14- Cristiano

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 El lugar que había visto Á era un McDonald's de dos plantas. Eran las once y media de la mañana y todavía estaba el menú del desayuno. Agradecí para mis adentros, porque después de ver la habitación cubierta de sangre no estaba listo para una hamburguesa.

 Llevaba en mis manos un café puro para Á, y tartas y cafés con crema para el resto. Había pagado yo.

 También había agarrado un diario, no tenía intención de leerlo, pero el cajero insistió en que lo llevara porque era gratis con el café.

 La primera plana hablaba de un extranjero desaparecido. Se llama Cormac Cantrell, era un reconocido empresario de Australia que había venido por negocios y no se había sabido nada más de él. Llevaba tres días desaparecido y la embajada estaba presionando a las fuerzas policiales, pero no había ninguna pista, era como si se lo hubiera tragado la tierra.

 María esperaba sentada al lado de una mesa, con los brazos cruzados, las piernas cruzadas y los labios comprimidos, evidentemente molesta. La luz iluminada su cabello rubio y el azul de los extremos. Cuando me acerqué a ella se irguió alarmada.

 —Tranquila, tu hermano me relevó.

 Cuando entramos al restaurante de comida rápida Alan había querido ir al baño. María me llevó a parte sin despegarle los ojos de encima a Olmos y me dijo que lo vigilara por si trataba de escapar, porque eso es lo que siempre hacen en las películas para fugarse: fingir una urgencia de vejiga muy conveniente para la trama.

 A pesar de que insistí que era exagerado y que no era nuestro prisionero, ella no dio el brazo a torcer, es más, me torció a mí el brazo, literalmente, para que dejara de contradecirla.

 De verdad creía la historia de Alan de que también está buscando a su amigo. Quería saber qué era lo que hacían en ese callejón, pero a la vez tampoco tenía tantas ganas porque después de ver el vestíbulo no podía esperarme nada bueno. María me dijo que, en media hora, Alan haya o no terminado de contar lo que tenía que contar, ella iría a la casa de los señores Weinmann.

 Me senté enfrentándola. Deslicé la bandeja por encima de la mesa y le tendí su café. Ella me observó extrañada.

 —Qué servicial —dijo tan seca como si estuviera profiriendo una amenaza.

 Estábamos sentados en un cubículo reservado, en el rincón del segundo piso. Al lado de un inmenso vitral donde se podía apreciar la actividad del otro lado de la calle.

 —Yo siempre soy servicial —respondí con sinceridad.

 —Esta mañana estabas muy serio. Tenías una re cara de ojete* y te hacías el maduro.

Me encogí de hombros con una sonrisa.

 —Seamos sinceros, si no estaba de esa manera jamás me hubieses escuchado ni prestado atención.

 Ella rodeó el vaso con ambas manos y le dio un sorbo. El brillo que conservaban sus ojos, desde que habíamos salido del vestíbulo, se atenuó.

 —Y ahora no necesitás fingir porque ya me tenés envuelta en tu jueguecito de detective.

 —El único de acá que se hace llamar detective privado es tu hermano.

 María largó una risa apagada. Reprimí una sonrisa. Jamás había imaginado tomar un café con María y estar riéndome con ella.

 —Ya no finjás conmigo. Y por cierto, no saqués el teatro en tu lista de futuros trabajos posibles.

 Me asombré.

 —Me creíste, tipo ¿Creíste que tenía carácter?

 María se encogió de hombros.

 —Creo que tenés, pero sí me di cuenta de que fingías ser algo que no sos porque viste cosas que sorprenden y no rezaste ninguna vez, ni te persignaste...

 Me había contenido de hacer todas esas cosas, inocentemente creí que no lo notarían.

 —Ni agarraste tu collarcito de princesa...

 —Rosario.

 —Ni hiciste nada que te vi hacer muchas veces en el colegio como leer la biblia.

 —Si lo decís así parezco un fanático.

 —¿No sos?

 —No —contesté herido—. Simplemente creo que hay alguien que nos ama y nos creó con todo lo que creyó que necesitaríamos, nos dio amor, felicidad, deseos, compasión, nos hizo capaces de soñar y mejorar el mundo. Trata de guiarnos para que no cometamos errores y siempre está ahí si nos pasa algo.

 María se veía más triste que molesta, giró la taza descartable entre la palma de sus manos.

 —Ojalá tuviera a tu dios, pero él que yo conozco tiene corta memoria y se olvidó de nosotros.

 Abrí la boca para contestar, pero de repente vinieron Á y Alan. Á recogió su café, abrió de encubierto una lata de RedBull y mezcló ambas bebidas, observando en derredor. Sólo él le pondría cafeína a la cafeína. Miré sus manos y noté que ambas parecían quemadas por el frío, con una ligera tonalidad roja en las palmas.

 —¿Y? —preguntó María con poca paciencia, cerniéndose por encima de la mesa, sus rasgos delicados se veían feroces.

 Alan dio un trago de café y la pregunta lo consternó como si le hubiera dicho que uno de sus familiares murió.

 —Dante es muy buen amigo, pero a veces... a veces no tanto. Él solía reunirse con el resto de mis amigos en ese lugar que llamaban el panteón —comenzó y arañó la mesa distraídamente con su dedo índice—. Claramente me invitaron, pero yo nunca quise ir.

 —¿Por qué no? —pregunté.

 —Seguramente porque tenés un corazón noble —opinó Á, trazando risueño, sobre la mesa, un círculo con su dedo—. Igual de bonito que tu cara.

 María puso los ojos en blanco.

 —Supongo... algo como eso —eso puso más incómodo a Alan—. Sí tengo un corazón, todo el mundo lo tiene, pero no creo que sea noble. Yo sabía las cosas que hacían en ese lugar, pero simplemente me limitaba a hacer oídos sordos y ojos ciegos. Como había dejado muy en claro que yo no tenía nada que ver con sus juegos nocturnos, entonces, ellos no me molestaban y casi nunca lo mencionaban cuando estaba conmigo.

 —¿Y qué hacen ahí exactamente? —preguntó María rezongando cada palabra como si tratara de buscar paciencia.

 —No vale la pena mencionarlo, pero tiene que ver con maltratar animales, hacer rituales raros y cosas extrañas con gente. A Dante le gustaba el ocultismo. Él me dijo que vaya al panteón porque es el que lo dirige. Me invitó varias veces y le dije que me parecía mal lo que hacía y que nada me haría cambiar de opinión. Recuerdo que se quedó callado, asintió y me dijo «Está bien, no todos son igual de fuertes. Algunos son débiles. Podés convertir a un fuerte en débil, pero jamás a un débil en fuerte» Después no volvió a mencionarlo nunca más.

 —Perdón que te interrumpa, pero ¿sabías eso y seguías siendo su amigo? —inquirí.

 Jamás había escuchado algo con tan poca lógica, más precisamente con tan poca moral. Sabía que ese chico no tenía el mejor CI del mundo, pero lo que estaba contando era pasar la raya de la estupidez.

 —Sí, Dante no era tan malo y el resto de los chicos igual. Él nunca volvió a mencionar el panteón hasta hace cosa de una semana. Estaba actuando raro y me preguntó devuelta si quería ir. Le dije que no y como insistió terminé por responderle: «Algún día tal vez me pase por ahí» Pero era para sacármelo de encima. Yo no pretendía ir. Entonces él me miró decepcionado y dijo que yo no era la persona que él esperaba que sea. Dijo que necesitaba alguien de confianza para hacerlo y yo no le servía.

 —¿Hacer qué? —pregunté.

 —No me lo dijo.

 —¿Y? —presionó María, persistiendo en el modus operandi agresivo.

 —Nada, esa fue una de las últimas conversaciones serias que tuvimos.

 Me revolví en mi silla y ordené las ideas. Dante hace una semana había buscado ayuda para hacer algo ¿Secuestrar a Gemma? Si eso fue cosa del azar...

 —¿Por qué lo fuiste a buscar ahí? —pregunté.

 —¿Por qué no iría? Hoy actuó como un loco. Fui con los chicos y Matías me dijo que era un exagerado, que estaba todo bien y no tenía por qué preocuparme. Le insistí que reaccionara, digo, nuestro mejor amigo había atacado a una chica y había desaparecido y ellos actuaban como si nada, diciendo que ya se iba a resolver todo, que lo ignore, que Dante nada más quería llamar la atención. Si mi amigo necesita ayuda de un psiquíatra, o algo, quiero encontrarlo y llevarlo con un especialista para que lo ayude.

 Suspiré y María también, en parte hubiera sido más fácil que Alan haya tenido la culpa en algo porque ahora estábamos como en un principio: Sin idea de lo que ese chico inestable andaba haciendo por la ciudad sin siquiera ser detenido...

 Á abrió los ojos como si lo recordara y se me adelantó a mi pensamiento.

 —¿Sabes si Dante Weinmann tenía algún amigo en la policía o un conocido jefe de policía, incluso pudo haber tenido como allegado vigilante de shopping con contactos? —inquirió Á, su vaso de cafeína se había vaciado y ahora lo estaba llenando con otra lata de RedBull.

 Alan negó con la cabeza.

 —No, por qué. Ah, ahora que lo pienso, como hace un mes, estaba enojado con su amigo, dijo que era un guardia de seguridad, pero no me acuerdo de dónde, creo que de un museo.

 Eso no nos servía.

 —¿Sus padres existen? —pregunté yo.

 Alan parecía confundido con nuestras preguntas.

 —Sí, su madre es botánica en el Botánico de Palermo. Su papá es uno de los que dirige el museo de naturales del Parque Centenario.

 —Fua, debe de tener mucha plata ¿Qué hace yendo a ese colegio con burros como mi hermana?

 —¿Pero los viste alguna vez? ¿Viste cara a cara a sus viejos? —reiteré para despejar dudas.

 —S-sí, incluso su mamá me dio limonada una vez cuando fui a la casa. La vi, vivita y coleando.

 —¿Viven en una casa abandonada o algo por el estilo? —inquirió María con firmeza—. ¿Su casa se ubica en la calle Eugène Delacroix a la altura 1645?

 —Sí, es una casa bonita. Pero no entiendo sus preguntas, a qué va todo esto —vaciló —. Yo creo que me vuelvo a casa, no puedo encontrar a Dante. Llamé todo el día a su celular, pero no contesta. Me fugué de la fila cuando los vi a ustedes irse, desde entonces lo llamo. Tal vez tenían razón los chicos, es mejor esperar que aparezca. Deberíamos dejar que lo busquen las autoridades.

 Todos permanecimos en silencio pensando en lo que Alan había dicho. No tenía sentido, nada tenía sentido. Iba a decirle que no había registros en todo el país de que existieran unos señores Weinmann pero como Á y María no habían compartido la información supuse que tampoco debería.

 Es más nunca había ido al panteón y para él nada más existía el callejón, no mencionamos la sala de armas porque seguramente Alan no sabía que existía y si estaba al tanto por ahí creía que era para animales o para rituales.

 María me lanzó una mirada que decía «Nos vamos, ahora»

 Le dije a Alan que debíamos irnos porque teníamos prisa, él parecía aturdido, arrastraba las palabras y sus mofletudas mejillas estaban pálidas.

 —¿Van a seguir buscando a Gemma? ¿Pero cómo?

 —Vamos a ir a la casa de Dante y preguntarles a sus papás si tiene un lugar en específico además de ese callejón.

 —Yo lo conozco y te digo que no, no creo que sus papás sepan de algún otro lado. Ni siquiera están al tanto del panteón. Llamé a Dante toda la mañana y no contesta, ya no hay nada que nosotros podamos hacer.

 —Algo se nos ocurrirá —dije levantándome de la mesa junto con María.

 Alan observó distraído las manos de ella, frunció extrañado el entrecejo como si estuviera en un sueño. Señaló lentamente los guantes de Gemma.

 —Eso es de Gemma.

 María ocultó velozmente las manos como si la hubiera amenazado con robárselos.

 —Estás mal cachetudo, andá a tu casa a hacerte una paja y dejá de molestar —lo tajeó María.

 Nadie dijo nada, después de todo, casi habíamos usado a Alan. No le habíamos dicho todo lo que habíamos averiguado, ni lo que vimos en el buffet de abogados o que nos encontramos con unos tipos extraños. Tampoco le habíamos dicho que por alguna razón misteriosa esos hombres hablaban disparates de híbridos que no pudimos comprender y tenían los abrigos de Gemma.

 No, nos habíamos reservado todo eso, simplemente lo sentamos en la silla y lo hicimos desembuchar todo lo que sabía. Ni siquiera le habíamos dicho que teníamos en mente revolver de arriba abajo la habitación de Dante para encontrar alguna pista que nos llevara a Gemma.

 Alan Olmos no sabía nada de eso, tal vez por esa razón nos miraba como si fuésemos unos tontos que se aferraban a cualquier idea al azar. Para sus ojos nuestro plan era malo, de hecho, para los ojos de cualquiera era un plan malo ¡A quién engaño, era un plan terrible incluso para mí!

 Nos despedimos de Alan.

 —Creo que deberíamos intercambiar números telefónicos para seguir en contacto por si tenemos una duda con respecto a la investigación —trató Á sonriendo amigablemente.

 Su hermana puso los ojos en blanco y lo arrastró escaleras abajo.

 —Nos vamos.

 —¡No me dejan sacar provecho en esta búsqueda! —se lamentó él cuando estuvimos lo suficientemente lejos.

 Descendimos las escaleras aumentando la velocidad y emergimos a la concurrida calle. Á extrajo del bolsillo su teléfono celular y comenzó a fijarse el camino más cercano hacia la residencia de los Weinmann.




Ojete: culo.

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