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Krizalid es el tipo de amante que no te escucha para nada.

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La molestia era una cosa, o al menos, para ella lo era, despues de todo, ¿Cómo debería sentirse al ver lo que estaban haciendo?

-¡Salgan de aquí! -más que molesta, podría decir que esta furiosa, furiosa con todos ellos y con Krizalid- ¡Diles que se detengan en este instante! -nada, por más que le este gritando prácticamente en el oído hace como si no fuera más que una mosca revoloteando cerca de él- ¡Krizalid! ¡No están listos! ¡¿entiendes eso?! ¡No lo están!

Claro, fue en vano, vio caer a una de las muchachas al suelo para luego llorar sin consuelo mientra la obligaban a levantarse, corrió en su ayuda pero fue duramente retenida por el agarre en su codo.

-¡Déjelos tranquilos! -se desgarra la garganta y de paso la bata de laboratorio, todos los muchachos de cabellos bicolor y las chicas de cabellos celestinos salen casi a la fuerza de sus lugares de descanso para someterlos a nuevas pruebas que, muy posiblemente, matarían al 97% de ellos- ¡Por favor! ¡Krizalid! ¡No! -las lágrimas bajan por sus mejillas, desesperada como una madre a la que le quitan a su hijo, en cuanto la última chica cruza la puerta se deja caer, llorando y respirando colo si se le fuese el aire, aun es retenida por él, su codo esta suspendido en el agarre mientras ella lloriquea en el suelo, se afloja el contacto y ella se suelta bruscamente para llevar las manos a la cara en un intento desesperado por contener sus lágrimas.

El primer grito de dolor se da y ella levanta rápido la cabeza, después de ello le siguen muchos más.

Se levanta a toda velocidad, tropezando con sus propios pies en su carrera desesperada por llegar a esa puerta que, por mas que sabe que tiene al menos 10 seguros, trata de abrir pasando su tarjeta de identificación una y otra vez por la cerradura.

Los gritos van de mal en peor, ahora una llamarada infernal hace que tenga que saltar para no quemarse con el metal caliente de la puerta, luego un pico de hielo perforó la única ventana y (...), dispuesta a meter el brazo para abrir la puerta, fue tomada del cuello y separada de la única forma que tendría para entrar.

El agarre en su cuello es controlado de tal manera que con solo un poco más de presión y cae desmayada con el sonido de los gritos desgarradores como banda sonora de fondo.

Horas más tarde despertó con dolor en su cabeza, levantándose rápidamente al recordar lo que pasó, se dirigió al cuarto llena de literas de los muchachos, que le quedaban más cerca, y abrió con un portazo.

De los 34 que habían, solo quedaron 5, todos con la mirada asustada y con alguno que otro que se levantó tomando guardia ante la repentina intromisión, no eran más que niños que apenas cruzaban lo 16 años.

-Lo siento -dijo con un sollozo, dándose cuenta que no podía acercarse ya que ellos se veían tan conmocionados y dolidos que no querían ver a alguien más, uno se acercó, lo reconoció como uno de los más jóvenes, ese que tenia el cabello disparado a los lados, no le pidió permiso ni nada, solo lo abrazó y luego a los demás.

Tal como una madre los dejó dormir con unas pastillas que ayudarían con su dolor, se encaminó donde las chicas, la devastadora vista que solo una lo logró le rompió el corazón.

Era una vida terrible la que les esperaba, (...) lo sabía, y estaba preocupada por ellos.

Saliendo del cuarto de Isolde, la única sobreviviente del grupo de clones del Anti-K, se encontró a Krizalid justo ahí, parado al lado de la puerta como un ente.

Todos sus nervios se crisparon y empezó a dar golpes inútiles en su pecho, molesta, aturdida, desolada y con un dolor horrible en su pecho, ella no era de pensar en tonterías como corazones rotos pero ya no podía, no quería ver morir a nadie más.

-Te odio... -fue lo que le dijo a Krizalid antes de largarse a llorar de nuevo, tan débil física como mentalmente se dejó caer, usándolo como soporte.

Un soporte que estaba acabando con su cordura por la constante inestabilidad del mismo.

No dijo nada en respuesta, solo la tomó de las mejillas con una sola mano y le dio un beso brusco.

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Tal parecía, que debía dejar ir todo lo que amaba, era eso, o dejar que todo se perdiera consumido en el fuego maldito.

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