14. Hogar Astral

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Camino por un pasillo largo, sucio, repleto de polvo, bajo una luz amarillenta. Hay restos de sillas, muebles y aparatos eléctricos. Percibo alimañas a mi alrededor, como ratas o cucarachas, y en cuanto giro solo veo fragmentos de sombras que escapan.

¿Cómo llegué hasta acá? Me fijo en las puertas de colores oxidados. Una lleva a un cuarto lleno de larvas inmensas. Pruebo con otra, que da a una galería abierta; más allá se ve un descampado. Doy unos pasos, adentrándome en el extraño paisaje: la atmósfera es de tono cobrizo y en el cielo parpadean astros amarillentos.

Esto no es un sueño común; estoy consciente. Me encuentro en pleno viaje astral, como dijo Tobías. Observo la pintura descascarada de la galería. Escucho chillidos y llego a ver unos pterodáctilos negros en el cielo. No parece un lugar con buena energía. Mejor me voy.

Giro hacia la puerta que me trajo. Sé que va a llevarme al lugar por donde vine. ¿Habrá otra salida? En respuesta a mi pensamiento se forman nuevas puertas en la pared, a cada lado de la primera. Justo cuando los chillidos se acercan.

Sin mirar hacia atrás, voy rápido hacia la puerta más próxima y la atravieso.

¡Estoy en mi casa! ¿Cómo puede ser? El living del departamento se ve más grande, aunque descolorido y con azulejos en las paredes, la mayoría rotos.

Los sillones desaparecieron y encuentro a dos personas sentadas en el piso, frente a la mesa ratona: Jonathan y Carolina, la operadora. Mi ex le está leyendo las cartas del tarot.

Quiero advertirle a Caro que Jonathan es peligroso, pero en cuanto me acerco mi ex se levanta y me mira. Sonríe con maldad, antes de disolverse en un humo verde.

Carolina viene hacia mí.

—Tu casa y la radio están conectadas. Hay algo más viviendo acá. Es mejor que no sigas abriendo puertas, Fran.

—No puedo. Necesito encontrar a Tobías y a Karina, quedé en verme con ellos.

Carolina se desvanece. Encuentro una abertura llena de telarañas, al lado de la biblioteca. La atravieso. Llego a otro pasillo; este se encuentra mejor iluminado aunque sus puertas dan miedo: de madera oscura, la mayoría con arañazos e inscripciones grabadas con un pulso enfermo.

Atravieso la más cercana y aparezco en una biblioteca con libros enmohecidos. Otra me lleva a un salón con sillas y mesas destruidas. Sigo abriendo puertas, también camino por nuevos pasillos, interconectados a veces por escaleras, que siempre descienden.

Quizás debería haberle hecho caso a Carolina y quedarme en mi casa... Necesito regresar. Pruebo con una última puerta; quizás esta me lleve con los chicos.

Aparezco en una vivienda venida abajo, con capas gruesas de hongos amarillentos cubriendo las paredes. Me dirijo hacia la cocina, de donde viene un sonido siseante. Son las hornallas del horno; su fuego verde calienta unas cacerolas herrumbrosas. Cuando me acerco a ver lo que se está cocinando, un olor espantoso me hace retroceder. Lo intento de nuevo, aguantando las náuseas; es una comida con manchas negras y verdes... supongo que de podredumbre. ¿Quién podría comer esto? ¿Qué clase de ser vive acá?

Siento un escalofrío y giro hacia la entrada. Desde ahí, me observa una de las brujas verdes, sorprendida porque llegué hasta su hogar. Me pongo en guardia, antes de que se recomponga y salte hacia mí con las garras extendidas.

Llevado por un impulso, proyecto un campo de fuerza de color magenta y la bruja rebota contra él, para caer de espaldas al suelo.

Quiero escapar, pero mi enemiga se levanta rápido y me bloquea la salida con los brazos extendidos. Muestra las uñas filosas y se ríe, lista para atacarme de nuevo.

La empujo e intento pasar. Me toma con fuerza de los brazos, pero me sacudo y consigo liberarme. Algo quedó pegado a mi brazo... algo frío, que se mueve con voluntad propia. ¡Es parte de la piel de esta cosa! Se volvió una masilla verde, que se extiende por mi cuerpo. Intento despegarla, desesperado, mientras la bruja se ríe.

«—Salí de ahí, Fran, rápido. Pronto van a venir más», escucho a Tobías en mi cabeza. «—Vos podés luchar contra ella, concentrate».

Cierro los puños. Siento que una llamarada se prende en mi pecho, cuando mi aura se expande. Es un fuego fuego de tono magenta que elimina la masilla verde. Ya libre del veneno, extiendo la mano y se forma el arco rosado. Lo sostengo, firme y apunto hacia la bruja. Me mira enfurecida y desaparece antes de que llegue a tensar la cuerda.

«Quiero volver a casa», pienso.

Empiezo a elevarme, sacudido por la vibración de mi aura. La luz magenta se extiende por todo el cuarto y crea un portal brillante, con forma de mandala, en el techo. Lo atravieso y viajo por un túnel multicolor, alejándome a toda velocidad de esa dimensión.

Abro los ojos. Estoy acostado en mi cuarto y surgen unas ondas de energía de mi ser. Muevo los brazos... son transparentes. Levanto la cabeza y encuentro a mis brazos materiales descansando sobre el cuerpo físico. Sigo en modo astral...

Percibo una amenaza. Sombras que salen de la oscuridad, cobrando forma. Son tres seres de piel metálica. Los hombres de hojalata. Se estiran hacia mí. Salgo de la cama de un salto y me elevo en el aire, impulsado por el fulgor magenta. Giro para ver a mi cuerpo inconsciente en la cama y a los seres a su alrededor. Buffy, mi gata, está sentada a mi lado, con su aura anaranjada encendida, y bufa a los espíritus.

Uno de ellos eleva la cabeza hacia donde estoy ahora con mi cuerpo espiritual y se prepara para arrojarse sobre mí.

Mi arma aparece y tiro de la cuerda. Se forman tres flechas. Disparo y salen como rayos que impactan en los hombres de hojalata y los hacen desaparecer.

—Francisco —escucho a mis espaldas y volteo.

Me invade una fuerza reconfortante, cuando encuentro a Tobías y a Karina en sus cuerpos de luz azul y amarilla. Detrás de ellos hay un portal blanco. Me extienden sus manos.

Echo una mirada a mi cuerpo, que duerme debajo, rodeado de su aura magenta. Buffy se acuesta a mi lado, tranquila.

—Está protegido... —afirmo.

—Sí —dice Tobías.

Me aferro de su mano, también de la de Karina.

—Vamos.

Me adentro en la luz y viajamos a través del cielo y las estrellas hasta un templo que flota entre las nubes. Pasamos volando sobre la entrada. Llego a ver escaleras, pilares blancos y una puerta dorada con símbolos. En el remate curvo del pórtico hay sellos tallados, ocultos por las nubes. Solo dos emiten luces: uno de color azul, el otro, violeta.

Atravesamos una barrera de energía transparente, antes de aterrizar en un jardín inmenso con un camino de baldosas blancas. A cada lado hay vegetación de todo tipo, fuentes y mesas de loza blanca. Sobre estas veo destellos de color parecidos a los de la aurora boreal, pero muy pequeños, que se desplazan por al aire antes de desvanecerse.

Algunos árboles del lugar se parecen a los de la casa de mis viejos. El viejo olivo al que trepaba de niño, el ciruelo del que comíamos con mis hermanos en el verano, el limonero. Noto un roble similar al del parque al que iba a jugar.

—Qué bueno que llegaron bien. No tienen ninguna larva energética pegada —dice una figura grandota, de luz violeta.

—Porque yo los limpié —asegura Tobías.

En un instante, el brillo azulado entra en él. Su forma fluctúa unos instantes antes de cambiar a la de todos los días. Aunque acá se ve más luminoso. Observo a la figura violeta, que también cambia. Durante un segundo, tiemblo al notar unas escamas formándose y unos ojos verdes de reptil. Luego toma su apariencia humana, de ojos azules: Gustavo.

Su cuerpo de reptil, aunque impresiona un poco, es fascinante. Me gustaría verlo más en detalle, pero no tengo confianza suficiente para pedirle que lo manifieste.

Mi cuerpo astral cambia, al igual que el de Karina. El brillo nos abandona y tomamos nuestra forma normal. Llevo las ropas que tenía ayer, antes de acostarme.

Miro hacia adelante, donde se eleva una construcción blanca, con terrazas y cúpulas. Tiene múltiples ventanas redondeadas, la mayoría con vitrales, y tanto de las cúpulas como de las terrazas surgen unas puntas de cristal transparente.

—¿Por qué tardaron tanto en venir a buscarme? —pregunto.

—Te perdiste en el bajo astral. Nos dimos cuenta cuando no te hallamos en tu cuarto. Salimos a buscarte, pero volvimos pronto al sentir que habías regresado —dice Karina.

—¿Bajo astral? ¿Qué es eso?

—Ahora te lo explico —indica Tobías, mientras emprende la marcha y lo seguimos—. Es normal que te extravíes las primeras veces, si no preparás tu salida del cuerpo.

—Deberías hacer la meditación que te pasé... —me aconseja Karina.

—Es verdad... Anoche llegué muy cansado y me dormí enseguida.

Avanzamos por el patio. Karina y yo miramos todo, maravillados. Tobías y Gustavo sonríen.

—Este lugar es increíble... —comenta la rubia.

—¿Qué es? —pregunto.

—Nuestro hogar en el astral —contesta Tobías, orgulloso—, donde podemos venir a aprender, recargarnos y sanarnos. Hay una biblioteca con información que fuimos recogiendo en nuestros viajes. La mayoría los hiciste de forma inconsciente, en tus sueños —me aclara.

—¡Dios mío! —grita Karina corriendo hacia un arbusto inmenso de flores color lila—. Fran, es la lavanda que teníamos en el balcón del departamento. Está inmensa.

—¿Cómo sabés? —pregunto, caminando hacia ella. La energía de la planta impacta en la boca de mi estómago, como un calor familiar. Me llevo la mano ahí—. Impresionante... —Los ojos se me llenan de lágrimas al reconocerla.

La acaricio despacio. Karina se inclina sobre ella para oler el perfume y cierra los ojos.

—La amo tanto. ¿Qué hiciste con ella cuando me fui?

—La cuidé, como hacías vos. —Sonríe al escucharme, sus ojos brillan—. Pero no me la pude llevar cuando me mudé. No tengo balcón. Quedó con los nuevos inquilinos del departamento.

—¿Qué hace acá?

—Es su doble astral. Vino convocada por ustedes —explica Tobías y giramos hacia él—. Construimos juntos este lugar, de forma inconsciente, tan solo al decir que íbamos a reunirnos. No podíamos juntarnos en cualquier parte. Necesitábamos un espacio para poder hablar en secreto y entrenar. El plano astral respondió a eso.

»En esta dimensión, los escenarios y objetos se crean de manera automática, solo con el pensamiento y la voluntad. Su poder y permanencia en el tiempo dependen de la fuerza mental y de cuánto los habitemos.

—Eso puede mejorarse con algunas técnicas y un poco de magia —agrega Gustavo y aferra de la mano a Tobías—. Reforzamos la protección. También tuvimos que limpiarlo y acomodar algunos elementos formados por restos de angustias, miedos y cansancio de todos nosotros. Cosas normales de la consciencia.

Aparece un círculo de luz violeta flotando sobre la mesa más cercana. Nos acercamos. Parpadea y emite un sonido leve, como el de la notificación de un celular. Tobías apoya el dedo en la figura.

—Alguien quiere entrar —asegura y mira hacia arriba.

Una luz de un tono violeta claro se aproxima y atraviesa el campo de fuerza. Aterriza a unos metros de nosotros, sobre una plataforma blanca hecha de cristales que forman una geometría. Esta se tiñe del color del aura de la figura que llegó: violeta.

El recién llegado avanza hacia nosotros. El tono de su energía es más claro que el de Gustavo; su estatura es baja. El brillo entra en él y se revela su forma humana:

—Hola chicos. —Nicolás nos saluda con un gesto de la mano.

—¡Bien, Nico! Viniste al final. —Karina sonríe.

—Qué bueno que superaste tus miedos. Bienvenido. —Tobías le sonríe.

—Hola... —saludo y gira hacia mí.

—¡Fran! —exclama y corre hacia mí. Me abraza con fuerza y hunde su cabeza en mi pecho.

—¿Qué? Nicolás, ¿estás bien? —Lo aparto de mí.

Los demás nos miran boquiabiertos.

—Sabía que pasaba algo entre ustedes. —Karina se cruza de brazos.

—Nada que ver —aseguro.

—¿Estamos de vacaciones? —pregunta Nicolás, mientras camina mirando alrededor—. ¿Qué es este lugar? —pregunta, antes de pararse en seco. Después, pega un grito agudo y corre hacia una de las plantas—. ¡Está Pedrito, el loro que tenía de mascota cuando era chico!

Giro hacia Gustavo y Tobías.

—¿Qué mierda le pasa?

—Debe haber venido en modo inconsciente... —Tobías se refriega la cara—. A ver... —resopla y camina hacia él. Lo seguimos. Nicolás está con el dedo estirado hacia el ave que abre el pico y trina para luego morderlo con suavidad. Es verde, a excepción de la cabeza, que resalta con su plumaje rojo—. Nicolás, voy a hacerte una pregunta y quiero que me conteste directamente tu alma, con la verdad: ¿estás consciente o soñando?

—Soñando, por supuesto.

Tobías pone los ojos en blanco.

—¿Qué hacemos con él? —pregunto.

—Ya fue, que nos siga —dice Tobi—. Las primeras veces me los crucé así a ustedes y aprendieron bastante. No se preocupen si desaparece de la nada. Es normal en ese estado; pasa cuando el espíritu vuelve a su cuerpo. Síganme.

Tobías va hasta una mesa y toca los azulejos fosforescentes. Aparecen imágenes en el aire, como hologramas. Veo unas esferas con paisajes siniestros.

Nicolás se pega a mi lado.

—Karina probablemente ya sabe esto, así que se los explico a ustedes. En el plano astral, existen múltiples realidades auto contenidas. Se accede a ellas a través de los portales, que se ven como puertas, luces, cuadros y espejos. Cuando somos más conscientes, podemos percibir las líneas de poder que atraviesan un lugar y saber donde abrir un portal que nos lleve a donde queramos ir. En ese caso, es muy probable que tome la forma de una geometría sagrada. O mandala.

»Existen dimensiones oscuras, donde vagan espectros, vampiros y entidades creadas de manera artificial para hacer el mal. Eso es el bajo astral. —Señala las esferas delante de él. Luego toca otro botón. Aparece otro grupo de esferas al lado de las anteriores, más luminosas: en ellas se ven parques, plazas y edificios que parecen escuelas y hospitales—. Existen niveles medios, que todos recorremos al dormir, donde podemos aprender cosas, sanarnos y divertirnos. Eso es el plano medio.

Mientras explica y todos le prestan atención, Nicolás aprovecha para tomarme de la mano. Me invade un calor inmenso, mi aura se altera. Lo suelto rápido, segundos antes de que Gustavo nos eche una mirada curiosa.

Tobías presiona un tercer botón y surgen unas esferas en las que hay paisajes con mucha vegetación, edificios que flotan entre las nubes, ciudades futuristas.

—También se encuentra el alto astral, con un nivel de energía mucho más potente, mayores conocimientos y poderes. No siempre podemos acceder a él, pero ahí viven seres y existen poderes que pueden sernos de gran ayuda.

—¿Dónde está nuestra casa astral? —pregunto.

Surge un punto de luz entre las imágenes.

—Acá. En el límite entre el medio y el alto astral.

—Hay más planos y dimensiones... de los elementales, de los ángeles y los dioses —afirma Karina.

—Sí, pero no siempre es bueno cruzarse con ellos —explica Gustavo—. Es complejo, lo vamos a ir viendo

—Ah, bueno, lo dice el demonio Asmodeo. —Karina se cruza de brazos—. Ayudaste a Tobías a hacer todo esto para nosotros. ¿Tengo que pensar que no te debemos nada? ¿Nos lo vas a cobrar de alguna manera?

—¿Por qué no dejás esas ideas anticuadas de lado? —le contesta Gustavo—. Ya no soy un demonio, tuve que transmutar mi alma para nacer como un humano. Es verdad que mantengo ciertos poderes y conocimientos de mi existencia anterior, pero eso es porque estudié estos temas mucho más tiempo que vos. El alma es infinita, guarda todas sus formas y solo los magos realmente capaces podemos acceder a ellas. Eso no significa que seguimos siendo lo que fuimos.

Tobías interrumpe a Karina antes de que pueda contestar:

—Gustavo me está ayudando a mí e indirectamente a ustedes porque me ama y porque tiene una deuda conmigo —asegura—. Así que yo me hago responsable de eso. Además, les estoy enseñando a ustedes porque tenemos algo pendiente que resolver con los espíritus que nos persiguen, así que al que le van a estar debiendo algo es a mí.

—Ah, bueno, entonces mejor no trabajemos juntos. —La rubia se encoge de hombros—. Por las dudas. No quiero generar mal karma.

—No me vengas con la contabilidad del karma ahora, Karina. Hay algo más importante que eso en juego —dice Tobías.

—Chicos, ¿se calman un poco? —interrumpo—. Estamos juntos en esto. Peleándonos no vamos a solucionar nada. Entiendo que la apariencia demoníaca de Gustavo intimida un poco, Karina, pero yo confío en ellos. Nos están guiando. Aparte, conmigo siempre fuiste abierta. ¿Qué te pasa con Gustavo? ¿Te vas a poner prejuiciosa ahora? Cuando empezaste con la Wicca me dijiste que las cosas no eran duales; que a veces los dioses eran malos, otras, buenos. Entonces, un demonio puede serlo también...

Tobías y Gustavo me miran sorprendidos. Se ríen.

—Okey... —concede la rubia—. Concentrémonos en lo que venimos a hacer.

Todos miramos a Tobías, que asiente. Saca una tableta hecha de luz y la consulta.

—Hay unos seres oscuros dando vueltas por una región límite entre el bajo y el medio astral. Según mis fuentes no son muy peligrosos. Creo que estaría bueno ir a dar un vistazo para practicar nuestras habilidades astrales. Generar campos de fuerza, usar armas, trabajar en equipo. ¿Qué les parece?

—Dale, vamos —dice Karina.

Cierra los ojos y se cubre de energía amarilla, que luego forma una burbuja a su alrededor. Esta es visible solo durante unos segundos.

—Agrandada... —le digo—. ¿Cómo hacemos eso? Las veces que me salió fue de forma automática.

—Concentrate e imaginalo —me indica Gustavo—. Si te cuesta podés decir: "campo de fuerza formado: uno, dos, tres". Eso va a activarlo.

—Okey....

Trato de concentrarme, pero pasan mil cosas por mi cabeza: los pasillos siniestros, la advertencia de Caro de que mi departamento está conectado con la radio, la forma en que Nicolás me abrazó y tomó mi mano hace un rato... Giro hacia él, que ya está rodeado por una burbuja violeta.

Dios, todos son mejores que yo.

—Campo de fuerza formado: uno, dos tres —pronuncio.

La burbuja de fuego magenta surge desde mi pecho con ímpetu y me envuelve. Aunque desaparece enseguida, siento que continúa a mi alrededor. Debe haberse vuelto invisible.

Tobías y Gus también se protegen. Después suben a la plataforma hecha de cristales en la que aterrizó Nico y el resto los seguimos.

Tobías mira hacia arriba y extiende la mano. Se forma un mandala brillante sobre nuestras cabezas, también en la plataforma de cristales bajo nuestros pies. La vibración nos recorre con un zumbido y despegamos. Atravesamos las nubes a gran velocidad, llevados por un tornado de energía transparente. Debajo de nosotros pasan cientos de esferas con paisajes hermosos, hasta que llegamos a otras más deslucidas. El tornado desciende y me siento como si cayera por un tobogán, en dirección a una esfera específica. Antes de atravesarla, vislumbro el bosque oscuro que nos espera...

Aterrizamos. Es de noche. Nos rodean árboles inmensos, casi engullidos por una niebla espesa. Sus raíces nudosas sobresalen del barro y en las ramas unos insectos fosforescentes avanzan entre las espinas. Nos iluminan el paisaje. Tobías hace un gesto para que lo sigamos y se adentra en el lugar. Gustavo nos cuida las espaldas.

—Brújula —pronuncia Tobías y surge de su mano una pequeña luz que se expande para formar el instrumento frente a él.

Luego saca una estrella diminuta de su bolsillo, que vuela hasta colocarse un poco más adelante que la brújula. Luego, se convierte en un mapa traslúcido con varios puntos en rojo.

Tobías lo consulta por unos instantes, después asiente y el mapa desaparece.

Continuamos avanzando, alertas. Varias veces giramos hacia un lado o hacia el otro, al percibir crujidos o sombras. No podemos ver mucho por todas las ramas que hay. Sin embargo, nada nos ataca.

Tobías se detiene frente a unos arbustos y lleva un dedo a sus labios para que nos mantengamos en silencio. Se inclina para espiar a través de las hojas.

—Detrás de esto hay un claro —susurra y señala hacia adelante—. Ahí están.

Damos unos pasos y nos inclinamos, al igual que él. De nuevo, me sorprende la precisión con la que veo en este plano... encuentro detalles que con mi vista física, bastante gastada, se me perderían.

Unas criaturas pequeñas, de contextura robusta, descansan en medio de un lodazal. Deben ser como veinte. Son espantosas. Tienen una cara surcada de arrugas, con bocas grandes y llenas de colmillos. Las orejas en punta. Los ojos rojos y de pupilas verticales, como las de los gatos. Sus uñas afiladas resplandecen bajo la luna pequeña y azulada que reina en esta dimensión. El pelo en sus cabezas forma unas crestas y luego desciende bien tupido, cubriendo sus espaldas y luego unas colas similares a las de los perros. Las sacuden para chapotear y arrojar barro de un lado al otro. Me recuerdan a los monstruos de una película ochentosa: los Critters.

A pesar de su aspecto, los seres no huelen mal. De hecho, es un perfume agradable, que conozco demasiado...

—¿Qué son esas cosas? —pregunta Nico, intrigado.

Karina no habla, su expresión es de total asco.

—Tienen tu aroma —aseguro, mirando a Tobías. Este se pone colorado y Gustavo me echa una mirada indignada; sus ojos se vuelven verdes y unas escamas violetas recorren su rostro por unos instantes.

Me contengo para no temblar.

—Son demonios hechos a partir de mi pelo —dice Tobi.

—¿Cómo carajo pasó eso? —pregunta Karina.

—Se los tuve que dar a un demonio en el Infierno, para salvar a Gustavo. Los vengo rastreando hace años. Ayúdenme a destruirlos.

—¿Cómo los liquidamos? —pregunto, interrumpiendo a Karina antes de que lance una objeción.

Tobías no responde; extiende la mano y el aura azul manifiesta sus lanzas. Karina lo imita y surge su martillo. Nico ya tiene su látigo en la mano...

Recuerdo lo que Karina me explicó la otra vez sobre las armas espirituales, también las palabras recientes de Gustavo sobre cómo hacer aparecer el campo de fuerza. Extiendo mi mano.

—Arma formada: uno, dos, tres.

El arco aparece desprendiendo destellos y chispas de luz. Lo aferro y es como si una electricidad me recorriera.

—Genial. —Tobías sonríe al verme.

—¡A luchar! —grita Nicolás de pronto, antes de lanzarse hacia el lodazal. En cuanto aterriza, se resbala y cae de frente en el barro.

—¡Es un imbécil! —grita Gustavo, que manifiesta una espada violeta.

—¡Vamos! —nos indica Tobías y despega del suelo.

Kari y yo volamos hacia el lodazal, donde las criaturas chillan alborotadas. Algunas escapan, otras arañan el aire y gruñen, preparándose para enfrentarnos. Mientras me desplazo por el aire, siento que empiezo a descender... Vamos, vamos. Dijo que volemos, dijo que volemos... Mis pies están por tocar el barro, cuando siento la conexión con las líneas de poder que atraviesan el aire y me elevo de nuevo. Desde arriba, observo cómo las criaturas, asustadas, se alejan en todas las direcciones.

Estiro la cuerda de mi arma hacia atrás. Una flecha se forma entre mis dedos. En cuanto la suelto, se dispara dividiéndose en múltiples rayos, que impactan en varios de los pequeños demonios. La mayoría caen desmayados.

Sigo disparando desde el cielo. Mientras, debajo, Karina los derriba con golpes del martillo y Nicolás los ataca con azotes que los encienden en fuego violeta. Veo a varios monstruos atravesados por las lanzas de Tobías. Otros se hallan inconscientes.

Aterrizo con cuidado sobre el barro y me acerco a los demás. Formamos un círculo alrededor de los enemigos.

—¿Ahora qué hacemos?

—Tenemos que transmutarlos —explica Tobías.

—¿Qué significa eso?

—Volverlos a un estado de energía pura, para poder reintegrarlos al cosmos. Son entidades artificiales, con una mente limitada, creadas para perturbar a los espíritus. Al transmutarlas, las devolvemos a la consciencia elemental, una especie de alma colectiva de la que provienen. De ella es de donde los magos negros y los demonios extraen fragmentos para dar consciencia a las entidades que crean como servidores. Es como si agarraran un poco de barro y lo usaran para moldear unas figuras. —Explica, tomando un poco del piso. Mueve el lodo entre sus manos, creando una esfera; luego hunde los dedos en ella—. Pero en este caso, ellas tienen una pequeña alma, una vida espiritual y un propósito determinado. —Gira la esfera hacia nosotros y vemos que le hizo una carita—. Son esclavos.

—Como robots programados —sugiere Nicolás y Tobías asiente.

—Tenemos que liberarlas. —Desarma la cabeza de barro y la tira al piso—. Solo así vamos a restaurar el balance de la energía.

—¿Cómo las transmutamos? —pregunta Karina.

Tobías toma de la mano a Gustavo y extiende la otra hacia mí. La tomo y agarro a Nicolás. Karina termina de cerrar el círculo.

—Vamos a crear una esfera de luz —dice Tobías, con la mirada fija en un punto sobre nosotros.

Lo imitamos. En el lugar señalado, surgen unos destellos multicolores que forman una burbuja blanca. Esta succiona el aire con fuerza, atrayendo a su interior a las criaturas. Las lanzas de Tobi que seguían en ellas se esfuman al entrar en contacto con la esfera.

Una vez que todas están en su interior, se enciende una estrella de color violeta en el centro. Parpadea un par de veces, sin embargo su resplandor no nos ciega. Estalla en miles de chispazos que vuelan hasta perderse en el cielo. Solo uno queda frente a nosotros. Desciende despacio hacia Tobías y luego entra en su pecho. Durante un momento, su aura crece varios metros alrededor, como una llamarada azulada. Su flequillo se ilumina.

Nos soltamos de las manos.

—Eso fue increíble —dice Karina.

Gustavo gira hacia Tobías y le da un beso rápido. Siento el rostro acalorado y miro hacia un costado. Encuentro los ojos de Nicolás. Me observa, con una expresión inescrutable. Volteo hacia Karina. Su aura brilla menos y se ve cansada.

—Es mejor que volvamos a casa —sugiero.

—Sí, fue demasiado por hoy —dice ella—. Mi cabeza va a explotar.

—Está bien. Miren a su alrededor, perciban las líneas de poder en el lugar —indica Tobías—. Algún cruce tiene que llevarlos a su casa. Nico, Fran, si les cuesta podemos llevarlos primero a nuestro hogar astral.

—Probemos qué onda —responde Nico.

Asiento, de acuerdo con él. Como si ya supiera algo de esto, extiendo la mano frente a mí, para escanear el aire. Noto distintas vibraciones y me invaden imágenes de paisajes: el bajo astral, parques y edificios sobre las nubes, un templo antiguo de piedra caliza derrumbado en medio del desierto. En un destello, llego a ver mi departamento.

—Lo encontré... —aviso y giro hacia los demás. Frente a ellos ya se encuentran los mandalas de luz. Nicolás y Karina están a punto de subirse a ellos. Siento un cosquilleo en mi brazo. Miro hacia adelante y encuentro el mío. Se ve como una plataforma de color magenta, suspendida a unos centímetros del suelo. En cuanto me paro sobre ella, me recorre una vibración y sé que estoy por transportarme—. Nos vemos después de despertar —saludo a los demás.

Se forma un tornado de energía magenta que me transporta a través del espacio. Regreso a mi hogar, donde descansa mi cuerpo, y dejo que mi consciencia se pierda entre los sueños.

Me relajo y duermo profundo. Cuando despierto, siento un perfume al otro lado de la cama: es el de Nicolás.

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