46- María

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 Nos alejamos a un recinto donde había pingüinos fosilizados en vitrinas. Era la exposición contigua a los fósiles. Nos quedamos en la intersección entre las dos salas. Un nene caminó al lado mío con la boca abierta del asombro, agarrado de la mano de su mamá, como si no pudiera volver a acomodar su mandíbula otra vez.

—¿Qué hacemos? —preguntó Ángel.

—Escondernos y esperar a Lambi, obvio.

—En los baños de damas, no en el de caballeros —propuso Ángel—. Los de chicos siempre están más sucios.

—¡Puf! Eso diría alguien que nunca entró al de chicas —dije recostándome sobre una pared y mirando el reloj—. Algunas pibas cagan cosas que parecen camiones.

—Mi pregunta es ¿Qué tienen que ver los dinosaurios en todo esto del infierno? —preguntó Cris, embutiendo sus manos en los bolsillos, se veía canchero y soso.

Más que nada soso, pero ahora, después del exhaustivo día que habíamos tenido, lo veía un poco más valiente como no sé... un superhéroe de propagandas de limpieza o cereal: soso y casi en onda.

—Sí, mejor desviemos el tema —Asintió Ángel, observando el mismo fósil que miraba Cris—. Yo creo que antes se comían a la gente ¿no se supone que todo tiene un propósito maligno? Es obvio que los pusieron para cazar y estresar a los humanos primitivos. Para matarlos, como las armas de antes.

—No sé si estuvieron viviendo en la misma época —dije, pero de verdad no sabía.

—Puede que sean puestos por los protectores para que la gente no crea en Dios —sugirió Cris—. Con la evolución y todo eso la gente se aleja de su creador y se siente desesperanzado... creo.

—¿Y dónde está Dios en todo esto? —preguntó Ángel—. Quiero pedirle un reembolso de la vida que me dio, no me gusta para nada —Se cruzó de brazos—, y estar encerrado acá tampoco me gusta. Quiero que abran otra vez el juicio de mi alma, yo soy buena persona, fui mal enjuiciado, de eso estoy seguro.

—Yo también soy bueno —afirmó Cris.

—Y yo.

Yo soy buena mentirosa. Pensé.

Ángel se rio de forma burlona y sentí cómo empezada a enojarme, era como un calor febril en las costillas.

—¿Qué te reís?

—De lo que dijiste.

—Yo no me reí cuando vos dijiste que no te merecías el infierno. Si lo pensás bien sos puto así que, según la biblia, vos deberías estar acá.

—Soy gay no puto, zorra de cuarta y además...

—Además la biblia y la religión a la que dediqué toda mi vida —comentó sombríamente Cris, sacándose los anteojos oscuros—, fue una mentira que crearon los Protectores de la Destrucción para que la gente se pudra en ella, para que confundan el bien con el mal. Es un arma creada por los enemigos, como el cabello de Troya. Y yo estuve toda la vida creyendo en esas historias.

Ángel volvió a ubicarle las gafas, girando la cabeza en todas direcciones para comprobar que nadie había visto sus moretones, como si fuera un hecho que quisiera borrar.

—Bueno, eso te pasa por boludo. Era re obvio que la iglesia estaba mal, desde siempre demostró pertenecer a demonios, por ejemplo, como la caza de brujas, con la Inquisición, las guerras santas, la matanza de los nativos americanos porque no querían ser cristianos y puedo seguir por horas enumerando cosas sádicas que hacía la iglesia porque.... Porque... no hay una buena razón de por qué lo hacían.

—Me siento tonto y vacío —comentó Cris, recostándose contra la pared y deslizándose hasta el final.

Verlo así me rompió el corazón... un poco.

—Es que sos tonto —le dije—, pero no por eso deberías sentirte vacío, tratabas de hacer el bien y te equivocaste. Los errores los cometen las buenas personas, las malas son las que repiten los errores. Y sé que no vas a tropezar con la misma piedra dos veces seguidas. ¿No me dijiste que eras amigo de Marcela? Le dabas compañía a una vieja pesada, eso es algo bueno. Por ahí eras parte de un sistema de mierda, pero tampoco es que le cagaste la vida a medio mundo. Tampoco es que seas... ese tipo... que seas...

Quería mencionar al tipo que había gobernado Alemania y al otro que gobernaba Corea y se peleaba con el presidente de Estados Unidos, pero no me sabía el nombre de ninguno de los dos. Resoplé para terminar mi punto.

Cris obvió que me había trabado en la última parte y pensó lo primero que dije. Dios, era tan buenito.

—Sí, puede ser —se encogió de hombros.

—Aparte —agregué—. Le estamos dando mucha importancia a esto del infierno, ni siquiera sabemos si es verdad.

Los dos asintieron.

—Dale, vamos a escondernos al baño como las ratas que somos —apuntó Ángel haciendo un gesto con la mano como si nos indicara el camino a la libertad.

—Habla por vos, sorete*.

—¿Siempre se tratan así? —preguntó Cris levantándose del suelo donde se había sentado de forma dramática y derrotistamente simbólica.

—Sí —respondimos ambos al unísono, a medía risa.

Eso hacían los hermanos: discutir. Y era una regla inquebrantable. Pero había una segunda condición, tan importante como la primera, algo que también hacían los hermanos: perdonarse después. A nosotros se nos daban bien las dos cosas.

El museo cerraba a las siete de la tarde. Faltaban diez minutos para eso, empezaron a desalojar todas las salas cuando nos metimos los tres en un cubículo del baño. Ángel se sentó sobre la mochila de agua mientras Cris y yo estábamos parados sobre la tapa del inodoro.

Ángel sacó de su bolsillo el diario, del protector Dante, y lo agitó como si tuviera algo interesante. Cris se encogió de hombros y yo también. Era buena idea aprovechar el tiempo muerto para saber más de la persona... espíritu maligno o lo que fuera, que nos entregaría una salida. Lo abrió en el medio y nos apretujamos para leer.




Sorete: mierda.

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