Mercy

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Rogar por piedad nunca funciona mucho, a veces puedes toparte con alguien de corazón blando o alguien noble, ellos te darán su mano para levantarte, ayudarte.

Pero cuando te topas con un hombre malcriado, necio e inmaduro la cosa se pone peor.

-¿Dónde esta mi maní? -es ese tipo de hombre que aunque parezca reservado, por su apariencia de malo, era más bien un niño, aunque no salía de la etapa de puberto, soltó un suspiro cansado, toma con mayor fuerza el libro en sus manos- te acabo de preguntar algo -con un golpe hace que el texto caiga en el suelo.

(...) levanta la mirada con suspicacia, viendo con la típica mueca de molestia en su rostro.

-Te comiste el último paquete esta mañana -esto por recoger su viejo libro pero él la toma con fuerza del codo.

-Debiste comprar más -la fulmina con la mirada, visiblemente molesto por una pequeñez.

-Pagar por tu existencia es cara, ¿sabías eso? -se suelta a la fuerza, no queriendo ser tocada por él.

-¡Ah! Ahora vienes no eso, claro, solo soy de valía cuando protejo tu casa, ¿verdad?

-Se podría decir que sí -rápidamente su rostro es estampado contra la pared a su lado, el guante azul le da escalofríos al estar en contacto directo con su piel.

-Deja de jugar conmigo -le dice en mitad de un gruñido, esta casi fuera de sí, controlando sus impulsos y el cosquilleo en su guante antes de acabar con su único sustento.

-No lo entiendo -la escucha decir, con la voz amortiguada por su mejilla aplastada contra la pared- simplemente deshazte de mi y tendrás la vida más fácil.

-¿En serio? -gratamente sorprendido ante su dureza la suelta, esto era lo que le gustaba, el que no se asustase por tonterías- pues, me siento piadoso hoy, te dejaré pasar esto si me compras más maní para la tarde.

-Te dolerá el estómago de comer tanta comida chatarra -acomoda los lentes sobre su nariz, sin darle demasiada importancia al arrebato del muchacho.

-No quiero escuchar eso de ti, cerda -sin escrúpulos toca su vientre, recibiendo un manotazo al instante- sólo haz eso y puede que no te moleste por unos días -ve el rostro de (...), inmutable ante la denigrante situación, aunque siempre sabe cuando ponerle un alto.

-No quiero escuchar ninguna queja cuando quieras una pastilla para el dolor de estómago -es todo lo que dice antes de desaparecer por la puerta principal con sus llaves.

Al día siguiente el muchacho esta postrado en su cama al no tener ganas ni de vivir, maldiciendo la razón en las palabras de la mujer.

No le pedirá nada, no está de humor para soportar sus "te lo dije", esta harto de ellos.

Para olvidar el dolor se dispone a dormir, sintiendo toques en su cabeza y calor provenir de otra fuente que no es su cuerpo.

Cuando despierta se da con la usual situación cada vez que algo malo le pasa: esta bien arropado, hay una compresa fría sobre su frente, a su lado hay sopa casera, pastillas para la indigestión y jugo de granada.

Mira por la puerta entreabierta, mirando como, encorvada, ella lee otro libro.

Si bien el siempre decía que era misericordioso con ella, la verdad era otra.

-Tu amiga llamó -dice a la par que pasa una página, esta de más saber que lo escuchó sorber la sopa- dijo que eres un idiota.

-¡Ja! Como si esa tipa tuviera el valor para eso -es lo que dice, pero deja de reír al momento que (...) le pone play a la cinta de la contestadora.

-¡Oye! ¡9 cuatros idiota! ¡Deja de causar problemas y ponte mejor! -la chillona voz de Angel se escucha, con la usual muletilla al final de la oración, ese 'Nya' le hace saber que es ella, es como su huella dactilar; se plantea en finalmente matarla cuando se pasee por ahí.

El dolor de cabeza hace que frunza el ceño y cierre los ojos, irritado.

-Te va a dar gastritis -escucha la voz de (...) a su lado, dándole cierto repelús el pequeño susto que le ha dado su velocidad para ir de un lugar a otro.

-No me importa -dice, tajante, tratando de terminar con la, según él, absurda conversación.

-A mi me importa -pasa una de sus pequeñas manos por su frente, retirando la compresa y poniendo una nueva en su lugar.

Quiere apartarl, de verdad que sí, pero le cuesta hacerlo ante su mirada piadosa y amable.

En un principio dijimos que no habría misericordia en el corazón de alguien como él, pero nunca se podemos olvidar que uno, si le dan el afecto y cuidados necesarios, puede aprender a ser piadoso.

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