todavía una concubina.

―¿Y a quién le gustaría que apoyara yo? ―preguntó, helado―. ¿A la cortesana Bae, quizás? ―miró a su medio hermano, que desvió la vista―. ¿O la cortesana Kim? ―se volteó hacia su general, que pareció encontrar que en el suelo había algo interesante―. ¿O si apoyo, quizás, a la princesa Chou quedarán satisfechos?

Un largo y tenso silencio. Jongshin esperó pacientemente a que alguno quisiera delatarse, pero él tenía más que claro que estaba rodeado de hombres inteligentes. Eso los hacía útiles, aunque igual de peligrosos.

―¿O es que si elige a la princesa Lee ustedes no van a quejarse? ―continuó, calmo―. Porque si es así, tal vez converse con mi hijo.

Más silencio, a pesar de que era suficiente respuesta para él.

―Quizás sea necesario que invite al Príncipe Heredero a esta conversación que han decidido mantener deliberadamente sin él ―agregó, bebiendo más té―. Me ha sorprendido que quisieran comenzar sin mi hijo.

―Usted es el Emperador ―contestó el Sumo Sacerdote―, y usted debe velar en este momento por el bien del Imperio. El Príncipe Heredero parece estar ciego por ese concubino ahora mismo.

―Estoy seguro de que si te escuchara hablar así, Sacerdote Bae, le cortaría la cabeza ―se volteó hacia su dama principal, Jihyo, para que le sirviera más té―. Cariño, ¿puedes?

―Para eso estoy, mi Emperador ―se inclinó ella, sonriendo con suavidad.

―Gracias, querida. Hoy tu té está particularmente delicioso.

Sabía que su actitud despreocupado y casi indiferente estaba alterando más a los hombres en la sala, pero esa era su intención. Ellos solían ver fantasmas y amenazas inexistentes para conseguir cosas de él, pero esta vez, Jongshin no cedería en nada. Si él se mostraba tranquilo y casi indolente, se darían cuenta de que esos exagerados miedos sólo yacían en su cabeza.

―Muchas gracias, mi Emperador ―agradeció ella, grácil como una gacela, y le sirvió más té.

―Mi Emperador ―insistió Sooyang, viendo cómo perdía terreno―, una guerra es lo que menos necesitamos ahora, ¿y si esa decisión también desencadena una guerra civil?

―¿Tan mal gobernador he sido como para que mi propio pueblo se subleve contra mí? ―preguntó el Emperador, y ahora su tono de voz fue frío y duro. Sooyang retrocedió finalmente.

―Claro que no ―se apresuró en decir otro consejero.

―¡No es así, mi Emperador! ―apoyó un segundo.

Más murmullos negando esas palabras. Sin embargo, Jongshin no relajó su rostro molesto.

―Cuido de mi pueblo y me preocupo por él, aunque ustedes parecen pensar que no es así ―continuó el Emperador, furioso. Sus hombres retrocedieron, pero Jihyo permaneció a su lado, tranquila y calma. Era una chica muy fiel y amable, a Jongshin le gustaba mantenerla con él―, y la elección de una Emperatriz nunca ha sido algo que esté en sus cabezas, no mientras tengan un techo bajo el que dormir y comida con la que alimentar a sus hijos.

"Por otro lado, a pesar de todos sus insultos ―siguió hablando el Emperador―, Hoseok a demostrado ser un muchacho humilde y compasivo, que viene desde lo más bajo y conoce todo lo que el pueblo sufre. Quizás eso es lo que le hace falta a este Imperio para seguir creciendo: unos gobernadores que sepan del miedo y dolor de su gente.

Con eso, todo fue dicho. Sus consejeros y burócratas finalmente se rindieron y terminaron por aceptar la decisión tomada, y todos se apresuraron en decir que tenían cosas que hacer en ese momento, pidiendo su permiso para retirarse. Jongshin los despidió a todos con un gesto vago de su mano, y el salón se fue vaciando poco a poco.

―Mi Emperador ―habló Sooyang, suavizando su voz―, a pesar de todo, lo seguiré defendiendo. Si hay una guerra, no dude que haré todo lo posible para salir victoriosos y que nuestro Imperio se mantenga firme.

―Muchas gracias, general Kim ―Jongshin le dirigió una mirada más calma―, y en cuanto a su hija, no se preocupe. Si usted lo desea, puede concretar otro matrimonio que le favorezca.

Sooyang inclinó su cabeza, despidiéndose. El Sumo Sacerdote volvió a carraspear.

―En cuanto a Joohyun ―dijo Hyungsung, tranquilo―, espero que no le moleste que prefiera retirarla del concubinato, si ella así lo desea. Me quedaría más tranquilo si pudiera concertarle un matrimonio que la haga feliz.

El Emperador asintió con la cabeza, diciéndole así que hiciera lo necesario si así lo estimaba. Su medio hermano también se despidió y se retiró.

―¿Qué opinas, Jihyo? ―preguntó Jongshin, suspirando por el cansancio.

―Que debe darse un baño largo, mi Emperador ―respondió la chica―, y esperar lo mejor para su hijo y su prometido. Estoy segura de que el Príncipe Heredero es consciente de todo esto ―una pequeña pausa―. Y sus hombres parecieron quedar tranquilos. Aunque es una sorpresa que el Sumo Sacerdote se haya rendido tan rápido.

Eso le sacó una carcajada a Jongshin, sacudiendo su cabeza.

―Prepárame un baño ―aceptó el Emperador, poniéndose de pie―, y también más té, si no es mucha la molestia, Jihyo. Y, por favor, si alguien me solicita, no estoy para nadie más.

―Como ordene, mi Emperador.

Tal vez Jongshin no iba a descansar, pero si tomarse un par de horas para poder relajarse de todo el estrés que conllevaba ser el Emperador.

¡gracias por leer!

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