Capítulo 1. Pérdida (No te vayas, papá)

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Hagi, 25 de mayo de 2018

1

Cuando pienso en las cosas que podría nombrar usando el calificativo de "hermoso", las mañanas de Hagi ocuparían un lugar especial. El sol sale, levantando una leve neblina que no se eleva a más de un metro del suelo, y el frío del amanecer va disminuyendo de a poco hasta que la temperatura se hace agradable.

Ya con la llegada del día, el jardín vuelve a ser el mismo de siempre, majestuoso y espléndido, pero sin la magia que brinda la noche. Todos los días abuela viene a despertarme, aunque normalmente abro los ojos antes de que el reloj dé las siete, y me hago la dormida solo para sentir la dicha de sus besos en la frente. Sin embargo, hoy no escuché sus pasos acercarse a mi puerta. Quizás mamá tiene una de sus crisis, o papá está peor.

Me quedo recostada por un largo tiempo. No sé por qué tengo la sensación de que no iré a la escuela. Al fin decido salir de mi cuarto, bajo las escaleras y recorro todo el pasillo hasta llegar a la habitación de mis padres. Camino despacio hasta el fusuma, y me quedo escuchando lo que hablan al otro lado.

—Arata, por favor, no digas eso —dice en modo de súplica la voz de mi abuela.

—Cariño —habla mi madre que, al parecer, está cuerda—, haz caso esta vez a tu madre.

—No hagan como que no está pasando nada, yo ya lo sé. Ustedes solo deben aceptarlo. Algo en mí me dice que de hoy no pasaré. Ya he aguantado suficiente, más de lo que los doctores creían, pero ya no lo soporto más, ya no quiero seguir.

Dejo salir un leve suspiro y acto seguido muerdo mi labio. Al escuchar esas palabras de mi propio padre, siento que me destruyo. De él siempre he sacado mis fuerzas para seguir, para no rendirme, y ahora dice que ya no puede. La furia quema dentro de mí, pero en el fondo lo entiendo. Nuestro médico nos dijo hace tiempo, cuando le diagnosticaron la enfermedad, que era probable que no viviese más de un año. Pero contra todo pronóstico, aquí está.

—Bueno —dice determinante mi abuela, sacándome de mis pensamientos—, ya no hay nada que yo pueda hacer. No se puede alentar a vivir a alguien que no quiere seguir viviendo.

—Gracias, mamá.

—Pero... No puedes morir, tú no puedes morir también. ¡No puedes hacerme esto! ¡Vive! Vive por Shizuka, por tu madre, ¡por mí! —grita mamá mientras llora; yo contengo mis lágrimas, no quiero que sepan que estoy aquí.

—Calla ya, Yumi —ordena la abuela y mi madre obedece. Nadie se atrevía a desacatar sus órdenes— ¿No ves que ya tu marido debe reunirse con sus antepasados? A las almas que deben partir no se les debe retener, y no utilices a sus seres queridos como imán a este mundo.

—Mamá tiene razón, mi amor. Deja ya esas lágrimas y sonríe nuevamente, sé de nuevo la hermosa mujer de quien me enamoré veinte años atrás, y deja que te vea como la primera vez, deja que parta con esa sonrisa. Shizuka... Por favor, llamen a mi pequeña Shizuka.

—Pasa —dice otra vez abuela como un mandato cariñoso—, ya sé que estás ahí detrás.

No me sorprende que se haya dado cuenta de mi presencia. A pesar de su ceguera, escucha mejor que nadie y presiente los movimientos de todos. Algunos la consideran una especie de hechicera, otros creen que es un fantasma, pero para mí es la mano dura que acaricia mi cabeza cuando no puedo dormir, la voz sabia de los consejos, el refugio para los dolores del corazón; y ni yo, ni nadie, se atrevía a desobedecer ni una de sus palabras.

Abro por completo el fusuma, y veo a mi padre tumbado sobre el futón, sin su mascarilla de oxígeno. Abuela está sentada a la derecha, vestida con uno de sus bellos komon y los blancos cabellos recogidos en un moño. Mi madre está a la izquierda y más cerca de la cabeza de mi padre, tiene las mejillas llenas de lágrimas y la mirada perdida.

—Shizuka...

Papá me habla con ternura. Su rostro estaba demacrado, muy pálido, con labios temblorosos. Aun así, su mirada permanecía tranquila

—Acércate, por favor...

Obedezco antes de que él termine la frase, y me siento a su lado, a la izquierda, junto a la abuela. Intenta levantar su mano pero sus escasas fuerzas se lo impiden, así que la sostengo con firmeza y la llevo hasta mi cara. Se siente frágil y está algo fría, pero aun así su tacto me llena de calor y seguridad.

—Al parecer escuchaste todo lo que se dijo aquí, así que ya sabes que me llegó la hora de partir, pero no puedo irme sin verte. Quiero que tú seas lo último que vea, para que tu luz me oriente en mi viaje al otro mundo. Shizuka, quiero que seas fuerte, que sigas siempre adelante, que ames siempre, que seas como has sido hasta ahora. Eres tú quien debe cuidar esta casa. Debes cuidar a tu abuela y a tu madre, ¿sí? Haz eso por mí, sé que lo harás bien. Recuerda que tú eres la canción de mi vida y la tranquilidad de este hogar. Tú eres la esperanza de todos nosotros. Y no te preocupes, yo siempre estaré contigo, a donde quiera que vayas. Además, te enviaré una compañía, una compañía que debes querer y tratar con mucho amor. Shizuka, yo te amo... tú lo sabes...

Una lágrima se escapa de mis ojos al escuchar sus palabras. Papá dibuja una sonrisa algo desfigurada por la sombra de una muerte inminente. Sus párpados se cierran, y la mano que sostengo contra mi mejilla se desploma sobre el futón. Aún lo veo respirar, pero mi corazón se aprieta al saber que no será por mucho tiempo.

—Shizuka, ve a buscar al doctor Horikita, debe de estar en el salón principal.

Abuela habla en voz baja. Puedo sentir cómo su voz intenta no quebrarse al mantenerse serena. Salgo del cuarto de mis padres y al cerrar la puerta exhalo pesadamente. Noto mis piernas temblar al intentar caminar, pero sé que no debo perder las fuerzas. Mientras avanzo, la sensación de que las paredes se vienen sobre mí se agudiza. Entro al salón en silencio y el doctor, quien admiraba una pintura de la diosa Amaterasu, dirige su mirada a mí, con rostro grave. No necesita escucharme para saber qué vengo a decirle.

Justo en ese instante, se escucha un grito desde la habitación. Es mi madre, vociferando el nombre de papá. El señor Horikita sale corriendo aunque, como yo, ya ha de entender lo acontecido. Siento mi corazón detenerse por unos segundos, mi estómago duele, mi garganta tiene un nudo. No sé qué hacer, no quiero entender... No acepto entrar a su pieza y verlo muerto. El olor del incienso quemándose en una esquina del salón me envuelve y me resulta repulsivo. Huyo de él, y los gritos de mi madre finalmente me llevan a enfrentar la realidad.

La escena que se monta frente a mis ojos me recuerda a alguna tragedia griega. El difunto en el suelo, la esposa golpeándose el pecho, los sirvientes escondiendo los rostros tras los pañuelos. Mi postura se rompe y me lanzo hacia el cuerpo, aún tibio, de mi padre. Me aferro a él, colocando mi cabeza sobre su pecho, con la inútil esperanza de escuchar una vez más sus latidos. No hago nada por detener mi llanto, esta vez lo necesito.

2

La terrible pesadilla ha durado todo el día. El doctor Horikita confirmó la muerte a las ocho con treinta y tres minutos de la mañana. El cáncer que hacía ya cinco años había tomado sus pulmones, finalmente le había arrebatado la vida a los cincuenta años. Papá no quiso dejar la casa, no soportaba la idea de vivir encerrado en un hospital, ni aunque fuese el mejor de todo el mundo. Además, en este palacete de más de tres siglos de antigüedad, han nacido y vivido todas las generaciones, y todos han muerto aquí. Al fondo del jardín, a unos treinta metros del lago, está el mausoleo de la familia, donde se exhiben los más de quinientos nombres de los antepasados.

Se preparó el cuerpo para el velatorio, que empezó a las cinco de la tarde y no terminó hasta las once. Todo el pueblo fue. Personas que conocía y otras de las cuales ignoraba su existencia. Mi padre era una persona amada por muchos, pues a pesar de tener una inmensa fortuna, jamás se jactó de ello; al contrario, daba todo a todos, siempre con una gran sonrisa en el rostro.

Ahora estoy en mi cama, acostada con los ojos abiertos, mirando a la nada. Esta noche no fui al jardín. Esta noche ni las luciérnagas, ni el batir del viento, ni la blanca luna podrán hacerme olvidar. Esta noche lloré hasta que mi corazón se calmó, pero en mi cabeza se quedaron las últimas frases de mi padre: "Te enviaré una compañía, una compañía que debes querer y tratar con mucho amor." ¿De qué estaría hablando? ¿Qué compañía? Esas palabras me dejaron algo confusa, pero decidí no pensar mucho en ello. Debo ser fuerte, como él me pidió. Mañana será el funeral y la ceremonia de incineración, y pasado mañana leerán el testamento, cosa odiosa para mí, ¡qué me importa el dinero si no lo tengo a él!

Mis párpados se van cerrando solos, ya no puedo hacer nada por evitarlo. El sueño me llama, me reclama en su arremolinado mundo de sombras y yo, algo molesta, accedo.

GLOSARIO

1. Fusuma: Son rectángulos verticales opacos que se deslizan de lado a lado para redefinir espacios dentro de un cuarto o se usan como puertas.

2. Komon: El komon es un kimono para ser usado diariamente.

* Se refiere al nombre de Shizuka. Se escribe con los caracteres de 静shizu (tranquilo) y 歌 ka (canción).

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