29- Gemma

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 —Bueno —mascullé, supe que no había posibilidades de negarme.

 —Necesito ir a la casa de Dante.

 —Vos sos Dante —musité.

 Él negó levemente con la cabeza. El sol se filtraba a raudales por la ventanilla delantera, su piel oscura adquiría un leve color pardo, sus cabellos resplandecían como llamas doradas. Tenía la quijada marcada y tensa, estaba comprimiendo los dientes como si deseara que se le cayeran. Se veía como las estatuas de las plazas, hermosas pero distantes, frías e ignoradas.

 —No, ya te dije que no soy ese chico.

 —Entonces ¿Quién sos?

 Él lo pensó unos momentos, seguramente inventándose algo.

 —No sé. No me acuerdo. Él no me lo dijo.

 —¿Quien?

 —Dante, él me habló en un sueño.

 Mierda.

 Pensé en todas las películas de secuestro que había visto en mi vida, desgraciablemente eran muy pocas, pero en la mayoría a veces el secuestrado se ganaba la confianza del secuestrador. Sólo necesitaba eso, su confianza.

 No tenía muchas posibilidades de pelear con él, no podía huir si no se relajaba y sólo se relajaría si alguien creía su disparatada historia. La idea vino a mi mente como un faro de esperanza, enviando oleadas de fuerza... no, nunca había tenido fuerzas, enviando oleadas de ganas al resto de mi cuerpo. Me enderecé como si de repente él captara mi atención. Sólo necesitaba seguirle el juego, era fácil, podía con ello.

 Podía hacerlo.

 Si de algo me había servido venir de una familia de esquizofrénicos era que podía seguir su juego y tratar con ese tipo de personas. Podía engañarlo. El chico estaba desamparado, solo en, lo que él creía, el perverso infierno.

 Me acomodé en la silla y lo miré fijamente.

Él también me devolvió la mirada, estudió mi expresión, analizándola. Noté que tenía los pómulos definidos, que sus ojos estaban empapados de sentimientos y conservaba los labios comprimidos en una fina línea.

 —Eh, si no recordás tu nombre tenés que ponerte uno. No podés estar sin nombre.

 —S-sí tengo nombre, sólo que no me acuerdo. Dante me explicó muchas cosas en el sueño, pero no me dijo cómo me llamaba. Dijo que después con el tiempo iba a empezar a recordar ciertas cosas del —titubeó—... del otro lado.

 —¿Qué cosas te dijo en el sueño? —inquirí.

 Dudó como si no supiera si responder a esa pregunta. Tragó saliva y dijo ecuánime:

 —Soñé que estaba en una oscuridad rojiza, como si estuviera en el interior de una garganta —Hizo una mueca por la disparatada comparación como si quisiera seleccionar las palabras precisas para que yo le creyera—. Él me sonrió y le pregunté qué pasaba, le pregunté dónde nos encontrábamos, porque no recordaba cómo llegué ahí. Entonces se limitó a examinarme por unos minutos mientras le exigía que me diera una explicación. Al cabo de un rato se cruzó de brazos y dijo que era el indicado. Me explicó que despertaría en el infierno porque había quebrantado la ley divina y sería torturado por mi pecado.

 Suspiró.

 —Le pregunté qué hice y me lo mostró —Sacudió una mano omitiendo ese detalle y volvió a enterrar la cabeza en el volante, pero esta vez la giró para mirarme a los ojos—. En fin, recordé de dónde venía y qué había hecho. Él me dijo que se llamaba Dante Weinmann y que era uno de los guardianes del infierno, un Protector de la Destrucción. Era un demonio. Él sólo se encargaba de que las cosas continuaran igual de hostiles y horribles para que los humanos sufrieran. Los Protectores pervierten algunas personas y corrompen morales. Cada Protector tiene diferentes tareas, algunos son presidentes, otros curas, muchos son activistas de la paz, maestros... Dijo que su trabajo sólo era vigilar a los condenados y seguir las ordenes de sus superiores: los Purificadores.

 Pensé que tenía que hacer algo y asentí.

 —Los condenados son los que quebrantaron la ley divina. Personas que mientras vivían cometieron pecados como matar o matarse, hacer daño, mentir, ser arrogantes, lujuriosos, robar... acá acaba la gente mala. Dijo que yo había sido enjuiciado injustamente, pero que nadie se molestaba en volver a plantearse mi situación. Por eso fui al infierno, pero en el camino él interceptó...

 Suspiró, odiándose por lo que iba a decir.

 —Interceptó mi alma. Me contó que había una persona que también había sido enjuiciada injustamente. Me dio su nombre, la llamó Edén Larbalestier. Me encomendó encontrarla en el plazo de veinte horas, dijo que sólo con ella podría escapar de aquí e ir a un lugar más seguro. No explicó mucho, pero repitió que él había metido la pata con esa persona y necesitaba enmendar el error. No podía ir a buscarla él mismo porque nadie sabía que Edén existía y si se acercaba a ella lo descubrirían, además, Dante estaría ocupado en otra cosa. Por eso pensó en solicitármelo. Necesitaba alguien para ganar tiempo. Dijo que si la encontraba entonces me regresaría a casa o en el peor de los casos me llevaría a un lugar donde pudiera descansar.

 —¿Él te sacaría del infierno?

 —Sí, me dijo que estaría ocupado abriendo un portal en... un lugar que Edén conocería. Y que me dejaría fugarme con ella. Pero sólo si encontraba a esta chica. Ella es el pase para salir de aquí, dejará irse a cualquiera que escolte a Edén hasta el lugar que él quiere. Me contó que me había elegido porque era especial y al ver mi muerte supo que era el indicado para la tarea. Pero me advirtió que sus superiores harían todo lo posible por encerarme para siempre en este mundo de sufrimiento. No sé dónde está él ahora, tal vez tratando de encontrar una salida del infierno, me dijo que me prestaba su cuerpo y que buscara a Edén en su piel pero que así sería más difícil. Yo sería una distracción para que él ganara tiempo. Pero me advirtió de sus superiores. Ellos dicen que toda persona que cae alguna vez en el infierno está condenada para siempre.

 —¿Querés decir hasta que se muera? Acá nada es para siempre.

 Una risa muda se alzó en su garganta.

 —Yo pregunté lo mismo. Pero Dante Weinmann explicó algo... perturbador. Dijo que en el infierno contiene la mayor tortura de todas. Es gozar de la juventud y luego perderla, ese es el peor castigo. Una vez que morís volvés a nacer en otra piel, en otra parte del infierno y cumplís nuevamente el ciclo, envejecés en muchas vidas, algunas más duras que otras. De ahí viene la idea de la rencarnación. Rencarnamos todo el tiempo en el infierno, vivimos en un mundo horrible para siempre. Vemos guerras, tratados de paz, hambre, matanzas, reinos caer, todo para repetir un ciclo horrible donde no hay esperanza alguna.

 —¿Querés decir que de dónde venís la gente no envejece? —dije intentando reprimir la risa burlona que había aprendido de María—. Qué tontería ¿entonces cómo mueren?

—Mueren, en efecto, pero no envejecen, sólo se les acaba el tiempo. Caen desfallecidos, sin ninguna enfermedad en su cuerpo. Y lo saben, están preparados y felices, sino cometieron nada malo. De dónde vengo casi no hay gente cruel, no existen las cosas que existen en el infierno. Allá no hay enfermedades como acá.

 Suspiré prolongadamente ¿Se acordaba de eso pero no de su nombre?

 Escudriñé de reojo su postura. No había aflojado los músculos, continuaba vigilándome con el mismo ojo crítico. No se había distraído. Maldije en mi interior.

 —Así que tenés que buscar a Edén Larbalestier y...

 —Dijo que una vez que la tenga me dirigiera a donde ella me diga. No sé qué lugar es. Edén sabe. Me dijo que va a tratar de abrir un portal.

 Resoplé.

 —Dante, —traté nuevamente de encontrar esa voz de la razón que había sido sepultada en su cabeza con toneladas de delirios—. ¿Te das cuenta de que esto no puede ser el infierno? Digo, sí, es una porquería, pero hoy cuando perdiste la cabeza, aunque no te conocía, tenías mala fama y sabía que habías hecho un montón de cosas malas, además de que todos consideran que sos una porquería como persona...

 —Pero ese era el Protector, el demonio cuyo trabajo era causar caos y hacer sufrir a los condenados. Yo no soy Dante... estoy en su cuerpo, yo me llamó —Boqueó—. Me llamó —golpeó con fuerza su cabeza contra el volante y gruñó de confusión.

 —Bueno, —accedí—. Suponiendo que no seas el verdadero Dante, mi punto es el mismo. Yo no conocía a Dante y creo que era una persona horrible pero igual cuando te vi confundido en el cuerpo de Dante te ayudé. No dejé que sufrieras solo. Y yo no soy una santa. Hay gente mucho más buena en el este lugar, están... activistas, las personas de médicos sin fronteras y otras organizaciones, o padres que darían la vida por sus hijos. Hay personas que valen la pena.

 Él negó con la cabeza. Se inclinó a la parte trasera del auto y encontró lo que buscaba. Un diario arrugado del día de hoy. No supe en qué momento lo había visto pero ahora lo arrojaba con poca paciencia sobre mi regazo.

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