Find a way

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Recuerda que, cuando pequeña, su tía le leía cuentos de la hermosas princesas, que eran salvadas por sus príncipes.

Durante mucho tiempo se creyó ese estereotipo, pero, al momento en que la vida le dio una cachetada en toda la cara, su forma de ver el mundo cambio.

La música le encanta, pero sus gustos cambiaron con ella, al igual que sus amistades.

Aun no sabe como fue, o no quería recordar, la manera en la que Iori se cruzó en su camino, un idiota arrogante, eso pensó de él con solo verlo, esa manía suya de juzgar a los demás por solo verlos, decía odiar aquello, pero, inconcientemente, lo hacía.

Antes de poder verlo, ya se encontraba conviviendo con él, dándose cuenta de la decadencia de su hogar a pesar de que ganase medianamente bien con sus canciones y mini conciertos, trató de echarla muchas veces, pero tuvo que declinar al ver que una mano extra le ayudaría con cosas cotidianas, además de que con (...) en casa tenía una excusa para evitar la entrada de sus compañeros de banda.

Para ella no fue inconveniente, no era una gran decisión mudarse con su... ¿pareja? Bueno, no sabia si era así, pero, aun así, deseaba estar ahí, y así fue, se quedó ahí, junto a él, a pesar de ese incontrolable odio, los ataques de ira, los terrores nocturnos y su propia esencia autodestructiva.

Ella se quedó ahí, junto a él, porque sabía que aunque Iori no le dijese nada, en realidad, odiaba estar solo.

Aun recuerda la vez que tuvo que ir más temprano de lo usual al trabajo y, al volver, se lo encontró hecho una fiera furiosa que le preguntaba en dónde rayos se había metido.

Eso, para ella, era una muestra de preocupación hacia su persona, y la hizo sentir necesitada por él.

¿Cómo podría dejar a tan solitario ser?

Fue por eso, que a pesar de estar en primera fila ante los descuartizados cuerpos de Vice y Mature, no sólo vio una bestia sanguinaria, vio a alguien que podía ser manipulado al antojo de alguien más, y eso la llenaba de ira.

La curiosidad que le daba su pareja la influenció en cierto grado hasta llegar donde residían los otros Yagami.

La verdad de las cosas, la desesperación de tantas personas y la cercana muerte prematura de Iori no se le salían de la cabeza.

Y empezó a desear que de verdad llegase a matar a los Kusanagi, para que pudiese saldar la deuda de sangre, para que fuese libre.

Que las llamas volvieran al carmesí original.

En estos momentos, cuando ambos están en el pequeño intento de sala de su departamento, ella con sus cosas y él en ocasiones escribiendo una canción solo se puede centrar en su cuaderno, que lleno de anotaciones, post-it de diferentes colore e información remarcada la ayudan a buscar una solución a todo esto.

Porque esta desesperada de encontrar una forma de que se quede a su lado.

-¿Qué tanto estas mirando? -su voz grave la trae devuelta a la tierra, no sabia en qué momento dejo de tener la vista fija en su cuaderno y empezó a mirarlo a él- responde.

Simplemente no dice nada, deja su cuaderno a un lado y se levanta de donde esta sentada para empezar a caminar hacia él.

A Iori no le gusta que lo toquen, o al menos no mucho tiempo, aprendió que es sensible en muchos lugares, evitó tocarlos a toda costa mientras se sentaba junto a él.

Se miraron fijamente, sentía que iba a ponerse a llorar, y no le gustaba que la vean en ese estado.

Quizás no lo pensó, quizás era suicida, pero pellizcar a Iori le detuvo las lágrimas, pero ahora él la veía con los ojos en rojo, molesto, y con la mano sobre la mitad de su rostro después de pegar un grito de sorpresa.

-¿Qué diablos crees que estas haciendo, mujer? -la fuerza ejercida aumenta, no le hace daño pero es incómodo.

Por un instante ve el desconcierto en sus facciones, no es para menos, Iori está seguro de que no ha usado la fuerza para agredirla y sabe que a estas altura no le tiene miedo.

Pero ahí está (...), con sus mejillas apretadas por sus dedos y las lágrimas bajando por estos.

-Te quiero mucho, Iori -lo está poniendo incómodo, se nota a leguas.

-¿De qué estás hablando? -Quiere quitar su mano de su rostro, pero las dos manos de (...) se lo impiden.

-¡Te quiero mucho, Iori Yagami! -su voz sale extraña por el llanto y la fuerza que ejerce en su quijada.

-¡¿Qué es lo estas haciendo?!

-¡Te amo, Iori!

-¡Cállate!

-¡TE AMO MUCHÍSIMO, IORI YAGAMI!

-¡CIERRA LA BOCA!

Que le digan loca, que hasta él le diga loca, pero no importa, encontraría una manera, y, hasta eso, se ocuparía de recordarlo cuanto lo quería, aunque fuese a gritos.

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