6 La hipocresía del alcalde

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Hola a todos, aquí Coco, quien ya está lista *w* Lista para una de las mejores fiestas del año, ¡síiiiii! XD No importa si celebras Halloween, o el Día de los Muertos, ¡o ambos! Todos sabemos que las puertas al más allá se abre, es tiempo para jugar y disfrutar, ¡y las personas traviesas lo sabemos muy bien! ^3^ Y ya sea que pidan "deme para mi calaverita" o "dulce o truco", de cualquier forma su servidora está lista para darles lo que piden con una nueva ración de mi especial de octubre. 

Espero que les esté gustando mucho, a mi me ha encantado hacerlo, y cuéntenme: ¿qué otros planes tienen para mañana y pasado mañana? ¿Saldrán, fiesta, maratón de películas, algo más? ¡Compartan la magia y la emoción! ^w^ y por supuesto, disfruten de este nuevo episodio. Ya saben qué hacer, ¡buajajajaja! <3 

***

—Sí. —Lo seguiría. Lo acompañaría hasta el fin del mundo, al más allá, al infierno. No importaba el lugar si estaba con él. Casi flotando, como entre nubes y sueños, él la llevó a una carpa roja con dibujos de lunas y soles, iluminada tenuemente con velas y adornada con cristales y cuentas en el techo. En cuanto la pesada tela de la entrada se cerró, fue como si ellos se hubieran quedado solos en el mundo. El silencio solo era interrumpido por trinos de pájaros y una lejana flauta, sus fosas nasales estaban inundadas con aroma a pino y a la esencia varonil de él, lo único que sus ojos podían ver eran sus gentiles facciones, y su sentido del tacto estaba completamente saturado por la cercanía de su cuerpo, su calor y firme tibieza.

—Estás cansada —dijo haciendo que se tendiera con suavidad entre cobijas y almohadas en el suelo—. Hoy, yo me encargo de todo.

—Espera... —gimió ella. Pero él ya había empezado, y no había marcha atrás. La desvistió con lentitud, casi con ternura, dejando besos húmedos sobre su pálida piel mientras soltaba gemidos de deleite. Al dejarla como vino al mundo, se separó de ella un instante para hacer igual consigo mismo, y al quedar ambos cuál Adán y Eva, comenzó con las caricias que la enviaban tanto al averno como al paraíso—. Ahhh... ¡Aaaahhhh!

—Elizabeth... —Los labios sobre su pezón eran tan dulces y tiernos como los de un niño al que estuviera amamantando, pero el hambre con que eran comidos pertenecía a un hombre que sentía una gran pasión por ella. Sus manos de elegantes dedos la recorrieron desde la punta de sus cabellos hasta el último de los dedos de sus pies, y cuando estos aferraron sus rodillas para abrirle las piernas, ella descubrió que era incapaz de ofrecer ninguna resistencia—. Tu aroma me enloquece, Elizabeth. Quiero tener tu sabor en mi boca, quiero devorarte una vez más...

—Meliodas... —Era extraño. Aquella era la postura en que la había tomado por primera vez y, sin embargo, todo le parecía diferente. ¿Qué era aquel sentimiento tan fuerte que había surgido entre los dos? ¿En verdad existía? ¿O solo era un dulce truco de magia del día de brujas? ¿Él también lo sentía, o solo estaba en la imaginación de ella? De todas aquellas preguntas, solo la última fue contestada—. ¡Kyaaaaah! —gritó la albina al sentir como se corría y sus jugos explotaban en la boca del rubio, que se relamió con glotonería gimiendo, jadeando y mirándola de una forma que la hizo estremecerse. La miraba como a una diosa, su expresión de adoración era igual a la forma en que ella lo había estado mirando los últimos días.

—Eli... más... ¡Más por favor! —Arrastrándose sobre su cuerpo para quedar encima, se colocó entre sus piernas mientras besaba su frente e inhalaba el aroma de su cabello—. No es suficiente. Quiero más, ¡lo quiero todo de ti!

—Uhmmm... —Esta vez entró en ella de modo más suave, y cuando empezó a ondular las caderas, fue como si ambos estuvieran en el agua.

Su largura tocaba su fondo, lo acariciaba, lo encendía y dejaba ardiendo al momento de retirarse. Su grosor la hacía sentirse llena y completa, el palpitar en ambos los hacía estremecerse de forma sincronizada. Nuevamente alcanzó el éxtasis, y cuando creía que con eso sería suficiente para empezar su misión, sintió cómo él la abrazaba por la espalda, acostándose a su lado como harían dos esposos que llevan juntos muchos años. Volvió a penetrarla una vez más, y está vez, cada golpe de cadera fue acompañado de besos en su espalda, cuello, boca y cara. La mano sobre su pecho, su barbilla sobre su hombro, su virilidad dentro de su sexo. Le pareció que así era exactamente como debía ser, ese era el orden natural de las cosas. Cuando el rubio vertió su semilla en ella, ya no fue solo oscuridad lo que la colmó. Fue como si su interior hubiera sido llenado de estrellas, como si la oscuridad de la noche y la vía láctea se le hubieran metido dentro. Cuando recobró la conciencia y se encontró mirándolo, este nuevamente le sonreía como un demonio.

—¿Estás lista para castigar al próximo criminal?

—Sí —dijo la peli plateada sonriendo aún más que él—. Pero señor Meliodas, ¿qué pasa con la otra bruja? Esa misteriosa mujer que controla el fuego con las manos.

—No nos preocupemos. Si quien yo creo está detrás de esto, serán ellos quienes nos encuentren a nosotros. Ahora, ¿quién es nuestra próxima víctima?

*

El excelentísimo alcalde Ludociel se encontraba en su despacho con todos los testigos de los extraños sucesos recientes frente a él, sin saber qué decir o cómo tomar lo sucedido. Sariel y Tarmiel habían desaparecido, todos en el pueblo estaban actuando extraño. Como él había temido: la maldición de la bruja había traído la indecencia y malicia a sus tierras, e infectaba con ellas lo que él consideraba sus dominios. Pero no lo permitiría. Todo había sido culpa de aquella impía seductora que había cautivado a su hermano menor, y él no dejaría que todo lo que había construido con años de conspiración y planes fuera echado a perder por una patética niña del campo.

—Se lo ruego señor —decía el recién recuperado padre Hendrickson—. Lo mejor será que se vaya. Quién sabe qué oscuros poderes están detrás de todo esto...

—Tonterías —Se burló él—. ¿Acaso pretende que abandone el pueblo antes de que mi hermano regrese de su viaje? Además, ¿cómo podría abandonar a la gente cuando más necesita mi guía? ¡Todo el mundo está perdiendo la decencia! ¿No es así, señorita Margaret? —Una hermosa joven de largo pelo violeta y ojos marrones lo miraba tratando de disimular su desagrado, pero como sabía que su seguridad peligraba si no le respondía, afirmó con la cabeza y retrocedió haciendo una reverencia.

—Sí señor, es como usted dice. —Y un cuerno. Ese amor de hermano no era más que una obsesión por afirmar la superioridad de su sangre, su famosa guía no era más que represión, y a lo que él llamaba indecencia no era otra cosa que el pueblo tratando de celebrar la tradicional fiesta de Halloween que no habían tenido en años. Solo trataban de recuperar la felicidad que ellos les habían robado. La hija del anterior patriarca soltó un suspiro y, al ver que el sacerdote no estaba teniendo éxito en persuadirlo, salió al quite para ver si con eso lograban que dejara el lugar.

—De cualquier forma eminencia, debería tomar en cuenta la posibilidad de que alguien esté planeando algo contra usted. Si yo estuviera en su lugar, comenzaría una investigación mientras permite que el pueblo celebre con normali...

—¿Insinúas que alguien podría estar tratando de vengarse de mí, querida? ¿Y eso por qué sería? —Tanto el padre como la joven retrocedieron alarmados, pues pese al tono amable y sereno de su voz, ambos sabían que un solo paso en falso podía acarrearles un encarcelamiento o un aumento en los impuestos. Sin embargo, había entre ellos una personita tan desesperada que ya no le importó declarar todas las injusticias que ese hombre había cometido.

—¡Por muchos motivos! —rugió la pequeña rubia de ojos ámbar que también estaba en la audiencia—. Para comenzar, ser testigo en el juicio contra nuestra sanadora, una pobre chica cuyo único crimen fue decirle "no" a Mael —Los otros dos personajes empalidecieron de miedo al verla, pero ella ya estaba en un arranque, y no paró al decirle sus verdades—. ¿Y qué me dice de negarme la medicina para los pobres? La última epidemia se los ha llevado casi a todos. Ni hablemos de los impuestos. ¿Y qué hay de las trabas que ha puesto a todos esos matrimonios? ¿La gente a la que persigue por ser diferente? Señor Ludociel, yo que usted tendría mucho miedo de que alguien quisiera una venganza. Así que se lo digo, por su propio bien y el nuestro, ¡deje este lugar!

—¡Insolente bestiecilla! —gritó una mujer a las espaldas del alcalde—. ¡¿Cómo te atreves a hablarle así lord Ludociel?!

—¡Kyaaaah! —Antes de que nadie pudiera detenerla, la voluptuosa mujer de pelo rosa había abofeteado a la rubia, quien cayó al piso en un nudo de faldas, para luego ser levantada por Margaret y Hendrickson.

—Tranquila Nerobasta —dijo el aludido, aunque se veía que estaba complacido ante aquellas reacciones. Luego posó su fría mirada en la joven, y replicó a su crítica con paciencia—. Señorita Elaine, me temo que usted no está en autoridad moral para reclamar nada de eso. Le explicaré: no tiene derecho a defender a la acusada, porque aún sospechamos que usted la ayudó a escapar. No tiene derecho a reclamar medicina, porque los "pobres" que quiere curar se limitan a uno, ese ladronzuelo de quien sospecho usted está enamorada. Eso de impedir matrimonios también es por su bien, ¿cómo cree que reaccionaría la sociedad si permitiera que una chica de buena familia se casara con un pelagatos?, ¿o un noble con una gitana?, ¿o un religioso con una cualquiera? ¡Es inmoral! —Todo quedó en silencio tras esas palabras, y a la pobre no le quedó más que hacer pucheros de frustración y coraje—. Y hablando de impuestos, usted está atrasada, ¿no es así? —La joven palideció hasta la raíz, temerosa de que aquel monstruo estuviera insinuando que pensaba quitarle las monedas con las que compraba la medicina para su amante.

—No... no por mucho señor. No volverá a pasar.

—¡Excelente! —respondió él con una sonrisa siniestra—. Ahora, si me disculpan, tengo asuntos que atender con mi sirvienta. Y respecto a su petición, señorita Margaret, la respuesta es no. Este pueblo no celebrará algo tan vulgar e indecente como el Halloween. Ahora, vayan a apagar esas horribles farolas, que en octubre no se festeja nada. —Todos con excepción de la pelirosa salieron de la desastrosa audiencia mientras, agazapados en la ventana, el diablo y la bruja miraban a su siguiente víctima con ojos furiosos.

—¿Estás segura de que solo quieres "eso" de castigo para él, Elizabeth?

—Sí señor Meliodas.

—¿Sin transformaciones, ni voces, ni dolor?

—No señor. Él ya es lo suficientemente monstruoso sin necesidad de que lo cambiemos. Es un hombre perverso, cruel, ¡hipócrita! Si lo que escuché tras la puerta aquella vez que estuve en su casa se repite hoy, la vergüenza que recibirá será suficiente castigo.

—Muy bien —dijo el rubio besando sus nudillos. Acto seguido chascó los dedos y, con una sonrisa malévola, tomó a su bruja en brazos para desplegar sus alas negras e irse al tejado de la casa de enfrente a sentarse—. Ya está. Ahora disfrutemos del espectáculo.

*

Estaban dando las campanadas de las nueve, y el alcalde aún se encontraba firmando recibos con su estirada postura y expresión pomposa. Mientras, su sirvienta le servía té, le pasaba papel, limpiaba la instancia, pero pese a que parecía que no estaba ocurriendo nada malo, los dos cómplices se lanzaban unas miradas inquietantes que no tenía nada que ver con el trabajo.

—Nerobasta, ¿ya terminaste los deberes?

—Sí señor. Todo está en orden y limpio, como le gusta.

—Bien. ¿Y ya te aseguraste de haber cerrado todo con llave?

—Todo está guardado y no hay nadie más en la casa.

—Bien, bien. ¿Ya hiciste tus oraciones y leíste de nuevo el Manual de la Buena Moral?

—Lo hice, eminencia —dijo la sirvienta con un extraño jadeo—. El mundo entero sabe que usted y yo somos las personas más respetables del lugar, nadie podrá ver otra cosa.

—Perfecto —respondió él dejando definitivamente la pluma y entrelazando los dedos sobre su escritorio—. Una última pregunta entonces... —Un feo rubor había subido a las mejillas de la mojigata, cuyo vestido de cuello alto estaba súbitamente apretándole. Por fin estaba a punto de escuchar la cuestión que en verdad quería—. Nerobasta, ¿traes tu disfraz de cerdita?

—¡Sí señor! —Era la cosa más grotesca, extraña, ridícula y escandalosa que el pueblo hubiera visto o vería jamás.

La estirada, moralista y frígida sirvienta personal del alcalde de pronto había dejado sus modales puritanos para desvestirse y ponerse un disfraz de cuero que prácticamente no le tapaba nada. Cintas de la carne del animal que estaba imitando cubrían las zonas más apetitosas de su cuerpo, orejas salían de su cabeza, una cola enroscada rebotaba en su trasero, e incluso se había comprado una máscara para tener una nariz y un morro iguales a los del rosado animal. Mientras, el recto, intachable y respetable alcalde había sacado una fusta de cuero con la que golpeaba su enorme trasero, deleitándose con el sonido de látigo que producía. Pero no había ninguna magia en ellos dos, ni conjuro, ni manipulación alguna: lo que estaba pasando no era más que su diversión de cada sábado, cuando se encerraban a solas para poder realizar todas las indecencias que ninguno se permitía en público. El serenísimo alcalde, que se escandalizaba si veía una pareja abrazándose en la calle, apretaba sin piedad los enormes pechos de su sirvienta, una mujer que, además, estaba casada con uno de sus amigos.

—Pareces una vaca, ¿qué te parece si la próxima vez te vistes con manchas?

—Muuu... —gimió ella imitando al animal—, ¡muuuuuh!

—¡A callar! —Un nuevo latigazo, y además, el puritano caballero le metió la fusta por uno de sus agujeros expuestos—. Ya estás muy mojada, ¡eres una cerdita!

—¡Oink!

—¡Cerdita!

—¡Oink!

—¡Cerdita! ¡A los cerdos salvajes hay que domarlos! —Y entonces, con su crucifijo rebotándole en el pecho y llevando aún sus elegantes ropas de ministro, el pelinegro se puso a "montar el cerdo" mientras esta gemía y hacía caras lascivas. Hicieron de todo. Sacaron el oro de los impuestos y se revolcaron en él, bebieron alcohol hasta hartarse, y siguieron fornicando de forma ruidosa y tremendamente blasfema.

—Oh por las diosas, ¡son aún peor de lo que pensé! —dijo Elizabeth mientras su adorado rubio se desternillaba de la risa ante el grotesco espectáculo.

—Tenías razón querida, ¡este será el castigo perfecto! —Ellos no eran los únicos que contemplaban la escena.

La venganza que la bruja había elegido consistía en revelar a aquel tremendo hipócrita y su amante ante todos, y como su casa estaba justo en la plaza central del pueblo, se lo había dejado en bandeja de plata. Su castigo fue hacer que la pared se volviera transparente. Era como si no estuviera, podía verse la escena completa a través de un muro que se había vuelto invisible, y ahora, cada transeúnte que pasaba podía ver al alcalde montando su cerda mientras decía y hacía toda sarta de imbecilidades. Como estaban en el segundo piso, la luz y la altura era la ideal para exhibir a aquellos dos, y ninguno se daba cuenta de lo que pasaba. Ellos sí podían ver la pared desde el interior, creían que lo que los rodeaba eran muros sólidos así que, sin importarles nada más, siguieron con sus destrampes mientras más y más personas se reunían en la plaza para reírse de ellos.

—Oh por favor, ¡déjame hacerlo ahora Elizabeth!

—Está bien —dijo ella, ya sin poder contener la risa tampoco—. ¡Adelante! —Una carcajada maníaca, dos chasquidos de los dedos, ¡y voilá! Justo cuando el pelinegro tenía más enterrado el pene en su amante y la embestía sin control mientras ella tenía la lengua de fuera, el hechizo de Meliodas se completó, y el muro desapareció definitivamente para mostrar a los indecentes amantes en plena faena.

—¡¿Pero qué...?! ¡Noooooooo! —No había forma de escaparse. Ellos mismos se habían asegurado de cerrar todo con candados, y ahora, mostraban sus traseros a la gente tratando taparse "la indecencia" y corriendo como gallinas sin cabeza por todas partes. Su ropa había desaparecido "por arte de magia", y ahora, lo único que los cubría eran las risas y carcajadas burlonas de los cientos de personas que habían visto su idilio. Agarrado infraganti con "las manos en el cerdo", el ahora ex alcalde soltó un grito de terror mientras daba un mal paso y caía desde el segundo piso de su casa hasta una carreta de estiércol que pasaba por ahí. Cubierto de la misma porquería que su moral, suplicó al conductor de la carreta que lo sacará de ahí mientras lloraba de rabia y humillación. Nunca volvería a aparecerse en el pueblo, y su amante, la cual lo siguió corriendo semidesnuda por el camino lleno de barro, descubriría al escapar que la retorcida cola de cerdito se había vuelto real, y que la llevaría para siempre como recuerdo de su hipocresía.

—Bien, hecho está —La albina no podía estar más contenta. Se abrazó al cuerpo de su mejor amigo mientras se esforzaba por dejar de reír, y dejó que este la manoseara a su antojo mientras ponía una adorable cara juguetona—. Muchas gracias, señor Meliodas. Ahora, ¿por qué no vamos a...?

—Aún no querida. Espera un momento por favor, que si mis cálculos son correctos, tu amiga debería manifestarse de un momento a otro.

—¿La otra bruja? Señor, ¿cree que ella también quisiera vengarse del alcalde? ¿Cree que vaya a...?

Pero antes de que terminara la frase, un prodigio se manifestó en todo el pueblo, y fue tan hermoso que, en vez de asustarse, los aldeanos lo tomaron como un milagro: todas las farolas que el alcalde había prohibido encender se prendieron al mismo tiempo, cientos de cálidas linternas de colores dorados y naranjas. Cada rincón del lugar destelló como si estuviera cubierto de oro y rubíes, las sonrientes calabazas parecieron reír alumbradas por velas en su interior. En un segundo, toda la oscuridad y frío de un octubre sin Halloween se desvaneció para dar paso a las llamas mágicas que se encendieron en aquella noche tan especial. Sin embargo, la causante aún no quiso mostrarse ante ellos dos. Lo único que Meliodas y Elizabeth pudieron percibir de ella fue una risita juguetona, así como la silueta de dos personas que desaparecían por uno de los callejones.

—¿Los seguimos señor?

—No hará falta. De una cosa podemos estar seguros: ella quiere vengarse de las mismas personas que tú, y siendo así, tarde o temprano nos encontraremos. No, lo que en verdad urge es ir a ver a Ban. Verás como esta se convierte en la mejor luna llena de su vida.

*

—No es tu culpa —susurraba el enfermo en su lecho—. Tú no hiciste nada malo, Elaine —Un joven alto y guapo, pálido, con ojos carmesí y sonrisa astuta consolaba a la misma chica menuda que se le había enfrentado al alcalde unas horas antes. Si tan solo su amiga Eli no hubiera desaparecido, si tan solo el doctor del pueblo no fuera tan malvado, tal vez habría podido salvar a Ban de su enfermedad. Sin embargo, él no le recriminaba nada. Acariciaba su mejilla con adoración, y trataba de hacerla sonreír instándola a que continuara su relato—. Vamos, no pasa nada. ¿Por qué no mejor me cuentas otra vez esa parte donde el tarado salta con el trasero al aire sobre el carro de estiércol? —Lo había conseguido. Su amado pillo siempre había logrado hacerla sonreír, y ahora, las lágrimas de tristeza se mezclaban con las de felicidad.

—Oh, Ban, si tan solo pudieras ver el pueblo. Es hermoso, como un cuento de hadas, parece que el Halloween y la fiesta de la cosecha finalmente han vuelto. Mataría por comer un poco de tu famoso dulce de calabaza en ese momento, ¡estoy tan contenta que hasta me pondría a bailar!

—Es maravilloso linda. Quien sabe, tal vez si ocurre otro milagro, yo podré levantarme de este sitio para bailar una vez más con mi bella mujer. —Eso era imposible. Elaine lo sabía y, sin embargo... en ese momento decidió inclinarse para besar con pasión a su amante, y aferrar sus manos con fuerza, como si así pudiera atarlo a la vida.

—Quizás el próximo otoño. —susurró con ternura, sabiendo que él no viviría tanto.

—Sí, quizá —dijo el albino sintiendo los párpados pesados, pero sin perder la fe—. Elaine, ve a casa. Yo estaré bien, te prometo que aguantaré otra noche. Y si alguien más hizo dulce de calabaza, guárdame un poco por favor.

—Claro —respondió la joven con voz temblorosa—. Lo haré. Descansa, amor mío. —Y dejando un beso en las débiles manos de su enamorado, salió lo más rápido que pudo para que él no viera sus lágrimas. La luna llena se alzaba en lo alto, iluminando su lecho desde la ventana del cuarto, y Ban deseó que no brillara tanto, pues estaba tan luminosa que no lo dejaba dormir. Dejó que sus pensamientos divagaran, mezclando ideas sobre linternas y el resplandeciente astro, cuando su enorme valor le flaqueó y las lágrimas que no le había visto a su mujer terminaron cayendo de sus ojos.

—Por favor... —suplicó a la luna—. Una vez más. Daría lo que fuera por levantarme de aquí una vez más, por bailar con ella. Daría mi vida por pasar una noche en el lecho de Elaine. Por favor... por favor...

—Así que darías tu vida, ¿eh? —De haber estado más fuerte, el peliplateado se hubiera levantado de un salto con los ojos clavados en la oscuridad de donde había salido aquella voz de ultratumba—. ¿Estás seguro? ¿Por amor darías lo que fuera?

—¡¿Quién está ahí?!

*

La casa de Elaine era la más apartada del pueblo. Era necesario, puesto que su terreno antecedía a una bella huerta llena de frutas, árboles y plantas medicinales, que antaño solía recoger con Elizabeth, y donde había encontrado a su amado ladronzuelo robandole patatas y tomates. Un frío otoño, su corazón fue calentado con su inmensa amabilidad y alegría, y en vez de robar comida de sus campos, el joven terminó por robarle el corazón. Por él comenzó a hacer amistad con pobres y gitanos, por él decidió ayudar en el hospital y la iglesia para atender a los pobres. Por él, había conocido lo que era el amor. Y ahora, estaba por perderlo para siempre. La joven, presa de un terrible insomnio, salió a su jardín para mirar la luna llena tratando de consolarse, y se dejó llevar por el susurro del viento en una caminata casi hipnótica que la hizo atravesar su campo e internarse en el bosque. Volvió de golpe a la realidad cuando escuchó cómo su fiel perro ladraba a la distancia.

—Oslow, ¿qué...? —Escuchó graznar un par de cuervos por encima de su cabeza, el viento se alzó con violencia a su alrededor rodeándola de hojas que le impedían ver y, de pronto, un poderoso presentimiento se instaló en su pecho: algo había clavado la mirada en ella. Tenía miedo, debía huir, tenía la sensación de que "eso" entre los árboles la observaba con la intención de comérsela. Cayó al piso temblando de terror, y al escuchar el largo y poderoso aullido de la criatura sobrenatural que la deseaba, soltó un grito con todas sus fuerzas.

—¡AAAAAAAUUUUUUUUUUUUUUUH! —Un lobo.

Corrió por su vida, tratando de alejarse de esa respiración jadeante y ansiosa, y ya estaba a punto de salir de los árboles, cuando el depredador saltó sobre ella y la atrapó. El bosque entero guardó silencio mientras Elaine contemplaba las enormes fauces de largos colmillos que babeaban por encima de su cara, los ojos brillantes, el hocico peludo y las musculosas patas del ser que la había apresado entre sus garras. Sin embargo, algo no encajaba. ¿Por qué no la había mordido ya? La bestia le olfateaba el cuello, sentía su cálido aliento a solo unos centímetros de su yugular. Entonces, el animal movió su cabeza de lado para clavar la mirada en ella, y la rubia creyó volverse loca al reconocer un brillo familiar en él. Aún temerosa, la joven alzó lentamente una de sus manos para apresar un puñado de suave pelaje plateado entre sus dedos. El animal soltó una especie de ronroneo grave ante su caricia y, animada por ese gesto amistoso, la rubiecita decidió mirarlo de frente. Se encontró con unos salvajes, dulces y bellísimos ojos color rojo fresa.

—No puede ser. ¡¿Ban?! —En el mismo momento en que lo dijo, una transformación prodigiosa se dio ante sus ojos: el pelaje se cayó a gran velocidad, las formas del animal se fueron haciendo humanas, los colmillos dieron paso a una sonrisa de dientes blanquísimos, y al concluir el cambio, tenía a su amante desnudo sobre ella en medio del campo.

—Hola Elaine. Yo...

—¡Ban! —La rubia lo abrazó con tanta fuerza que por un momento lo asfixió, y el nuevo hombre lobo quedó tan asombrado que no supo cómo reaccionar. Porque eso era en lo que se había convertido, un hombre lobo. Sin embargo, su amada estaba tan feliz de tenerlo vivo y sano entre sus brazos que no le importaba nada más—. Ban... Ban...

—Sí amor mío, soy yo —dijo él correspondiendo finalmente el abrazo—. Sabía que me reconocerías, lo mismo me dijo el jefe pero... uff, por un momento pensé que no. Lamento tanto haberte dado este susto, estarás aterrada con todo esto. Sé que tengo mucho que explicar, y que todo esto parece imposible pero... —Su explicación fue interrumpida por un apasionado beso de la rubia, que se soltó a llorar de lo absolutamente dichosa que se sentía.

—¡No me importa nada! Ni en lo que te has convertido, ni en si es brujería, ni en sí es un milagro de los cielos. Lo único que sé es que a partir de esta noche quiero pertenecerte para siempre. Vamos amor mío, ¡tómame! —Aquella belleza se convirtió en un deleite para los sentidos super desarrollados del joven licántropo. Sus oídos escuchaban el palpitar de su corazón, su nariz podía percibir la excitación que emanaba de ella, casi podía saborear su piel solo con abrir la boca, y sus ojos captaban cada detalle de la ruborizada y ansiosa cara de su novia.

—Elaine... ¡Elaine! —Súbitamente, la joven recordó cierta página de un libro de historia que le había regalado su hermano. En la época romana, los campesinos solían hacer el amor sobre sus campos de cultivo como un ritual para traer fertilidad a la tierra. Pues bien, teniendo al amor de su vida entre sus manos, planeaba llevar dicho ritual a la práctica hasta que la luna se fuera.

—Aaaahhh... Aaahhh... ¡Aaaaaaah! —Besos, mordiscos, arañazos, ella resultó ser incluso más violenta que él, y cuando Ban por fin la penetró, la dulce rubia soltó un grito similar al de una loba en celo. Se follaron con total salvajismo, como animales, como dos enamorados que saben que tiene un largo futuro por delante. De frente como futuros esposos, a cuatro patas como lobos auténticos, y todas las otras posturas que no habrían podido en una cama pequeña. Sin saberlo, su nueva vida iniciaba haciendo el amor bajo la luna llena en vísperas del día de Halloween. Mientras, en el pueblo, la bruja y el demonio que los habían salvado bailaban en la plaza del pueblo entre calabazas y sonrisas, esperando a que llegara el día siguiente y pudieran empezar la última venganza.  

***

Me morí :'D El romance, la magia, ¡la cola de cerdito de Nerobasta! Jajajajajajajoxjnsijcna (se ahoga por la risa). Espero que les haya gustado mucho, que yo ame escribirlo, y me deleito con sus comentarios y reacciones, fufufu ^w^ Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que por poco Ban termina de gato y Nadja de mujer lobo? Solo sabía que quería que uno de ellos estuviera muerto y el otro mortalmente enfermo, pero al final, decidí cambiarlo por dos motivos. Primero, ¡Ban es mucho más sexy como hombre lobo! >///< Y segundo, ¡Ban es mucho más sexy como hombre lobo! Jajajajoasuncibxsai 

Y ahora, es momento de nuestro Karaoke UwU Este también es un clásico de las fiestas de Halloween americanas, música vieja para estas fechas escalofriantemente divertida. Sin embargo, también les ofrezco un reto para ganar puntos extra *w* Voy a poner una canción diferente abajo de la que les digo, es un tema de una de mis películas favoritas. El que lo cante en inglés o en español no solo recibirá puntos extra, ¡sino una mención honorífica en mi obra El cadáver del amor! <3 Ya saben qué hacer ^3^ Nos vemos en la siguiente página.

https://www.youtube.com/watch?v=KJSM1tv_N8A

[Y ahora, el reto extra *w*]

https://www.youtube.com/watch?v=j4p9WKnDQzQ

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