Capítulo 32

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Intensos ojos negros ahogándose en el miedo. La esperanza agonizando en el suelo. Fue un minuto en lo que único que escuché fue el eco furioso de mi corazón amenazando con perforar mi pecho. Dolía. La vida dolía.

Mis pies reaccionaron por impulso acercándose despacio a él, paso a paso, fue como si caminara sobre un campo repleto de alfileres. El piso pareció mecerse, o quizás era que estaba demasiado débil para continuar andando, para continuar viviendo.

Las lágrimas nublaron mi vista, pero aún cegada por esa capa de tristeza sabía lo que veía. La venda había caído de mis ojos. Ahora contemplaba el mundo sin máscaras.

El aire se extinguió en mis pulmones, me costó respirar. Tomé una bocanada para tranquilizarme. Mi mano vibró al posarse sobre su mejilla. En búsqueda de una prueba sentí su cálida piel. Era real. Las piernas flaquearon, caí frente a él luchando por controlar el llanto que escapaba sin control de mi pecho. Sentí la mirada de Taiyari sobre mí, pero no tuve fuerzas para alzar la mía y comprobar qué emoción lo dominaba.

Permanecí llorando como una niña, tratando de liberar entre los sollozos el profundo nudo que me oprimía desde hace meses y se volvió insoportable. Tuve la corazonada que no podía vivir más. Mi cuerpo se sacudió por el intenso dolor que luchaba por salir. Todos siempre mentían.

—¿Qué pasó?

Mi voz se quebró en mis labios. Hubiera resultado un milagro que Taiyari entendiera mi torpe balbuceo. Tal vez lo hizo, quizás no, jamás tendré la respuesta definitiva porque otro actor intervino en escena robándose mi interés.

—Vámonos, Amanda. —Escuché a Ernesto a mi espalda. Había olvidado que estaba conmigo. Callé un segundo, soñando que desaparecería con solo pensarlo, un deseo estúpido del que me hizo despertar cuando intentó alzarme del piso halándome del brazo—. Ya vimos suficiente.

«No, faltaba lo más importante, oír lo que tuviera que decirme». Asociar unas palabras a esa imagen, un por qué, la razón. Ahora existían más preguntas sin respuestas volando en el aire, quitándome la poca sensatez que conservaba en un principio. Antes podría huir, ahora era imposible.

—No —susurré resistiéndome en un forcejeo.

Él se molestó por mi firme negativa, incrementó la fuerza de su agarre al ponerse de cuclillas a mi lado.

—Amanda, deja de comportarte como una niña —protestó apretando los dientes.

Yo clavé mis ojos en los de él que gritaban problemas, un escalofrío me recorrió la espalda, pero incluso así me armé de valor para defender mi postura. Estaba harta de que no me dejara en paz ni siquiera cuando estaba muriéndome, que no se preocupara por mí al verme en el peor estado. Era su voz la única que valía. Odié su egoísmo, su falta de humanidad.

—Vete tú si quieres. Yo no pienso dejar esto a media —repetí sosteniéndole la mirada. Esperaba que aquello fuera suficiente, pero fallé.

—Amanda —insistió testarudo. Callé una queja cuando intentó levantarme del suelo de un brusco jalón.

—Ya déjala.

Ernesto dejó de prestarme atención para buscar el origen de esa voz. Yo sabía perfectamente de dónde venía, aunque me atonté un momento, fue como regresar en el tiempo. Ya no eran tres chicos, solo uno, uno con mayor capacidad de herirme. No eran burlas, sino palabras disfrazadas de amor las que destruían.

Adelanté el siguiente paso de mi novio, me alarmé ante la posibilidad, nunca le gustó que se metieran en sus asuntos, así que antes de que se impulsara para levantarse coloqué mi mano en su pecho para frenarlo.

Aquello no fue suficiente, Ernesto se soltó de mi agarre de un manotazo. Nos pusimos de pie al mismo tiempo, me interpuse en su camino para que no lo tocara.

—¿Lo defiendes? —me echó en cara, ofendido. Sus ojos me observaron con reproche. Mi corazón latía deprisa, sentí que el estómago se me revolvió, quería vomitar del estrés, llorar asustada—. Es un enfermo mentiroso —lo apuntó desesperado.

Taiyari a mi espalda guardó silencio, sin valor para defenderse. Yo no cometería el mismo error. Había callado mucho tiempo.

—¡Ya cállate! —estallé, presa de las emociones. Estaba harta de que fuera una piedra en mi zapato todo el maldito tiempo, de aguantar sus idioteces. El mundo no giraba a su alrededor—. Por una vez en tu vida cállate.

Ernesto no dio crédito a mi valentía. Siendo honesta, yo tampoco creía fuera yo quien le pusiera un freno de una vez por todas.

—Amanda, tenemos una boda en puerta —me recordó en una advertencia. Yo escondí la cara entre mis manos, maldiciendo mi debilidad—. Te lo advierto, si te quedas aquí lo nuestro se acabó —me amenazó a sabiendas que era con lo único que podía retenerme.

Pero hacían falta más que una ceremonia o un anillo costoso para resistir esa vida. Lo nuestro estaba muerto mucho antes de poner un pie aquí. En el momento en que dejó de escucharme, cuando el miedo era lo único que me mantenía a su lado. La única bendición de tocar el fondo es que ya no había que perder.

Mi padre me abandonó por ir detrás de otra mujer, consiguió una familia en la que no estaba incluida, mi madre me odiaría cuando conociera mi decisión, él se marcharía al no soportar abriera la boca. Estaba completamente sola.

Permanecí en mi sitio, aceptando su condición.

—Buena suerte, Ernesto —me despedí en voz baja porque había llegado a mi límite. Solo quería que se marchara para siempre. Yo lo haría también después.

Pasé saliva en mi intento de sostenerle la mirada que gritaba cuanto me despreciaba. Me odiaba con tanta intensidad que cualquier dudaría si algún día existió otro sentimiento entre los dos.

—A ver cuanto te dura, Amandita, porque nadie aguanta demasiado toda esta basura. —Me señaló furioso antes de abandonar la alcoba dando un portazo que hizo retumbar las paredes.

Quedé congelada observando la puerta por la que desapareció.

No fueron los deseos de traerlo de vuelta lo que impidió me moviera. Cayeron los trozos de pasado de los que me sostuve durante meses para no hundirme. Lo sueños que rompí, el futuro que nunca pasaría de mi cabeza, las noches en las que permití cosas que no quería a cambio de perdón. Todos mis errores y aciertos lo siguieron mientras yo intentaba comprender qué Amanda había quedado en esa pieza.

Recordé entonces que no estaba sola.

Cerré los ojos, reflexionando en la profunda oscuridad, «¿qué haría para encarar a Taiyari?» Él que fue mi única esperanza también fue una ilusión. Giré para contemplar a aquel muchacho que ciegamente juraba conocer, pero que ahora me costaba identificar. Nos engañamos. Y no era lo exterior, un par de ruedas no armarían un gran cambio, sino estuvieran acompañadas del dolor.

—Amanda, puedo explicarte...

—Claro que puedes —lo interrumpí en un susurro—. ¿Por qué? —pregunté ignorando el nudo en mi garganta—. ¿Por qué tengo que enterarme hasta ahora? ¿Nunca pensabas decirme? ¡Dime al menos qué pasó! —le exigí desesperada, cansada de sus mentiras. Tomé un respiro para aplacar el malestar. Necesitaba un minuto para calmarme, todo estaba perdiendo el sentido—. Por favor.

—Deberías sentarte, Amanda. Te ves muy pálida —recomendó, preocupado. No pudo evitar buscar su mirada. Intenté acordarme cuándo fue la última vez que alguien lució inquieto por mí.

—¿Vas a contestar mi pregunta? —insistí agitando mi cabeza para no distraerme—. ¿Le seguirás dando vueltas? No entiendo nada, quiero que me digas... —Cubrí mi boca para esconder un sollozo que delató mi quiebre. Taiyari bajó la cabeza. Yo analicé a aquel muchacho mientras él se armaba de valentía para confesar.

—Fue poco después de llegar aquí. El doctor tenía razón, había algo extraño en los resultados. El problema del corazón era un síntoma secundario de algo más fuerte —empezó nostálgico.

Su mirada me abandonó para centrarse en la ventana a un costado. No quería darme a la cara. Entonces recordé que no era bueno para su salud alterarse, que era justo lo que yo le había provocado con mi arrebato. Quise pedirle que frenara si se sentía mal, pero él continuó hablando y mi parte egoísta no deseó perder lo que había venido a buscar.

—Distrofia muscular de Becker. Un diagnóstico poco esperanzador cuando lo primero que te dicen es que no tiene cura.

Pasé saliva lastimándome. Mi cuerpo me pidió descanso, pero esta vez no lo obedecí, continué de pie atenta a él. La última frase clavó una pequeña astilla en el centro de mi corazón. No tenía ni idea de qué podría tratarse, intenté buscar un significado en mi poco conocimiento médico. Mi cerebro estaba bloqueado.

—¿Te duele mucho? —le pregunté, ignorando qué significaba aquel término, sin poder asimilar la gravedad del diagnóstico. Su silla lo acompañaba a todos lados, pero sus manos y rostro no tenían un cambio visible.

—Hay días mejores que otros —se sinceró con una débil sonrisa—. Es progresiva. Primero te vuelves un poco torpe, después te cuesta caminar, hasta que necesitas ayuda.

Me limpié las lágrimas que deseaban asomarse.

—En verdad lo siento tanto, Taiyari.

Fue lo único que atiné a decir porque mi cabeza estaba más ocupada dándole sentido a todo lo que había acontecido en estos años de ausencia. La depresión de su madre, su excusas para una fotografía, el cambio en sus metas. Me pregunté cómo pude ser tan tonta, pasando por alto detalles que armaban el rompecabezas.

—No te disculpes, Amanda. No después de todo lo que has hecho por mí —me frenó. Lo miré sin comprender a qué se refería.

Yo había sido una completa inútil. Mientras él padecía un montón de cambios en contra de su voluntad, yo lo hartaba con mis tonterías de cría estúpida. La frustración me invadió al percatarme de lo inconsciente que había sido.

—De nada. Una estúpida grabadora es lo único que te he dado —me reproché furiosa.

—Tú no entiendes, Amanda.

—Sí, tienes razón, no entiendo. No entiendo nada —repetí atormentada. Enredé mis dedos en mi cabello. Pensé enloquecería—. Explícame por qué no me lo dijiste, ¿cuándo pensabas hacerlo? —le pedí ansiosa por esa repuesta que me diera la paz—. Yo te confié toda mi vida, ¿no merecía lo mismo de ti?

—No confío en nadie más que en ti, Amanda. Pero... Pero soy egoísta —me confesó en voz baja—. Cuando sales de un hospital con la noticia que cambiará tu vida, no puedes dejar de pensar que todo se acabó. Tu madre pierde su alegría, tu padre lucha por ambos, tú... Tú te esfuerzas por ser el mismo... Es imposible, la gente nunca te trata igual. Eres diferente. Tienen una necesidad ridícula de hacértelo saber a todo lugar al que vas. Amanda, te convertiste en la única persona que me trataba como un hombre. Porque antes de esto era una persona como todos. Quiero creer que lo sigo siendo. Es mi motivación para vivir.

—Yo jamás te hubiera tratado diferente —le acusé por su falta de fe.

Taiyari me sonrió con ternura, detesté aquella expresión, no creía en mis palabras.

—Eres demasiado buena, Amanda, pero lo hubieras hecho sin querer —alegó. Yo no compartía su opinión—. Y yo no necesitaba más lástima. Tenía de sobra en todas partes. Lo que deseaba era una vida. Tú me la regalabas sin darte cuenta.

—Tuviste muchas oportunidades para sincerarte —le reclamé.

Entendía su indecisión durante los primeros años, pero con el tiempo debió notar mi fidelidad hacia él. Yo lo quería, esperé por meses que volviera. Pasé toda mi adolescencia soñando con un regreso que él sabía no se daría.

—No quería perderte. Eras la luz en mi mundo oscuro. Me repetía que merecía ser feliz, aunque el precio fuera ocultártelo —se desahogó. Estaba intentando ser fuerte, pero no podía ocultar lo vulnerable que se encontraba ante mis ojos. Resistí mis ganas de abrazarlo—. No sabes lo que ansiaba tus regaños, decepciones y orgullo sincero. Añoraba tus cartas. Leerte era lo único que tuvo sentido en mi existencia durante mucho tiempo. Para ti era simplemente Taiyari. Y aunque la gente no lo entienda, siempre lo seré. No quiero ser especial, ni un luchador, ni una estúpida estadística. Quería ser Taiyari.

Taiyari. Como los otros. Él no era un número más. Yo no haría excepciones. Lo trataría como él me pedía, al igual que el resto. Taiyari me había traicionado.

—Me engañaste el día que te esperé en el aeropuerto solo para librarte de mis preguntas —me quejé. Él no lo negó. Había pasado noches de insomnio ilusionada por su regreso y otras más llorando por su falta. Los recuerdos impactaron mi cabeza con tanta fuerza que aumentaron mi pulso—. Te necesitaba. Y tú a mí. Me negaste la oportunidad de estar a tu lado. Decidiste por el bien de los dos, pero me robaste el derecho de elegir.

—Amanda, juro que jamás busqué lastimarte...

—Pero lo hiciste —resolví apretando los puños, frustrada por el tiempo perdido, por mi ingenuidad—. Sabes que odio las mentiras. Dios mío, te lo dije tantas veces porque creí que... —me rompí sin completar la frase. Siempre imaginé era la recepción a la regla—. Me duele todo esto, por ti, solo quería verte feliz, pero... Estoy demasiado enfadada contigo para pensar claro ahora... Solo... Solo no vuelvas a escribirme —dicté, eso era la resolución que hubiera tomado con cualquiera—. Es lo mejor para los dos.

—Amanda...

¿No era eso lo que buscaba? Tenerme lejos. Evadí su mirada para no caer. Sabía lo débil que era ante él, lo fácil que sería dejarme envolver. Una palabra, sola una sería suficiente para hacerme volver. Me detuve un segundo sosteniéndome de la puerta, aguardando con todo mi corazón dijera algo para detenerme.

Sin embargo, no lo hizo.

Y aunque me dolía conocía la razón.

«Me voy a arrepentir», me dije abandonando un trozo de mi alma en esas paredes, entre las manos de aquel hombre que había significado tanto para mí. Sobre todos esos sentimientos existía una verdad que debía aceptar: Taiyari no quería lástima de nadie, ni siquiera la mía.

Había esperado mucho, meses, para publicar este capítulo ♥️. No sé pierdan el siguiente que tiene muchas sorpresas y voy a explicar algunos detalles♥️. Cuídense mucho, ustedes y sus familias ♥️.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro