7 El mal del doctor

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El mal se acerca, ¡más terrible y tenebroso que nunca! Buajajajaja...

***

El día había llegado. Era una mañana de Halloween esplendorosa, y Elizabeth contemplaba los resultados positivos de su "venganza" en la cara de cada uno de los aldeanos. El pueblo no había estado tan feliz en años: caras sonrientes por todos lados, se escuchaban risas, la gente corría de aquí para allá preparando el tradicional festival de cosecha mezclado, y ya no les importaba mostrar una que otra tradición pagana. Y el cambio no era meramente superficial. Los pobladores sabían que ante ellos se abría un futuro maravilloso y, aunque no supieran quienes eran sus benefactores, todos presentían que había magia de por medio en los eventos recientes y habían perdido el miedo. Habría nuevos líderes a quienes todos respetaban, muchas bodas que se acercaban, los nacimientos estarían al orden del día...

Sí, Elizabeth no se arrepentía de nada. Ese sería su último día de vida, y al anochecer, dejaría que Meliodas se la llevara al infierno para yacer con él en las llamas eternas. Devoraría su alma, esa que ya le había entregado desde que descubrió que se había enamorado de él. Así estaba bien, era perfecto, era lo justo. Sin embargo, aún había una pequeña cuestión que le inquietaba.

-¿Qué tienes Elizabeth? -El ojiverde bebía despreocupadamente de su tarro de cerveza, en una de las mesas que la taberna había tenido que sacar para darse a basto. Su sonrisa era tan resplandeciente como la de todos, o quizá incluso más, pues él sí sabía a quien se debía todo eso, y la contemplaba con expresión de embeleso y gratitud-. ¿Aún tienes hambre? ¿Quieres más asado o pudín de calabaza?

-¿Eh? No, no es eso señor, yo...

-Comprendo. Quizás... ¿lo que quieres sea un poco de esto? -Tomando su mano con delicadeza y llevándosela a la cara para apretarla contra su mejilla, de pronto el demonio cambió su actitud relajada por una oscura y densa aura de seducción. Besó la palma de su mano, luego sus nudillos, y luego se llevó la punta de su dedo índice a la boca para chupar en jarabe dulce que se le había quedado pegado a la chica. La forma en que chupaba era tan lasciva que ella de inmediato recordó los otros lugares eróticos a los que les había dado el mismo trato, y se estremeció de placer mientras cerraba las piernas y trataba de que la humedad no se apoderara de sus interiores. Sí, también quería mucho más de eso. Sin embargo...

-No señor, ahora mismo no es eso lo que tenía en la cabeza. Verá... estoy preocupada en lo que respecta a la última parte de mi venganza.

-Oh sí -dijo él soltándola y volviendo a cambiar su actitud, que ahora se reflejaba en una sonrisa sanguinaria y ansias de cacería-. Si no mal recuerdo, el último bastardo al que hay que castigar es la persona que te acusó de brujería, ¿no? El hijo de perra que te quiso profanar, el amigo de aquellos cerdos y hermano del hipócrita.

-Pues... sí señor. Yo quería pedirle un favor.

-¿Hm? -dijo el rubio mientras daba otro trago a su tarro.

-Olvidémonos de él. -La impresión fue tan grande que el muchacho escupió toda la cerveza sobre la mesa y se puso a toser escandalosamente. Cuando terminaron de limpiar el desastre y guardaron un silencio prudente, el aura de él había cambiado, y ella se sintió intimidada por lo que veía: era la primera vez que Meliodas se veía molesto.

-¿Por qué? -susurró en un tono grave y amenazador-. Es el que provocó todo esto, ¿no? Fue el doctor que identificó en tu cuerpo la inexistente "marca del diablo", ¡dio testimonio de una sarta de imbecilidades que hicieron que te enviaran a la hoguera! ¿Y ahora pretendes perdonarlo? Por favor, ¿qué te hizo cambiar de opinión? -La joven reaccionó a aquel regaño clavando la mirada en su regazo, pero aquella muestra de culpabilidad lo único que hizo fue lograr que el rubio endureciera el gesto. La albina respiró una vez, luego dos, y al cabo, dijo lo siguiente.

-Es que yo... bueno, éramos amigos. Antes creía quererlo, y...

-¿Cómo dices? -Entre más bajo hablaba él, más aterrador se ponía, y cuando además ella vio que sus ojos empezaban a teñirse de negro, se alarmó tanto que se puso de pie.

-¡Señor! Aquí no...

-Vamos al cuarto. Ahora. -No había posibilidad de réplica para esa orden. Con todo su hermoso cuerpo en tensión, el rubio tiró de ella hacia el último recinto de la posada de piedra, y tal vez era sólo su impresión, pero a Elizabeth le pareció que el lugar estaba extrañamente silencioso y vacío. ¿Sería porque todos estaban en la fiesta? ¿O porque Meliodas ejercía alguna misteriosa magia para evitar que alguien los viera o escuchara? De cualquier forma, llegaron a la alcoba que compartían, una adorable estancia con vitrales de colores en la ventana que, irónicamente, representaba ángeles. Él se acercó hasta aquella figura, le dio la espalda, y tras calmarse inhalando profundamente, por fin volvió a hablar-. Explícame.

-Verá señor... Mael es el doctor del pueblo. Nos llevábamos bien, y como sanadora, trabajé a su lado muchas veces ayudando a las personas. Él era una persona aún más tímida que yo, gentil, éramos amigos... y entonces, cierta noche, todo cambió. No lo sé, parecía otra persona. A ratos estaba como siempre, y luego parecía mucho más oscuro y siniestro, como si no fuera él. Fue durante uno de esos arranques que me... que me...

-Se llama intento de violación, querida -terminó él con un ligero temblor de rabia en la voz-. Y nada lo justifica, nada. No te creo que esa sea la única razón para detener la venganza, así que dime, ¿qué pasa? -Apenas aquellas palabras salieron de su boca, Elizabeth comprendió que eran ciertas. Había algo que deseaba mucho más que vengarse. Se acercó sigilosamente al rubio, apoyó las manos en sus hombros, y recargó la cabeza en su espalda mientras le soltaba el verdadero motivo.

-Es que... hoy es mi último día en la tierra. No quiero irme enojada, o triste, o con miedo. Solo quiero disfrutar de las horas que me quedan con usted, y...

-¿Lo amaste? -susurró él con la voz súbitamente temblorosa y aún sin darle la cara-. ¿Alguna vez lo miraste como me miras a mí? ¿Alguna vez lo deseaste... como hombre?

-¡¿Qué?! ¡No! Jamás... y creo que esa fue la razón de que él enloqueciera y se volviera de esa forma tan retorcida. -Elizabeth también se puso a temblar de emoción. ¿Debía confesárselo? ¿La gran pasión que sentía por él? ¿El amor que había surgido en ella con tan solo cinco días de conocerlo? ¿Debía decirle que jamás miró ni miraría así a ningún hombre que no fuera él? No tuvo que hacerlo, porque en ese momento el rubio se giró de golpe y atrapó su rostro entre sus manos para darle un apasionado beso. Su mano haciendo presión en su nuca, su lengua explorando su boca, su aliento despertando en ella ese fuego que solo se extinguía con placer. Cuando se les acabó el aire y se separaron con un sonoro sonido de succión, lo siguiente que él hizo fue llevar ambas manos a su trasero y apretarlo con fuerza.

-Dime que eres mía -Su voz ronca y profunda tenía un dejo suplicante que ella no le había oído antes, pero que la excitó de tal forma que apenas se resistió cuando él tomó su escote y se lo desgarró con violencia-. Confírmamelo. Dime que no sientes nada por él, que me perteneces -Sus manos como garras apresaron la cremosa piel de sus pechos y, de la misma forma imperativa en que le había ordenado ir al cuarto, tomó una de sus delicadas manos para colocarla sobre el cálido bulto de su pantalón, haciendo presión e indicándole que apretara-. Quiero escucharlo, por favor. -Un segundo de silencio, y las palabras salieron de sus labios con una enorme sonrisa.

-Soy suya -La joven había logrado desatar el cinturón que apretaba la cadera de su amante, y ahora, tenía su asta palpitante entre las manos-. Solo suya, ¡señor Meliodas!

-Elizabeth... -Entonces, algo extraño pasó. Del cuerpo de el ojiverde comenzó a emanar esa aura poderosa, la misma con que la hechizó la noche en que tomó su virginidad, su magia erótica se manifestó con más fuerza que nunca. Solo que ahora esta estaba teñida de otra cosa, algo más dulce y puro que volvía rosa lo que antes era rojo. Pero eso no era lo más extraordinario. Algo misterioso estaba ocurriendo con el cuerpo de ella: parecía emanar exactamente el mismo tipo de poder que él.

Seduciéndose mutuamente, hechizando al otro sin siquiera intentarlo, pronto la pareja sobrenatural dejó atrás todo pensamiento coherente para entregarse al desenfreno de la carne y el sentimiento. Se arrancaron la ropa a arañazos, a mordiscos, a tirones, como un par de bestias voraces y hambrientas. Ella le lamió los pezones hasta hacerlo gritar, y él le pagó introduciendo los dedos a su ardiente sexo para incendiarlo con sus hábiles movimientos. El rubio sopló en su oído y entrepierna, dejó marcas de mordidas en sus pechos y trasero. La albina devoró su gruesa virilidad hasta hacerlo convulsionar, dejó marcas de chupetones en su cuello y espalda baja. Se abrazaron frente a frente, completamente excitados, masturbando a su pareja con frenesí y deleitándose con la cara que el otro ponía. Ella, apretando arriba y abajo, él, frotando sin piedad su perla de placer. Nada era suficiente, no podían dejar de tocarse por todas partes, y cuando el momento de la penetración por fin llegó, no hubo un solo aquelarre u orgía en la tierra que fuera tan apasionado y con tantas posiciones.

De una sola estocada llegó a lo más profundo de ella, y le abrió las piernas lo más que podía para embestirla sin piedad. La peliplateada se giró para quedar a cuatro, y él se introdujo por detrás para follarla como un lobo salvaje. Luego nuevamente tocó elegir al rubio, quien se levantó con las piernas de ella enroscadas en la cadera y así cargada la llevó al muro para embestirla de frente contra la pared. Lo hicieron en el piso, en una silla, de vuelta en la cama, y Elizabeth se preguntó si no sería esa la forma en que el demonio se la llevaría: dándole tanto placer como para que dejara de ser ella misma, robarle el alma a cachos con cada penetración, matarla de un orgasmo que llegara junto con un infarto. Era una dulcísima manera de morir. Esos pensamientos reanimaron su cuerpo, que ardió por él otra vez mientras se llevaba sus talones a los hombros y la penetraba con tanta fuerza que levantaba su cuerpo del colchón. De lado, aplastándola con su peso, girando y girando dentro de ella. Tal vez su infierno sería estar en una cópula eterna con él, y en tal caso, no le importaría arder por siempre. Sin embargo, se había dado cuenta de que faltaba algo. Había llegado su turno de elegir postura y, al hacerlo, se decidió por la más suave y dulce: dejándolo acostado, la bruja enamorada se le montó a horcajadas, y se empaló en su miembro con suavidad sin dejar de mirarlo.

-Eres el único. Por siempre y para siempre. -Y fue como la tormenta amainó. Aquellos dioses del sexo estaban terminando la faena con algo aún más hermoso. Ninguno lo reconocía en ese momento, pero estaban haciendo el amor por primera vez. Con lágrimas en los ojos, con caricias, con gemidos y miradas. Lo sintieron llegar al mismo tiempo: la más importante, real y profunda unión que habían vivido nunca. Meliodas eyaculó dentro de ella con fuerza, y Elizabeth le correspondió con una cascada líquida que apagó el fuego infernal que antes los consumía. Lentamente, ambos fueron recuperando conciencia del lugar y condiciones en que se encontraban. Ya estaba atardeciendo, y sin querer, se habían recargado de suficiente magia como para vengarse de doce personas más-. Bu... bueno... entonces señor Meliodas, ¿va a cumplir mi deseo? ¿Dejaremos en paz al doctor? -Él soltó un largo suspiro, y salió de su cuerpo con delicadeza atrayéndola hacia su pecho.

-Me encantaría poder decir que sí, alma mía, pero no podemos.

-¡¿Eeeeh?! ¿Por... por qué?

-Hay dos motivos. El primero: sí tu amigo que antes era bueno cambió tan drásticamente, sólo puede significar una cosa: su cuerpo está infectado por un terrible mal, y no es su culpa lo que ha pasado hasta ahora.

-¿Que está infectado? Oh no, ¡¿quiere decir que está enfermo?!

-Algo similar. Ahora lo segundo: te recuerdo que hay otra bruja en el pueblo. Y aunque ella fue muy indulgente con el alcalde porque era el menos malo que los otros que castigamos, los demás incendios fueron provocados con intención de matar. Si nos vamos, dudo que la otra bruja sea tan bondadosa como tú y perdone al doctor solo por su circunstancia.

-¡Tiene razón! Oh señor Meliodas, ¿qué hacemos?

-Pues lo obvio linda: seguimos a Mael, y si vemos que la bruja intenta matarlo, la paramos en seco y por fin aprovechamos para conocerla. Quien sabe, tal vez incluso nos ayude a curarlo.

*

-Yo la amaba... ¡Hic! -El doctor Mael por fin había regresado de su viaje, y desquitaba su mal de amores bebiendo con fruición en la taberna más bonita del centro del pueblo-. Amaba a Elizabeth, ¿por qué le hice eso? Ahora está muerta. Muerta. ¡Besaría sus cenizas si con eso pudiera perdonarme! -Su cabeza azotó contra la madera de la barra, y de pronto, la actitud del médico cambió-. Es su culpa por dejarme... por no corresponderme... por no volverse mía como debía ser, ¡Elizabeth!

-Señor, está molestando a los otros clientes -dijo con valor el joven de pelo rosa y ojos azules que hacía las veces de comisario de lugar-. Debería ir a su casa a descansar, ¿necesita ayuda? ¿quiere que lo lleve? -La expresión en los ojos del peliplateado se volvió asesina, daba la impresión de que quería matar al joven. Sin embargo, no lo hizo-. No gracias, querido Gilthunder. Yo puedo ir a mi casa solo, mi hermano me espera. Mañana tengo que ir a un funeral... -Y salió a la calle, tambaleándose y tarareando una canción de amor con torpeza. Mientras, invisibles y flotando por encima de él, Meliodas y Elizabeth lo miraban con lástima y compasión.

-Seguro no sabe de la huida de Ludociel, de Sariel yTarmiel.

-Y además, fue engañado para hacerle creer que sí fuiste quemada en la hoguera. Pobre diablo. Bueno, sigámoslo Eli. Si tenemos la suerte de que llegue a su casa sin perderse, tal vez podamos vigilarlo con calma desde... -Pero apenas lo había dicho, el primer intento de asesinato se dio. De la nada, una maceta que estaba en el segundo piso de una casa cayó directa hacia su cabeza, y esto tal vez hubiera parecido una casualidad, de no ser porque las flores estaban en llamas.

-¡Cuidado! -De las manos de Elizabeth salió un poderoso viento, que hizo a un lado al borracho y lo salvó de una muerte segura.

-Atenta querida, ¡esto apenas acaba de empezar! -Y Meliodas tuvo razón. Misteriosamente, las brochetas encendidas de un restaurante salieron como flechas disparadas hacia él, una anciana casi lo baña en aceite hirviendo cuando lo tiró desde su ventana, una carreta con paja se incendió y casi lo atropella, los fuegos artificiales que tenían unos niños enloquecieron y dispararon al hombre que pese a todo no se enteraba de nada. Cuando los fuegos de las farolas comenzaron a perseguirlo con descaro y ya sin intentar parecer un accidente, el joven mago creó una barrera de llamas oscuras que rodeó el callejón donde Mael había caído desmayado de ebriedad y de susto-. ¡Basta ya! -exclamó con voz autoritaria-. ¡¿Quién está ahí?! ¡En nombre de la raza divina, manifiéstense!

-¿Eh? -Elizabeth pensó que aquella era una orden muy extraña viniendo de un demonio, pero como no le cabía duda de que sería obedecido, esperó detrás de él a que apareciera la bruja misteriosa que había aterrorizado a los criminales del pueblo. Y entonces sucedió.

Atravesando las llamas oscuras y dirigiéndose hacia ellos con paso altivo, apareció una hermosa mujer de trenza rubia y ojos tan rojos como el fuego que manipulaba. A sus espaldas, un apuesto hombre vestido de negro le seguía el paso y, cuando la pareja de recién llegados finalmente dejó la oscuridad para enfrentarlos, el asombro por ambas partes fue tan grande que todos los hechizos se rompieron.

-No puede ser... ¡¿GELDA?!

-¡Elizabeth!

-¡Hermano!

-¡¿Hermano?! -Al parecer, más de una mujer había invocado a un ser de magia antigua para obtener su venganza.

*

Gelda sabía que no tendría un juicio justo, pero lo que no se esperaba es que no tuviera ninguno. Había llegado al pueblo a inicios del otoño porque había escuchado que las habilidades de su sanadora eran fabulosas. Quería aprender más, su vida era viajar como curandera de sitio en sitio ayudando a los demás y practicando su oficio. Apenas conoció a Elizabeth, supo que había encontrado a una amiga para toda la vida. Tal vez le habría gustado quedarse en ese lugar, incluso abrir una tienda juntas... de no ser porque la fatalidad cayó sobre ambas casi al mismo tiempo. Ella lo vio todo.

Vio la noche en que el doctor del pueblo había intentado poseer a Elizabeth, y fue la primera en denunciar al malvado cuando la apresaron argumentando que fue la albina quien lo había seducido y hechizado. En el mismo momento en que puso un pie ante el juez y le contó lo que vio, fue encarcelada. Sí, como extranjera, sabía que no tendría un juicio justo, pero rápidamente se dio cuenta de que aquellos hombres perversos no pensaban dejar que llegara a la corte. Trataron de deshacerse de ella y de la evidencia lo más rápido posible. Para el resto del pueblo, incluso para Elizabeth, aquella mujer no era más que una cobarde que había huido antes de que enjuiciaran a su única amiga. Lo que en verdad pasó es que la arrojaron atada a un río, sin oportunidad de pelear y con las ardientes llamas de su ira como única defensa a su infortunio.

Pero había sobrevivido y, siguiendo algún misterioso designio del destino, la joven rubia fue a caer en una orilla cercana al lugar donde Elizabeth ya había realizado su hechizo. Encontró el libro y los ingredientes. Lo leyó, supo lo que significaba. Y de inmediato comenzó su ritual.

-¡Oh, dios oscuro! -recitó la rubia con furia-. ¡Amo de la noche! ¡Dragón antiguo! ¡Yo te invoco desde tierras lejanas para que cumplas mi deseo! -La misma luz púrpura que Elizabeth había visto se manifestó ante ella, que en vez de sentir miedo, sintió alegría-. ¡Hazte presente, te lo imploro! ¡Sella conmigo el pacto, y a cambio, me entregaré a ti por completo! -Del fuego surgió una voz extraña, mezcla de miel y vino, y la joven sintió en sus entrañas el deseo de ser poseída incluso antes de verlo.

-¿Quién me invoca? -dijo serenamente el espíritu-. ¿Quién clama la intervención de los poderes ocultos?

-¡Yo! -proclamó victoriosa la chica, levantando las manos hacia las llamas que ya quería abrazar-. Mi nombre es Gelda Edimburgh, y lo he llamado para que me ayude a vengar a todas las mujeres que, como yo, han sufrido injusticia.

-¿Conoces el precio? -dijo con seriedad el príncipe oscuro-. ¿Estás dispuesta a entregarlo?

-Con placer -dijo la bruja desnudándose-. Pero a cambio, ¡otórgame la fuerza para cumplir mi deseo! -Y entonces, lo vio por primera vez. Del fuego salió la figura de lo que ella pensó era un ángel en color negro, y al verlo a los ojos, sintió como su corazón ardía en combustión espontánea. Un profundo mar de tinta corría en su mirada, su piel blanca brillaba como la luna, sus cabellos parecían alas de cuervo, y cada centímetro de su perfección iba a parar a una sutil sonrisa de sus labios perfilados.

-Una vez que nos unamos, ya no habrá marcha atrás. Aún así, ¿quieres que sellemos el pacto? -La respuesta de Gelda fue caer de rodillas ante ese dios del erotismo y abrazarse a su cintura.

-¡Tómeme, se lo ruego! ¡Seré suya por siempre! -Sucedió lo que tenía que pasar.

Aquel precioso joven de cabellos negros la había penetrado de tal forma que la rubia sintió como si intentara meterse entero dentro de ella. Devoró sus pechos, hizo explotar su sexo una y otra vez con ardiente placer, la hipnotizó por completo con su voz y sus gemidos, la tocó como ningún hombre la había tocado o volvería a tocarla jamás. Tras una noche entera de pasión, se alzó la luz de un nuevo día en el que ella descubrió que aquel encanto infernal en realidad no era lo que parecía. Sus ojos verdes eran tan dulces como una manzana, su personalidad introvertida y seria le provocaron ternura infinita. Cuando además se dio cuenta de que la entendía y anhelaba trabajar a su lado en favor de la justicia, se vio deseando entregarle su alma mucho antes, pero no aún. Le faltaba completar su venganza, y al enterarse de cuál era el método que los de su raza usaban para activar su magia, descubrió que la que parecía haberse convertido en un demonio de lujuria era ella.

¿El incendio en casa del juez? Había obtenido el poder al aplastar el asta de su demonio entre sus pechos para después hacerlo correrse en su boca. ¿El asalto a la prisión del monasterio? Las llamas las obtuvo cuando dejó que él la montara por detrás mientras realizaba una doble penetración con sus celestiales dedos. Ver la humillación del alcalde fue divertido, y las flamas que usó para alumbrar las farolas del pueblo salieron de un divino rato en que él se ocultó bajo sus faldas para devorar su perla de placer mientras la embestía con la mano. Su último objetivo antes de acompañarlo al más allá era matar al hijo de perra por el que comenzó todo eso, y el poder para lograr todos esos intentos de homicidio había surgido de la más insólita de todas las uniones que se habían dado entre ellos: en plena cópula, perdidos en el deleite y con la guardia baja tras días de amistad y cariño bajo el sol, ella le había declarado su amor. Casi lo hizo desmayarse del orgasmo que le dio justo después, por lo que aún no había conseguido su respuesta, pero obtuvo de nuevo las llamas con las que pensaba quemar a Mael hasta convertirlo en cenizas. Eso, hasta que llegaron a ese momento: ahora ambas parejas, el par de brujas, se encontraban en una encrucijada, y al ver que no había forma en que las dos obtuvieran su deseo, los demonios se prepararon para pelear.

*

-Vaya hermanito, no me esperaba que fueras convocado inmediatamente después de mi, ¿te has divertido?

-Cállate Meliodas. No irrespetes de esa forma a Gelda.

-Oye, que no hablaba del sexo.

-¡Señor Meliodas!

-Tranquila Eli. Para variar no tenía mala intención, yo me refería a si han hecho muchas travesuras estando tan cerca el día de brujas.

-Pues sí -contestó la rubia, que no salía de la sorpresa-. Hemos hecho travesuras de todo tipo. Pero dejemos el intercambio de experiencias para luego. Elizabeth, apártate. Tengo que matar a ese tipo.

-No Gelda, espera. No es lo que parece, al parecer él no es culpable de...

-Pero, ¿qué dices? ¡Si yo lo vi! -La otra bruja estaba tan indignada que unas llamas escaparon de sus dedos-. No me irás a decir que al final resulta que sí lo amabas.

-No, claro que no, yo...

-¡Entonces quítate y déjame matarlo!

-¡No le grites a Elizabeth!

-¡Y tú no le grites a mi mujer!

-Cálmense todos.

-¿Y si yo opino al respecto? -Aquella voz había salido de la persona que hasta hacía un par de segundos había estado desmayada en el suelo.

Y entonces, el infierno se desató.

Las dos brujas fueron devoradas por una oscuridad que salía de todas partes, y cada luz del pueblo fue borrada por un manto negro que hasta se tragó las estrellas de la noche. Gritos de terror llenaron el aire, espectros de color blanco surgían de la tierra, y cuando ambos hermanos vieron en garras de quién estaban sus mujeres, clamaron por ellas gritando.

-¡Geldaaa!

-¡Elizabeeeth!

-A las brujas no las dejarás vivir. ¡Buajajajajaja!

***

¡BUAJAJAJAJA! *0* ¡Oh sí! El caldero ya está hirviendo, ¡hemos llegado al clímax! ¿Les sorprendió la aparición de Zeldris y Gelda? ¿Alguien se lo esperaba? ¿Y qué hay del Mael poseído? Soy perversa, fufufu. Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que originalmente no sabía si hacer bueno o malo a Mael? Al final, me decidí por un punto medio, y de esa forma el ataque de celos de Meliodas sería más legítimo y real. Hay algo más que pasión y lujuria dentro de nuestro pequeño demonio, y en los capítulos finales de mañana, tendremos la oportunidad de comprobarlo *w*

Y ahora, una canción extra para el karaoke ^w^ Verán, mi adorada y pequeña Master [Trejo285] me recordó algo muy importante que no debo olvidar: pese a celebrar Halloween, ¡soy mexicana! ¡¿Quiubo raza?! ¡Échenme un grito por acá! >u< Esperen una sorpresa para mis lectores mexicanos mañana (todos los demás también están invitados UwU), pero en el mientras, cantemos esta rolita maravillosa (no da puntos extra, pero es tan mexicana como el nopal, ¡y vieja como la época de la canica! XD). Sigan disfrutando de mi especial, ¡y nos vemos mañana para más!

https://www.youtube.com/watch?v=-l4HBRCIUsg

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro