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 De puntillas seguí los pasos que había tomado Selva. Leviatán y Alan se quedaron en el baño discutiendo si podías festejar tu cumpleaños, aunque estuvieras muerto.

 Me estaba acostumbrando a sus pleitos y debates absurdos, aunque rabiaran parecían que ambos las disfrutaban. Cosa de genios locos.

 El suelo del pasillo era de madera. La puerta estaba casi cerrada, pero la entorné unos centímetros, lo suficiente para, en una franja, ver a Selva.

 Ella levantaba de la cama a un niño pequeño y moreno. Él se reía un poco y comenzaba a hablar de dinosaurios como si hubiera estado toda la noche despierto, su madre se reía, lo abrazaba y le explicaba que había una extraña en la casa a la que tenían que ayudar porque estaba triste.

El niño se encontraba abstraído en su mundo de coches y dinosaurios y asentía distraídamente a lo que le decía Selva. Me sentí como un intruso al observarlos del otro lado de la puerta. Era una escena perfecta pero ajena. Aun así, la observé con ojos codiciosos, sintiéndome parte de un rompecabezas en el que jamás encajaría.

Creí que Suni era desafortunada por ser una pieza de carrocería que trataba de encajar en un reloj. Resulta que solo tenía suerte, porque yo, ni siquiera era una pieza. Era un transparente en una paleta de colores.

Cómo ayudaría a Asher si no tenía ni idea del mundo, con suerte tenía cuatro y medio o cinco. Solamente le interesaban los dinosaurios y los coches.

Él estaba tan perdido como yo y vaya que yo estaba perdido.

Cuando llegó el esposo de Selva, el hombre regordete y rubio, me recibió con una sonrisa y se preocupó de igual medida cuando le contó por qué estaba ahí.

Ambos eran tal para cual: buena gente. Imbéciles según Leviatán y mentirosos desde la perspectiva de Alan, lo comprendía a él. Alan no confiaba en la gente, supongo porque había vivido en tiempos de guerra y la gente había guardado silencio cuando lo empujaron al suicidio. Descubrieron que era homosexual porque uno de sus ligues le robó. Luego, había sido olvidado y repudiado por los que más amaba. Había aprendido a no confiar en nadie.

Tuvimos una charla corta y luego los dos se fueron a murmurar a la cocina, seguro de mí, pero fueron amables y me dejaron viendo la televisión en un estudio.

Era una sala repleta de libros, un escritorio en el centro y una serie de plantas, cuadros y títulos a la derecha. El estudio pertenecía a Selva, noté que ambos habían terminado la secundaria porque habían colgado sus diplomas. Suspiré de alivio.

Busqué en libros y percibí que Selva estaba estudiando en la universidad para ser enfermera. Me gustaba y sorprendía.

—Los enfermeros son buena gente —opinó Suni bien bajito.

—¿Eso crees?

—Sí, son como los bomberos, personas abnegadas. Son como héroes.

Nunca me había enfermado para estar en contacto con enfermeros, creí que héroes era un poco exagerado, pero ella pensó en la pandemia que había existido en los años veinte, la que yo, por suerte, no había visto. Supuse que Suni trataba de calmarme y mostrarme que mi hermana era una jodida genia, así que le di la razón.

—Pff, serán héroes cuando terminen con una guerra mundial —presumió Alan puliendo la manzana contra su pecho y sentándose en la silla giratoria del escritorio.

—Héroes son las personas que aman sin temor —aportó Leviatán.

Ambos estallamos en risillas.

—¿Qué mosca te picó? —pregunté cuando Suni detuvo mi risa porque no quería que sus labios simpatizaran con el demonio.

—¿Algún otro comentario meloso, su alteza? —preguntó Alan dándole un mordisco a su manzana y rascándose la nariz.

—Es la verdad —Se encogió de hombros, sopesó un libro en su mano y observó con añoranza la ventana como si extrañara romper cristales los domingos en el infierno—. Lamento que tengan la mente tan chiquita como para no entender el arte.

—Decir que es heroico amar sin temor no te convierte en artista —negó Suni.

—Lo lamento, no hablo de arte con niñas chinas a las que le gusta el k-pop.

—¡El k-pop es sensacional!

—Dile a alguien que le importe... —Leviatán giró su cabeza en varias direcciones—. Uy, qué pena, no hay nadie.

Siguieron discutiendo entre ellos, pero no los oí.

Selva enfermera. Yo la había abandonado cuando a ella lo que más le gustaba era leer novelas para adultos, dibujar y discutirme. Bien podría ser diseñadora de tapetes y yo estaría igual de orgulloso.

También ella había colgado el plan de estudios de su carrera que era un listado de todas las materias, tenía tachada la mayoría. Iba por el último año. Mi vida no había sido un milagro, la suya lo era, no dejaba que nada la detuviera. Ni mi muerte o un nacimiento anticipado.

Gorgo había seguido con su vida, Selva hacía lo mismo.

—Qué alegría ¿verdad Asher? —completó mi pensamiento Suni.

—Ja, ja, sí.

La aparté de mi mente para cavilar en paz, ella se concentró en otra cosa, como en Alan que señalaba los libros que había leído en esa biblioteca.

Gorgo había seguido con su vida, Selva hacía lo mismo. Y era las únicas personas a las que había visto. De seguro el resto estaba igual de bien ¿Qué estaba haciendo aquí?

Leviatán, que estaba arrancando la última página de cada libro que encontraba, me sonrió como si leyera mis pensamientos más oscuros. Tal vez él ya había planificado incluso mis pensamientos más profundos y lúgubres, tal vez yo era una pieza en su juego de torturas.

O tal vez todos me habían olvidado.

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