27.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. YoonSeok como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y angst.

Este capítulo tiene, en la parte final, una escena delicada a tener en cuenta. Por favor, leer con cuidado y con discreción.

Capítulo auspiciado por sylverkoky

Antes de leer, me gustaría pedirles amablemente que no me presionen o pregunten cuándo voy a actualizar este fic u otros. Comprendo que les gustaría tener actualizaciones más rápidas y seguidas, pero lamentablemente no puedo escribir todos los días y mucho menos actualizarles. Trabajo y tengo otras obligaciones, y este mes he andado con el ánimo como un sube y baja. 

SÉ que debo actualizar. SÉ que tengo historias abandonadas. Pero no es agradable que todas las semanas pongan los mismos mensajes o me hablen por DM para preguntarme CUÁNDO actualizaré, porque ni yo misma lo sé.

O, por último, si quieren que actualice algo, pueden pagarme como hizo sylverkoky jejeje. Agradézcanle a ella que este capítulo esto hoy, porque si no, habría llegado en unas tres semanas más xd Así que ya saben, pueden pagarme para tener actualizaciones más rápidas:)

Desde que la noticia de que la futura Emperatriz había perdido a su bebé recorrió el palacio, el lugar se sumergió en un tenso y caótico silencio.

No fue necesario que Yeji, como regente, ordenara un luto ya que fue asumido por casi todos de manera automática. Además, dentro de unos amaneceres debería llegar el Príncipe Min Yoongi, herido de gravedad en el rostro, junto con el cuerpo del Emperador para los ritos funerales. Y los ojos estaban puestos, por supuesto, en Euijin por si ocurría el último golpe de gracia: si se comunicaba la muerte del Príncipe Heredero, entonces el príncipe Euijin sería quién asumiría el trono en unos años más.

Hoseok no tenía cabeza para eso. Llevaba encerrado en sus aposentos cuatro amaneceres y todos tenían prohibido entrar... Todos menos Dawon.

La hermana del muchacho tenía la tentación, en ese momento, de abrir las cortinas para que entrara un poco de luz natural. Sin embargo, sabía que Hoseok no quería nada de eso, y sólo acarició sus sucios cabellos, oyendo sus suaves sollozos. Su hermanito sólo lloraba, gimoteaba y murmuraba en voz baja, acurrucado entre las mantas, y Dawon no sabía qué podía hacer para calmar su adolorido corazón.

―Hobi ―susurró ella, y no sabía si estaba despierto, porque Hoseok sólo se acurrucaba contra su cuerpo y se quedaba allí. Apenas comía algo y tomaba poca agua―, es momento de bañarte, ¿no lo crees, cariño?

―No ―la voz ronca de Hoseok, por apenas haber hablado, la estremeció―, no quiero, noona. A veces... ―un sollozo bajo―, a veces siento que mi bebé todavía está conmigo.

Dawon le abrazó con fuerza cuando el llanto apareció otra vez. Ella se preguntaba cómo los dioses pudieron jugar de tan cruel forma con su hermanito menor cuando él no había hecho nada malo. Cuando él jamás fue una mala persona, ni le hizo daño a nadie. ¿Para qué darle ese don, esa virtud, si luego le harían todo eso? Que brutales podían ser.

Luego de que el médico hablara con Hoseok, el muchacho enmudeció largos segundos. No lloró de inmediato y Dawon se preguntó si es que no había escuchado esas palabras, hasta que lo vio moverse y volver a vomitar. Le dieron un poco de láudano, recomendó el médico, y por lo mismo, Hoseok estuvo algo aturdido las siguientes horas. Sin embargo, cuando el efecto pasó, su hermanito se permitió ceder a la locura.

Ella estaba junto con dos sirvientas, pero Hoseok, básicamente, destrozó varios espejos, dio vueltas unas mesitas y tiró lejos sus joyas mientras lloraba sin control alguno. Echó fuera a Bongsun, Minji y Wheein, gritándoles que quería estar solo, y empeoró cuando ellas trataron de calmarlo. Hoseok reaccionó con violencia, ira y dolor, y desgastó su voz con todos sus gritos diciendo que no deseaba que nadie entrara a sus aposentos. Sólo Dawon pudo contenerlo superficialmente.

También preguntó por el bebé. Cuando despertó, al segundo día, preguntó qué habían hecho con el cadáver de su hijo. Hoseok deseaba enterrarlo, gritó, quería verlo, enterrarlo él mismo. Sin embargo, Dawon y Wheein (que entró para servirle el desayuno) le suplicaron que se tranquilizara, que el bebé fue ya enterrado y que, además, no le haría bien a él. Hoseok volvió a enloquecer cuando le dijeron eso, gritando que eso le correspondía a él. Él tuvo que ser quién le enterrara, nadie más, porque era su hijo.

Tuvieron que darle algo para que se tranquilizara.

―Quiero a Yoongi ―prosiguió Hoseok―, lo necesito. Lo quiero conmigo, noona...

―Pronto llegará ―aseguró ella―, pero Hobi, no puedes recibirlo así. Por favor, come algo.

Una risa rota y destrozada.

―Él no me lo perdonará ―hipó Hoseok, tan destruido―. Él me va a odiar por esto. Perdí a su bebé. A nuestro bebé.

―No fue tu culpa, cariño...

―Sí lo fue ―Hoseok sólo sentía más y más llanto, ¿cómo era posible que no se acabara?―. No me cuidé lo suficiente. No fui cuidadoso ―sorbió por su nariz―. Quiero morirme, noona.

―No digas eso, Seokie ―la garganta de ella se apretó―, no lo digas otra vez. Te lo prohíbo.

Hoseok sabía que sus palabras fueron le asustaron y aterraron, pero era lo que sentía en ese momento. Lo que llevaba sintiendo los últimos amaneceres. Los dioses lo estaban castigando, sin embargo, él no podía entender el motivo de que le hicieran eso; ¿ellos acaso no estaban satisfechos con él? Tal vez... Tal vez estaban enfurecidos porque, por su culpa, el Emperador había muerto.

Claro que sí, eso debía ser. Al fin y al cabo, ¿él no provocó esa guerra? El hecho de que Yoongi lo escogiera por sobre princesas y familiares, rogar para que Yoongi le trajera la cabeza de Tzuyu... Los dioses tuvieron que sacarlo de su gracia y lo castigaron de esa cruel forma. El Emperador había muerto y Yoongi estaba gravemente herido.

―No puedes permitirte caer ―dijo Dawon, tratando de ser firme con él―, más que nunca, no puedes permitírtelo. El Príncipe Heredero va a necesitarte cuando vuelva, él va a necesitar a su Emperatriz.

―Pero no puedo darle hijos ―hipó él.

―¡Vas a poder! ―Dawon comenzó a ganar más fuerza al darse cuenta de que el llanto de Hoseok pareció desaparecer―. Vas a poder, te lo prometo. Eres una Emperatriz, ¡no pasaste por tanto para rendirte ahora, Seokie! ―le abrazó con más fuerza.

Por primera vez en esos días, sintió algo de calidez en su frío corazón, con las palabras de su hermana mayor calando profundo en él. Eso no quitaba que todo en él seguía doliendo, sin embargo, fue como si sintiera algo de esperanza en su corazón.

Casi de manera automática, llevó su mano hacia su vientre, sólo para sentirlo menos hinchado. Según lo que el médico le había explicado, y entremedio de los intensos dolores que sentía, aquellos calambres se debían a que su útero estaba volviendo a su tamaño normal. Había llorado con más fuerza al escuchar eso, y por lo mismo, el doctor le habló ahora a Dawon para explicarle algunas cosas: el aborto fue completo, pero tendría algunos sangrados con coágulos los siguientes días. Debía descansar mucho, era probable que tuviera hinchazón en las piernas y comer bien. Le dejaría, además, algunas yerbas que le ayudarían con el dolor.

Los primeros dos amaneceres despertó por los fuertes calambres, sólo para ponerse histérico cuando se dio cuenta de que seguía sangrando. Allí fue cuando ordenó que quería las cortinas cerradas y nada de luz en su cuarto. Dawon era la única que le ayudaba a limpiarse y cambiarse de ropa, pero Hoseok no había querido, hasta ese momento, un baño. No quería ver su cuerpo.

Sabía que debía apestar a sangre y muerte. Su estómago estaba vacío, aunque tampoco sentía mucha hambre en general.

Abrió la boca para decir algo, sin embargo, en ese momento tocaron la puerta de su cuarto. Dawon dejó de abrazarlo y Hoseok no se volteó, sólo volvió a acurrucarse bajo las mantas. Debía ser el almuerzo.

No lo era. Quién habló fue Yoorim y escuchó sus palabras muy bien.

―La comitiva que trae al Emperador y al Príncipe Heredero llegará hoy, señorita Dawon.

Hoseok apretó sus ojos con fuerza. Él no estaba listo para eso, a pesar de que sabía que iba a ocurrir en cualquier momento. Si todo hubiera salido bien, ellos habrían estado antes de regreso, pero debido a las condiciones de viaje, el retorno fue mucho más lento de lo planificado.

Dawon dio las gracias y, cuando se volteó, vio a Hoseok sentado en la cama. La muchacha sintió dolor al ver su estado: sus mejillas delgadas, las ojeras bajo sus ojos, que se encontraban hinchados y enrojecidos. Los labios los tenía agrietados y su cabello se veía sucio. Había bajado de peso también, y su piel se encontraba muy pálida. No había brillo en ninguna parte de él.

―Dile a mis doncellas que vengan ―murmuró Hoseok―, debo prepararme para recibir a mi Príncipe, Dawon.

Cuando Bongsun, Wheein y Minji entraron, no hicieron muchos comentarios respecto a su aspecto. Bongsun se puso enseguida a llenar la bañera en agua caliente mientras que Minji ventilaba y limpiaba la habitación, y Wheein le traía el almuerzo. Hoseok apenas comió algo, con su estómago apretado, pero las otras chicas consideraron que fue un gran avance.

Pronto estuvo bajo el agua caliente. Con manos suaves, Minji le limpió los cabellos y Bongsun frotó sus brazos. Apenas conversaron de algo debido a que el ambiente, en general, no se sentía amigable para hablar.

Lo vistieron con un hanbok negro y sólo le colgaron unos aretes. Apenas le maquillaron y sólo añadieron un poco de rubor para que no se viera tan pálido.

Sus guardias lo saludaron al salir de la habitación. Yoorim se inclinó.

―Emperatriz ―dijo ella.

Cerró sus ojos brevemente y tomó una respiración profunda.

―Vamos.

No le sorprendió que algunos sirvientes se le quedaran mirando, pero trató de no tomarle importancia a medida que caminaba por los pasillos. Su andar era lento y pronto se agotó, sin embargo, trató de no demostrarlo, yendo hacia el salón principal donde sería velado el Emperador. Suponía que, si el cuerpo llegaba pronto, entonces debían estar preparando los platos de comida que se pondrían alrededor del féretro donde descansaría el Emperador.

La Princesa Yeji ya se encontraba allí, mirando al Sumo Sacerdote moviéndose de un lado hacia otro mientras daba las órdenes.

―Me avisaron que venías para acá, Hoseok ―dijo ella cuando cruzó las puertas―. Me alegro de que... hayas encontrado fuerzas para venir.

Hoseok se forzó a sonreír, aunque no sabía si lo logró o sólo hizo una mueca de dolor.

―Debo cumplir con mi deber ―murmuró, mirando hacia el altar cubierto de flores―. El Príncipe...

―Mi hermano fue herido en el rostro y no podrá asistir al funeral según mis informantes ―ella habló―, deberás cuidarlo mientras. Es lo que se esperará de ti, Hoseok, como su Emperatriz.

La sorpresa cubrió el rostro del muchacho y miró a la princesa. Ella no le estaba observando, sus ojos parecían perdidos en el altar, y Hoseok recién notó el enrojecimiento en sus párpados. Qué días tan difíciles para ella también, se dijo, y se dio cuenta de que no había visto ni a Euijin ni a Gyuri, y mucho menos a los niños más pequeños. Ellos también debían estar sufriendo mucho.

―Princesa... ―masculló―, lo que ha pasado conmigo... Usted no debería decirme así ―apretó sus manos en puños―. No sabe...

―Mientras mi hermano no diga lo contrario, tú sigues siendo su prometido, Hoseok ―dijo ella con voz tranquila―, así que no debes preocuparte de tu lugar por ahora. Él es el único que puede decidir tu destino.

El menor sintió su garganta apretada, pero sólo inclinó su cabeza en señal de asentimiento. Le preguntó cómo estaban sus hermanos menores, y Yeji sólo mencionó que Gyuri era la que peor la estaba pasando. La princesita parecía incapaz de procesar, todavía, que su padre hubiera muerto.

―Princesa Yeji, concubino Jung.

La grave voz del Sumo Sacerdote los sacó de la conversación. Hoseok trató de mantener su expresión neutra a pesar de escuchar las palabras de ese hombre. No obvió que, incluso, le llamó con un título menor al correspondiente.

―Sumo Sacerdote ―Yeji miró a su tío―. ¿Está todo listo? Es el funeral de un Emperador.

El Sumo Sacerdote sacudió su cabeza en una respuesta positiva.

―Todo está perfecto ―dijo el hombre―. Lamento mucho su pérdida, concubino Jung ―dijo, observando ahora a Hoseok―. Fue una tragedia para todos.

Volvió a apretar sus manos, mordiendo su lengua también para no soltar un hilo de groserías contra él. Tal vez era eso lo que quería.

―Lo es ―dijo Hoseok, sin deseos de decirle algo más.

―A veces, los dioses envían señales de las formas más crueles para nosotros ―agregó Hyungsung.

Hoseok sintió que la rabia volvía a burbujear al escuchar sus palabras, sin embargo, ahora apretó sus labios en un rictus de odio.

―Princesa Yeji ―habló, y los tres se voltearon para ver a un guardia en la puerta―, la comitiva... imperial está llegando.

Yeji parpadeó y Hoseok notó sus ojos brillar. Él mismo sintió dolor ante lo que significaban esas palabras, aunque la ansiedad le golpeó también, pues Yoongi había llegado. Fueron un cúmulo de emociones, se dio cuenta mientras caminaba hacia el exterior, porque también la desesperación le inundó.

Salieron en el momento en que la comitiva entró por las puertas de la muralla. Yeji se apresuró a bajar las escaleras, pero Hoseok sólo se quedó en lo alto, con el corazón apretado, mientras la princesa iba hacia el primer gama donde venía el cuerpo del Emperador. Ella rompió en llanto desconsolado mientras los hombres, que llevaban el gama, caminaban con la cabeza baja. El muchacho también sintió sus ojos lagrimosos al recordar que sólo meses atrás vio partir al Emperador en su caballo, majestuoso e imponente.

―Padre... Oh, padre... ―le escuchó decir ella mientras los soldados subían las escaleras.

Detrás de ellos, venía otro gama donde Yoongi se encontraba. Hoseok esperó mientras lo subían también, y se dio cuenta de que Seokjin lo llevaba.

―Emperatriz ―saludó el soldado, con la voz quebrada y aspecto demacrado―, no debería...

―Llévenlo a su cuarto ―ordenó Hoseok, y se sorprendió de que su tono fuera firme―, ¿el médico imperial dónde está?

―Viene con él ―dijo Jin, y comenzó a moverse para obedecer su orden.

Hoseok los siguió. Por mucho que deseaba consolar a Yeji, él sabía que ella tenía razón en que su misión era otra. Además, ella como la mayor, mientras Yoongi no estuviera presente, era quién debía encargarse de los ritos funerarios.

El camino se le hizo largo y eterno. Fue mucho peor cuando llegaron a las puertas de los aposentos de Yoongi y, en una camilla, bajaron a su prometido. Hoseok ahogó un grito.

Una venda cubría la mitad derecha de su rostro, con restos de sangre, y estaba inconsciente, con la piel tan pálida como la harina y las mejillas hundidas por el peso perdido. Hoseok entró a la habitación en lo que el médico Han también se bajaba del gama, yendo directo hacia su prometido, que era recostado con cuidado en la colcha.

―¿Qué pasó? ―tartamudeó, mirando a Seokjin―. ¿Cómo pudo...?

Jin bajó la vista con aspecto cansado. El soldado también lucía consumido, sin embargo, Hoseok necesitaba una respuesta.

―Fue cuando estábamos terminando de asaltar la capital, Emperatriz ―explicó Jin―. El rey junto con su familia estaban escapando por el mar y... y el Príncipe no lo pensó dos veces, ordenando su persecución, liderándola en un barco. Fue una trampa desesperada por parte de nuestros enemigos, pero funcionó. Emboscaron el barco del Príncipe y el Emperador acudió en su rescate, todo resultó demasiado confuso. Los hirieron de gravedad a los dos... El Emperador recibió una flecha envenenada en su hombro, pero al Príncipe le cortaron parte de la cara con una espada.

Hoseok caminó hacia la cama mientras el médico comenzaba a sacarle las vendas a Yoongi con cuidado. La poca comida que almorzó pareció volver a su garganta cuando vio la herida: cruzaba por encima de su ceja hasta la mitad de su mejilla, en un corte extrañamente recto y limpio. El médico le puso puntos, pero todavía sangraba en algunas zonas, y estaba comenzando a formarse una costra.

―Doctor Han...

―Le quedará una cicatriz ―dijo el hombre ante la pregunta no formulada―, pero tuvo suerte, Emperatriz. Su ojo no resultó dañado, así que no perdió la vista.

El menor no podía dejar de mirar el rostro de Yoongi, con esa horrible herida cruzando su rostro.

―Está bien ―susurró―. Deme las instrucciones para cuidarlo. Yo me haré cargo de él.

―Emperatriz... ―el médico le miró con reprobación―, no se preocupe. En su estado... ―lo que fuera a decir el hombre se ahogó, y Hoseok supo que tuvo que fijarse bien en él. En su cuerpo―. Mi Señor...

Hoseok sonrió amargamente, conteniendo las lágrimas.

―Sufrí de un aborto hace unos días ―explicó, tratando de que el dolor no se filtrara tanto en su voz. No lo logró―. No hay bebé, médico Han. No debe preocuparse.

Silencio tenso le siguió a sus palabras. Hoseok se estiró y acarició la mejilla de Yoongi, queriendo encontrar consuelo en ese gesto.

―Lo siento mucho, Emperatriz ―dijo el médico.

Hoseok sorbió por su nariz.

―Por favor, dígame cómo cuidar al Príncipe ―solicitó.

Una hora después, el hombre se retiró de la habitación. El príncipe seguía durmiendo profundamente ya que le habían dado láudano para el viaje y poder soportar bien las curaciones, y una nueva venda cubría su rostro. La peor parte había pasado, le explicó el médico, pero Hoseok no quería que nada malo le pasara a Yoongi, no ahora que lo tenía de vuelta con él.

Ojalá no se hubiera ido nunca. Ojalá él jamás lo hubiera mandado a esa misión suicida.

―Emperatriz... ―dijo Seokjin, llamando su atención―, ¿qué fue lo que pasó? ¿Podría explicármelo?

―Tu esposa te está esperando ―dijo Hoseok, porque no quería hablarlo―, ve a verla y a saludar a tu hijo.

No pudo evitarlo y algo de rencor se filtró en sus palabras. Al darse cuenta de eso, quiso volver a llorar, pero sólo acarició otra vez la mejilla de Yoongi.

Seokjin, para su fortuna, no pareció insistir ni cambió la expresión de su rostro. Sólo se inclinó y salió en silencio.

Una vez a solas, Hoseok se permitió derrumbarse. Sus hombros cayeron y se inclinó, ocultando su cabeza en el pecho de Yoongi y dejando que las lágrimas salieran de sus ojos.

―Ojalá no te hubieras ido ―sollozó―, ojalá yo no te hubiera pedido que fueras. Ojalá pudiera retroceder el tiempo, Yoongi.

Esa noche se quedó allí, no sólo para atender cualquier necesidad de Yoongi, sino también para tener un poco de alivio antes de que la tormenta se desatara.

La mañana llegó con un frío intenso. Hoseok despertó por un calambre en su vientre y se encogió, llevando su mano hacia esa zona, como si de esa forma pudiera encontrar algo de alivio. Tembló al sentir una corriente de aire, apretando sus párpados con fuerza. Mientras emitía un suave gemido, sintió una suave mano acariciándole la espalda con debilidad.

A pesar del dolor, se volteó para ver a Yoongi, a su lado, con su ojo entreabierto y en la niebla del sueño.

―¿Ho... ba...? ―le escuchó murmurar, con la voz ronca y los labios secos―. ¿Qué... te... du-duele...?

Todo. Todo me duele. Siento que nunca me recuperaré de este dolor, y mucho menos cuando me rechaces por lo que pasó.

Se forzó a sonreír, agarrando la mano de Yoongi.

―Duerme, por favor ―pidió, porque todavía era temprano.

Lo vio cerrar su ojo y su respiración acompasarse. Hoseok sabía que no iba a poder seguir descansando, por lo que se puso de pie y se envolvió en una bata, saliendo de la habitación a los pocos minutos.

Sus guardias no dijeron nada cuando caminó a través del pasillo, sólo le siguieron en silencio. Hoseok sentía las manos heladas, con el palacio casi en completo silencio mientras el sol apenas salía por el horizonte. Eran tres amaneceres para velar al Emperador, y hoy era sólo el primero.

Fue al salón donde lo velaban, pero se quedó en la puerta, sin querer entrar, mientras veía al Sumo Sacerdote encender un incienso y nuevas velas. No parecía que había dormido en toda la noche, lo que no sería una sorpresa tampoco, pues al fin y al cabo... Era su hermano. Eran familia.

Yeji estaba rezando, arrodillada ante el altar. A sus pies, Gyuri dormía profundamente, mientras que Euijin frotaba sus ojos con evidente sueño. La familia más cercana, por respeto y para honrarlo, debían ser quienes lo velaran en todo momento: dormir, comer y hablar, todo eso se hacía en ese lugar. Incluso estaban los niños pequeños en brazos de sus ayas, durmiendo. Yoongi debería estar también allí, pero ante su estado, ¿qué se podía hacer? Aunque Hoseok sabía que, cuando estuviera mejor, se odiaría por no haber podido asistir al velatorio de su padre.

Dioses. Santos dioses. Luego de los funerales, vendría la coronación de Yoongi. Yoongi se convertiría en Emperador.

A pesar de que era algo que ya sabía, sintió como si recién estuviera procesando dicha idea. Dentro de poco, Yoongi se convertiría en la persona más poderosa del Imperio... Y él no podría aspirar siquiera a ser su Emperatriz. No luego de lo que pasó.

En silencio se volteó y comenzó a caminar de regreso a las habitaciones de Yoongi. Cuando estaba llegando, pidió que le llevaran el desayuno allí y llamaran al médico.

Como ocurrió las veces anteriores, comió poco y esperó a que el médico llegara. Sentía muchas ganas de volver a la cama y seguir durmiendo, pero sabía que eso no sería bien visto. No cuando el Emperador había muerto y Yoongi estaba herido.

―Los calambres me duelen mucho ―musitó Hoseok cuando el médico Han llegó―, me cuesta dormir también.

―Emperatriz ―el hombre habló con tono suave―, ¿podría contarme qué ocurrió ese día?

―Desperté mal ―admitió Hoseok―, me dolía mucho el cuerpo y estaba algo mareado. El embarazo fue difícil en general... Me sentía muy cansado cada día. Pero ese fue el peor ―tragó saliva―. No tuvo que haberme levantado en ese estado, sin embargo, tenía deberes qué cumplir. Acompañé a la Princesa Yeji en sus sesiones con el concejo cuando... cuando nos llegó la noticia del Emperador y el Príncipe. El shock... ―recordar ese día hacía que su alma se estremeciera―, de pronto, todo se volvió negro y, cuando desperté, me comunicaron la noticia.

―¿Tomó baños calientes? ¿Algún té en específico?

―Sí, el médico Shin me daba algunos tés para fortalecer el embarazo ―Hoseok suspiró―. Pero todo me seguía doliendo mucho. No me sentía bien en general. Tal vez... ―sus labios temblaron―, tal vez ese niño nunca estuvo destinado a mí.

―Es joven, Emperatriz ―dijo el médico―, en un tiempo más podrá volver a quedar en cinta. Por ahora, lo importante es que se recupere bien.

Hoseok asintió, algo ausente. Una parte suya quería tener esperanzas en lo que le decía, sin embargo, él sabía que si volvía a quedar embarazado y tenía una nueva pérdida, no iba a ser capaz de soportarlo.

Conversaron un poco más y fueron donde Yoongi cuando el chico terminó su té. Notó el ceño ligeramente fruncido en su prometido, de seguro empezando a sentir dolor en su herida. Los efectos del láudano del día anterior debían estar pasando.

Tomó una respiración larga para agarrar valor. Él sabía que no podía esconderse para siempre de Yoongi y lo mejor era enfrentarlo lo antes posible.

Mientras el médico comenzaba a sacar sus utensilios para hacerle una nueva curación a Yoongi, Hoseok movió sus manos y, con suavidad, empezó a quitarle la venda. Ya no estaba tan sangrante como la de ayer y lo más probable es que hubiera sido por el viaje largo. De seguro Yoongi iba incómodo y adolorido a pesar del láudano.

Retiró la última parte de la venda con extremo cuidado. Estaba sangrando ligeramente por algunas partes de los puntos, pero la herida no parecía infectada. Sin embargo, sólo se quedó mirando los ligeros ojos entreabiertos de Yoongi, que parecía haber despertado en ese momento. Su ojo derecho se encontraba hinchado y con la esclerótica enrojecida por la sangre interna.

―Mi Príncipe ―susurró Hoseok, acariciándole la mejilla sana.

―Príncipe Heredero ―habló el médico Han, apareciendo―, le daré de beber un poco de láudano para que no sienta tanto dolor.

―... No... ―fue la primera palabra que salió de los labios de Yoongi, con la voz tan adolorida―... No es... ne-necesa... rio...

Hoseok quiso moverse para dejarle espacio al médico, pero de pronto, la mano de Yoongi agarró su muñeca. Su agarre era débil y pudo haberse soltado con facilidad, sin embargo, el menor se quedó quieto.

―Hoba... ―su nombre saliendo de los agrietados labios de Yoongi fue como una maldición―, mi... mi Hoba...

―Me quedaré a tu lado ―prometió Hoseok, tratando de no romper a llorar―, mientras el médico Han te atiende.

Yoongi asintió con la cabeza ligeramente y el muchacho sólo se acomodó a orillas de la cama, sentado y sosteniendo la mano del mayor. Observó, en silencio, la mueca de dolor que hacía cuando el médico le limpió la herida con un algodón de manera suave y un líquido que, sabía, era para desinfectar.

Debe estar muy consumido por el dolor, pensó Hoseok, porque no había notado todavía su estado. Al fin y al cabo, se suponía que pronto iba a cumplir las cinco lunas de embarazo, y Hoseok se enorgullecía todos los días de su vientre hinchado y regordete. Las ropas que había vestido ese tiempo fueron hechas, incluso, para presumir de su estado.

Ahora ya no le quedaba nada de eso. Ya no había nada que relucir.

―... Joya...

Hoseok parpadeó, notando que había roto a llorar en silencio. La quebrada voz de Yoongi llamó su atención, y el menor sólo sorbió por su nariz.

―Lo siento ―susurró.

―Es-estoy... bien... ―aseguró Yoongi, de seguro pensando que lloraba por su estado.

Asintió con la cabeza, incapaz de hablar, mientras veía al médico aplicar ahora un suave ungüento cicatrizante en la herida.

―Príncipe ―dijo el doctor luego de unos minutos―, debe comer algo ahora. Sentirá mucha incomodidad y dolor todavía, si lo desea, puedo darle algo de...

―No... más... ―negó Yoongi―. Necesito... ―e hizo el amago de sentarse.

Hoseok se movió con rapidez al igual que el doctor, acomodándole más almohadas en su espalda para que pudiera enderezarse, mientras que Han lo ayudaba. Una vez estuvo listo, el menor se movió hacia donde dejó la bandeja con comida, tomándola y llevándola a la cama, aunque se quedó quieto cuando notó la mirada de Yoongi sobre él. Su ceja izquierda se encontraba arrugada, como si quisiera fruncir el ceño, pero no pudiera hacerlo por completo.

El doctor agarró una copa y la llenó de agua.

―Beba, por favor ―pidió, y Yoongi obedeció, aunque sin quitarle la mirada de encima al más alto.

Hoseok, con las manos temblando, dejó la bandeja a orillas de la cama.

Cuando volvió a hablar, con su boca y garganta menos seca, el tono de Yoongi estaba sacudido por algo que no pudo identificar bien.

―Hoseok... ―el chico bajó la vista―, ¿dónde está...? ¿Qué pasó...?

―Lo siento ―habló, y nuevo dolor estalló en su corazón―, lo siento mucho, Yoongi. Yo... ―lágrimas se filtraron por sus ojos―, yo perdí a nuestro bebé...

Y decir esas palabras sirvió para que ya no pudiera controlar su llanto, cubriendo su rostro por el sufrimiento que sentía en él. No sólo en su corazón, sino que en todo su cuerpo, en todas partes, un tipo de dolor que nunca experimentó antes. Otra vez tuvo ese terrible pensamiento que a veces le atacaba: ojalá él hubiera muerto también.

Yoongi no habló enseguida y Hoseok no se atrevía a mirarlo.

―Su prometido es joven, Príncipe Heredero ―escuchó que decía el médico―, podrá darle más niños en un tiempo más.

Esas palabras le hicieron llorar con más fuerza. Lo que más quería en ese momento era poder abrazar a Yoongi y hundirse contra él, encontrar un poco de alivio en su amado, pero el silencio sólo sepultaba más y más sus pocas esperanzas.

―¿Mi padre? ―preguntó Yoongi, y su voz sonó hueca.

―El Emperador... ―habló el médico― murió cuando estábamos llegando al puerto, mi Príncipe. No aguantó el veneno. Ahora está siendo velado en el salón principal con la Princesa Yeji a cargo.

―Esa tarea me corresponde a mí ―habló Yoongi.

―Disculpe, mi Príncipe ―el médico fue firme―, pero mi recomendación es que debe reposar. La herida está sanando, sin embargo, puede volver a abrirse si no es tratada como corresponde.

―Mi padre...

―La última orden que me dio su padre fue cuidar de usted, mi Príncipe ―el médico no dio su brazo a torcer―. Así que disculpe mi grosería, pero es lo que voy a hacer.

Más silencio. Hoseok frotó sus mejillas con las mangas de su ropa, limpiando su rostro para tratar de no verse tan desastroso.

―Déjenos a solas, médico Han ―volvió a decir Yoongi.

El médico se inclinó y se apresuró en guardar sus cosas, dejándolos a los pocos minutos a solas. Hoseok todavía no se atrevía a levantar la vista y sólo se quedó en su lugar, quieto y esperando los gritos de desprecio.

―¿Cuándo fue? Y mírame cuando me respondas, Hoseok.

Con la vergüenza cubriendo su rostro, elevó los ojos y se encontró con la mirada helada de Yoongi. No parecía enfurecido con él, pero tampoco se veía accesible, y eso le puso más nervioso.

―Cuando... cuando nos llegó la noticia de la muerte del Emperador y tu... tu herida, Yoongi. Mi Príncipe ―se corrigió con rapidez―. La impresión me... me hizo... ―la palabra quedó ahogada en su garganta, con sus ojos fijos en la herida expuesta. En la marca roja y el ojo inyectado en sangre.

―La impresión ―Yoongi repitió, y ante su completo desconcierto, le vio soltar una risa adolorida―. Lo perdiste. Perdiste a mi hijo ―otro risa, ahora más rota, y vio como sus ojos se llenaron de lágrimas―. Santos dioses, lo perdiste...

No había acusación en la voz de Yoongi, sólo nuevo dolor, y Hoseok parpadeó para alejar las lágrimas. Ni siquiera se molestó o enfureció con sus palabras, porque al fin y al cabo... Parecía que Yoongi sólo estaba procesando lo que había pasado.

Un par de risas más que pronto se transformaron en sollozos. Yoongi se inclinó hacia delante, con la piel tan pálida y enfermiza. Hoseok volvió a moverse cuando vio que, por sus movimientos, empezó a sangrar en una parte de su herida, en la zona de la mejilla.

Agarró un pañuelo e hizo el amago de limpiarlo. Pero Yoongi le agarró la muñeca.

―Hoseok ―a pesar del rastro de lágrimas, de la sangre deslizándose por su mejilla―, ¿cómo pudiste...? ―los labios del menor temblaron―. Mi padre... Santos dioses, mi padre... ¿sabes qué me dijo mientras agonizaba?

Hoseok no quería escucharlo. No quería oír nada de eso.

―Me dijo que no podía morir. No sin ver antes a mi hijo. A mi hijo ―Yoongi pareció ahogarse―. Y lo perdiste.

―Lo siento ―susurró Hoseok.

Yoongi soltó su mano. Con lentitud, casi con temor, el menor se estiró a limpiar el hilo de sangre con suavidad y el príncipe se lo permitió.

―Por favor, come ―pidió el más alto, con la voz rota y dejando el pañuelo manchado sobre la mesita del velador―, necesitas comer.

Yoongi observó la comida mientras Hoseok agarraba la bandeja y se la acomodaba en el regazo. Unos minutos de silencio entre ellos mientras el mayor comía con lentitud, masticando cuidadosamente antes de tragar.

―Perdón por lo que te dije ―susurró Yoongi de pronto―, perdón, Hoba. Mi Hoba. Perdón.

Hoseok asintió con la cabeza, sabiendo que, para él, no había nada que perdonar. Yoongi también debía estar consumido por el dolor, ¿cómo no? Perdió a su padre y a su hijo, y físicamente no estaba en buenas condiciones. Hoseok sabía mejor que nadie que, cuando uno estaba más ahogado en el sufrimiento, era más propenso a decir cosas hirientes y crueles.

Además... Al fin y al cabo, sentía que todo eso era culpa suya, de nadie más.

―Pero... ¿sabes lo que esto significa? ―dijo el príncipe, con la voz baja.

Se miraron a la cara. Hoseok volvió a perderse en aquel ojo sangrante.

―No me quieres más ―habló―, ¿no es así? Ya no puedo ser tu Emperatriz. No puedo casarme contigo.

Nuevo dolor en las pupilas de Yoongi.

―Te amo ―dijo el mayor, y la angustia volvió a inundar a Hoseok―, te amo, Hoseok. Pero sabes lo que significa.

Hoseok tuvo la tentación de decirle que, si lo amaba, entonces no lo hiciera. Le prometería que podía darle otro hijo, que ellos podían ser felices juntos, pero recordó una conversación que tuvo con el Emperador varias lunas atrás. Antes de quedar embarazado.

El Emperador había dudado de la capacidad de Yoongi para poder tomar las mejores decisiones para el Imperio, pero Hoseok lo defendió diciendo que su prometido siempre elegiría lo mejor para su pueblo. Y si él debía hacerse a un lado para eso, entonces lo haría.

Y si Hoseok no podía darle un heredero, ¿qué más podía hacer?

―¿Me mandarás al Palacio de la Tierra? ―preguntó con la garganta apretada, porque allí iban las concubinas y cortesanas caídas en desgracia.

Sorpresa cubrió el rostro de Yoongi.

―No. No. Jamás ―el mayor cerró sus ojos―. Oh, Hoseok... ―una risa cansada―, qué desastre más grande es todo esto. Mi padre muerto, yo herido, tú perdiendo a nuestro bebé... ―Yoongi tomó una respiración profunda―. Ven aquí, ahora.

Hoseok se movió con lentitud, sentándose en la cama, al lado de Yoongi, y de pronto fue abrazado por él. El toque se sintió suave, sin apretarlo con fuerza, y casi sin poder evitarlo, le devolvió el abrazo por el cuello. Rompió en nuevo llanto al sentirlo.

―Perdón ―repitió Yoongi con suavidad―, perdóname por haberte dejado solo, Hoba.

―No, todo fue... fue mi culpa... ―sollozó, desconsolado y destrozado―. Yo te mandé a esa guerra, yo permití... ―hipó, quebrado―. Yo perdí a nuestro hijo.

Yoongi sólo lo abrazó con más cariño, como si de esa forma pudiera reparar todas las heridas en su alma y corazón.

El olor a muerte era repulsivo.

A pesar de los días, Minji lo seguía sintiendo aún cuando los aposentos del prometido del Príncipe habían sido limpiados. Se cambiaron las sábanas, se limpiaron los pisos e, incluso, Bongsun fue partidaria de llevar algunas flores que ayudaran con el aroma.

Pero Bongsun no estuvo cuando el médico, con las manos empapadas en sangre, retiró lo que era el bebé del Príncipe Heredero. Bongsun había salido por agua caliente mientras su Señor estaba inconsciente por el dolor y el poco láudano que le dieron para que no sintiera dolor, y el médico trabajaba en él. Había mucha sangre por todas partes, y Minji tuvo miedo de que fuera a morir.

Tal vez porque la conocía mejor que a las otras dos doncellas fue que el médico Shin Junwoo le entregó a ella el bulto en sus brazos. Minji, ese día, sintió la tentación de desobedecer dichas órdenes con un grito de asco, pero se calló y asintió mientras el hombre le decía que llevara el cadáver con el monje a cargo del cementerio dentro del palacio.

No pesaba nada. Minji, mientras caminaba con los brazos temblando, se preguntó si eso no debería hacerlo su Señor. La mamá de ese pequeño bebé. Cuando llegó con el monje, estaba sollozando sin control alguno, y lo único que deseaba era poder borrar ese episodio de su cabeza.

La muerte olía extraño, pensó. Un ligero aroma a sangre, por supuesto, pero también a algo primaveral, como las flores que estaban creciendo en el patio ahora que el invierno había acabado. Le recordó, incluso, a los tés que le daba el doctor Shin a ella para que se los llevara a su Señor. Minji no sabía con qué flor compararlo.

Las sábanas ensangrentadas olían a eso. El cuerpo del bebé también. Incluso el vómito del prometido del Príncipe Heredero tenía ese ligero olor. Minji se preguntó en lo extraño que era todo eso, sin embargo, no quería darle muchas vueltas al asunto. No cuando ese día era el funeral del Emperador y lo iban a enterrar.

El Príncipe Heredero (el futuro Emperador), a lo lejos, parecía haber encontrado fuerzas para salir de cama y asistir al entierro de su padre. Todos se quedaron observando la enorme herida que cruzaba su rostro, pero desviaban sus miradas antes de que fueran acusados por algo. Su prometido, a un lado suyo, iba con un velo sobre su rostro, con toda intención de evitar los ojos acusadores y despectivos. Su Señor lloraba mucho, además, aunque no tanto como la Princesa Gyuri, que en ese momento sollozaba a lágrima viva mientras caminaban tras el ataúd.

La comitiva era enorme, por lo que Minji, junto a las otras doncellas, quedaron atrás. Pronto perdió de vista a la familia imperial y tampoco estuvo en primera fila cuando lo enterraron. Al tratarse del Emperador, no sólo casi todo el palacio debía asistir, sino también las familias de nobles y clanes a mostrar sus respetos. También estaban las mujeres de su concubinato y la Concubina Imperial, que tantos dolores de cabeza le había dado a su Señor.

La coronación del futuro Emperador sería en unos amaneceres más, había escuchado. Minji sabía que su Señor lloraba más porque, lo más probable, es que por lo ocurrido le degradaran de puesto. Con la coronación venía también lo inevitable: dar un heredero a la dinastía.

―Ve a prepararle un baño a nuestro Señor ―le susurró Bongsun. Tal vez porque era la más pequeña le daban más tareas, pero Minji lo prefería para mantenerse ocupada―, con sales para relajarlo.

―Y ve con el médico, que le prepare algún té para que duerma bien ―agregó Wheein.

―Bueno, Bongsun, Wheein ―murmuró, y se volteó para regresar al palacio.

El lugar se hallaba casi vacío, a excepción de algunos guardias y sirvientes. Minji se quedó quieta cuando escuchó una conversación de dos doncellas.

―... lo mandarán al Palacio de la Tierra... ―decía una de ellas―, de seguro el Príncipe lo castigará...

―... ¿No fue un aborto natural?

―Claro que no. Los dioses han hablado. ¿No sabes lo qué dicen? El bebé venía deforme...

Minji se aclaró la garganta y ambas doncellas se voltearon, asustadas. Al notarla, bajaron la vista con vergüenza y tartamudearon despedidas rápidas, corriendo casi de inmediato para no seguir a su lado.

Qué crueles pueden ser las personas, pensó mientras caminaba hacia las habitaciones donde trabajaban los médicos, pensando en la horrible conversación que mantenían esas dos muchachas.

La oficina del médico imperial, el señor Han, estaban vacías. Un guardia le dijo que el médico Shin le estaba cubriendo, pero que fue a recoger unas plantas y debía estar por volver, así que Minji le esperó dentro de la oficina, aunque pronto quiso salir otra vez. Tal vez se debía un poco al trauma, pero también olía mucho a muerte. A algo floral.

El hombre tenía muchos papeles sobre su escritorio que se veían como informes de medicina. Minji los miró superficialmente, tratando de leer los títulos: Tratamiento de heridas profundas, Cuidados durante el embarazo, Riesgos en embarazos de donceles, Plantas...

Se sobresaltó cuando sintió pasos, y volvió a su lugar. A los pocos segundos apareció el médico, que le miró con algo de sorpresa al notarla allí.

―¿Señorita Minji? ―preguntó con amabilidad.

―Médico Shin ―dijo ella, tratando de no arrugar la nariz por el aroma del hombre. Muerte. ¿Tal vez se debía a que era un doctor? Pero el médico oficial no olía de esa forma―, vengo para pedirle un té para mi Señor. Algo para dormir que sea suave, por favor.

―Oh, por supuesto ―Shin le hizo un gesto para que se marchara―. Ven en una hora más.

Minji asintió y salió con rapidez de allí. Mientras iba ahora a los cuartos del prometido Jung, se quedó mirando el cielo unos segundos. No parecía que fuera a llover pronto, pero sintió la piel de gallina por el frío repentino que la sacudió.

Qué tonterías pensaba. Volvió a caminar, sólo rogándole a los dioses que, por favor, las cosas fueran para mejor de ahora en adelante.

¡gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro