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Selva me condujo al baño para que me lavara la cara porque, según ella, el agua disipaba toda tristeza, iba a decirle que éramos el planeta con más agua del sistema solar y eso no nos hacía felices, o que yo había muerto con el corazón roto y las piernas quebradas en una noche lluviosa, pero ya no tenía caso.

Me dejó frente al grifo que corría y ella fue hacia una habitación con la puerta verde y nubes pintadas en su superficie. El cuarto de un niño.

—Oye, no irás a ver a tus parientes —mandó Leviatán cruzado de brazos, recargándose sobre el marco de la puerta—. Sé que dijiste que sí, entiendo tu momento de debilidad, la leñadora lesbiana puede resultar intimidante, pero no irás.

—¿Por qué no?

—Eso ¿Por qué no? —Se quejó Alan dándole golpecitos en el pecho, a cada palabra con su bastón, estaba parado sobre el retrete porque no había mucho lugar—. Estás siendo injusto, cosa.

Leviatán lo apartó el extremo del bastón de un manotazo y enfocó sus escalofriantes decenas de ojos en mí.

—Porque ese fue el trato que hicimos cuando llegamos al mundo de los humanos.

—¿Por qué? —se quejó Alan.

—Porque yo lo digo ¡Y no te metas!

—Si me querías fuera, habrías pensado dos veces antes de invocarme.

—¡Por qué te lo digo! —repitió Leviatán como si fuera el único argumento que se conocía.

Puse los ojos en blanco.

—Ya suenas a mi halmeoni —rezongó Suni mojándose la cara, había estado en silencio un largo rato porque ella no sabía mantener espacio y se metía en mi mente, mi tristeza la perturbaba.

Y cuando Suni estaba cabizbaja solía guardarse sus opiniones.

Yo sabía manejar las malas emociones, había estado toda mi muerte practicando, literalmente llevaba cien mil años sintiéndome miserable. Hay algunas personas que no pueden vivir con tristeza y Suni era una de ellas, de verdad no le deseaba el infierno, ella sería una de las almas que primero se quebrara. Que terminaba como vegetal.

Suni centró su atención en el jabón en barra del baño de mi hermana. Nunca había visto los jabones de otro continente, para mí era idéntico al que tenía en su casa. Lo tomó en su mano y lo olfateó. Lavanda ¡No es momento para esto, Suni!

—¿Puedes revocar la regla? —terció Alan.

—No.

—¿Ni siquiera en su cumpleaños? —insistió Alan.

—No es su cumpleaños —resopló Leviatán dejando caer laxamente su cabeza sobre el hombro izquierdo.

—¿Y por el mío? —intentó Alan.

—Ninguno aquí tiene cumpleaños —Leviatán caminó en círculos, alterado—. ¡Están muertos!

—Yo sí tengo —aportó Suni.

—Ni siquiera tu halmenoi...

Halmeoni...

—... ni siquiera ella se acuerda, no cuenta.

—Sí que recuerda cuando es mi cumpleaños —refunfuñó Suni—. ¡A veces lo recuerda dos días después pero solo porque es vieja!

—Tengo la impresión de que lo recuerda porque es el peor día del año para ella ¿verdad?

—No.

—¿Acaso todos sus días son el peor día viviendo contigo?

Escuché una voz infantil en la otra habitación, me puse rígido, solté el jabón. Ashi. Suni sintió mi emoción y me envió un mensaje secreto: «Ve»

Fui.

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