4 Las aberraciones del padre

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Hola a todos, aquí Coco, en el tercer día de nuestro maratón de Halloween y lista para darles otra ración de dulce o truco ^w^ Estoy muy feliz del buen recibimiento de esta obra, les confieso que tenía mis dudas cuando decidí hacerla un poco más sería y centrarme en el melizabeth. Deje mi temática de otros años, la cual era... bueno... ya saben ^w^ (casi tipo orgía), y me adentré en un tema un poco más personal. Me alegra ver que los cocoamigos siguen fieles a lo que esta loca escritora les trae, y también, que muchas personitas nuevas le dieron una oportunidad a mis travesuras, ¡muchas gracias por estar aquí!

Los dejo para que disfruten el capítulo de hoy °3^ y les recuerdo que hay otra pequeña sorpresa de mi maratón esperándolos en One-shots Melizabeth para Melilovers, pásense por ahí en un rato, sé que les va a gustar <3 Ya saben qué hacer, fufufu...

***

El ambiente en el pueblo no podía ser más diferente del que habían presenciado la noche anterior. Meliodas y Elizabeth devoraban una basta merienda en la taberna local mientras la gente susurraba los chismes recientes sobre la marcha del juez Sariel y el incendio de su casa, no con pesar, sino con la bien disimulada alegría de quienes por fin se ven libres de un yugo.

—La casa invita, buen hombre —dijo una linda mesera de pelo negro y ojos muy rasgados sirviendo un gran tarro de cerveza a su invitado—. Y un vaso de leche fresca para la nena.

—Muchas gracias Guila. —dijo Elizabeth, sin ser consciente de que ella no era sería capaz de reconocerla.

—¿Eh? ¿Nos conocemos, pequeña?

—¡Ah! ¡No! Disculpe, es que... —Al parecer, ese día el arete que le había regalado su querido demonio la hacía lucir como una niña, pero pese al súbito temor que sintió la bruja de que su imprudencia pudiera provocar que la descubrieran, al final, resultó no importar. La mesera estaba tan alegre y ocupada que terminó por darse la vuelta mientras susurraba unas rápidas disculpas y se iba con su amiga de pelo azul y labios gruesos a atender un enorme pedido—. ¡Uff! Por poco.

—Que distraída eres Eli —dijo con ternura el rubio dejando su tarro ya vacío sobre la mesa—. Lo bueno es que todos en el pueblo están así, ¡y mira! ¿Qué fue lo que te dije? —Él tenía razón. De forma disimulada y discreta, pero ahí estaba: el Halloween se estaba colando por todos lados, lo cuál se evidenciaba con la hermosa calabaza decorada que habían colocado las chicas en la parte de atrás de la barra—. La magia y la alegría están volviendo a este pueblo.

—Y todo gracias a usted, señor Meliodas.

—No —dijo él con una voz súbitamente más grave y seductora. Le dedicó una intensa mirada, una expresión de orgullo, y pestañeó con lentitud dedicándole una espectacular sonrisa que la derritió por dentro—. Gracias a ti. Esta magia es tuya, ¡y apenas estamos empezando! —Eso era verdad. Pasado el susto de la noche anterior, la joven estaba lista. Lista para continuar su venganza sobre aquellos hombres que habían tratado al pueblo y a ella de forma tan injusta. Inhaló profundo, contempló una vez más los rostros alegres de las personas ahí reunidas, y por fin clavó los ojos en las pupilas esmeraldas del rubio frente a ella.

—Es cierto. Señor Meliodas, ya sé cuál será nuestra próxima víctima, y también sé el castigo que quiero para ella.

—¿En serio? ¡Maravilloso!

—Sí, y esta vez planeo ser más severa. Pero primero... —El cambio en la actitud de la albina fue dramático. Pasó de ser una decidida y feroz vengadora a una chica tímida en solo un segundo, sus mejillas se encendieron con todos los colores del atardecer, pareció encogerse y hacerse pequeña de los nervios. Pero sobre todo, hizo la expresión de quien está a punto de hacerle una propuesta indecente a la persona que ama—. Señor, me gustaría... esta vez, si va a tomar mi magia, me encantaría que lo hiciéramos en un lugar más privado y cómodo. No sé ¿le parecería bien hacerlo en nuestra habitación? —El apuesto hombre se sonrió aún más, y se relamió con auténtica pecaminosidad mientras se la comía con la mirada.

—Pero por supuesto, preciosa. Vamos. El atardecer está a por llegar, y si queremos aprovechar al máximo los poderes que trae la noche, más vale que estemos listos para cuando caiga el sol. —Tomándola de la mano con caballerosidad, el apuesto demonio llevó a su ama escaleras arriba, hasta la última habitación de aquella enorme posada, donde tenían toda la tranquilidad y silencio que requerían para realizar su ritual. "Clic", se escuchó el pestillo de su habitación. "Chiii" el rechinido de la puerta al abrirse. Y por último, "¡Plam!" cuando, de los nervios, la albina la azotó quedando encerrada con el apuesto depredador.

—Lo siento señor, yo... —Pero no tuvo tiempo de decir más. El rubio la había atrapado contra la madera, colocando los brazos a cada lado de su cabeza y, sin siquiera tocarla, se inclinó para inhalar su aroma con lentitud.

—Hueles a deseo, querida mía —dijo el sabio y oscuro mago—. Estás lista para pedir lo que es tuyo. Vamos, dime lo que quieres, yo te complaceré. ¿De qué forma quieres que comencemos esta divertida noche? —El corazón de la albina latía con tanta fuerza que la hacía sentir un martilleo en los oídos, ¿cómo es que se había dado cuenta? ¿Acaso en verdad se notaban tanto las intensas pasiones que le despertaba estar cerca de él?

Porque esa era la verdad. Lo deseaba. Incluso aunque sabía que cada encuentro la hacía menos humana, sabiendo que su unión la condenaría al infierno, Elizabeth anhelaba todo lo suyo, desde el brillo de sus ojos, hasta el sonido de su voz. Y en ese momento, se moría por tener algo más. Justo antes de que el demonio pusiera su mano sobre el primer botón de su vestido, la joven lo detuvo, lista para perder el pudor y la cordura y exigir lo que más anhelaba desde que había despertado en ella el instinto de lujuria.

—Se... señor, no. Hoy quiero...

—¿Mhm?

—Seré yo. —dijo la ojiazul sin dar más explicación.

—Lo siento, pero no te comprendo, ¿qué quieres decir con...? —Todo quedó aclarado con el súbito movimiento que la bruja hizo habiendo reunido su valor: llevó los dedos a la hebilla de su pantalón, la desabrochó a toda prisa con sus temblorosas manos, y luchó desesperada contra la tela para poder quitarle la prenda—. Ya veo... —susurró el rubio con voz de seda, una mezcla de asombro y deleite resonando en su tono—. Entonces, ¿hoy quieres encargarte tú? —La respuesta de la chica fue empujarlo contra la misma pared de madera en la que había intentado acorralarla a ella, y meter ansiosa las manos para acunar en sus palmas su ardiente virilidad—. Calma linda. No hay porqué ir a prisa Después de todo, soy tuyo, así que no hay necesidad de que te apures a tomar lo que quieras.

"Soy tuyo" —resonaron las palabras en la cabeza de Elizabeth—. Sí, mío. —Se auto respondió, y al contemplar nuevamente su firme y musculoso torso desnudo supo que, sin importar el precio no se arrepentía de nada. Estaba llena de hambre y curiosidad sensual, se relamió permitiendo que el hechizo erótico de su demonio cayera una vez más sobre ella y, sabiendo exactamente qué hacer gracias a la magia que rugía en sus venas, fue deslizándose hacia abajo dejando un camino de besos que conducían a su intimidad.

—Aaaaah... —gimió él por lo bajo al sentir un beso travieso sobre su pezón, y ella se sintió tan complacida por ese sonido que decidió darle más. Lamió con ternura la dura y rosada piel, todo sin quitar las manos de su cálido miembro, y el rubio tuvo abrir un poco más las piernas para evitar que el empuje con que ella venía lo derribara. Sus labios rosados siguieron recorriendo la firme superficie de su anatomía y, con cada beso, lograba que el palpitar de su asta incrementara un poco más. Un beso sobre su abdomen, un lengüetazo en su vientre, un chupetón en su cadera derecha y, finalmente, una pequeña y traviesa mordida justo en la sensible zona que precedía a su erección—. Sí... —dijo él en un siseo—. No te contengas linda. Tómame, ¡tómalo todo! —Eso era justo lo que la albina había querido escuchar.

Ya no tenía nada de miedo. Con la certeza total de ser dueña del cuerpo que estaba explorando, la joven quitó las manos del frente y las deslizó por debajo de la tela hasta apresar su firme y redondo trasero. Lo amasó con cierta rudeza, aferrándose a él mientras se ponía definitivamente de rodillas y, lista para enfrentarse al reto que antes le hubiera aterrado... tiró de la prenda hacia abajo, liberando su gruesa virilidad. Apuntaba directamente a su rostro, la altura era perfecta, todo estaba en silencio con excepción de sus gemidos, y la luz del atardecer pintaba tonos rosas por la ventana. Sí, lo haría suyo, y por una vez, podría compensarlo por todo el placer y alegría que ya le había brindado. Se llevó su miembro a los labios, y la reacción de ambos fue tan intensa que soltaron al mismo tiempo un grito estrangulado.

—¡Mmmmmm! —dijo ella con la boca llena. Lágrimas cayeron de su rostro sin entender del todo el porqué, y en cuanto comenzó a chupar, no hubo marcha atrás. Sabía delicioso, por alguna razón la piel tensa le estaba sabiendo a gloria, y comenzó un balanceo hacia atrás y hacia adelante para poder abarcar cada centímetro de su asta. Devoraba aquella largura como si fuera un manjar, sintiendo como endurecía con cada vaivén, pero pese al arranque que estaba teniendo, de algún modo sentía que quería más.

—Que no te de pena linda. Sé que quieres tocarte, ¡hazlo! —Ella obedeció en el acto a su maestro. En medio de ese trance erótico, cerró sus ojos, bajó su propio escote, y comenzó a apretar sus pechos dejándose llevar por el pecado—. ¡Sí! —gritó él con los dientes apretados—. Más... ¡Más Elizabeth! ¡Por favor! —Suplicando. Tenía a su demonio suplicando, y eso la hizo sentir tan poderosa que se dejó ir por completo.

Frotaba sus pechos contra sus rodillas, se aferraba a su trasero como si le fuera la vida en ello, aceleró sus idas y venidas hasta un punto casi frenético. Mientras, él gemía y temblaba sin apenas poder tenerse en pie. Acunó su cabeza para pedirle ir más rápido, comenzó a proyectar las caderas al frente para embestir su boca y, cuando se dio cuenta que aún quería más, tomó en sus puños todo el cabello que había ocultado el rostro de la albina para mirarla hacer aquella obra maestra de masturbación. Sus mejillas sonrosadas, su boca completamente llena, sus ojos azules. Verla a los ojos mientras ella trataba de engullirlo fue...

—¡Gyaaaaah! —Lo hizo. La triunfante bruja por fin había recibido el tan anhelado premio, y sintió como el sabor de su semilla la inundaba infundiéndole una fuerza sobrenatural. Aquel líquido blanco tenía un gusto extraño y delicioso que ella no supo explicar. Era como si se hubiera mezclado el sabor del vino y la leche, de la carne y la fruta, del azúcar y la sangre. No sabía lo que era, pero de cualquier forma, sabía lo que tenía que hacer. Tragó con fruición una, dos, tres veces, y cuando por fin se acabó, lamió la punta de su ahora relajada virilidad.

—Bu... bueno, ya está —dijo ella en un susurro cariñoso—. ¿Qué opina, señor Meliodas? ¿Lo hice bi...? —Lo que pasó a continuación fue más aterrador y hermoso que cualquier otra cosa que hubiera pasado hasta entonces. Tomándola con fuerza por las axilas y tirando de ella para ponerla de pie, el demonio la abrazó por la cintura, le puso una mano por detrás de la nuca... y le dio un apasionado beso en la boca.

¿Por qué? Eso no había pasado la noche anterior, ni tampoco la noche del ritual. Lo estaba haciendo probar su propio sabor, el sabor de la lujuria de ambos, pero eso no era todo lo que había. Aquel beso estaba lleno de un poderoso sentimiento que la bruja no supo identificar, pero al cuál quería entregarse por completo. Le echó los brazos al cuello, permitió que él la inclinara hacia atrás y, cuando a ambos por fin les faltó el aliento, se separaron con algo parecido a un grito. Se quedaron así, jadeando, y tras un minuto en el que pareció que se había detenido el tiempo, por fin sonrieron mientras él la soltaba y se apartaba para arreglar sus ropas.

—Fue espléndido querida. —La bruja aún estaba mareada y confundida, pero completamente complacida por el resultado: las marcas negras sobre la piel de Meliodas brillaban con un resplandor púrpura, y Elizabeth supo que estaban listos para ir por su siguiente víctima.

*

El padre Tarmiel se paseaba de un lado a otro en su lujosa oficina escuchando los extraños rumores que el fraile le contaba, pero pese a su insistencia en que algo misterioso estaba sucediendo en el pueblo y que podía ser que estuviera involucrado, el sacerdote se negaba a aceptar que alguno de los terribles acontecimientos recientes tuviera que ver con él.

—No, no, no, no, no —dijo con su empalagosa y afectada voz—. Lo dicen claramente los textos sagrados, amigo mío: a las brujas no las dejarás vivir. Criaturas así son aberraciones en este mundo, así que, ¿cómo me pide que perdone a esa gitana solo por esos chismes que se cuentan?

—Por favor, tenga compasión excelencia —dijo un apuesto joven pelimagenta con hábito color marrón—. El único crimen de la señorita Derieri fue tratar de liberar a su amiga, ¿qué tan terrible es eso?

—Querido fray Gowther —replicó el padre con su tono de voz extravagante—, es que liberar a la otra bruja no fue su único crimen —Acto seguido detuvo su andar, sacó un pesado volumen del altísimo estante de libros de su biblioteca, y lo abrió en una página donde había un dibujo de una mujer con cola de serpiente—. Las mujeres desde que nacen cargan en su cuerpo el pecado de la lujuria. Esa malhechora no solo nos insulta con sus costumbres paganas y su indecente vida de nómada, ¡se atrevió a seducir a un respetable miembro de nuestra comunidad! —El joven de lentes meneó la cabeza con pesar, y soltó un tremendo suspiro que el otro interpretó como que le había dado la razón.

—Pero Sir Monspeet nunca había sido tan feliz...

—Eso solo es evidencia de que está siendo engañado por el diablo.

—Por favor padre, escuche. Si la piedad no le alcanza para cambiar de idea, tal vez deba considerar la ley. Antes de desaparecer, el juez Sariel dejó firmada una orden donde a la acusada se le retiraban todos los cargos, ¿no anularía eso su veredicto ante la santa inquisición?

—¿Cómo se atreve? —dijo el otro pretendiendo escandalizarse—. Perdonaré ese insulto pensando en que lo dijo por ignorancia. Hermano Gowther, la ley del hombre jamás estará por encima de la ley de Dios, ¡y yo soy su representante! —De nuevo hubo silencio, pero esta vez, el monje decidió lanzarse a por todas con su último intento para hacer que aquel monstruo entrara en razón.

—Pero padre, ¿qué tal si lo que ocurrió en casa del ministro no fue un accidente? ¿Y su desaparición? ¿No ha considerado que tal vez esto esté relacionado a una venganza o...?

—¡Tonterías! —gritó ya harto el fanático religioso—. No haga suposiciones ridículas. Sariel debe estar por ahí, en algún sitio, y lo de su casa fue solo casualidad. Pero incluso si usted tuviera razón y el mismo diablo viniera por mí, ¡yo no tendría nada que temer! ¡Mis palabras son la verdad y mis acciones son la justicia! ¡Usted no puede entenderlo porque sus intenciones con la iglesia nunca fueron puras! Y ahora váyase, si no quiere que al que queme por hereje sea usted. —Derrotado y abatido, el fraile pelimagenta se retiró con andares cansados, sin saber que un par de espías había contemplado todo desde uno de los grandes vitrales de la estancia.

—Así que este es el padre Tarmiel.

—Sí señor Meliodas. Cómo puede ver, es un monstruo retorcido y cruel que piensa que el amor es una aberración. No hay compasión en su biblia ni en su corazón, y su única ambición es destruir a aquellos que son diferentes.

—Siendo así, el castigo que has pensado para él es perfecto, querida mía. —Los dos cómplices se sonrieron con idénticas muecas malvadas pero, antes de comenzar el conjuro, la expresión del rubio se desvaneció para mostrar una muchísimo más dulce—. Liberar a tu amiga va a ser la parte más fácil de esta misión pero, ¿qué sucede con tu amigo el monje? ¿Ya tienes pensado algo para él? —La travesura también se borró completamente del rostro de la albina, quien súbitamente mostró tal tristeza que puso al demonio completamente alerta.

—Oh, señor Meliodas, no creo que haya nada que nosotros podamos hacer para consolarlo. Verá... hace poco, la amada de Gowther murió durante una epidemia y, destrozado, trató de entrar al monasterio para dedicarse a una vida de contemplación. Por eso el padre Tarmiel le dijo que "sus intenciones no habían sido puras" —Un largo suspiro dejó los labios de la albina, que acto seguido tomó la mano del mago para suplicarle lo imposible—. Por favor señor, está cerca el día de brujas, el único momento del año donde el mundo de los muertos se acerca al de los vivos, ¿no habrá alguna posibilidad de que logre traerla, aunque sea unos minutos para que la vea?

—No hace falta. —dijo él con firmeza, y la peliplateada quedó tan impresionada que hasta lo soltó.

—¿Eh?

—Ojos azules, cabello morado, pechos grandes, ¿así es como lucía la amada del monje?

—¡Sí! —Saltó Elizabeth llena de asombro—. ¿Cómo lo supo?

—Porque su fantasma ha estado flotando detrás de él todo el tiempo. Ella no se ha ido, sigue aquí. —Un segundo de silencio, un fuerte maullido de un gato que pasaba junto a ellos, y la bruja soltó tal grito que por poco los descubrieron.

—¡¿Queeeeee?!

—¡Shhhh! Silencio Elizabeth. Te digo que sigue aquí. Por el resplandor que emite se ve que pudo haber ido al cielo, pero se niega a desaparecer de su lado. Su alma es tan poderosa que pareciera que en cualquier momento se hará sólida.

—¡Eso es maravilloso! Entonces, ¿cree que podrá hacer que la vea?

—No. Haré algo mucho mejor —El gatito, que había decidido quedarse, comenzó a restregarse cariñosamente en las piernas de Meliodas permitiendo que este lo cargara mientras lo miraba con ojos brillantes—. Les daré la oportunidad de iniciar una nueva vida

*

Todo estaba en silencio en el monasterio. El padre Dreyfus ya había dado las últimas campanadas, el padre Hendrickson estaba de guardia en las oraciones nocturnas, y el excelentísimo monseñor Tarmiel se encontraba encerrado a cal y canto en su oficina esperando que el alba lo librara de los temores nocturnos que lo acosaban. ¿En verdad habría alguien intentando vengarse de él?

—¡Qué tontería! —dijo fastidiado consigo mismo—. Está escrito, ¡a las brujas no las dejarás vivir!

—Pero la palabra de dios también dice "amarás al prójimo como a ti mismo".

—¡Aaaah! ¿Quién es? —exclamó el padre, buscando con la vista a quien había hablado. Pero estaba solo, no había nadie ahí. Pensando que tal vez eran figuraciones suyas por el cansancio, cerró el libro que leía y echó a andar de nuevo—. Yo no hice nada malo. Lo que hago es para expiar sus pecados, esa es la única manera de salvar sus almas inmortales.

—Tortúrala —dijo una voz siniestra, oscura y grave—. Clava picos en su piel, azótala, ¡haz que pruebe en vida las llamas del infierno!

—¡¿Quién anda ahí?! —Pero de nuevo, nadie contestó. Aterrado, comenzó a guardar sus cosas a toda prisa para ir a su celda, siendo interrumpido de nuevo por la voz joven que había escuchado al principio.

—Perdonar, y olvidar, ¿qué no es ese uno de los preceptos de nuestra orden?

—¿Quién habla? ¿Quién está diciendo esas cosas?

—Tonterías —replicó la voz vieja—. "Los que mueran por mi vivirán, y los que busquen salvar su vida la perderán". Tenemos que matar a la bruja para darle el honor de que entre al cielo, ¡esa es la voluntad divina!

—¿Qué...? —En su búsqueda frenética por la estancia, los ojos del padre habían dado con el reflejo de su silueta en una de las vidrieras de su enorme ventana. Se acercó, sudando frío y al borde de la estupefacción. Cuando miró su rostro elegante rostro de fleco largo y rasgos apuestos, se relajó un poco pensando en que tal vez era la voz de su conciencia. Eso pensó, hasta que...

—¡Yo soy el ángel castigador! —dijo la cabeza de un viejo barbado que flotaba sobre su hombro izquierdo—. ¡Soy la ira de Dios! ¡El que limpia la tierra de las aberraciones que la acosan!

—Yo soy el ángel de la piedad —dijo la cabeza de un muchacho de pelo verde y ojos como eclipse—. ¡Soy el amor de Dios! ¡Vengo a salvarlos a todos de sus pecados y de la oscuridad que los acosa!

—¡¿Quienes son?! ¡¿Qué hacen aquí?! ¡¿Qué es lo que quieren?!

—¿No es obvio? —dijeron las voces a coro—. Somos tú. Venimos a salvarte, y a castigarte por todos tus pecados.

—¡Gyaaaaaaaaaaaaaaah! —Y entonces, la transformación comenzó. Una auténtica aberración surgía mientras al sacerdote le salían tres cabezas y unas alas monstruosas que no alcanzaban para volar. Sus dientes se afilaron, sus ojos se hundieron en sus cuencas y, cuando la transformación terminó, la puerta del estudio se abrió de golpe para dejar pasar a dos sacerdotes con expresión alarmada.

—¡Padre Tarmiel! ¿Qué es lo que...? —Un segundo de absoluto terror, tres de silencio, y al momento siguiente el padre Hendrickson se desmayó mientras Dreyfus tomaba un enorme candelabro para golpear al monstruo.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaah! —Elizabeth no podía contener las lágrimas de risa. Medio monasterio comenzó a perseguir a la aberración por todas partes hasta hacerlo huir de la abadía. Lo siguieron con antorchas y trinches hasta el linde del bosque, y algunos incluso se animaron a continuar para asegurarse de que no escapara. Mientras, los causantes de aquel pandemonio se carcajeaban desde su guarida en el techo.

—¡A ver si le sienta bien ser perseguido del mismo modo en que él ha perseguido brujas!

—Pero, ¿se quedará así señor?

—No —respondió el diablo con la risa a flor de piel—. No es permanente. No nos conviene que se sepa que la magia es real, así que solo mantendrá esa apariencia hasta el primero de noviembre, pero descuida. Incluso si sobrevive a tres días en el bosque sin que lo atrapen, yo te aseguro que las voces en su cabeza harán el resto del trabajo. Nunca jamás volverá a poner un pie aquí. —Simplemente no pudo contenerse. La peliplateada estaba tan agradecida que se lanzó a su pecho para abrazarlo con fuerza y cortarle con ese gesto el aliento.

—Gracias. Mil gracias, señor Meliodas. —Él no dijo nada. Tan solo le correspondió acariciando su cabello al tiempo que cada centímetro de su cuerpo se relajaba en cálida fusión con ella. Un suspiro, una larga mirada... y entonces se puso de pie para cargarla cual novia mientras desplegaba unas magníficas alas negras que parecían cuajadas de estrellas.

—Bueno, vamos allá, que nuestra misión no ha terminado. ¿Dónde está la habitación del monje?

*

Gowther miraba al techo de su celda sin poder dormir, aunque eso no se debía al jaleo que se oía a lo lejos o a la culpa que sentía por no haber podido ayudar a la Derieri. Estaba triste. El rostro de su dulce Nadja flotaba en su mente como un trágico ángel de la guarda, y se preguntó si el padre Tarmiel no habría tenido razón al decirle que sus intenciones al entrar en la iglesia eran impuras.

—Oh Nadja, perdóname.

—No es tu culpa —dijo una celestial voz femenina—. Tú no hiciste nada malo.

—¡¿Nadja?! —Un auténtico milagro estaba pasando. Flotando hacia él desde la ventana, una gran esfera de luz se manifestó y fue tomando forma hasta que adoptó la silueta de una bella joven de cabello morado y ojos azules.

—Amor mío, tú hiciste lo que podías —Era obvio que no hablaba solo de la gitana, sino de los esfuerzos que el monje había hecho para acompañarla en su enfermedad. Lágrimas corrían por el rostro del pelimagenta, quien no se movió mientras la veía flotar hasta quedar encima suyo—. Yo soy la que debe pedir perdón. Hiciste todo lo que pudiste para que fuera al cielo, pero yo insistí en quedarme contigo.

—¿Has estado aquí todo el tiempo? —Ella pareció avergonzada, y un tenue rubor de pálida luz rosa se acentuó en sus mejillas.

—Sí. Discúlpame. Sé que ahora quieres convertirte en monje, y mi presencia te estorba para...

—¡Y un cuerno con eso! —gritó exultante con una sonrisa, estirando sus dedos para alcanzarla—. ¡Yo lo único que quiero es a ti! —La pelimorada sonrió radiante al escucharlo decir eso, y dejó que un par de lágrimas gotearan sobre él—. ¿Vienes a llevarme al otro mundo?

—No cariño. Vine a ofrecerte una decisión —dijo aquella belleza poniéndose súbitamente seria—. Un poderoso mago me dijo que a partir de aquí puedo ir al cielo, o regresar. Podría tener la oportunidad de una nueva vida contigo, es solo que... si vuelvo, no sería completamente humana.

—¡No importa! —exclamó el chico de anteojos a punto de tener un infarto de alegría—. ¡Te amaré sin importar la forma que tomes! ¡Y me dedicaré a tí en cuerpo y alma! —La sonrisa de Nadja se tornó tan resplandeciente como la de una santa, y entonces asintió para luego mirar al techo y exclamar con voz potente.

—¡Señor Meliodas! Yo también lo deseo. Por favor, ¡conviértame en eso para que pueda volver con mi querido Gowther! —Todo su cuerpo se disolvió en un intenso brillo rosa, y esa luz fue introduciéndose a la pequeña figura que había sido el origen de aquella aparición. Lo que flotaba por encima del monje era un gato, que recibió todo aquel poder mientras resplandecía más y más, y entonces...

¡PUFF!

—¡Aaaay! —La bellísima joven pelimorada cayó sobre su amado aplastando su cara con sus enormes pechos. Sus orejas puntiagudas se movieron al escucharlo gemir, y su cola peluda se balanceó de un lado a otro por la alegría de tenerlo de nuevo entre sus brazos.

—¡Amada mía!

—¡Querido Gowther! ¡Nyaaaah! —Pasó lo que tenía que pasar cuando dos amantes separados se reencuentran.

—¡Cielos! —dijo impactado su benefactor—. ¿Qué no era un monje? ¿Dónde rayos aprendió esos movimientos de cadera? —Meliodas se rió mientras veía como el pelimagenta disfrutaba del nuevo cuerpo de su mujer en un arranque de pasión digno de un demonio. Ahora ella era un gato mágico, un ser vivo, corpóreo, sólido y real. Y él definitivamente ya no sería un religioso célibe y casto—. Creo que ese aspirante a monje no hará sus votos.

Besos, caricias, arañazos y mordidas. La dulce felina estaba en celo, y Gowther aprovechó cada segundo de su circunstancia embistiéndola mientras ella maullaba dichosa en su postura a cuatro patas. Se le montó encima para cabalgarlo, lamió su cuerpo hasta dejarle la piel sensible, y se restregó contra su amado hasta volverlo loco de excitación. La bruja y su diablo se voltearon, dejando en paz a la feliz pareja que estaba en el éxtasis de su pasión.

—¿Ellos también pasarán así el resto de la noche? —preguntó Elizabeth de espaldas a la escena y con el rostro como una fresa.

—Más bien toda la vida. —Se rió él.

—¿Y no hay peligro de que los descubran?

—No. Nadja puede volver a su forma animal a voluntad así que, incluso si alguien va a verlos, lo único que encontrarán será a un fraile con su gato. Bueno, un ex fraile —Más risas, una mirada cómplice, y ambos suspiraron satisfechos por lo que habían hecho—. Bueno, solo falta una cosa para completar la misión. Rápido, vamos a liberar a tu amiga, las celdas deben estar en...

¡BOOM!

Una espectacular explosión se escuchó en la zona más alejada del convento, donde tenían a los prisioneros, y altas llamas carmesí se elevaron en la noche mientras los monjes trataban de apagarlas. Se estaba dando la fuga masiva de los que habían sido atrapados por la inquisición y, a la cabeza de todos ellos, iban Derieri y Monspeet tomados de la mano y huyendo hacia la libertad. Elizabeth se había asustado tanto que no pudo moverse, y al voltearse y ver la expresión de Meliodas, comenzó a temblar. Su aura era tan poderosa y siniestra, que era obvio que lo que contemplaban sus ojos lo inquietaba profundamente.

—No fuimos nosotros —susurró Elizabeth mientras veía como idénticas llamas devoraban una capilla y lo que probablemente había sido el cuarto del Tarmiel—. ¿Cree que haya sido el señor Monspeet? El sabe mucho de pólvora y...

—No. No fue él.

—¿Por qué lo dice?

—Porque esas son llamas sobrenaturales, un humano común y corriente no podría hacerlas.

—Pero, ¿qué significa esto?

—Significa... —dijo él con una sonrisa de lado—. Que hay otra bruja en el pueblo. Y creo que tendremos que seguir a tu amiga Derieri para preguntarle qué carajo está pasando aquí. 

***

Buajajaja *w* El misterio, la intriga, ¡el lemon! XD ¿Qué opinan cocoamigos? ¿Les gustó el castigo para el sacerdote malvado? ¿A alguien más le sacó una lagrimita el reencuentro de Gowther y Nadja? Y uff, la cosa está que arde entre Meliodas y Eli <3 Sip, este maratón va muy bien :D Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que es cierta la frase "a las brujas no dejarás vivir" sacada de una biblia medieval? Esa cruel declaración fue la base de muchas cacerías, e incluso había un manual para localizarlas llamado "El martillo de las brujas". Por eso, la verdad es que disfrute haber escrito el castigo de Tarmiel, ¡Eli es tan perversa como yo! XD

Bueno, hablando de disfrutar, ¿qué les parece si vamos al karaoke de hoy? ^3^ Para esta ocasión elegí una canción bien viejita y divertida, yo cada que la escucho no puedo dejar de sonreír, ¡e incluso pienso disfrazarme como un personaje de esta familia! A que saben de quién estoy hablando ^3^

https://youtu.be/25jdYZiFAJs




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