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 Tenía dieciséis años. Fue un año antes de morir. Como diría un matemático: un año y cinco meses con tres noches y cinco horas, para ser exactos. Como diría un descerebrado: casi cinco estaciones.

Estábamos en el sótano de la casa de Gorgo. Era verano.

Había un grupo de chicos y chicas reunidos. Estaba mi prima Priscila de quince a la que llamaba Pris, yo, Clara, Teo, Aurora la novia de turno de Gorgo, el hermano de Aurora que tenía trece y había venido de chaperón por parte de sus padres y el repartidor de pizzas que se quedó un rato después de que le insistimos.

El repartidor se llamaba Washington Daniel Castro. Así es, Washington D.C. Él iba a nuestro colegio, había terminado el último curso hace menos de un año, pero lo seguíamos viendo cada vez que ordenábamos comida a domicilio. Además, era compañero de trabajo de tío Jordán. Parecía un hippie, era anticapitalista, vegetariano, le gustaba la cultura árabe y tenía una elegante cola de caballo que le llegaba a la espalda, esas fueron algunas cosas de las que, estoy seguro, sus padres no tuvieron en cuenta al ponerle el nombre.

La luz del sótano era cálida y olía a incienso de lavanda y rosas, pude identificar la fragancia porque se la había regalado a él la semana pasada.

El hermano de Aurora, André, había traído su espada láser temática de la Guerra de las Galaxias, lo había hecho con la intención de avergonzar a su hermana, pero sucedió todo lo contrario. A Gorgo le encantó la espada y estaba blandiéndola y tratando de matar al niño que chillaba como si perteneciera a preescolar mientras su hermana lo observaba molesta y aburrida en un rincón.

—Súmate, Rora —pidió Gorgo.

Ella sonrió quedamente, negó con la cabeza y se cruzó de brazos. A diferencia de la Aurora de Disney ella estaba un poco quemada, tenía una ensortijada cabellera oscura que no dejaba de tocar y sus ojos negros como obsidiana le hicieron saber que no estaba contenta. Su hermano no dejaba de reír y correr lejos de Gorgo, se había escondido detrás del sofá y asomaba su cabeza desde allí.

—Estoy bien, gracias —por su expresión pudo haber dicho muérete.

—¿Tienes miedo de que te lastime con mi sable? —preguntó Gorgo.

Washington rio, captando su broma de mal gusto, qué puedo decir mis amigos no tenían clase.

—Si sigues insistiendo alguien saldrá lastimado y no seré yo —amenazó

Gorgo entendió el mensaje y apagó la espada laser, le dio el arma de juguete a André haciendo una reverencia y fue por una lata de cerveza y una botella de agua. Él no bebería porque esa noche era el conductor designado y llevaría a todo el mundo a su casa.

Le tendió la botella de cerveza a Aurora, ella la agarró con expresión críptica y la sostuvo en sus dedos mientras veía el sudor gotear de la etiqueta. Gorgo pasó un brazo por encima de su hombro y le dio un trago a la botella de agua mientras comprobaba de reojo si ella seguía molesta.

Clara y Teo se estaban besando en un sillón emparchado, al parecer Aurora quería estar haciendo algo como eso, pero nunca había visto a Gorgo besar mucho a sus novias. Sí lo hacían, pero no se veía igual de real que Clara y Teo, había algo en ellos que me hacía pensar que durarían para toda la vida.

Mi prima Pris estaba sentada conmigo en un sofá, ella sostenía su teléfono celular y texteaba. Yo apuraba la cerveza porque era la única oportunidad que tendría de beber alcohol en mucho tiempo, en casa esas bebidas no estaban permitidas. El cura Rodríguez decía que eran el jugo de Satanás. Yo había tratado de explicarle que no tenían nada de malo, que Jesús hizo la comparación de que el vino era su sangre y eso era una bebida alcohólica y se la dio de beber a sus discípulos, pero no pareció gustarle mi comentario.

Washington terminó la suya, se secó los labios y con ademanes nos llamó a todos.

—Muy bien acérquense, tengo un juego para ustedes. Lo aprendí en la universidad.

Él solo había ido un semestre a la universidad, había reprobado todos sus exámenes y aunque pudo seguir cursando le dio miedo y desertó. Ahora repartía pizzas, siempre repetía que regresaría y yo creía en él. Algún día sería un abogado. Pero me fui antes de comprobarlo.

Todos nos sentamos en el círculo alfombrado que formaban los viejos sillones, trazamos una esfera. Era seguro, nada malo puede salir dentro de un círculo.

Recuerdo pensar que hacía mucho calor sobre la alfombra rayada y marrón pero que la cerveza dulce y refrescante compensaba la temperatura. Estábamos ubicados bajo la luz. Ese lugar estaba repleto de anaqueles con viejos juegos de mesa, atestado de lámparas anticuadas, muebles polvorientos y cajas con herramientas o partes de autos del papá de Gorgo.

Él se sentó en el extremo opuesto del círculo, encarándome, Aurora se ubicó a su lado un poco más animada. André había encendido otra vez su espada láser que zumbaba cuando era enarbolada por encima de su cabeza y Clara y Teo estaban sentaditos y apretados muy juntos.

—Es como el juego de la botella solo que en lugar de besarse se dicen cosas; pero se debe dar un mensaje sin un destinatario, el resto tiene que adivinar a quien se lo dijo. Por ejemplo... un voluntario.

Todos se avergonzaron y miraron para otro lado. Me levanté de un brinco de mi asiento, la vergüenza nunca había sido mi debilidad, siempre que un animador de fiesta buscaba entre el público a alguien que lo ayudara a hacer sus bromas yo era él que tenía el brazo más estirado y la mano más alta. Además, mi ropa no solía ser la de alguien tímido, esa noche calzaba a Estonia y Malvaria que brillaban a cada paso que daba, mis pantalones eran azules y mi remera blanca.

Me acerqué a Washington, él agarró la botella vacía, la colocó en el centro del círculo sobre la alfombra marrón y suave y la hizo girar hasta que el pico apuntó a mí.

—Imaginen que le tocó a Asher. Ahora él tiene que decir un mensaje a alguno de ustedes, puede ser cualquier cosa. Pero no tiene que decir a quién va dirigido el mensaje. El resto debe adivinar a quién se lo dijo, incluso la persona aludida puede adivinar, no necesariamente tienes que decir algo que sea secreto entre los dos. Di algo Asher.

Lo pensé.

—Suelta el maldito teléfono.

Mi prima Pris levantó rapidamente su vista de la pantalla, todos la miraron. Ella rio quedamente y deslizó el móvil al interior del bolsillo de su abrigo.

—Bien —Sonrió complacido, me palmeó el hombro y regresé a mi lugar dándole a Pris un beso en la mejilla—. Pueden decirse cosas obvias o no tanto.

—Qué divertido —se burló Aurora.

—¡Calla mortal! —la retó su hermanito apuntándola con la espada.

Antes de que los hermanos se mataran, Gorgo intervino. Le quitó amablemente la espada a André, se levantó, caminó hasta el interruptor y apagó las luces del sótano.

—Oh, vaya... —dijo Clara y se encogió un poco porque le daba miedo la oscuridad.

Su novio Teo le dijo algo meloso y habló como si su cerebro fuera tres tallas más chico, me mordí la lengua para no reírme, mi prima hizo lo mismo. Gorgo se ubicó en el centro del circulo y colgó, de la lámpara apagada del techo, la espada láser azul. Tardó un minuto en donde todos lo miramos en silencio.

La luz del sable era lo único que nos alumbraba. Mi amigo podía ser decorador de interiores, no tan bueno como yo, pero podía serlo, porque la luz opacaba quedaba bien, le daba un aspecto a antro, un poco místico, pero no terrorífico. Las caras de todos resplandecían como si flotáramos en la oscuridad y fuéramos planetas errantes. Soltó la espada y se balanceó sutilmente como un péndulo, pero luego quedó quieta.

—Tu luz nos guiará, soldado —comentó con aire serio y le ofreció el puño a André.

El niño se lo chocó. Washington quería comenzar con el juego así que agarró la botella y la hizo girar. Apuntó a Teo. Él tenía su cabeza recostada en las piernas de Clara, ella le acariciaba el cabello con aire soñador. Él pensó un poco y dijo.

—Odio la música que escuchas.

—¿Clara? —pregunté yo.

Teo meneó la cabeza con nerviosismo y le desprendió una mirada cariñosa a Clara, ella se la devolvió, sabía que nunca criticaría sus clásicas baladas.

—¿Cuántos intentos hay? —preguntó Pris.

—Los que quieras —aseguró Whasington—. Pero para hacerlo más interesante solo tres. Asher gastó uno así que quedan dos.

—¡Bien hecho, Asher! —me regañó mi prima dándome un golpe en el hombro.

—¿Va para mí? —pregunté.

—Nop —respondió Teo riéndose porque íbamos a perder.

—¡ASHER CIERRA LA BOCA! ¡SÓLO NOS QUEDA UN INTENTOOOOOOO! —chilló André agarrándose la cara y convulsionándose, aunque no lo conocía mucho me regañó, supongo que aprovechó la oportunidad de gritar con su voz de soprano.

—Soy yo —rio Gorgo.

Teo asintió terminando la partida. Gorgo abrazó a Aurora y la atrajo hacia su pecho de nadador, eso parecía gustarle a ella porque sonrió.

—¿Crees que mi música apesta?

Aurora se encogió de hombros con indiferencia, no les daba más de esa noche, terminarían como siempre lo hacían. Sorprendentemente todas sus ex aceptaban la ruptura, ninguna lo odiaba, quedaban bien, casi como amigos, no sé qué les decía cuando rompían.

—Si alguien más se abraza regreso a mi turno de repartir pizzas —amenazó Washington, escrutando los enamorados para asegurarse de que habían entendido.

Agarró la botella y la hizo girar mientras Gorgo canturreaba All I Want Is You era una canción creada por Barry Louis Polisar para la película Juno, era una de sus favoritas, la había visto como quince veces y me había hecho verla unas seis. Teo profirió un quejido porque evidentemente no le gustaba la música que escuchaba él.

If you were the wood, I'd be the fire
If you were the love, I'd be the desire
If you were a castle, I'd be your moat
And if you were an ocean, I'd learn to float

Aurora balanceó levemente la cabeza, pero luego arrugó la cara.

—De verdad apesta, cielo.

—Te lo dije —acotó Teo agitando los pies con aire holgazán.

Reí y la botella se detuvo en André. Al niño moreno se le iluminaron los ojos bajo la luz azul, se enderezó como si una corriente eléctrica lo recorriera o como si sintiera el lado oscuro de la galaxia llamando por él.

—Una vez alguien se meo encima en tercer grado.

Estaba claro que ese niño era un diablillo y solo quería molestar y avergonzar a Aurora. Noté la ferocidad en su mirada, pero los planes del pequeño no le funcionaron porque Gorgo se adelantó y dijo:

—Se suponía que era un secreto, André.

—P-pero...

Washington se rio, agarró la botella y la hizo girar para apoyar a Gorgo y dejar atrás la historia de  Aurora mesándose en tercer grado. No entendía por qué siempre cortaban, él no era un mal partido.

Está vez el pico de la botella apuntó a Gorgo.

—¿Solo va a jugar él? —se quejó Priscila.

Gorgo lo pensó, pegó su mentón al pecho como si fuera a rezar, meditando en qué decir. Todos continuamos expectantes, esperando el mensaje. Finalmente alzó la mirada y dijo. No, susurró, casi guiado por una fuerza que nadie en el sótano conocía:

—Tu mente es erótica.

Silencio.

Teo y Clara se rieron débilmente. Washington tosió. Priscila se quedó pensando y André puso los ojos en blanco.

—¿Qué significa erótico mental? —preguntó Washington.

Gorgo se encogió de hombros, su cabello pelirrojo se veía casi blanco bajo la luz azul, su chaqueta de cuero la tenía ajustada porque ese día había entrenado. Deslizó del interior de su bolsillo una caja de cigarrillos y la agitó hasta que se deslizó la cabeza amarrillo café de uno.

—Es una atracción más allá de la física. —Sacó un cigarrillo y tiró la caja a sus pies—. Porque con los ojos —señaló los suyos—, a veces ves cosas que no hay. Puede haber belleza por fuera, pero por dentro tener un monstruo peludo y con dientes. Pero la atracción mental es otra cosa. —Se metió el cigarrillo en los labios—. Cuando te encuentras con una mente erótica no puedes nada más que hacer el amor intelectual.

—¿Y qué es eso? —pregunté—. ¿Qué es hacer el amor mental?

Esperamos a que encendiera el cigarrillo, inhaló y giró su mano en círculos como si estuviera moviendo una manivela.

—Es hablar y hablar y escuchar y hablar y seguir así para la eternidad. A veces hay orgasmos intelectuales que es cuando los dos se entienden o se ríen. —Expulsó el humo—. Cuando una persona es erótica mental puede decir cualquier cosa como: «El Internet me pone los nervios de punta» y tú te reirías como si hubiera dicho el mejor chiste del mundo, o asentirás como si hubiera leído tu mente o no sé, sentirás que te está contando el secreto del todos los secretos. Cuando estás con alguien que es erótico mental no dejas de amarlo nunca, incluso cuando no están de acuerdo. E incluso cuando no quieres quererlo lo quieres. Es una atracción de almas y las almas nunca atienden a algo tan banal como el cuerpo. Porque no amas cómo se ve, si es alto, si viste como un unicornio borracho o si está un poco petizo. No te atraen sus genitales, ni sus ojos o su color de piel. Lo amas porque es esa persona y no es ni quiere ser nadie más. Lo amas porque estás vivo y en el mundo lleno de almas encontraste a una tan erótica como esa.

Todos guardaron silencio hasta que Aurora rompió el mutismo y exclamó embargada de ternura:

—Oh, Gorgo, yo también te amo. —Se inclinó sobre él y le dio un beso tan fuerte que hizo un ruido que provocó que Washington se pusiera de pie y se fuera.

Pris, André y yo seguimos al universitario desertor afuera del sótano oscuro, azul y lleno de amor, mientras las parejas se besaban. Miré a Gorgo y alcé mis pulgares comunicándole que lo había hecho bien. Pero no parecía muy victorioso bajo los labios de Aurora. Gorgo era la persona que más se lastimaba con el amor, él no entendía que era un arma con la que cada día se mataba.

Salimos por la cochera.

Washington se colocó un casco y se montó a su motocicleta. Mientras Pris le mostraba los juegos que tenía almacenados en su celular a André, para distraerlo, porque él se sentó triste en el cordón de la acera ya que su hermana, ahora que tenía novios, sí lo dijo en plural, solía ignorarlo. Ella comenzó a animarlo con Fruit Ninja.

—¿Qué harás ahora? —pregunté a Washington.

—Ahora repartiré la cena de algunos ciudadanos.

No había ni un alma en la calle, los grillos cantaban y el aire era pesado.

—¿Hasta cuándo?

 Él encendió el motor y las luces de la motocicleta alumbraron dos conos en la calle, me miró apenado. Sabía qué le estaba preguntando en realidad.

—Hasta que encuentre las agallas. —Arrancó rápidamente para que no pudiera decir nada más.




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