VI

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El señor "Sin nombre" a pesar de considerarse a sí mismo "viejo" estaba en un muy buen estado físico para su edad. Con la constante actividad física, a simple vista no se le notaba el paso del tiempo sobre su cuerpo.
Pero al tiempo no se le ignora por siempre; y darse cuenta de esto es tan agradable como una bofetada en la cara; o en este caso en la columna.

Todos los días, desde que armó el plan de su vida; se dedicó todo el día, todos los día a "eso". Sentía que faltaba poco. Sentía que poseía lo necesario para alcanzar su meta.
Pero algo faltaba.
Había intentado durante muchos años; pero por algún motivo... Jamás lo conseguía.

En su desesperación, intentó fijarse en otros objetivos. Objetivos más pequeños, más accesibles, más... Insignificantes; pues ya no se sentía capaz de nada. Lo único que le quedaba era "fortalecerse" día tras día.
Practicaba.
Ensayaba situaciones; casos en los que estaría entre la pared y la espada. Para ver si sería capaz de ingeniárselas para salir con vida. Quería exigirse al máximo, llevar a su cuerpo al extremo, empujarse hacia sus límites.
Pero su cuerpo le respondía con dolores, calambres en sus puntos sensibles; simplemente rechazado la idea.
Continuamente se encontraba al borde de tirar la toalla; aunque al final siempre encontraba una excusa para seguir adelante, una razón para seguir agarrando esa vara todos los días y salir de su madriguera dispuesto a lograr "eso". Y al final siempre acababa en un círculo vicioso, torturándose con una constante ilusión y decepción que acababan siendo el pan de cada día.

Todo eso pasaba por su cabeza en esos momentos, en forma de recuerdos que aparecían, se mantenían por milésimas de segundo y se iban como si nada.

Pero faltaba algo.

Algo que aún no se había presentado en su mente hoy.
Su principal motivación.
Que cada día se hacía más débil.
Qué sentía que en cualquier momento iba a desaparecer. Que en cualquier momento, todo se vendría abajo; y todo el sacrificio, todo ese sufrimiento, toda esa tortura, sería en vano; y cada vez que lo sentía, gritaba.
Y solo él la podía escuchar.
Era un alarido taladrante. Qué se podría escuchar hasta el otro lado del bosque (si es que alguien más pudiese oír).
Era tan potente que si las ardillas y zarigüeyas, que tenían la fama de ser chismosas y paranóicas (la combinación perfecta para el desastre) se retorcieran en desesperación, anunciando tal vez, el fin del mundo.

Ese motivo.

Ese recuerdo.

Ese alarido. Regresó.

Y regresó para atormentarlo. Para paralizarlo del miedo. Para asegurarse de que jamás, jamás lo olvidara.

Volviendo a la realidad, el mayor estaba a punto de dar un gran salto.
Utilizó su vara para impulsarse en el aire y dar el gran salto.
Pero ya en el aire, sus músculos no respondieron. Y cayó al suelo, con un gruñido.

Lauren, dejó su estado de "shock" y corrió a socorrerlo. No es porque pensara que el mayor estaba, pues... Muy "mayor"; tampoco había olvidado su actitud hacia ella antes. Pero ahora estaba dispuesta a ayudar.

—¡¡Por Dios!! ¡¿Está bien?!

Esa vocecita que el mayor llegó a considerar "irritante" sólo llegó hasta sus orejas como un eco, que se hacía cada vez más tenue. Su vista se nubló. Y cerró sus ojos de golpe al sentir como una gota de sudor frío se escurría por su retina derecha, irritándola. Se arrodilló y cayó rendido sobre sus codos para evitar desmayarse.
Empezó a respirar más rápido y pesado en un intento por seguir conciente. Aún tenía ese horrible alarido rodando por su cráneo; obligándolo a estar despierto para presenciarlo.

Pero como todo sufrimiento, la pesadilla debía llegar a su fin.

El sudor poco a poco dejó de fluir. Su retina se humectó con sus propias lágrimas de desesperación y la irritación eventualmente se fue. Su respiración se ralentizó y sus músculos respondieron.

Con algo de pesar, abrió sus ojos mientras estos se reajustaban a la oscuridad. Lo primero que vió después de ese episodio tan espeluznante, fue a Lauren.

Una imagen no tan agradable, en su opinión.

—¡Señor... Le hice una pregunta, ¿Se encuentra bien?!

—¿No... Te dije... Que te fueras? —tomó pausas constantes para respirar.

—¿Realmente cree que es el momento adecuado para preguntar? —le dijo enojada, pero firme.

—(...) Touché.

[...]

—¿Qué me dices de las nueces, estaban ricas? —preguntó el mayor burlándose.

En respuesta, Lauren le tiró una cáscara de nuez vacía a la cabeza.

—Solo decía.

Ambos se encontraban en la base del árbol hogar del mayor. Con una pequeña llama, a modo de fogata; aislada con rocas para evitar que iniciara un incendio. No habían regresado a la madriguera en las alturas porque ninguno de los dos se sentía en condiciones de trepar.
El mayor necesitaba un momento de paz. Estaba determinado a seguir preparándose sin importar qué; pero justo ahora, no.

Había resuelto entablar una conversación con la "pequeña acosadora" (en sus propios términos) que se había pegado a él desde el día anterior; también había decidido que una conversación con alguien más que sí mismo no haría ningún daño. Cosa que a Lauren le maravillaba.

Ella quería contarle cómo mil cosas. No podía ocultar su emoción al saber que él era igual a ella. Estaba feliz al saber que las orejas largas eran cosa de especie; así como las plumas amarillas eran cosa de familia de los patos (o por lo menos de Richard y su mamá).

Después de intercambiar unas cuantas palabras (que para Lauren no era mucho), ella decidió tomar un paso riesgoso.

—Umm ¿Disculpe? —preguntó nerviosa.

—¿Qué?

—Me gustaría preguntarle algo pero...

—¡Entonces habla! No te has detenido en los últimos veinte minutos ¿Por qué parar ahora? —dijo el mayor, irónico, pero relajado.

—¿Por... Por qué se enojó conmigo cuando le pregunté su nombre?

La inocencia con la que preguntó fue tal que al mayor se le encogió (un poquito) el corazón. Era injusto, y algo tonto, enojarse por un infante curioso.

—Te dije la verdad niña. Yo no tengo nombre.

—Bueno... Emm.. ¿Entonces cómo te llaman los demás?

—No es que conozca tantos animales para que me llamen... —dijo sin dejar su postura.

—Oh... ¿Entonces... Cómo puedo llamar-

¡¡¡LÁZARO!!! —gritó una voz en la lejanía.

Ambos voltearon hacia el cielo, que parecía ser de dónde vino la voz.
Entre el cielo nocturno, se distinguió una silueta alada. Que temblaba a medida que se acercaba. Debía tener problemas para volar.

Ambos retrocedieron al no saber qué se acercaba. Lauren esperaba en silencio, que lo que sea que fuese, el mayor pudiera darle una paliza, como a aquellos lobos.

Sorprendentemente, ese alguien era un conocido común entre los dos conejos.

El ave aterrizó con una respiración agitada, dejando que la luz del fuego iluminará su plumaje azul. Y al enfrentarse a los contrarios, también lució el parche en su ojo izquierdo.

—¡Señor! —exclamó Lauren. Quien se acababa de dar cuenta (muy apenada) que no había preguntado por su nombre ni una sola vez. Hasta este momento ella pensó que "Pájaro tuerto" era suficiente.

—¿¡Tú!? —exclamó el conejo mayor— Me sorprende verte... Pensé que ya estabas muerto.

—Estaré muerto después que tú —amenazó el ave, disgustado de verlo.

Lauren había quedado estupefacta por lo que acababa de escuchar ¿“Lázaro”? ¿Había escuchado bien?

—¿La... Lázaro? —preguntó Lauren con el mismo tono inocente de antes.

El mayor la miró con la misma mirada desalmada que tenía la primera vez que lo vió. Esto hizo que la pequeña se encogiera.

—P-Perdón... —se disculpó.

Los dos presentes suspiraron.

—¿Qué hace ella aquí? ¿Qué haces tú aquí? ¿Qué no dijiste que te ibas a... En tus propias palabras: "Largar de este maldito bosque"? —preguntó el ave al conejo.

Lauren se tapó los oídos, la madre de Richard le había enseñado a hacer oídos sordos para las malas palabras.

El conejo mayor regañó al plumífero, recordándole que había una niña en frente de ellos.

El ave gruñó y caminó hacia Lauren.

—Estás muy lejos de casa —le susurró.

—Lo sé... —murmuró.

El ave volteó a ver al conejo mayor y le dió una mirada de asco.

—Voy a llevarte a casa —continuó—. Créeme que no te conviene esta clase de compañía.

—¡Pero me salvó la vida! —exclamó Lauren. Hasta ahora la conversación eran solo susurros.

El conejo la miró y arqueó una ceja ¿Qué estará tramando?
Estando agitada, Lauren se alejó lentamente del pájaro y no se detuvo hasta que su cola chocó contra un tronco detrás de ella.
De cierta forma estaba acorralada.

—La madre de tu amigo —continuó el ave—, está horriblemente preocupada por tí.

Lauren se estremeció. Se sintió horriblemente mal por mantener despierta a la pobre madre. No podía mentir, la quería mucho. Pero algo le impedía irse.

Pensó que solo estaba impactada de que el pájaro tuerto haya volado solo para buscarla. Entonces preguntó por eso.

—Era muy raro no verte corriendo por todos lados en la mañana —comentó el ave, sintiendo que este no era el momento para hablar de eso—, muy raro.

—¿No viste a Richard? —preguntó histérica.

—¿Tu amigo el pato? Su madre no ha parado de buscarlo... Es difícil por su... Emm... "Condición".

Lauren se enojó con el ave; no le gustaba que hablaran así de la pata que prácticamente la crío. Inmediatamente le recriminó por eso; y para no sentirse excluido, el conejo mayor se le unió a Lauren.

Al final, Lauren suspiró... Se disculpó con el pájaro tuerto y le pidió que viniera a buscarla al día siguiente. El contrario preguntó el porqué; a lo que ella afirmó que no sentía que podría dormir en la noche viendo a la pobre mamá pato sufriendo por su hijo.

El pájaro tuerto suspiró. Admitió para sí mismo que había muchas cosas acerca que de esa coneja que aún no entendía.
Se acercó al conejo mayor y le susurró algo que Lauren no pudo escuchar; pero ella creía que era una amenaza.

Preparado para los mareos que vendrían, el pájaro tuerto alzó vuelo, dejando muchas plumas detrás. Tomaron unos segundos para que su silueta desapareciera en el cielo nocturno.

El mayor se rascó el cuello, algo avergonzado y confundido por lo que acababa de pasar.
Lauren estaba mirando al suelo.

—Eres un mentiroso —dijo ella.

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Dos caps en un día oh si-
La falta de internet me ayudó jajaj

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