Capítulo 2. Resentimiento (El inquilino)

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Hagi, 27 de mayo

1

Hoy visto de nuevo de negro. Tras la ceremonia de incineración, decidimos tener una semana de luto. Ese fue solo el primer paso para sobrellevar la angustia que me dejó su partida. Solo quiero que este tiempo pase lo más rápido posible, que el dolor que siento se haga débil, hasta imperceptible, como pasó cuando murió mi hermana. Aún siento su ausencia, pero la recuerdo con cariño. El dolor que me destruyó cuando tuvo aquel accidente es el mismo que me ataca ahora.

Al salir el sol esta mañana se hizo lectura del testamento. Ahora mi nombre figura como dueña legítima de la cadena de hoteles Fuyumi, empresa familiar que ha sobrevivido diez generaciones. Papá había cedido las funciones de dirección y administración al vicepresidente Arakawa, pues realmente nunca tuvo interés en los negocios: lo suyo siempre fue el arte, al cual se entregó en cuerpo y alma, hasta que la enfermedad lo llevó a la cama. Al parecer los ojos de los medios se han vuelto hacia mí, preguntándose si al llegar a la mayoría de edad asumiré responsablemente mi cargo, que hasta entonces continuará en manos de la vicepresidencia.

A pesar de tener consciencia de la gran responsabilidad que ahora cargo sobre mis hombros, el hecho de ser una joven promesa no me emociona del todo. ¿Mis días de paz se verán ahora alterados por la presión de cumplir las expectativas de otros? Por el momento no lo pensaré, aun me queda tiempo hasta que llegue el momento.

Además de la empresa hotelera, papá también me dejó su estudio: un cuarto al fondo del jardín, donde se encerraba por horas a crear su arte. Su sitio más sagrado y preciado ahora era mío. Se me entregó una llave pequeña y dorada, junto a un pequeño papel que tenía escrito con la letra de mi padre un corto mensaje: "No lo muestres a nadie a menos que lo dicte tu corazón".

Pensando que el solemne momento en que el abogado dio lectura al documento sería lo único importante para hacer en el día, regresé a mi habitación a despejar mi mente entre las páginas de los libros. Sin embargo, hace unos minutos el abogado Kato Takashi, quien era un gran amigo de mi padre y ha estado al servicio de la familia desde que tengo uso de razón, regresó en su auto, informando que con carácter de urgencia debíamos reunirnos una vez más. Una sensación de vértigo, casi imperceptible, me hizo pensar en que no debía de ser nada bueno.

Bajo y camino con pesar todo el pasillo. Escucho las voces provenientes de la oficina y me detengo tras el fusuma. Veo a los sirvientes fuera, quienes al notarme saludan con cohibición, como si fuese una extraña.

Finalmente me decido y doy un paso al frente. Cuando entro, siento el aire hacerse más pesado. Me ven como si hubiesen estado esperando desde hace mucho tiempo por mi llegada. Mamá aprieta sus manos e intercala sus pupilas entre mi cara y el suelo. La abuela dibuja una expresión muy tranquila, pero sé que en el fondo está más preocupada que nadie.

—Tome asiento, por favor —dice el abogado, quien a pesar de pasar los sesenta años conserva una mirada infantil.

—Gracias —susurro y me siento inmediatamente.

Kato hace una reverencia con la cabeza y vuelve a mirar a los presentes. Toma un papel sellado con el escudo de la familia y lo desdobla con delicadeza. Se ajusta los espejuelos, y aclara su garganta con un carraspeo.

—Disculpen el haberlas reunido de nuevo, sé que las tres han pasado por bastante ya, pero este asunto es de urgencia e impostergable. Al llegar a casa tras la lectura del testamento del señor Fuyumi, me encontré en el correo una carta dirigida a mí de su persona. Fue escrita hace unos meses atrás, así que supongo que la mandó a la oficina de correos bajo la orden de entregarla tras su muerte. Expresa en el sobre que debía ser leída frente a la familia junto al testamento, pues figura como anexo del mismo, pero al parecer hubo un retraso y no llegó hasta ahora. Si me lo permiten, haré lectura en este momento de la carta.

La confusión nubla mi mente y al mismo tiempo mis manos sudan por la ansiedad. Ninguna de nosotras dice una palabra, así que él continúa.

—"Querida madre, amada Yumi, y en especial, mi adorada Shizuka. Si están escuchando estas palabras, es porque he partido y mis ojos no las verán más. No quiero llenar esta carta de palabras innecesarias que vayan a agudizar el dolor que tal vez lleven en sus corazones, así que trataré de ser claro en mi discurso.

En la ciudad de Bunkyō, en Tokio, vivía una señora, Misaki Sakura, a quien puedo decir que quise durante un tiempo, durante el cual mantuvimos una fugaz aventura, antes de darme cuenta de que a quien amaba realmente era a Yumi. No nos volvimos a ver hasta tres años después, cuando de casualidad la encontré y supe que tuvo de mí un hijo, Misaki Takahiro, un chico que ya debería tener cumplidos dieciocho años. Él se hubiera convertido en hermano de Shizuka, pero su madre le prohibió venir acá. Misaki-san murió desgraciadamente hace cinco años, y yo me encargué de mantener a Takahiro. Es mi voluntad que se reciba al chico en esta casa, y se le dé el amor de un familiar. No pretenderé justificar mis actos, ni que comprendan esta decisión. Pero no vean por mí, sino por él. Sepan que las amo a las tres, y mantengan sus corazones llenos de bondad. Sin nada más que decir, aquí concluyo. Firmado: Fuyumi Arata."

En la oficina el silencio se hace incómodo. Todos quedamos sorprendidos ante aquello último. Yo simplemente no lo puedo creer. ¿Mi padre había sido infiel? ¿Yo tenía un hermano? Veo a mi madre y está más pálida que la nieve de enero, hasta que se desvanece en la silla. La enfermera que se mantuvo a su lado enseguida la atiende hasta que recupera la consciencia, pero mantiene la mirada perdida. Giro la cabeza buscando una respuesta a los ojos de la abuela, pero ella está cabizbaja, pensativa. ¿Ese tal chico era la compañía de la que hablaba papá?

El abogado se acerca a mí y me da una pequeña palmada en el hombro. En este momento no sé qué pensar de papá. Es una mezcla de dolor con odio: odio por haber engañado a mi madre, odio por no haberme dicho nada. ¡Por qué! Yo no quiero conocer a ese chico, él es el fruto de un momento en que mamá fue engañada. Sé que cada vez que lo vea ella se va a sentir miserable. Mi cabeza está dando vueltas, no entiendo nada. Subo corriendo a mi cuarto y me encierro allí, a pensar y a calmar mis ánimos.

2

Estuve acostada por un tiempo que no supe medir con exactitud. Tengo el reloj al lado, pero me pesa enormemente girar mi cuerpo y ver la hora. De pronto alguien toca, y escucho la voz de la abuela llamándome.

—Pasa —digo desanimada.

La puerta se abre, y siento los cortos pasos de abuela acercarse al futón, sentando su cálido cuerpo a mis pies.

—Cariño, el chico...Takahiro... Está aquí. Creo que debes ir a recibirlo.

—No quiero —respondo sin vacilar.

—Sé que no quieres, pero debes hacerlo. Aunque sea duro de asimilar, él es tu hermano.

—Él es un error. Un error de mi padre.

—De los errores se aprende...

—Se aprende, sí, yo aprendí a evitarlos.

—Creo que deberías darle una oportunidad.

—Abuela, por primera vez, creo que no te obedeceré. No quiero...no puedo. Tú deberías estar indignada también, por papá.

—Sé que Arata cometió muchos errores. El estar con esa señora fue otro de ellos, y si bien reconozco que fue su culpa, y que nunca debió hacerlo, no soy quién para juzgarlo. Él estaba recién casado con tu madre, al juzgar por la edad del muchacho, solo un año llevaban si no me equivoco. Por esa fecha estuvo, sí, por Bunkyō; asuntos de trabajo si mal no recuerdo, cerca de la primavera. Debió ser en ese tiempo... Pero estoy segura de que él se arrepintió de aquello, pues siempre amó a Yumi. Por otra parte, estoy orgullosa de que no abandonó al muchacho, se acordó de él, eso me demuestra que es un buen padre. Seguramente no dijo nada para no lastimar a su esposa, para no perder lo que más atesoraba. Hija mía, no le guardes rencor a tu padre, él siempre deseó lo mejor para ti. Tu corazón debe aprender a perdonarlo por tu amor hacia él, y con ese amor acepta al pobre chico, que quedó completamente huérfano. Haz al menos un pequeño espacio en tu alma, y ábrele los brazos; y si te duele, que la bondad te ayude a calmar el dolor.

—Entonces lo recibiré. Pero seré incapaz de quererlo. Solo lo haré por bondad, porque es cierto que él necesita abrigo, pero no pretendas que llegue a quererlo como hermano, porque eso nunca será así.

—Será como quieras, pequeña. Anda, ve a verlo.

Bajo las escaleras con tedio, no quiero ver la cara de aquel muchacho. ¡No quiero! Pero... Abuela tiene razón, debo intentarlo. De lo que sí estoy segura, es que me será imposible quererlo.

Mi rostro está completamente serio. Quiero que él sepa que no será fácil agradarme, y que no tengo intenciones de entablar amistad; pero algo dentro de mí me hinca, y hace que me arrepienta de esa actitud. Procuro entonces tener una expresión cordial y agradable, de buen gusto. Mientras atravieso el pasillo, por mi mente pasan múltiples pensamientos. Me pregunto cómo será aquel chico. ¿Alto, bajo, flaco, gordo? ¿Se parecería a mí? Todas esas dudas son aclaradas en cuanto lo veo aparecer ante mí.

Está sentado cerca del corredor, mirando fijamente al jardín frente a él. Al parecer advierte mi presencia y gira su rostro hacia donde yo estoy parada. Enseguida se pone de pie, y me saluda con una rápida reverencia. Es unos veinte centímetros más alto que yo, aproximadamente metro ochenta, delgado pero tonificado. Su cabello es negro como el mío y le cae sobre los ojos cafés. Mirada agradable para mi sorpresa, aunque noto algo extraño en ella, tal vez porque no acompaña la sonrisa de los labios. Noto que sus manos sudan un poco, y al parecer se da cuenta de mi descubrimiento, pues las esconde en el bolsillo de su sudadera, la cual lleva remangada hasta los codos. Su look es bastante moderno. Trae unos jeans ajustados y tenis negros. Tiene varias manillas en los brazos y, aunque trata de ocultarlo, logro ver un pendiente en su oreja izquierda. Realmente nadie diría que es mi hermano, pues además del estilo tan discordante con el mío, nuestro físico tampoco es muy parecido más allá del cabello abundante y negro.

El silencio entre ambos se hace increíblemente molesto después de unos segundos. Para acabar con esa sensación, me atrevo a decir algo.

—Hola.

—¡Hola! —saluda muy alegre, y apenándose al parecer de la euforia repentina, calma algo su voz—. Este... Yo soy Takahiro, Misaki Takahiro. Tú debes ser...

—Fuyumi Shizuka. Mucho gusto.

—Shizuka... Es un nombre muy lindo.

—Gracias. Espero que te hayas sentido bienvenido.

—Sí, los criados son muy amables, y las galletas estaban muy ricas.

—¿Galletas? —Miro a la bandeja que estaba en el tatami y veo algunas migajas y un vaso con algo de jugo en el fondo—. Ah, ya veo. Sí, las hace Haru-chan, es muy buena cocinando.

—Dale mis felicitaciones, por favor.

—Lo haré. Al parecer no me viste cuando me dirigía hacia acá... Desde aquí podías ver perfectamente el pasillo.

—Sí, la verdad sí se puede —dice mirando al otro lado del jardín, donde se encontraba la otra parte de la casa—. Verás, estaba admirando la belleza de este lugar. Parece un pequeño palacio.

—Lo sé, es impresionante si lo ves por primera vez —respondo mientras sigo con la mirada una pareja de mariposas que revolotean entre las azaleas—. Bueno, ahora Suzuki-san, el mayordomo, te mostrará tu habitación. A las doce bajarás al comedor a almorzar. Es justo acá al lado —le digo señalando la habitación a la izquierda de la sala.

—Estaré justo a las doce. Hasta entonces, Fuyumi-san —Se despide mientras sigue al señor de cabello blanco y figura espigada a los cuartos de arriba.

Me quedo de pie mientras los veo subir. Él parece ser buena persona, a pesar de su aspecto informal. De todos modos no puedo evitar sentir rechazo. La idea de que es mi hermano aún no ha entrado en mi cabeza.

3

Después del almuerzo, el pensamiento de que el nuevo inquilino fuese mi hermano se me hizo más imposible. Al parecer nunca aprendió modales, porque fue un desastre total. Derramó el agua sobre la mesa, en un momento habló sin haber tragado (fue realmente el único momento en que habló), y para colmo se fue enseguida que hubo acabado.

Ya son las cinco de la tarde. Estuvo durante un tiempo inspeccionando la casa y se ha encerrado ahora en su cuarto, habitación que está justo frente a la mía. Las probabilidades de que nos veamos a cada rato son inmensas, y es eso lo que quiero evitar. No sé por qué razón, la repulsión que sentí por mi padre al enterarme de la noticia se ha esfumado de su figura, y ha venido a posarse en este muchacho; mas no es repulsión realmente lo que siento hacia él, tampoco puedo decir que sea desprecio. Es simplemente que él no me importa, no siento absolutamente nada. Lo veo como otro invitado más que ha tenido esta casa, uno que se quedará por siempre. Tan solo debo aprender a vivir con él, aceptarlo, como dijo abuela.

De pronto, una música extrañamente hermosa interrumpe mi silencio. Proviene de la habitación del frente. Abro ligeramente la puerta de mi cuarto y asomo la cabeza. Me acerco en puntillas al lugar de donde nace aquella melodía grave de violín. ¿Será él? Claro, ¿quién más sería? Mi mente no puede creer que de sus manos provenga tal habilidad. Escucho, y concluyo, por los ligeros deslices en el ritmo, la imprecisión de una que otra nota, y los saltos más que perceptibles del compás, que es una pieza improvisada. Algo en mí produce aquella indescriptible canción, y comprendo que sale de lo más profundo de su alma, de los hilos que forman la telaraña de su mente, de sus ideas desconocidas para mí. Es tristeza, tristeza y algo más: dolor, angustia, un grito de socorro; eso es lo que viene de él, pero en el fondo de todo aquello que lo ahoga, brilla una tenue vocecilla de esperanza, una llama pequeña que en lugar de apagarse con el viento, espera que este la avive. No sé si es por la tristeza que ya venía acumulada en mí, o simplemente por la pecaminosa divinidad de aquel sonido de queja alumbradora, que rompo a llorar y caigo de rodillas en el suelo.

La música se detiene, y me intento poner en pie precipitadamente, enjugando mis tontas lágrimas. La puerta se abre, y me lleno de vergüenza por haber sido la causante de la abrupta detención.

—¿Llorabas, Fuyumi-san? —me pregunta la voz de Takahiro.

—No te preocupes, no era nada —le digo evitando su mirada.

—¿Tan mal tocaba?

—¿Qué? No, no es eso. Tampoco es que toques tan bien, pero es aceptable. Era una pieza muy bonita. No sabía que supieras tocar.

—No sé, es solo una afición. Es que me gusta mucho el violín. ¿Realmente no te pasa nada? ¿Te sientes bien?

—Sí, estoy bien, solo lloraba por mi padre...creo. Pero no importa. Disculpa que mis lágrimas te hayan distraído.

—No te preocupes... —Su voz se apaga de momento, pero vuelve a subir el tono—. Por cierto, gracias.

—¿Gracias? ¿Por qué?

—Por la bienvenida. Sé que no te agrado para nada, pero al menos has sido cortés... —habla con algo de timidez, mirando el violín que carga en sus manos.

—¿Quién te dijo que no me agradas? —inquiero asombrada. Él sube la mirada y la fija en mis ojos.

—Nadie me lo tiene que decir, es visible en tu mirada. Lo noté desde el momento en que te conocí, y te entiendo. No pienso forzarte a que me quieras así como así. Debe ser duro para ti.

Ahora soy yo quien huye de sus pupilas y miro a mis pies descalzos. Él, al darse cuenta aparentemente de mi incomodidad, retoma la palabra.

—Bueno, no te molestaré más con mi presencia. Seguro quieres irte a tu cuarto, yo iré a darme un baño. Te veré luego.

—Adiós —le digo, y entro a mi habitación lentamente.

4

La luna alumbra el jardín con su blanca aureola. Estoy recostada en la hierba, olvidando como siempre mis problemas. El incidente de esta tarde fue algo extraño, y me avergonzó que él supiera lo que yo sentía. ¿Tanto se notaba que no lo quería?

La cena estuvo bastante bien. El comportamiento de Takahiro fue distinto al del mediodía. Quizás estaba algo nervioso aquella primera vez en que comió con nosotros. La sonrisa falsa estaba dibujada aquella noche en su rostro. Desde que llegó no lo he visto sonreír verdaderamente. La abuela al menos es cordial con él, yo estoy tratando de aceptarlo, pero mamá... Mamá cuando lo mira parece que quisiera acabar con él de una vez.

Ya mi mente está algo más tranquila. Subo a mi cuarto, pero algo me detiene a entrar inmediatamente. De la habitación de enfrente escucho un apagado llanto, que cesa de pronto cuando la madera del suelo cruje ligeramente por uno de mis pasos. Siento unas ganas enormes de llamarlo, de decir su nombre, de saber qué le ocurre, pero mi mente me aconseja que no, y eso hago. Me lanzo en la cama y me cubro de arriba abajo. Estoy inquieta, ese llanto ha causado revuelo en mí, un sentimiento incómodo y extraño. Después de dar varias vueltas buscando el sueño, él me encuentra a mí y, sin darme cuenta, me duermo.

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