Through another eyes

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Sentirse de aquella forma.

Encerrado en ese cuerpo débil y que necesitaba ser atendido constantemente.

Le hacía sentirse asqueado de su nueva forma.

Pero no podía refutar nada.

-¿Te sientes cómodo? -pasa con completa confianza sus brazos alrededor de su cuello, para llevar sus manos a sus pómulos, haciendo que incline su cabeza para que la vea a los ojos.

-Me siento cubierto de basura -le dio un pequeño golpe en su mejilla, con una mueca en su rostro.

-Ya aprenderás -la escucha suspirar y ayudar a poner ese conjunto hecho de seda que los humanos llaman ropa- debes usar esto, ellos no se sienten cómodos si no tienes puesto esto.

-Son seres incoherentes -gruñó, le molesta tener puesto encima todo eso.

-Ahora tienes el cuerpo de uno -ajusta el yukata que le ha proporcionado- Escúchame, quiero que entiendas, los humanos no son tan malos, solo son...

-¿Inútiles, parásitos, pestes? -mira hacia la puerta de aquel lugar, protegido por aquellos humanos que dejaron de serlo para seguirlo- te hacen tanto daño pero tu permites que continúen, matan lo que creas pero tu dejas que te sigan absorbiendo la vida.

-Puede que sea así -la ve acomodar el corto cabello, ese que no le llega ni a los hombros- pero los cree a ellos, quiero ver qué cosas harán, son tan... interesantes y extraños -se río al decir lo último.

-Justo ahora esos humanos están en mi contra, por tratar de protegerte, de hacer mi trabajo.

-Es que tu mataste gente, Orochi -pone su mano sobre el pecho del ahora hombre, sintiendo el calor proviniendo de la marca que lo marca como deidad enjaulada en una cárcel material- y eso no es correcto.

-Parece que nada de lo que yo haga te parece correcto-

Hubiera seguido hablando, refutando, argumentando en contra de los humanos, cuando un grupo de hombres, con flamas en sus manos y una mujer con un espejo aparecieron de la nada.

Habían pasado sobre sus ocho aprendices, los habían matado y ahora iban a por ellos.

Los humanos actúan inconcientemente en muchas ocasiones, y Orochi sabía que con ella ahí, con un cuerpo humano, débil, estaba en constante peligro.

Su deber era protegerla.

Y lo intentó, se enfrentó a esos tres tanto como pudo, en ese cuerpo débil que, si usaba más fuerza de la que podía resistir esa carcasa, la dejaría a su suerte enfrente de esos bárbaros.

Escuchó un grito.

Un grito de dolor.

Logró hacer para atrás a los líderes de los clanes Yata, Kirishima y Yasakani.

Justo a sus espaldas, estaba ella.

Con una espada a través de su pecho.

Y, sujetando la espada, el hijo menor del clan Kirishima.

Como si hubiera salido de su ensoñación, el muchacho dejó caer el mango de la espada.

Su cuerpo inerte calló en un sonido sordo.

Los clanes se retiraban.

Los humanos huían como siempre.

Un fuerte movimiento sísmico.

Las aves volaron sin dirección alguna, los animales o agonizaban o morían.

Los árboles en la cercanía al igual que las cosechas, pudriéndose.

Empezó a llover, porque aun muerta, ella buscaba dar vida a aquellos que la habitaban.

Pero esa lluvia también significaba la ansia de venganza dentro de él.

Sus ansias de sentirse como una humana la habían llevado a esto.

Ese amor por los humanos.

Los humanos la asesinaron.

Y el iba a asesinarlos también.

Iba a encargarse de eso.

Iba a torturarlos para toda la eternidad.

Ya no le importaba el estar en ese cuerpo que no le brindaba su mínima fuerza, se las arreglaría para matarlos.

Mataría a cada humano.

Porque nada la traería de vuelta.

Habían matado a la madre de la vida.

Y ahora solo quedaba una carcasa sin espíritu.

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-¡Necesitamos ayuda!

-¡Metan su cuerpo al río!

-¡Kou!

Echaron el cuerpo en llamas del último hijo de los Kirishima, el muchacho sólo comenzó a ser consumido por su propia flama.

-Padre... -dijo mientras se aferraba a las ropas de su padre, mostrando que en sus brazos habían manchas de sangre seca que empezaban a dejar crecer pequeñas plantas en su piel.

-Kirishima -fue llamado por el líder Yasakani, que tenía una expresión de pesadumbre en su rostro- debo hablar con usted.

-Un momento -dejó a su hijo en brazos de Syo, el segundo, para que Kou se quedase en el río y evitar que volviera a quemarse- ¿Cuál es el problema?

-Solo eran 8, pero tu hijo mató a una novena persona -fue todo lo que tuvo que decir para que entendiera lo que ocurría, o al menos a medias.

Porque era mucho más complejo de lo que creían.

-Esa mujer debió ser una aprendiz de Orochi, Kou hizo bien al matarla -fue lo único que dijo mientras recibía un ungüento para las quemaduras en los brazos de su hijo- apenas pudimos matar y sellar a sus ocho Hakkeshu, una más hubiera sido devastador.

-Mi señor, tenemos problemas, la sangre no sale -fue lo que dijo de una de las mujeres que atendían a los heridos.

-Saldrá con el tiempo -fue lo que dijo a la vez que esparció el medicamento por las quemaduras de su hijo.

La verdad era que esas gotas de sangre marcarían para siempre a toda su prole.

Que marcarían a su rama de la familia de manera permanente.

Como los que merecían morir tragados vivos por su propio poder.

Como los asesinos de Gaia.

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