3 La culpabilidad del juez

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Las cosas están por ponerse oscuras y sangrientas... y sexys, fufufu ^w^

***

El honorable juez Sariel se encontraba en su despacho descansando tras una intensa jornada de trabajo. La huida de la última acusada lo había enterrado en un papeleo infernal, aunque claro, no era que lo peor le tocara precisamente a él. Esas trivialidades solía dejárselas a su colega, el honorable juez King, quien por una feliz casualidad del destino había llegado al pueblo después que él, y había terminado como poco más que un asistente pese a tener el mismo cargo. No era para menos. Aquel debilucho era demasiado blando, demasiado negligente con los criminales. Aquel lugar necesitaba su mano de hierro, y gracias a las poderosas influencias y contactos que había hecho, ahora se aseguraba de que aquel tonto nunca tocara la toga ni el martillo.

—Los casos ya están todos archivados, señoría —dijo el joven de ojos ambarinos soltando un suspiro de cansancio—. ¿Cree que ahora podríamos hablar del caso Derieri, por favor? —El joven de cabello azulado y mirada fría le lanzó una mueca llena de desprecio, y a continuación soltó un suspiro exagerado y se giró para verlo con una sonrisa complaciente.

—Ya se lo dije, amigo mío. Este asunto pasó a manos de la inquisición, no hay nada que pueda hacer para...

—¡Solo un segundo! —exclamó el ojeroso castaño—. Verá, si lo analiza bien, encontrará que las pruebas contra ella son insuficientes, y...

—Confesó todo, mi ingenua señoría —dijo Sariel mirando a su par con una mueca burlona—. Fue ella quien lo hizo. Liberó a la bruja Elizabeth Liones, y tras dejar que escapara, trató de fugarse ella misma. No hay nada más que decir.

—¡Pero fue bajo coacción! Monspeet está en la prisión de la abadía, ¿no cree usted que cualquiera confesaría si...?

—¡Ya es suficiente! —gritó el diminuto tirano. Acto seguido, soltó un suspiro que reveló que aún quedaba un poco de humanidad en él, y habló en tono conciliador—. Veré que puedo hacer. Pero antes de que se haga falsas esperanzas, juez Fairy, tiene que recordar esto: las mujeres son culpables —El joven castaño se mordió el labio tratando de contener su réplica, y dejó que el otro se explayara con su mentalidad medieval—. Son criaturas absurdas que solo se dejan llevar por sus impulsos y emociones. Si la desdichada se metió en esa situación, es su culpa y solo de ella. Ahora retírese, y vaya a archivar las viejas órdenes de ejecución mientras pienso sobre el asunto. —Con una palidez enfermiza que delataba lo mucho que odiaba aquello, el joven se fue dejando al otro con una sonrisa de suficiencia.

—Así que ese es el juez Sariel. —Lo habían presenciado todo. Escuchando desde una ventana abierta que daba justo frente al edificio, la bruja y su demonio se disponían a hacer su movimiento contra aquel cruel hombre.

—Sí señor. Y el otro es mi amigo King, el cuál intentó salvarme del juicio, y no pudo hacerlo cuando le insinuaron que también acusarían de brujería a su esposa Diane. ¿Cree que podrá ayudarlo?

—Por supuesto querida, pero eso lo haremos luego. Primero, me gustaría que me dijeras qué es lo que quieres que le haga al señor juez.

—¡¿Eh?! —La joven no estaba preparada para eso. Había pensado que el demonio se encargaría de los detalles sucios, y ahora, ser ella la que determinara el castigo la había asustado por completo.

—Sí. ¿Quieres que le saque las tripas y se las ponga de corbata? ¿Quieres que le aplaste la cabeza con ese martillo que tanto le gusta? ¿Quieres que lo ahorque con su toga negra y lo cuelgue en la plaza principal? —Después de todo, era un demonio. La crueldad impresa en sus bellas facciones le recordó a Elizabeth la de sus verdugos y, al darse cuenta de que no quería volverse igual de vil que ellos, algo en su interior se quebró permitiéndole mostrar su verdadera naturaleza. No, ella no quería matar a nadie. Solo quería darles una lección, deshacerse de ellos para que sus amigos pudieran tener futuros más felices. Entonces tuvo una idea.

—No, creo que tengo el castigo perfecto. Escuche, lo que quiero que haga es... —La peliplateada susurró a toda prisa la pecaminosa y oscura venganza que tenía pensada para él, y cuando el rubio terminó de escucharla, sonrió con deleite por la travesura que iban a hacer.

—¡Espléndida idea! Bueno, ahora que ya te has decidido, más vale que me prepare para lanzar el conjuro.

—¡Kyaaaa! —Todo fue demasiado rápido. A tal velocidad que ella ni siquiera alcanzó a reaccionar, Meliodas la había llevado a un callejón en el lateral del edificio de piedra, y la había acorralado contra la pared mientras enterraba las uñas en su trasero. Sus dedos afilados arañaron la curva de su nalga por encima del vestido y, antes de que la albina pudiera darse cuenta, tenía aquellas manos recorriendo su cuerpo y llamándola a la lujuria como cuando copuló con él—. Señor Meliodas, ¿qué hace?

—No creerás que la magia no tiene un precio, ¿o sí linda? Cada vez que realice un conjuro así de grande, primero necesitaré de tu ayuda. Pero no te preocupes. Trataré que sea rápido, y entonces, podrás cobrar más pronto tu venganza.

—Aaah... ¡Aaaah! —Estaba dejando de pensar de forma coherente, lo único que podía percibir era la sensación ardiente de su piel y su cálido aliento contra el cuello. ¿Qué era esa criatura? ¿Acaso un antiguo dios del sexo? ¿Un brujo erótico? ¿Un incubus disfrazado de mago? Sus dedos habían hecho su camino por debajo de su falda y ahora, además, tenía su boca pegada a sus pechos.

—Que grandes son —dijo él en un ronroneo—. Deben tener un sabor delicioso...

—¡Kyaaaah! —La albina tuvo que cubrir su propia boca para evitar que alguien la oyera gemir. El rubio chupaba la cremosa piel mientras sus manos abrían su intimidad atrapada en tanta tela, y mientras el sudor perlaba la piel de ambos, una leve llovizna comenzó a caer mezclando el agua con aquellas gotas que evidenciaban excitación. Atrás, adelante, atrás, adelante. Sus dedos se deslizaban por la resbaladiza superficie, y justo cuando la joven creyó que iba a enloquecer de pasión, el demonio la penetró con aquellos invasores mientras rompía su escote y se llevaba uno de sus pezones a la boca.

—Mmmmm... —dijo él complacido, para luego acelerar el ritmo hasta hacerla temblar de placer. Cuando se dio cuenta de que a ella le flaqueaban las piernas y le estaba costando trabajo mantenerse de pie, finalmente la soltó y le dio la vuelta para que apoyara las manos contra la pared. Luego, le alzó la falda dejando su trasero desnudo, dejando muy en claro lo que quería hacer a continuación—. ¿Estás lista?

—Aaaahh... ¡Uhm! —respondió incoherente la peliplateada mientras proyectaba hacia atrás su trasero.

—Sí, ya veo que sí... Aaahhh... —Lo había hecho. Enterró su miembro en ella con tortuosa lentitud, y en cuanto tocó su fondo, llevó las manos al frente para apretarle los pechos mientras la embestía—. Eres tan cálida y suave. Vamos preciosa, no te avergüences. Grita, déjate llevar, que aquí no hay nadie que te oiga.

—¡Aaaaaaaah! —Él tenía razón, por supuesto. La lluvia a esas alturas era tan fuerte que, incluso si hubiera habido alguien en la calle, habría sido incapaz de oírlos, aunque eso en realidad no importaba.

Elizabeth estaba en tal éxtasis que, incluso con testigos, no le hubiera importado ser vista de esa forma. Se inclinó lo más que pudo, permitiéndole llegar aún más profundo a su amante, y cuando las embestidas alcanzaron un ritmo frenético, el rubio tuvo que soltarle los pechos para aferrar su cintura y evitar así que se estrellara contra el muro. Cada golpe de cadera la catapultaba hacia adelante, sus senos rebotaban y se balanceaban apuntando hacia el piso, su interior se contraía como si quisiera aprisionarlo dentro de ella por siempre. Cuando ambos alcanzaron el clímax, sus gritos se sincronizaron con un relámpago a la distancia que se los tragó. La bruja fue desbordada con una ola de leche caliente, y el demonio, por su parte, salió de su interior desbordado de energía oscura con la cual podría realizar su conjuro.

—Vamos —dijo él sosteniéndola en sus brazos mientras mientras marcas negras se extendían en todo su cuerpo—. Nuestro amigo el juez nos espera.

*

Ambos ministros se habían quedado a trabajar toda la noche, por diferentes motivos, pero mismas misiones. Estaban dando las doce, y el juez Sariel había decidido que no. ¿Qué más le daba si King Fairy terminaba calvo y gordo por la preocupación? ¿Qué más daba si otra bruja era quemada en la hoguera? Lo único que él quería era irse a descansar. La parte de él que aún sentía culpa miró hacia su chimenea sintiéndose mal por la dichosa Derieri, pero como igual ya había decidido no hacer nada al respecto, recogió sus cosas dispuesto a irse. Sí, no haría nada, o eso creía hasta que...

¡DONG!

Sonó una lejana campana, y un intenso dolor le golpeó la cabeza como un mazo.

¡DONG!

—¡Aaaah! ¡¿Qué es todo esto?! ¿Qué...?

¡DONG!

—¡Gyaaaaaaaah! —La transformación había comenzado, y con cada una de las campanadas, el honorable juez dejó su pequeña forma para transformarse justo en la criatura que despreciaba. Su figura se estiró hasta mostrar una silueta alargada, su pulcro cabello corto se transformó en una melena ondulada, su firme pecho saltó para generar la curva de unos senos generosos, y su trasero recibió esa misma metamorfosis, que no fue nada comparado con lo que ocurría entre sus piernas.

¡¡¡DOOOOONG!!!

Sonó la última campanada, y cuando el peliazul se dio cuenta de que por fin el dolor se había terminado, vio con horror que lo mismo podía decirse de sus días como varón. La venganza de la bruja se había completado, y el honorable juez Sariel había terminado convertido en una voluptuosa chica de pechos grandes.

—¡Aaaaaaaaaaaaah! ¡King! ¡Kiiiing! ¡Ayudaaaa! ¡Por favoooor!

—¡¿Qué sucede señoría?! ¿Qué es lo que...? ¡Santa madre! —El oji ámbar había subido a toda prisa la escalera que daba a la oficina del segundo piso, y se quedó helado viendo aquella espeluznante aparición tratando de reconocer a su jefe. Supo sin lugar a duda que era él por el tono arrogante de los gritos que daba.

—¡Rápido! ¡Haga algo! ¡Lo que sea, pero pronto! —Un silencio sepulcral se instaló entre los dos mientras la lluvia seguía y King pensaba a toda prisa. Al darse cuenta de que esa era la oportunidad que había estado esperando, sonrió macabramente y habló en un tono burlón y frío.

—Lo siento Sariel, pero me temo que no puedo ayudarlo.

—¡¿Por qué no?!

—Porque usted es mujer —Aquella declaración dejó helado al aterrorizado tirano, quien no pudo menos que ponerse a temblar al escuchar las siguientes palabras de su colega—. Las mujeres son culpables, ¿no? —El joven castaño se mordió el labio, esta vez tratando de contener la risa, y siguió recitando aquellas palabras que iban en contra de quien las había dicho—. Son criaturas absurdas que solo se dejan llevar por sus impulsos y emociones. Si se metió en esta situación, es su culpa y solo suya, ¿no? Además, yo no soy ningún mago, ¿Qué espera usted que haga? —Casi un minuto de silencio, y solo entonces la nueva mujer tuvo la capacidad de hablar.

—Tiene razón —dijo con voz temblorosa—. Tiene razón, nadie me creerá si me ven así. Rápido King, ayúdeme a retirar mis fondos y deme mi testamento. Necesito proteger el oro, salvaguardar mis bienes antes de que...

—Lo siento señoría, pero tampoco puede. Una mujer no tiene derecho a propiedades sin la tutela de un hombre, ¿lo olvidó?

—¡Carajo! —dijo la señorita haciendo rebotar sus pechos con el salto que dio—. ¡King, no sea absurdo! ¡Soy yo! ¿Qué no puede reconocerme? —Sin embargo, el joven castaño no se movió—. Entonces apártese inútil, yo mismo haré los papeles y...

—Lo siento, tampoco puede.

—¡¿Por qué no?! —dijo Sariel furioso al ver que le quitaba la pluma y tinta de la mano.

—Porque las mujeres no pueden ser jueces. Y además, ¿no dijo usted que una mujer siempre es menos inteligente que un hombre? No podría redactar los documentos legales que necesita en este momento.

La realidad cayó como un martillo sobre la víctima de la bruja, quien vio de golpe y con claridad todos los errores que había cometido en la vida. Sí, era mujer, pero pese al pánico y a la súbita curiosidad que tenía por tocar su cuerpo, su cerebro funcionaba igual de bien. Su inteligencia era la misma, ¿quería eso decir que las mujeres eran igual de inteligentes? Sin embargo, ya no importaba. La ley estaba en su contra, y no había nada que pudiera hacer.

—Estoy condenado...

—Condenada, dirá usted.

—Oh King, ¿qué es lo que debo hacer? —De nuevo, el joven juez desplegó una sonrisa y, viendo a su antiguo verdugo completamente a su merced, se lanzó a por todas para librar al pueblo de aquel individuo.

—Yo podría encargarme de todo.

—¡¿Qué?!

—Podría ayudarlo a redactar los documentos que usted requiere, darle mi firma, y luego ayudarlo a escapar sin que nadie se entere. Podríamos decir que ha decidido retirarse una temporada al campo debido a una enfermedad, y nadie sospecharía nada, pues todo lo que envíe a su escondite llevaría el sello de los dos.

—¡Sí! Bien dicho, bien. Iré a casa de mis parientes, estoy seguro de que mi tío Soria me recibirá. Bueno King, ¿qué espera? Redacte los documentos y llame a un carruaje para que pueda...

—No tan rápido señoría. Esto no le saldrá gratis, antes tendrá que hacer algunas cosas por mi.

—¡¿Cómo?! ¿A qué se refiere? No querrá favores sexuales, ¿o sí?

—Por Dios, claro que no. Solo tendrá que firmar tres documentos que le de. Hará eso por mi, o de lo contrario, iré por los gendarmes para que saquen a esta bruja que proclama ser el juez Sariel.

—¡Nooo! —gritó desesperada la voluptuosa joven—. Haré lo que sea, ¡lo que sea! —Sonriendo de oreja a oreja, el juez King salió disparado a por los documentos mientras la señorita trataba de improvisar unas ropas para cubrirse. Cuando el castaño regresó, le devolvió la pluma y el tintero que antes le había negado y enlistó las cosas que quería de ella.

—Primero, deberá retirar los cargos contra la señorita Derieri.

—¡¿Qué?!

—Sin excusas. Firme o ya verá.

—De acuerdo, ¡de acuerdo! —En cuanto la firma de ambos jueces estuvo sobre el papel, King le pasó el siguiente pergamino.

—Perfecto. Lo segundo, firmará esta orden de cese al rastreo de la bruja Elizabeth. Diremos que murió en el bosque, y ya no se le buscará más.

—¡Absurdo! ¡No puede estar hablando en serio!

—¿Acaso le gustaría que a usted lo persiguieran de igual forma por bruja? Firme o ya verá —Nuevamente, la ahora llorosa mujer firmó de puño y letra aquella orden, y por último, el feliz juez le pasó el documento faltante—. Bien hecho. Ahora, firme aquí. Es un documento con el que me cede su autoridad y poderes.

—¡¿Cómo?! —chilló con un altísimo tono agudo la angustiada ex juez.

—Es lo lógico señoría. Si no, otros podrían cuestionarme, y podría verse con malos ojos que de pronto yo le envíe todos los bienes del juez Sariel a una mujer desconocida, ¡firme o...!

—¡... ya veré! De acuerdo, de acuerdo. —Firmado y sellado, otras dos firmas para su testamento y traspaso de bienes, y la ahora llamada "señorita Solaseed" desapareció en la noche con un carruaje rumbo a un sitio lejano del que no volvería nunca más.

—Misión cumplida, querida mía —dijo sonriente el demonio a su ama y señora—. ¿Cuál era la otra misión que tenías en mente para esta noche?

*

King llegó a su casa en plena madrugada, pero su esposa estaba despierta esperando por él. Sus adorables coletas estaban desaliñadas y mustias, tenía unas ojeras tan grandes como su marido, pero pese a eso y al sucio mandil que usaba, la joven irradiaba belleza y energía como si fuera una luminosa luna llena. Se llevó un tremendo susto cuando vio cómo el joven juez entraba bailando y cantando a la casa, y no supo si reír o asustarse más cuando la tomó en sus brazos y se puso a bailar con ella.

—¡Querido! ¿Te encuentras bien? ¿Qué pasó?

—¡Se ha ido! —proclamó exultante el oji ambar—. ¡El juez Sariel se ha ido! Y ahora soy la nueva autoridad en este pueblo. ¿Sabes lo que significa Diane? —Pasaron tres segundos, cinco, diez, y cuando por fin la bella castaña cayó en cuenta de las implicaciones, pegó un grito de euforia y se abrazó a su hombre mientras le llenaba de besos el rostro. Toda la escena fue contemplada por el par de traviesos compinches, y mientras el rubio soltaba un suspiro, preguntó a su contratante de nuevo para corroborar su pedido.

—Entonces, ¿problemas de fertilidad?

—Sí. King y Diane han intentado tener hijos desde que se casaron, pero no se ha dado. Él insiste en que es infértil, y mi querida Diane piensa igual de sí misma, pero...

—¿Qué opina la brillante sanadora del pueblo? —Elizabeth se sonrojó ante el coqueto cumplido, y negó con la cabeza.

—No lo son. Yo pienso que la falta de fertilidad se debe al estrés. Por favor, señor Meliodas, ¿cree que habrá forma en que pueda ayudarles a concebir?

—¿Qué si lo creo? Es muy fácil para mi. Apártate linda. La mañana se acerca, y debemos aprovechar mi magia antes de que salga el sol. —Tomando la forma de un par de resplandecientes mariposas púrpuras, la magia de aquel diablillo se coló por la ventana hasta posarse sobre la cabeza de los esposos. Y entonces, súbitamente el ambiente cambió.

—¿Querida?

—¿Hm?

—Yo... creo que puedo hacerlo —dijo King en un susurro cargado de ternura—. Creo que hoy es la noche.

—¿De qué hablas? No te referirás a...

—Sí —La delicada mano del juez se colocó dulcemente sobre la mejilla de su esposa, y se puso de puntillas para besarla mientras ella gemía en su boca. Al separarse, ambos estaban seguros exactamente de lo mismo—. Creo que hoy podré darte un hijo. ¿Te gustaría que...? ¡Hmmm! —La joven ansiosa no esperó ni un segundo tras oír la proposición. Se lanzó a besarlo apasionadamente, asfixiándolo en un abrazo y dejando que aquella extraña y burbujeante energía que sentía se apoderara de su cuerpo.

—Rápido... cariño, ¡vamos a la cama! —Y esta vez, el juez se sintió complacido de obedecer a una dama que le pidiera ir aprisa. Apenas llegaron a tiempo. Ansiosa por desnudarlo, la preciosa chica de ojos morados hizo saltar los botones de su camisa al arrancarla, y se sacó la suya con tal premura que hasta le dio un manotazo a su esposo al quitar los cordones de su corsé—. ¡Lo siento amor!

—No pasa nada. Ven aquí linda, ¡estoy que te como!

—¡Aaaaah! —No mentía. En cuanto ambos estuvieron sobre el colchón, el glotón castaño se llenó la boca con los pezones de su mujer, que gimió sin control mientras lo abrazaba de nuevo enterrándole la cara su cremosa piel. ¿Dónde había quedado la toga del juez? ¿Y la falda de seda que había dado a su esposa por su cumpleaños? Ni sabían ni les importaba. Lo único que él sabía era que los senos de su mujer sabían a duraznos, y lo único que ella sabía era que la piel del trasero de su hombre tenía la misma suavidad que aquella fruta. Lo único que importaba era que se amaban, y ahora, ellos y su hijo tendrían un nuevo y brillante futuro—. Amor mío, ¡te quiero dentro de mí ahora! ¡Kyaaaaaah!

—Bueno, ya está —dijo Meliodas riéndose de una Elizabeth completamente ruborizada que trataba de cubrirse la cara para no ver aquella escena desde el techo de donde observaban—. Con eso, yo te aseguro que su hijo está en camino. Sin embargo, dejémoslos solos para que disfruten del resto de mi magia. Si calculamos sus efectos, más el amor que se se tienen, más la feliz noticia de la huida del juez, estarán copulando por lo menos hasta que salga en alba. ¿Qué dices querida? ¿Quedas satisfecha con esto por ahora? —Los gemidos de Diane se seguían escuchando a las espaldas de la albina, que no pudo menos que sonreír llena de satisfacción. El primer paso de su venganza ya estaba completado, y ahora, se disponía a dormir para poder continuar con la siguiente víctima mañana.

—Claro que sí señor Meliodas. Ahora vámonos, estoy segura de que podremos rentar unas habitaciones en la posada de...

¡BOOM!

La explosión que se desplegó ante sus ojos fue como echar un vistazo a las llamas del infierno, Elizabeth gritó con todas sus fuerzas y, mientras ambos caían al piso con Meliodas protegiéndola del impacto, vieron a lo lejos como en la orilla más alejada del pueblo una enorme casa se incendiaba. Era la casa del juez Sariel, ahora vacía, pero sin ninguna duda la misma de la persona de la que el pueblo ya se había librado.

—Señor... ¿eso lo hizo usted?

—No —respondió este con firmeza—. No fui yo —El silencio que siguió a aquella declaración estaba cargada de absoluto misterio—. Tal vez solo fue una feliz coincidencia.

—¿Lo dice por el hecho de que Sariel no estaba ahí y salvó su vida? ¿O porque ahora perderá todo lo que obtuvo del pueblo con sus fechorías?

—Ambas cosas. La culpabilidad del juez es innegable. Solo esperemos que esto sea el fin de su historia, y no otra cosa. 

***

Buajajajaja *0* ¡Traigo la risa de bruja a flor de piel! ¿Qué opinan? ¿Les gustó? Yo me divertí mucho escribiéndola ^w^ Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que es cierto que en la edad media las mujeres no tenían derecho de propiedad? :0 Todo lo que poseyeran, desde la ropa hasta la castidad, pertenecía primero a su padre, luego a su hermano, si se casaban a su esposo, y si enviudaban, a los hijos. Por eso era normal que a las viudas ricas y a las solteronas adineradas las acusaran de brujería, porque así, lo corruptos podían quedarse su dinero, ¡esas personas y no las brujas son las que arderán en el infierno! >:0 Con una mezcla de furia y risa, se despide su querida Coco hasta el capítulo de mañana ^w^

Y ahora, al karaoke. La siguiente canción es más para bailar que para cantar, pero... quien haga ambas, ¡puntos dobles para ganar mi premio secreto! *u*

https://youtu.be/4V90AmXnguw



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