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Gritos.

Hay gritos en todas partes.

La gente huye hacia donde puede, tratando de salvar sus vidas.

Justo sobre el capitolio de la ciudad dos jóvenes están sentados y completamente relajados.

Los restos de la milicia regados a sus pies y la tierra abierta por diversas grietas.

-¿Quién ahora? -pregunta uno de ellos, el que parece mayor mira a su alrededor, viendo con profundo desagrado que, en medio de este caos, alguien busque abusar de una niña.

Su dedo se eleva cual guillotina y señala el lugar.

-Allí, unos violadores y... -el otro hace caso rápidamente pero la llamarada que sale de sus manos es más rápida que las palabras de su compañero.

Quema a los violadores.

Y a la víctima.

-Uy -se da cuenta de su error pero poca atención le presta.

-No importa, ella era adicta a la droga por vía materna, estaba condenada de todas maneras -pone una mano sobre el hombro contrario para confortarlo aunque no lo necesite.

-Crear un nuevo mundo es más difícil de lo que pensé -se queja, dejándose caer para atrás, mirando a quien esta a su lado- más aún sin que tengas todos tus poderes, ¿para cuando, uh?

-Paciencia -es todo lo que pide mientras de una onda de sonido asesina a alguien que se escondía entre los escombros de un edificio- debo restaurar mi cuerpo de su letargo, pero ella se resiste.

-Cuestiones difíciles con tu media naranja -se burla, a la vez que come una papita picante de su bolsa.

-No te preocupes -atrapa la papa que le es lanzada a la boca y la consume sin necesidad de masticarla, tal y como lo hace con los demás cuerpos que son tragados por la tierra- de alguna u otra manera daré vida a este planeta que es nuestro.

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