El rey de las sombras ⚔︎

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Yoongi.

La oscuridad de la noche ha opacado a las estrellas del cielo.

Llevo más de una hora de pie en el balcón de la habitación, tratando de encontrar más señales de cambio; el silencio es pesado, la soledad no es del todo una realidad porque va acompañada por una neblina que se mezcla con el aire que respiro y que pesa en mi interior.

Un estruendo lejano sacude las macetas de plantas a mi derecha, miro más allá de las murallas de Kalaí. No puedo ver lo que pasa, pero mis huesos lo sienten, mi alma lo reclama y mi corazón enfurecido late con la fuerza de miles de caballos de guerra.

De repente, un cuervo se sitúa en el pilar de roca que tengo al frente, sus ojos rojos me miran fijamente por unos instantes hasta que la imagen se desvanece dejando en su lugar la presencia de NamJoon.

Y por su expresión, sé que está ocurriendo lo que temía.

—El caos en Drakoria ha comenzado a extenderse —informa, con su expresión difícil de ignorar—. Las bestias rugen en sus cuevas, los dragones en sus fosas de fuego, mientras que la fuerza de los soldados sigue desvaneciéndose —niega con la cabeza—. Las filas principales han sido destruidas, pero el coraje que mantiene el miedo a raya continúa presente en cada uno de ellos.

—No durará —digo, apretando el muro hasta que mis nudillos pierden todo rastro de sangre.

La conquista de ese imperio es todo un enigma. Se necesita mucho más que valor y fuerza para poder controlarlo, se necesita de ambición, de maldad, lo suficiente para llevarte a cometer el peor de los actos como lo es manchar tu propia alma con el veneno del dragón rojo.

—Hice lo que me pediste —habla NamJoon, su voz levemente afectada—. La sacerdotisa del aquelarre está esperando en el castillo de Valkar. Por favor... dime que no harás lo que estoy pensando.

No le respondo de inmediato, sé que desde hace mucho sabe mi respuesta, de lo contrario, no se hubiese molestado en encontrar a la sacerdotisa Idrien.

Sabía lo que vendría con mi victoria. En presencia de la adoradora de la luna negra debo escalar la montaña de la tormenta y hacer el ritual, solo de esa manera podré tener absoluto control de esas tierras. Pagaré un precio alto, pero la recompensa que me aguarda será infinita.

—No me gusta esto —dice NamJoon, cuando mi silencio se prolonga—. Es muy peligroso el ritual, Yoongi. Las probabilidades de muerte son altas.

—No hay opción —repongo tranquilo—. El imperio conquistado en tan letal como su precio a pagar. Lo que no imaginaba era que sucedería tan pronto.

Mi deber es enfrentar todo lo que viene luego de la victoria. No puedo exponer a mi ejército a una lucha eterna. No quiero ser el rey que gobierna a medias. Si retrocedo ahora muchos imperios caerán bajo la amenaza de las bestias, Luar sería el primero en hacerlo gracias a que el bosque de Barial lo conecta directamente con el territorio de fuego. Sería una masacre que por supuesto no permitiré que suceda.

—Conquistaste Drakoria por los minerales valiosos que produce para la guerra, no tienes que hacer nada más —dice NamJoon en un intento por convencerme.

—¿Por qué tendría que conformarme con tan poco si también puedo ser el primer rey de esas tierras?

—¡No seas necio! —chilla—. Es tierra de salvajes. ¡Confórmate con gobernarlos sin la necesidad de una corona!

¿Conformarme? Creo que NamJoon ha olvidado la fuerza de mis ambiciones. Lo miro directamente a los ojos, le resulta fácil convencerse de que no me acobardaré, sobre todo para alguien como él que tiene la capacidad de leer el alma sin mayor esfuerzo.

Sin embargo, no me libera de su mirada asesina.

—El deber de un rey es proteger lo que gobierna —le recuerdo—. Hice un juramento sagrado el día de mi coronación. No me importan las consecuencias, si he de morir, lo haré con honor, y siendo lo que soy. Un rey.

Esperaba mejorar la situación, pero sucede lo contrario. Ahora NamJoon no solo está furioso, también está aterrado, y es una combinación que consume el tiempo limitado del que dispongo.

—¡No pienso participar en tu suicidio! —grita, recomponiéndose casi de inmediato—. El ritual está lleno de magia antigua. El veneno del dragón está maldito, te destruirá el alma.

Sé perfectamente lo que el veneno le hará a mi corazón cuando lo tome. Se adueñará de cada rincón y manchará mi alma para otorgarme la perversión que se requiere en un líder de Drakoria.

Existe una única y real razón por la cual antiguos reyes no se atrevieron a conquistar ese imperio y tiene que ver justamente con esto. Nadie antes se atrevió a mancillar su alma a cambio de poder, porque tenían miedo de perder la humanidad, de dejar de sentir, de dejar de amar a sus seres queridos, de morir.

NamJoon tiene algo de razón en llamarlo suicidio. El ritual te cambia para mal, y si sales victorioso, cualquier rastro de pureza muere, al igual que tu antigua versión, y de los sentimientos que pudieras albergar.

Pero me he preparado durante la mayor parte de mi vida para esto, sé todo lo que voy a perder y no siento miedo. Estoy determinado a continuar, ya sea con la ayuda de mi consejero o sin ella.

Si no lo hago, la devastación pasará a los demás reinos aumentando la catástrofe y la muerte.

No dejes que sufra la calamidad que creaste. No toques su pureza. Absorbe la maldad que pueda tocarlo.

Es lo que haré.

—Me convertiré en el primer rey de Drakoria al precio que sea, NamJoon —digo, inmovilizándolo con la mirada—. No me importa todo lo que entregue a cambio.

—Podemos encontrar otra solución —alega desesperado. Y lo entiendo, mi consejero ha estudiado la magia lo suficiente para saber que no puede subestimarla, pero también debe saber que no pienso cambiar de opinión.

Mis labios van hacia arriba en una sonrisa cargada de sorna.

—El rey SeokJin tuvo la amabilidad de otorgarme dos Pegasus —informo, ignorando todo lo que dice—. Con ellos llegaremos a Valkaria en minutos para que pueda llevar a cabo el ritual de coronación —lo miro—. Llegó el momento para que decidas si vas a acompañarme.

Entiendo los temores de mi consejero y amigo, pero él también tiene que entender que es necesario. No puedo confinar a mis hombres a una vigilia eterna en esas tierras, necesito la certeza de que todas las criaturas que la habitan van a obedecer mis órdenes en todo momento, y para ello debo consumir del mismo veneno que les dio la vida en el inicio de los tiempos.

Solo una bestia peor que ellos puede escalar hasta la cima y colocarse la corona negra. Y seré yo quien lo haga.

El tiempo pasa como recordatorio de todo lo que estamos perdiendo, mis ojos no abandonan los de NamJoon hasta que finalmente veo a sus hombros caer, con la expresión de la amarga derrota cubriendo cada espacio de su rostro.

—Por eso vinimos a este reino en primer lugar —murmura—. Necesitabas a los caballos con alas que solo Orien posee.

—Te equivocas en eso —digo—. Mis planes eran distraerme en este reino y ya luego partir hacia Drakoria para coronarme, pero la situación cambió con la agitación de las bestias. Entiende de una vez que el peligro disminuirá hasta que culmine por completo lo que inicié.

—No vas a cambiar de opinión —susurra derrotado, para luego hacer aparecer el enorme libro que siempre lleva consigo.

Comienza a revisar las letras que no entiendo, están en un idioma antiguo que me tomaría meses aprender, y el tiempo se me está acabando. Por suerte, NamJoon se interesó en estudiar diversas lenguas, y la akla fue una de ellas.

—¿Algo importante que deba saber? —pregunto, cruzando los brazos en mi pecho.

—Bueno. —Carraspea, dándome una mirada corta—. Tu linaje ayudará mucho al momento del ritual, pero debes mantenerte concentrado. El veneno provocará alucinaciones y el dolor será insoportable.

—¿Qué más? —inquiero.

—Lo que ya sabes. Destruirá tu alma así que serás la peor versión de ti mismo. Tendrás la voluntad de cometer las mayores atrocidades, perderás la sensibilidad, si es que la tienes —susurra eso último.

—Andando entonces. —Lo obligo a caminar delante de mí, dándole el impulso que necesita.

La madrugada está naciendo, el castillo está sumido en el silencio y solo los guardias de turno se dan cuenta de nuestra salida. Los Pegasus están del lado oeste del palacio, esperándonos en compañía del sirviente del soberano de Orien.

—Mi amo los pide de regreso al final del festival para regresar a nuestro reino —dice el hombre de diminuta estatura.

—Los tendrá para entonces —aseguro, mientras mis manos acarician al caballo marrón que me ha sido entregado.

—¿Piensas volver aquí? —pregunta mi consejero—. Todavía no sabemos cómo acabará todo.

—Los Pegasus son prestados, Nam —informo—. Además, debemos regresar por Taehyung.

—Di órdenes. Se encargarán de llevarlo de regreso a Parklared mañana mismo.

Niego con la cabeza. Este no conoce a su propio hermano.

Acaricio la crin del corcel y admiro sus grandes alas emplumadas. Los Pegasus son criaturas majestuosas, orgullo propio de Orien y de la familia real que los ha protegido durante generaciones enteras.

Dejo de lado los pensamientos y subo al lomo fuerte que me acepta, las alas revolotean como respuesta inmediata hasta que en cuestión de segundos el suelo no es más que una lejanía reciente, y el palacio de Kalaí un espejismo lejano.

NamJoon me acompaña en silencio. Con facilidad atravesamos las fronteras de Kalaí y entramos a campos vastos sin nombre, los Pegasus vuelan más alto que las montañas, donde las ráfagas del viento me golpean el rostro. La visión oscura deja de existir cuando pasamos por encima del territorio de otro reino.

—Luar —anuncia mi consejero—. En poco tiempo estaremos entrando en los límites de Drakoria.

La visión de la luna es una verdadera belleza. Cada rayo brilla con esplendor y con gracia en los grandes lagos congelados y en las copas anchas de los árboles cubiertos de nieve. Desde esta distancia es visible cada rincón del pequeño reino, sus llamas azules, así como el rocío inmortalizado en el hielo que brilla como diamantes de estrellas.

Es un tesoro escondido y sería una pena que fuese mancillado por el hambre de las bestias que pertenecen a mis tierras.

Miro más allá y no tardo de vislumbrar el caos de Drakoria. Las montañas de fuego rebosan de lava que cae en las planicies, consumiendo todo a su paso. Hay por lo menos treinta acromántulas rodeando al castillo de Valkar y estoy seguro que las restantes no tardan en abandonar sus cuevas.

Es en ese momento cuando finalmente atravesamos la frontera de Drakoria. La fatalidad me golpea directamente y debo reforzar mi agarre para no caer, el hedor del azufre se condensa en mis pulmones, el calor es incontrolable, pero lo peor son los gritos de lamento, de agonía y los llamados de auxilio que me llegan de todas partes.

Es el infierno en la tierra, el precio a pagar.

NamJoon observa aterrado el panorama que nos recibió, me mira y entonces sé que por fin ha comprendido que el ritual de coronación es inexcusable.

—Iremos a la montaña de la tormenta —digo sobre el caos que hace temblar todas las barreras de estas tierras.

Grandes bolas de fuego salen de las montañas despiertas y entorpecen nuestro camino, ajusto las riendas y guío al Pegasus por la ruta más segura rodeando los bosques donde los basiliscos han ido a refugiarse. El corcel despliega con fuerza sus alas y se impulsa de izquierda a derecha, esquivando cada obstáculo hasta que la antigua montaña queda expuesta a mis ojos.

La visión no mejora. La montaña de la tormenta está rodeada por magia oscura y por dragones. Cubierta por un cielo negro y compuesta por rocas de hierro, es la construcción que dio vida a estas tierras. Los rayos truenan cuando chocan en sus altos pilares, dando vida al fuego imparable que amenaza con extenderse y saciar su sed de destrucción.

Un camino empedrado aparece en la entrada, lo suficientemente ancho para tomarlo. Descendemos con rapidez, y una espesa capa de humo rojo flota en la superficie cuando los Pegasus tocan tierra firme.

La oscuridad desaparece cuando las antorchas se encienden iluminando la entrada del templo. Entregamos los Pegasus al sirviente que nos recibe y continuamos el camino. Las puertas dobles se abren mostrando el salón donde se llevará a cabo mi coronación, a ambos lados del camino hay una línea de cráneos que arden en fuego negro, más antorchas rodean el altar ceremonial donde una mesa de piedra reside en el centro, y frente a todo, un majestuoso dragón de escamas rojas.

Me detengo en medio del camino. La bestia está asegurada por grandes cadenas protegidas con magia, pero sus ojos amarillos son libres y ellos me miran como a una presa insignificante que se ha atrevido a pisar su guarida sagrada.

Tengo ante mí al último dragón de la antigua Valkaria. El más poderoso de todos, cuyo veneno penetrará en mi alma para convertirme en un auténtico soberano de Drakoria.

—Hemos estado esperando, rey de Parklared. —La voz femenina llega como un susurro directo en mis oídos, a los segundos una figura emerge desde las sombras, revelando a la sacerdotisa del aquelarre.

Usa una túnica negra que contrasta con su cabello de fuego y su piel en demasía pálida, tanto que sus venas son palpables. Los ojos son oscuros como un abismo, en ellos se concentra toda la magia espectral de los antiguos brujos, es una energía pesada, que consume, atormenta y debilita las almas.

—Estoy aquí para cumplir con el ritual y poder coronarme —respondo, mirando fijamente los ojos de la mujer de Idrien.

En un parpadeo un grupo completo de brujas aparece, rodean a su sacerdotisa e inmovilizan al dragón como si se tratase de un animal diminuto y dócil que existe con el único propósito de obedecer.

Se forma un silencio en lo que ella me observa y sé que mira mucho más allá de lo que quisiera. Se refleja en su sonrisa ladina y en el brillo que aviva la letalidad de sus ojos.

—Tienes mucha ambición, mi rey —decreta—. Conoces los riesgos, pero no encuentro miedo en tus ojos, tu alma es fuerte y tu corazón una coraza capaz de eludir lanzas, flechas y espadas. —Ladea la cabeza—. Sin embargo, todavía no concluyo si esas cualidades se deben a exceso de valentía o ignorancia.

—La conquista de este imperio no nace de la ignorancia, eso puedo asegurarlo.

—Drakoria es tierra de dioses, Yoongi hijo de Eliha —dice—. Mi único propósito es asegurarme de que podrá sostener en sus manos la oscuridad que crecerá en este reino con el nacimiento de su primer rey.

Una mano se apoya en mi hombro recordándome la compañía de NamJoon, el leve temblor que se forma delata su miedo, uno que aborrezco hasta sus cimientos, el cual me insta a avanzar los pasos suficientes para alejarme de su toque.

No puedo permitir que este aquelarre visualice el mínimo rastro de duda en mí. Las brujas son poderosas, pero también engañosas, debo pisar con fuerza para no ser pisoteado y tener mis ideas claras para no ser confundido con sus palabras. Cierro la mente, abro los oídos y fortalezco mi espíritu cada día y cada noche de mi existencia, creando muros impenetrables que no serán destruidos por ninguna magia existente en este mundo.

Tomo una pequeña inhalación de aire, la suelto en segundos y entonces digo:

—Nací en el linaje Min. Grandes señores de dragones, el emblema de mi reino es el dragón negro que con su fuego edificó lo que hoy en día es Parklared. El poder yace en mis venas, el mismo que corre en mi sangre real y que me asegura que nadie más que yo podrá gobernar este imperio.

Mis palabras tienen el peso de la verdad que convence a la sacerdotisa, pues la veo asentir y el fuego a nuestro alrededor se torna de un rojo luminoso.

—Honra a tus ancestros y a ti mismo aceptando la corona de hierro que el imperio de Drakoria ha preparado para ti.

Un círculo de fuego se forma en el centro del salón, me ubico dentro de él y en cuestión de segundos soy rodeado por todos los miembros del aquelarre. La sacerdotisa Idrien se detiene frente a mí, el libro abierto flota a su derecha y ella comienza a hablar en una lengua antigua, dando inicio al ritual de coronación.

Permanezco en silencio, escuchando todo lo que se pronuncia a mi alrededor, reconociendo los cambios en el ambiente, hasta que la presión aumenta tanto que siento como mis huesos duelen, mis músculos se rompen, dejándome sin alternativas para respirar.

La mujer que dirige el ritual toma una daga y con ella rompe mi atuendo, dejando todo mi torso descubierto. Del libro sale una piedra filosa, de color azulado que brilla con el fuego que la alimenta, es tomada por la sacerdotisa quien la presiona en el centro de mi pecho, a la altura del corazón que mantiene sus latidos constantes.

—La roca de fuego por el corazón —anuncia, y posterior a ello, la piedra es enterrada por completo en mi pecho.

El dolor que me llega es el más grande que he experimentado, lo siento sacudir cada fibra de mi cuerpo, agitando la sangre que amenaza con romper mis venas. Debo apretar la mandíbula con todo mi coraje para no gritar, mis ojos se desplazan por mi torso, notando la negrura de venas que se ha formado en mi pecho y que se mantiene hasta el momento exacto en que dejo de sentir mis propios latidos.

El dragón encadenado ruge haciéndome levantar la mirada, lo encuentro removiéndose con dolor, y es cuando me doy cuenta de que la bestia tiene un hueco sangrante en el pecho que poco a poco comienza a cerrarse.

La sangre del dragón cae en una pila de roca que no deja que se desperdicie, ahí mismo se combina con el veneno que destilan sus colmillos, dando como resultado un líquido dorado que me ofrecen en una copa para que pueda tomarlo.

La líder del aquelarre continúa conjurando, y sus seguidores se arrodillan mientras entonan una alabanza escalofriante. Tomo la copa entre mis manos, observando por un momento el líquido que hay en ella.

Aquí está el poder, está al alcance de mi mano, y no dudo en tomarlo todo.

El líquido que pasa por mi garganta no tiene un sabor específico, pero cuando llega más lejos siento la viva sangre en mi paladar. Mi cuerpo entero se estremece cuando los efectos cobran vida, mis rodillas se debilitan, pero me sostengo con las fuerzas que me quedan para no caer. Un rey no se arrodilla ante nadie, ni siquiera cuando su vida dependa de ello.

Un peso que quema se aloja en lo más profundo de mis pensamientos, siento como si mi cabeza fuese abierta por la mitad por una fuerza superior que me envuelve y me hace escalar hasta la cima donde puedo ver todo lo que ha sido mi vida y ansiar todo lo que será.

Me aferro a una mano desconocida que llega en el momento indicado. Visiones difusas llenan mis pensamientos. Un bosque. Un castillo. Un salón del trono y una corona con una gema preciosa en el centro, todo pasa con velocidad, pero hay algo que queda presente.

Unos ojos valiosos como gemas, rodeados por un velo negro.

—Ahora tengo ante mí a Min Yoongi II. —La voz de la sacerdotisa me trae de regreso, abro los ojos y descubro que el ritual ha terminado. La respiración acelerada y la ausencia de latidos son la única prueba de ello—. Rey de Drakoria.

La corona de hierro adorna mi cabeza el tiempo suficiente para que todos los presentes le brinden adoración. Caen de rodillas, NamJoon incluido, como una prueba clara de que me reconocen como rey.

Las cadenas que encerraban al dragón se desvanecen, la bestia despliega sus alas y su cabeza se inclina ante mí, pues ahora su sangre corre por mis venas, y es capaz de saber que vine aquí para gobernar y sobrevivir a la letalidad de su veneno.

La corona negra se desvanece en una capa de humo espeso que se ramifica en todo mi ser. La tempestad acaba de golpe, ahora la única tormenta que podría desatar la calamidad está encerrada en mi propia alma, dándole un respiro de libertad a este reino y a todo lo que lo habita.

Mis ojos se cruzan con los de la sacerdotisa, ella inclina la cabeza como muestra de respeto, al mismo tiempo que las llamas rojas desaparecen de mi campo de visión.

—Ya está hecho —anuncia—. La magia de Drakoria ha aceptado a su rey de las sombras.

El cansancio me llena, la oscuridad me cubre, y yo pierdo el conocimiento de inmediato.

























Valkaria: La ciudad principal de Drakoria. (Más antigua de la historia donde los dioses vivieron en el principio de los tiempos)

Valkar: Palacio imperial de Drakoria.

¿Qué creen que vaya a pasar ahora? 👀

Infinitas gracias por todo. Perdonen cualquier falta ortográfica.

¡Hasta el próximo capítulo!

⚔︎Yoon⚔︎

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