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  Mima era un hombre joven muy simpático, tenía veinticinco años e irradiaba una felicidad que solo era digna de un comercial de productos de limpieza o de alguien triste por dentro. Usaba camisas a rayas, pantalones tejanos y zapatos italianos.

 Él obvió las preguntas y el tema sobre que me habían robado, simplemente me invitó a subir a su auto como si fuéramos dos amigos de toda la vida y es mucho decir teniendo en cuenta que no quedaba nada vivo en mí. Me acomodé en el asiento trasero junto a Ashi preguntándome si la vida alguna vez endurecería a esa familia.

 Todo el mundo tiene una suerte infernal alguna vez y eso te solidifica, hace que tu piel se convierta en piedra y tu corazón en un carbón aplastado con el correr de los años, provoca que no sientas lastima por nadie y que la compasión sea una palabra que no reconoces.

 Selva y Mima no se veían como los más afortunados del mundo, pero tenían una bondad tan enorme que cualquiera que los viera hubiera jurado que su vida era perfecta.

 Pero por el momento solamente podía sentarme detrás de Mima, verlo encender el motor y hablar con Selva de cosas de adultos como que se había averiado el microondas, que era un lindo día o si el perro se había quedado en el patio trasero.

Alan y Leviatán se apretujaban en el asiento que sobraba, casi sentados uno encima del otro, amenazándose si tocaban más de lo necesario.

—No me toques —articuló Alan.

—¿Por qué? ¿Te gustaría? —se burló Leviatán.

—A ti te gustaría.

—Ah, pero no tanto como a ti.

—¿Te queda alguna neurona viva después de ese chistecito o las usaste a todas? —preguntó Alan con acritud.

—Las usé a todas, te pediría algunas prestadas, pero es obvio que no tienes...

—Basta —chitó Suni fingiendo que estornudaba.

Traté de ignorar sus voces.

Miré al pequeño Asher ¡Estaba a mi lado! ¡Sentía la misma euforia que sentiría si conociera a alguna celebridad!

Ashi tenía una exótica piel oscura con unos ojos verde azulados iguales a los de su padre, tan llamativos y extraños como una sonrisa en un funeral. Su cabello encrespado y enrulado pudo haber sido el mismo que su abuela o su bisabuela, podría ser, nunca lo sabría ni él ni yo, ni ella.

Estaba apretujado en una silla para niños y sostenía un coche y un dinosaurio que colisionaba uno contra otro sin piedad, carrocería y bestia estaban luchando o besándose. Jugaba con histeria, casi agitado, como si estuviera corriendo un maratón, pero solo estaba sacudiendo los brazos.

Notó que llevaba un rato mirándolo y me dio el coche para que me uniera a su juego. Jamás me había sentido tan honrado. Sus dedos pequeños sostenían al coche de juguete por la cubierta, era un convertible, muy similar al que me había subido antes de morir.

—¿Cómo se llama tu coche?

—Coche —respondió montando al dinosaurio al asiento, lo que era un proceso imposible porque a todas luces no cabía, pero el muy lumbrera siguió intentando.

—No le pusiste nombre —deduje.

—No tiene nombre se llama coche —insistió.

—Igual de idiota que su tío —opinó Leviatán—. Se lo pasan por los genes, aguarda, cierto que no tiene tus genes.

Suni puso los ojos en blanco.

—Ya hiciste ese chiste, aguarda, no es un chiste, no hace reír a nadie —bisbiseó para que ni Selva ni Mima la oyeran.

—Es que están muy ocupados riéndose de ti.

—¡Cierra la boca! —musitó Suni y yo comencé a hacer ruido chocando los juguetes para que mi hermana no se percatara de la discusión.

—¿O qué? ¿Vas a fabricarme un jabón llamado Brisa de Odio?

—Oye eso fue grosero —intervino Alan alejando su cara como si no quisiera formar parte de ese escenario —. No hay necesidad de repetirle que sus jabones apestan.

—Claro, todos sabemos que lo hacen —completó Leviatán.

—Sí —Alan le dio la razón.

—Tú ni siquiera estuviste en mi sótano —contestó Suni, mirando por la ventanilla.

Alan resopló.

—Tampoco estuve en el sol, pero sé que es caliente.

—Suficiente —canturreé sacudiendo el pequeño automóvil como si le hablara a Ashi, pero me aseguré de mirarlos a ambos—. Necesito hablar con Ashi —Tosí cuando Selva se giró para ver a su hijo porque Ashi reía—. Sáquenlos del auto.

—¿A quién? —preguntó Alan.

Señalé con los ojos a Mima y Selva.

Cuando se quedaban en silencio olvidaba que estaba usurpando el cuerpo de una adolescente y que era seguido por un fantasma y un demonio. Menudo embrollo. Vamos, Asher, no es momento para perder la compostura, me dije. Le sonreí a mi sobrino, su alma dependía de las personas más desastrosas que el universo le pudo ofrecer.

Si tan solo supieras el mundo que se esconde detrás de tus juguetes, niño, no volverías a sonreír.

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