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 Fui lo más rápido posible hasta la recamara con cama matrimonial que había visto antes de encontrar el cadáver. Tenía un teléfono fijo. Lo recordaba. La lluvia arreciaba con todas fuerzas y tronaba. Los destellos de los relámpagos se filtraban por las ventanas. Volver al lugar donde me había ahorcado hace treinta segundos, ver el cadáver en mitad del pasillo y adentrarme en la casa como si me metiera en el estómago de un monstruo me atormentó.

 Tenía dificultades para recuperar el aliento y las manos me temblaban como si no fueran mías.

 Traté de buscar valentía.

 —¡Ven, Asher! ¡Solo quiero hablar! ¡Lo siento! ¡Yo no quise hacer eso! ¡ASHER!

 Me encerré en la habitación. Agarré un tocador y lo arrastré hasta la puerta para bloquearla. El mueble traqueteó y gruñó arañando el suelo, delatando mi posición, pero no me importaba. Tío Jordán trató de abrir la puerta. Solo lo intentó una vez y luego se fue. Los goznes repiquetearon como llaves y se cayeron perfumes y maquillajes en el suelo. La fragancia me quemó la nariz, era madreselva.

 Cuando comprobé que no embestiría la puerta una segunda vez, aferré el auricular del teléfono alámbrico y marqué:

 9-1-1...

 Nada.

 Agarré el cable y lo seguí como si fuera el hilo rojo de los enamorados y yo un solterón desesperado. Noté que estaba desenchufado. Con dedos temblorosos lo conecté. Respiré una bocanada de aire mientras marcaba:

 9-1-1

 Antes de escuchar el primer tono la instalación eléctrica de la cabaña se apagó emitiendo un zumbido.




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