El amanecer de los malditos

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Un gruñido profundo resonó en la cabaña. El silencio de la tormenta lo amplificó en un retumbar bajo que hizo vibrar la madera.

Demasiado cerca.

Y luego, algo se asomó entre los paneles. Un relámpago delineó una palma cuyos dedos terminaban en la curva de unas garras, dos veces más grande que las patas de un oso negro, con dedos más delgados y pulgares que emulaban manos humanas que se abrían paso por debajo de la madera, para asegurar un agarre.

La criatura estaba considerando opciones, lo que indicaba un grado de inteligencia superior a la de otros depredadores. De repente, la diminuta casa no se sintió más segura que una caja de fósforos.

Y entonces, se detuvo.

Seamus quería vaciar el contenido de su estómago. No era solo una impresión de lo que había ahí fuera. Respirar era desear morir. El hombre que sostenía la puerta había dejado de parecer humano. Lo primero que desapareció fue su espeso cabello rubio. La carne de su rostro se secó sobre el cráneo, curvando los labios hacia arriba y hundiéndole los ojos profundamente en las cuencas. Parte del hueso de un pómulo se asomaba a través de su piel destrozada. La hebilla del cinturón que aseguraba el cuchillo del muerto rodó de lugar, apenas sosteniéndose por el cinturón, mientras el cuerpo perdía masa. Fluidos corporales empaparon la madera y se esparcieron hasta afuera en el porche.

Si bien en un principio era fácil olvidar que el hombre que le había acompañado gran parte de la noche era un muerto en vida, para Seamus ahora no quedaba la mínima duda que lo que sostenía esos despojos humanos no era sangre, hueso y tejido. Sin duda era magia, una magia que cada vez se alejaba más del ritmo de la vida, pero sin duda estaba allí para protegerles.

La criatura del porche dio un paso atrás y luego se volvió, lista para salir disparada, pero fue más que la repulsión de la podredumbre. Allí afuera, en la oscuridad, se escuchó algo muy claro, que también llego a oídos de los hombres en la cabaña. Una sola palabra, resonando en la noche, de la boca de una niña perdida y desesperada—: ¡Daddyyyy!

—¡Mierdffta! —Un par de dientes volando de la boca del muerto, mientras unos incisivos nuevos y más fuertes reemplazaron los que había perdido—. Sal por la parte de atrás y saca a esa niña de aquí. Esa cosa la va a matar. Y si ella muere, ambos estaremos perdidos. Y Seamus, no la dejes ver. Pase lo que pase, ¡no dejes que vea hacia acá!

La puerta de entrada de la cabaña reventó con la fuerza de la presión creada por el muerto en vida, quien zafo las bisagras y abalanzó la puerta en peso contra la criatura, utilizando el elemento sorpresa a su favor. Un enredo de hedor, pelo y astillas de madera rodó por los cortos escalones del porche.

Sin encomendarse, Seamus salió corriendo por la parte de atrás con el rifle de caza en mano. No tenía idea de lo que sucedería, pero Brigitte había dado su bendición al muerto y eso era suficiente para arriesgarse. En poco dio con la niña.

—¡Escucha, Kendra Leese! ¡Detente! No te muevas ni un centímetro. Estás en un mundo de problemas, jovencita. ¡Tu papá no está aquí, y el campo abierto no es lugar para una niña andar por ahí sola en la noche! —gritaba mientras corría hacia la niña, a quien había asustado lo suficiente como para detenerla en seco. No le importaba el alboroto. Lo que fuera que estaba sucediendo entre la criatura y el muerto era más grande. Su trabajo era correr, agarrar a la niña y llevarla a la casa. No tenía planes de detenerse.

La levantó como si fuera una muñeca. Sus piernas tenían un puñado de finos cortes, producto de la hierba alta, y el amarillo de su traje estaba colmado de abrojos. La niña se aferró a su cuello llorando.

—¡Tengo miedo, Seamus! Creí haber visto a mi daddy. Traté de llamarlo, pero el viento grita más fuerte.

—No te preocupes, chiquita. Déjame llevarte a casa antes de que alguien más venga a buscarte.

Un aullido conmovió la noche, como si la criatura tuviera algo que objetar a los planes de Seamus. ¿Podría estar llamando a la niña? Dicen que la sangre reconoce a la sangre ¿Podría estar equivocado el muerto? No había tiempo para pensar en posibilidades.

El muerto tuvo poco tiempo para recomponerse. Los poderes de la encrucijada, tanto ghede como simbi, empezaron a reconstruirlo desde adentro, tensaron sus músculos y dieron tono a su cuerpo en descomposición, dotándole de una fuerza sobrehumana. En minutos, la podredumbre quedó pegada a su ropa, pero la piel debajo era la de un ser vivo; suave como un bebé. No era precisamente una ventaja. La criatura que frente a él tenía su propia fuente de magia de la cual se alimentaba de una manera voraz. Cuando la bestia se levantó sobre sus patas traseras, el muerto se preguntó si tenía alguna posibilidad.

Solo había una cosa que hacer: correr en la dirección opuesta, ganar tiempo hasta que se restaurara por completo y evitar que la criatura se concentrara en Seamus y la niña, quienes estaban tan seguros como podían estar frente al viento en una tormenta que estaba regresando con furia.

La bestia había quedado atónita por el ataque inicial, pero después de eso, no hubo mucho a favor. Una vez que captó el olor de la criatura que lo había desafiado, la bestia corrió a grandes zancadas, ganando momentum.

El muerto contaba con una buena visión nocturna, pero la bestia era más rápida y contaba con un nivel de inteligencia comparable a un ser humano. El muerto necesitaba manipular el único elemento a su favor: la furia de la bestia. Concentrado en su objetivo, la bestia había pasado por alto que el hombre a quien perseguía carecía de un corazón latente, ni siquiera respiraba.
Fuera de la velocidad de su carrera, no mostraba señales obvias de respuesta al terror.

El revenant viró la arboleda cercana, flanqueada por hierba alta. La cabaña de Seamus estaba en el borde de la propiedad, y un arroyo separaba la tierra de los Leese del resto del pueblo. No había un alma para escucharlo gritar.

—¡Vamos, alfombra pulgosa del Diablo!

Una lluvia fuerte ahogó sus palabras y luego todo se sumió en el más profundo silencio, lo que era la mejor indicación de que algo estaba a punto de suceder. Ojos azules escudriñaron los parches de hierba y boscaje a su alrededor hasta dar con algo a una corta distancia.

La criatura parecida a un lobo estaba agachada, semi recostada contra un árbol. Su comportamiento era casi humano, su enorme cabeza se movía de lado a lado, inquisitiva. Agarró un puñado de tierra, esparciéndolo en un lado de su cara y pecho como pintura de guerra. El revenant podía sentirlo en sus huesos. Era magia de la tierra, la misma fuerza primaria que lo había levantado de la tumba, pero se sentía retorcida y extremadamente oscura. No podía distinguir una conexión de sangre entre esa criatura y otras como él, a quienes había visto en los parajes desolados de la Louisiana acadiana. Era pura violencia, antinatural en extremo.

—Garou —el muerto intentó conectar con la bestia—, tu don se ha convertido en una maldición porque que no es tu derecho de nacimiento. Está destinado para el séptimo hijo. Te está volviendo loco. Y créeme, tengo experiencia en eso.

La bestia lo miró con ojos que denotaban inteligencia. Dijo una sola palabra.

—Gadara.

En vida, el muerto había sido un buen chico; católico practicante de acuerdo con las exigencias del sur. Entendió perfectamente lo que quiso decir la bestia. Estaba en lo correcto a suponer. El monstruo no era más que un hombre atormentado, poseído por un espíritu que no era propio. Lamentablemente, eso no lo hacía menos letal.



***

—¡Kendra! —Tras dejar a los chicos seguros en su habitación, Clara salió en busca de la niña. Su mente estaba abrumada por un puñado de circunstancias con las que no contaba al comienzo de la noche. Años de guardar un secreto y velar por la integridad de padre e hija se habían desvanecido en un instante.

No solo eso, por primera vez había cruzado una línea de consecuencia con Eleanor. La mayor de los hijos de la casa grande no era dada a perdonar ofensas, la mantendría en la mirilla, y atención sobre ella se convertía en interés por su padre y por su hermana.

Con el paso de los años se hacía inevitable que entrara en conocimiento. Pero al menos al momento, la prioridad era que todos sobrevivieran la noche. La tormenta y la oscuridad se tragaron al padre y a la hija. Toda una vida de preparación se le fue entre las manos. Si se encontraba con Kendall Leese, no tenía forma de defensa, sería una víctima más.

Las lágrimas bajaban por sus mejillas mientras susurraba una oración. Por Dios, que no derrame sangre... ¿Sería demasiado pedir?  Clara no podía evitar pensar que fue su culpa, su maldita culpa. El día la descubrió con una sensación de que algo terrible pasaría, pero en un mundo de posibilidades, decidió que el malestar se lo provocaba la tormenta.   

—¡Kendra! Por favor, tu hermano y tu hermana están solos en la casa, y Ruth está asustada. ¡No es momento de juegos!

—¡Estamos aquí! ¡Quédate donde estás, Clara! —Escuchó a Seamus antes de verlo. El hombre no llevaba antorcha ni lámpara, pero su voz se escuchaba fuerte y cercana. Él estaba tan familiarizado con el terreno como ella. Le constaba que el camino que conectaba de la carretera a la casa era al menos un kilómetro completamente despejado de escombros.

—¿Seamus? —Quedó muda por un instante al escuchar un aullido en la distancia.  En medio de todo, era imperativo advertirle—. ¡Por favor, date prisa! No es nada más la tormenta. La niña no debe exponerse... ¡Ninguno de nosotros debería arriesgarse afuera!
En cuestión de minutos, Seamus ya estaba junto a ella. Le entregó a la niña en brazos. La criaturita estaba dormida y se sentía ligeramente febril.

—¿Está bien? —Clara le pasó la lámpara de gas.

—Solo un par de cortes por correr por el pasto y una rodilla raspada. Lo peor fue el llanto. Estaba muy asustada. Eventualmente, el sueño le cayó arriba como un tonel de ladrillos.

—¿Por casualidad viste al señor Leese?
Sin dejar de moverse hacia la propiedad, Seamus levantó la lámpara a la altura de sus ojos, solo para que Clara captara la severidad de su mirada. Dejó escapar un suspiro corto, pero agitado. De esos que hacen evidentes tras un intento de insulto a la inteligencia.

—Lleva a esa niña adentro y hablamos. No pienso poner un pie en la casa grande. Si vemos la luz del día, tendremos mucho que hablar.

Clara comprendió que no solo sabía, sino que lo había visto. Sintió curiosidad y algo de temor por la manera tan confiada en que Seamus estaba dispuesto a volver hacia la dirección de ese aullido. Si es que el hombre tenía forma o interés en ponerle fin a la vida de Leese, ella tendría que evitarlo.

—No te vayas, por favor. De aquí a la carretera no hay problema, pero los árboles cercanos a la cabaña pueden desprenderse con el viento, y ni hablar de un golpe de agua. ¡Por favor! No me hagas rogar más.

Seamus estuvo de acuerdo sin revelar las razones por las que cambió de opinión. Pero si Clara creía que el señor Leese estaría a salvo por eso, estaba equivocada.

***

La bestia arremetió, toda dientes, garras e ira indisoluble. El muerto sintió un impacto que lo levantó del suelo. Su piel recién restaurada sufrió un desgarre y la sangre se derramó a borbotones cuando su cuerpo se reventó contra una valla de madera.

—¡Demonios! —dijo por lo bajo—. Cuando estaba vivo vi hasta el diablo de frente. La propia encarnación de la muerte me llamó desde la tumba, ¡a mí no me lleva un perro!

El hombre lobo lo levantó y lo arrojó contra el tronco de un árbol. El muerto sabía que la bestia no jugaba; simplemente lo necesitaba boca arriba, para romper su caja torácica y rasgar por los puntos suaves en su estómago.  Más que sangre o huesos, los monstruos atados a la luna prefieren comer vísceras. Hubo un momento de vacilación cuando la bestia se alzó sobre él.

Un poco tarde, pero captó el olor a muerte. La sangre que salía del hombre al que acababa de mutilar era venenosa. Le quemó la piel como si fuera plata.
El dolor era insoportable, y el aullido de la bestia fue breve y quejumbroso, pero arriesgaría su fuerza contra lo que fuera que estaba enfrentando. Seguramente, un zarpazo al cuello podría decapitar a esta criatura aparentemente frágil, incluso si eso significaba perder una mano en el intento.

El muerto resultó un poco más rápido de lo que esperaba la bestia y luego empujó la navaja que había estado cargando entre las costillas del lobo, apuñalando sin piedad a través de piel y músculos. Una vez encontró el ritmo fue brutal. La fuerza sobrehumana hacía que la navaja impactara a la velocidad de una bala, hundiéndose casi hasta la mitad del mango con cada puñalada.

—¡Lo lamento, amiguito! Pensé mantenerte ocupado hasta que amaneciera. En serio. Pero te equivocaste fuerte. Puedo oler la sangre humana en tu pelaje. Si es así, no queda más remedio. Me viste forzado a detenerte, Kendall. Es hora de despedirse de esta vida como un hombre.

La bestia estaba marcada para morir. La sangre de un revenant es tóxica tanto para humanos como criaturas mágicas. En todo caso, la hoja de la daga fue una bondad.

***

El amanecer se presentó con rastros rosados en el horizonte y con una llovizna suave. La bestia estuvo en agonía durante horas. El muerto no se separó de él. Eran compañeros en un campo de batalla en donde ambos habían sido humanos alguna vez. Le debía esa pequeña deferencia.

—¡Vamos, amigo! Todo estará bien, lo prometo. Solo relájate y déjate ir. Ya no luches más.

El enorme cuerpo de la bestia comenzó a tiritar y algo parecido a una exhalación humana salió de sus labios. El lobo dejó de batallar contra lo inevitable. Su capacidad de curativa había sido superada por la plata y el veneno del revenant.

Cuando Clara y Seamus aparecieron en las cercanías de la cabaña, Kendall Leese estaba casi completamente de vuelta. Había regresado a una apariencia humana y el lobo estaba retirándose. Cada respiración era dolorosa, al igual que sus palabras. Clara corrió hacia el hombre, queriendo abrazarlo, pretendiendo devolverle la dignidad a su cuerpo desnudo, pero el muerto le advirtió que no lo hiciera.

—Señora, siento su dolor, pero dé un paso atrás. Mi sangre la matará. Ha acabado con mejores brujas, sin ofender...

Una vez que la bestia dejó de abrumar su consciencia, el amo de la casa Leese miró al muerto y sus ojos se iluminaron de forma tenue. Conocía a ese hombre.

—Jack... Jackson Pelman... Teniente.

—Efectivamente, Kendall. Clase del 1859, Instituto Militar de Virginia. En ese entonces, pensé que serías mi muerte y nunca vería el rango de Capitán. —El muerto le dio a Leese un par de suaves palmaditas en la mejilla—. En fin, yo fui al norte y tú te quedaste al sur, y ... Guarda tus palabras para alguien que pueda necesitarlas. Todo está bien, hombre. Todo está perdonado.

Clara se arrodilló junto a ellos, lo más cerca que pudo.
—Señor Leese, señor. Los niños están bien. Lo... lo siento mucho, le fallé. Debería haber visto las señales, debería haber... hacia el final, madame Miranda me odiaba tanto como le amaba a usted y yo... Kendall, por favor, lucha. Eres inocente de esto. Si quieres vivir, sobrevivirás. —Le mentía por su bien o tal vez su esperanza de un milagro era verdaderamente genuina.
—Hiciste bien. —Escuchar su voz, relativamente tranquila, calmó las lágrimas de Clara—. No hiciste más que amar a mi hija incluso en esos días en que yo sentía que era imposible y amarme, aunque no lo mereciera. —La presencia amarga de la sangre venenosa del revenant estaba haciendo los estragos finales en su cuerpo.  Leese se dirigió a Seamus—: La salvaste. Debes saber que Jackson tenía razón, la habría matado. La bestia dentro de mí no es natural. Es una cosa maldita que no reconoce afiliaciones, o amor.

Murió, escupiendo sangre y flema, rodeado de personas que deberían haber sido sus enemigos, pero eligieron lo contrario.

La niña estaba a salvo.

N/A:
Y al final, por si acaso, un mini glosario, porque hoy me fui de pura palabra rara:

Ghede y Simbi: Son entidades de la religión vudú. Los primeros son los avatares de la muerte. Los segundos encarnan la eternidad y están ligados a las aguas y a las serpientes. En el caso de Jackson, el tiene parte de la bendición de Brigitte (ghede) y de Wedo (simbi). Por supuesto que los personajes de Brigitte y Wedo no son necesariamente representaciones religiosas, sino literarias adaptadas a ser oráculos de la vida y de la muerte en mis historias.

Garou: Es una forma corta de loups-garou o looogaru, la palabra designada en el sur para cierto tipo de hombres lobo que nacen en circunstancias especiales. En este caso ligados a ser el séptimo hijo, nacer el día de Navidad, o en ciertas lunas. Para efectos de esta historia, no todos los hombres lobos van a ser Garou.

Gadara: En este caso esta expresión está ligada al famoso endemoniado de la biblia, quien en algún momento estuvo poseído por 2000 espíritus. Fue la mejor forma que Kendall encontró para dejarle saber a Jax qué él estaba oprimido por una maldición que no podía controlar.

Revenant: Es una expresión en francés que simplemente significa "Los que regresan". Se puede aplicar a cualquier tipo de criatura sobrenatural. Para efectos de mi universo de historias, los revenant son algo como un híbrido entre un zombi y un vampiro. No envejecen, pero están condenados a ser consumidos por la locura y a la descomposición corporal si no se alimentan adecuadamente. Esto convierte a Jackson en toda una joyita...

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