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Leviatán suspiró, pero colaboró para darme unos segundos de privacidad con Ashi.

Bajó la ventanilla, de su lado de la puerta, accionando un botón. Mima miró por el espejo retrovisor y frunció el ceño preguntándose por qué el auto funcionaba por sí solo. Antes de que volviera a subir la ventana, Leviatán le rumió a Alan que lo sujetara de las piernas y se aventó a la calle como si fuera un agente secreto que cuelga por cables o una araña de su telaraña.

Comprendí demasiado tarde cómo pretendía darme unos minutos de privacidad con Ashi. Utilizó sus garras para pinchar una de las ruedas.

Se escuchó igual que un disparo lejano cuando el caucho reventó. El auto perdió un poco de dirección y comenzó a serpentear por la calle que, por suerte, estaba vacía.

—¡Qué fue eso! —se escandalizó Selva.

—¡Madre mía! —gritó Mima bregando por estabilizar el auto y detener los zigzagueos.

—¡Por un demonio! —soltó Suni.

—¡Por Leviatán! —aulló Alan mientras sostenía las piernas de Leviatán, las estiraba hacia el interior del vehículo y las abrazaba con fuerza para que él no callera.

El movimiento de la cola del demonio lo golpeó en las mejillas.

—¡Sabía que ibas a propasarte, pervertido! —chilló Leviatán—. ¡Deja de tocarme! ¡Prefiero caer!

Mima logró detener el auto, era un buen conductor y también se debía a que iba a poca velocidad. Estaba un poco rojo porque creyó que había sido culpa suya.

 El matrimonio actuó como si estuvieran cronométricamente sincronizados, ambos se desabrocharon el cinturón de seguridad al momento que volteaban hacia Ashi y hacía mí. Ashi se reía, yo les dediqué una sonrisa vergonzosa y musité tímidamente que estaba bien. Cuando comprobaron que no había sucedido nada grabe, casi de forma ensayada, se bajaron del auto a inspeccionar qué había sucedido.

Esperé a que cerraran las puertas, localizaran la rueda y comenzaran a sacar conclusiones de qué la había causado para voltearme hacia Leviatán y fulminarlo con la mirada.

—¡Pudiste habernos matado!

—No deberías incluirte en esa oración —Leviatán estaba sentado sobre Alan en su regazo—. Además, mejor así. Me prometiste que no verías a tu familia. No quiero que la veas, se pincha un neumático, ergo, no vas.

—¡Pudiste haberme matado a mí! —agregó Suni alzando la voz, pero no lo suficiente para que nos oyeran.

—La mala hierba nunca muere —insistió él con aburrimiento.

—Es cierto —agregó Alan—, por eso la reina sigue viva —Tragó saliva y agregó preocupado—. Eh, pero tú no eres mala hierba Suni. Eres una señorita con gracia.

—Creo que Selva no es la única mentirosa por aquí —aportó Leviatán lustrándose las uñas contra el pecho.

Alan lo empujó lejos, cerca de Ashi, pero el niño no lo notó. Él giraba la cabeza, tratando de ver a sus padres fuera del auto. No estaba angustiado, de hecho, tenía una expresión vacuna y vacía en la mirada.

—¡Al menos mi aspecto no aterra a nadie! —se defendió Suni que tenía temperamento de campesina y no dejaba que nadie la callara, luchaba para tener la última palabra.

—¿Qué dijiste? —inquirió Leviatán sin creer lo que decía.

—Lo que dije, a diferencia de ti solo tengo dos ojos, pero es suficiente para ver que tu aspecto parece el de un gremlin que estuvo cuando el reactor de Chernobyl explotó.

—¡Más respeto! ¡Soy un demonio! ¡Por ser china eres muy testaruda!

Antes de que Suni chillara que era coreana, intervine y me apropié de los labios.

—Tengo que hablar con Ashi, si se acuerdan es el niño que está aquí muerto de miedo —Lo señalé— ¡Y que será enviado al infierno si no hacemos nada!

Ashi había olvidado a sus padres y observaba a Suni con ojos bien abiertos, sin entender por qué ella gritaba, abrazaba su dinosaurio que era lo único a lo que se aferró cuando el auto perdió el control.

Me giré hacía él y le dediqué mi sonrisa más sincera, lo cual era difícil porque siempre había tenido cara de culo, incluso cuando estaba vivo y feliz.

—Hola, Asher.

Ashi tragó saliva.

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