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El eco de sus botas resuenan con rapidez en el suelo, siendo el único sonido en aquellos pasillos iluminados por el sol. Sujeta con firmeza la muñeca de Visenya, quien, sin quejarse, mantiene el ritmo de su trote.

Al llegar a la entrada de los aposentos, el guardia se aparta sin decir palabra, permitiéndoles el paso. Una vez dentro, permanecen inmóviles durante unos minutos. Alyra traga saliva con dificultad, afectada por la respiración agitada y la tensión de lo que acaba de experimentar.

Finalmente, es Visenya quien, recobrando la compostura, rompe el silencio. —¿Qué demonios fue todo eso, Alyra? —masculla con paranoia, aun luchando por recuperar el aliento.

El semblante de Visenya se ensombrece, esperando una respuesta. Esa expresión llena de angustia y preocupación es un reflejo del mismo gesto que solo ha visto algunas veces en el rostro de su madre.

Los ojos oscurecidos de su amiga no se desprenden de los suyos ni por un segundo. Sin embargo, Alyra rompe ese contacto visual, no por timidez sino por la necesidad de acercarse a la ventana y meditar minuciosamente lo que responderá. ¿Cómo explicar el fuego que le quema la garganta y hace temblar sus manos cada vez que esa rabia ciega la domina? ¿O las voces en Alto Valyrio que emergen de la nada?

Dadas las circunstancias, solo le quedan dos alternativas: Visenya la tachará de loca y embustera, o le creerá. Aunque conociéndola, lo más probable es que no opte por la primera opción.

Antes de responder, toma una bocanada de aire y cierra los ojos, buscando el valor para contarle todo.

—¿Alyra? —pronuncia a sus espaldas.

En el momento en el que cree estar preparada para hablar, se da la vuelta con decisión y la mira.

—Cuando me enojo, mi garganta arde como si tragara fuego y las palmas se me ponen tan rojas que arden. Y no solo eso, también escucho murmullos. —Las palabras salen atropelladas.

Visenya parpadea varias veces y sus ojos se ensanchan ligeramente a medida que la incredulidad se adueña de su semblante. Sus labios se separan, pero las palabras se le atoran en la garganta.

—¿Qué? —La pregunta sale en un hilo tembloroso. Su mirada se clava en Alyra, buscando algún indicio de que está bromeando.

—Lo que escuchaste.

Alyra contiene el aliento, rogando en silencio que no la juzgue. Mientras tanto, se sienta en uno de los divanes junto a la chimenea. Ansiosa, mantiene la mirada fija en su amiga. Sus dedos se entrelazan y desenlazan en su regazo.

—¿Oyes voces y sientes una especie de... fuego interno al enfadarte? —Asiente levemente—. Y esas voces, ¿vienen de tu mente o...?

—Eso creo... —murmura tragando saliva, su garganta se torna seca—. Solo yo puedo oírlas.

—¿Pero por qué? —Alyra alza los hombros, desentendida—. ¿Qué te dicen?

—Al principio no entendí nada. Después la frase cambió, pero tampoco la entendí. Hablan en Valyrio, y sabes que aun me cuesta. Pero hoy... hoy por fin descifré una. Repetía: se el dragón. No se detenian y cada vez sonaban más fuertes.

—¿Por eso gritaste?

—Sí. Después de hacerlo se callaron y luego te vi allí, sosteniendo mi brazo.

—¿Hace cuánto te sucede? —cuestiona, sentándose a su lado.

—Desde el día de la apuesta, cuando Clarisse me informó que mi madre me buscaba. ¿Te acuerdas?

—¡Sí, lo recuerdo! —exclama, y de pronto abre su boca y traga aire con sorpresa—. ¿Fue por eso que te pusiste tan nerviosa en la entrada del jardín real? Cuando toqué tu hombro, saltaste como si hubiera sido Otto.

—Así es —confirma Alyra, removiéndose incómoda en el asiento.

Inclinándose más cerca, su voz baja a un susurro nervioso. —¿Alguien más sabe sobre esto?

—No. Y debes prometer que no le dirás a nadie. —Entorna los ojos y la señala con el dedo acusador, intentando proyectar una amenaza que no termina de ser convincente.

—Lo juro.

El silencio sepulcral que domina la habitación la lleva a escrutar a Visenya con curiosidad. Es entonces cuando nota algo que había pasado por alto: el puño izquierdo de su amiga está cerrado, y de entre sus dedos asoma un trozo de papel.

—¿Qué escondes allí? —interroga, indicando con un gesto de su barbilla.

Visenya vacila por un momento. —Oh, esto... —murmura al fin—. Es solo una historia que quería compartir contigo, pero... creo que no es el momento adecuado.

—Yo creo que si lo es, necesito una distracción —murmura Alyra con un suspiro—. Cualquier cosa para dejar de pensar en lo que me pasó.

Visenya asiente comprensiva. —Está bien —dice, acomodándose en el asiento—. Quizás esto pueda ayudar.

Con delicadeza, extiende su mano, revelando el papel arrugado que había mantenido oculto. Alyra se inclina hacia adelante, su curiosidad crece a medida que lo desdobla.

Al principio, los detalles son confusos, pero pronto se revela el dibujo de una espada de hoja larga. La guardia esta formada por dos alas de dragón extendiéndose hacia afuera, otorgándole un aspecto bello y a la vez amenazador.

—¿Y eso? —pregunta Alyra, incapaz de ocultar la fascinación.

—Es Llama Eterna —informa con una chispa de emoción en sus ojos—. Fue forjada en Valyria y le perteneció a Aenar Targaryen. —Los dedos de Visenya recorren los trazos del dibujo—. ¿Ves estos detalles? Se dice que la espada emitía destellos rojos y dorados, como si el aliento de los dragones estuviera atrapado en su interior.

Alyra se acerca más, fascinada por los detalles. Visenya continúa, su voz va adquiriendo un tono casi hipnótico:

—La empuñadura era una obra de arte en sí misma. Estaba adornada con gemas que representaban los cuatro elementos: rubíes por el fuego, zafiros por el agua, esmeraldas por la tierra y diamantes por el aire. Juntos, simbolizaban la armonía y el poder supremo de Valyria... Pero durante la Maldición, Llama Eterna desapareció sin dejar rastro. Con los siglos, se convirtió en una leyenda.

—¿De dónde sacaste todo eso? —inquiere, enarcando una ceja.

Esboza una sonrisa traviesa. —Me escabullí a la biblioteca —confiesa, extendiende el dibujo—. Lo encontré en un tomo polvoriento que nadie parecía haber tocado en años.

Alyra toma el papel con cuidado, examinándolo detenidamente. Sus ojos recorren cada trazo antes de alzar la vista hacia Visenya. —¿Y por qué me lo muestras a mí?

—Porque es fascinante, Alyra. Esta espada aparece en textos muy antiguos, pero es como si se hubiera desvanecido de la historia. Nadie habla de ella hoy en día. Y tú sabes lo mucho que me apasionan las historias... Podría estar en cualquier lugar.

Alyra frunce el ceño, intuyendo hacia donde se dirige la conversación. —¿Qué estás insinuando, Visenya? Mira, si esta espada realmente existió, estoy segura de que incontables personas la han buscado durante miles de lunas. Si ellos no la encontraron, ¿qué te hace pensar que nosotras podríamos lograrlo?

—¿Quién dice que no? —replica con una chispa de desafío.

Alyra chasquea la lengua, devolviendo el dibujo. —Ni siquiera sabes por dónde empezar. Podría estar enterrada en alguna ruina olvidada o, más probablemente, en el fondo del mar —suspira, rascándose la cabeza—. Escucha, entiendo tu entusiasmo, pero...

Se detiene, notando la decepción en los ojos de Visenya. Por lo que decide cambiar de tema, y su voz se suaviza. —¿Sabes qué? Creo que necesitamos un descanso de todo esto. Tengo ganas de ir a ver a Tessarion. ¿Me acompañas?

Visenya duda por un instante, sus dedos acarician el borde del antiguo dibujo. Con un suspiro apenas audible, lo desliza bajo la manga de su traje. La búsqueda de Llama eterna puede esperar.

Con una complicidad nacida de años de amistad, ambas se dirigen hacia la salida secreta que descubrieron tiempo atrás. Antes de partir, toman dos capas negras, envolviéndose en ellas.

—Te dije que era buena idea guardar dos aquí —comenta Alyra con una sonrisa de satisfacción, ajustando la capucha sobre su cabello plateado.

Se posicionan frente a la puerta oculta, sus manos trabajan juntas para abrirla. Con un crujido quedo, la pared cede, revelando la entrada a los pasadizos secretos. En cuestión de segundos, se sumergen en la penumbra de los pasillos. Aunque la temperatura es baja, las gruesas capas que llevan puestas las protegen del frío, haciendo el ambiente más tolerable. Visenya y Alyra son las únicas que conocen esta entrada secreta, o al menos eso es lo que suponen.

El camino es largo y sinuoso. De vez en cuando, el chillido de un ratón o el rápido movimiento de una araña las sobresalta, arrancando risas nerviosas. El final del pasadizo las dejará aproximadamente a un kilómetro de Pozo Dragón.

—Ven. —El agarre es firme cuando toma la mano de Alyra, tirando de ella con urgencia.

La guia hasta una pequeña sala olvidada por el tiempo. Telarañas gruesas cuelgan de cada esquina, y el aire está cargado con polvo y humedad que se pega a sus gargantas.

—¿Qué pasa? —pregunta desconcertada.

—Shhh. —La silencia con un dedo en los labios.

Con pasos cautelosos, avanzan hasta toparse con un muro de madera vieja y carcomida. Pequeños huecos, probablemente obra de los años y las termitas, permiten que se filtre la luz de la habitación contigua. Visenya se inclina, pegando un ojo a uno de esos agujeros.

La curiosidad termina venciendo a Alyra y, dando un paso adelante, se coloca junto a su amiga, buscando su propio hueco para mirar. Al principio, solo ve formas borrosas, pero poco a poco sus ojos se agudizan y la escena se aclara.

Con un sobresalto, reconoce la sala del Consejo Privado. Su corazón da un vuelco al ver a su madre junto a Otto Hightower, el Gran Maestre, y otros miembros del consejo. La reunión parece estar llegando a su fin; uno a uno, los consejeros se retiran con reverencias formales.

Pronto, solo quedan tres figuras, Alicent, Otto y Criston Cole. La tensión en el aire es palpable incluso a través del muro que las separa. Alyra contiene la respiración, consciente de que está a punto de presenciar algo que no debería.

—Es hora de que hablemos sobre Alyra —dice Otto, su voz cortante rompe el silencio de la sala.

Se le hiela la sangre al oir su nombre, lo que le da más razones para seguir espiando.

—Creí que ya habíamos acordado cual sería su castigo —responde Alicent, visiblemente molesta.

—Sin embargo, las acciones de esa niña siguen dando que hablar en la corte. No podemos seguir ignorándolas —insiste.

—¿Qué quieres que haga, padre? ¿Enviarla lejos? No es más que una niña pequeña.

—Una pequeña que no tiene remedio. Alyra es perversa y maligna —la dureza en las palabras de Otto logra que Alicent deslice las manos por su rostro, mostrando un claro gesto de agobio—. Pone en peligro a tus hijos. Has visto lo que le hizo a Aemond. Podría tomarla y...

—¡No, no puedes! —el grito de Alicent resuena, seguido del sonido de palmas golpeando la mesa—. ¡Es mi hija!

Alyra se aleja de la pared de prisa, solo para encontrarse con el rostro turbado de Visenya. A pesar de las duras palabras que acaba de escuchar, no está sorprendida; sabe que Otto la desprecia y haría hasta lo imposible para alejarla.

Sin decir una palabra, Alyra sale apresurada de la habitación, escuchando los pasos estrepitosos de Visenya detrás suyo.

—¡Tu abuelo quiere enviarte lejos! —grita en un susurro y los ojos muy abiertos.

—Lo sé —responde, levantando los hombros con indiferencia.

—¿Lo sabes? ¿Y por qué no me contaste?

—Tú tampoco me dijiste que te irías a Rocadragón —reprocha, con una expresión de asombro que dura apenas un instante.

—Sí... lo siento —murmura, frunciendo los labios y bajando la mirada.

—No sé qué será de mí cuando te marches —dice, cruzando los brazos.

—Ni de mí cuando sepa que no estarás conmigo —responde Visenya.

Ambas sonríen débilmente, sabiendo que sus vidas serán muy diferentes sin la otra. Han compartido tantas confidencias y momentos que la idea de separarse les resulta insoportable. Sin embargo, son niñas y no tienen ningún control sobre su situación.

[...]

Tras una larga caminata, llegan a la entrada de Pozo Dragón. El aire fresco de la tarde es un alivio después del ambiente viciado de los túneles. Dos cuidadores de aspecto andrajoso montan guardia en la entrada, sus ojos cansados escrutan a las recién llegadas.

Con movimientos sincronizados, ambas se retiran las capuchas. Alyra siente un destello de preocupación, pero lo descarta rápidamente. Está casi segura de que la noticia de su castigo no ha llegado hasta aquí.

Nada más adentrarse en la inmensa caverna, un hedor intenso las golpea: una mezcla de azufre, carne cruda y el inconfundible olor de los dragones. Alyra arruga la nariz, pero la familiaridad de ese olor trae consigo confort. A su lado, ve a Visenya igualmente emocionada.

Segundos después, el suelo tiembla. Pequeñas piedras saltan y rebotan, anunciando la llegada de la majestuosa bestia. El corazón de Alyra se acelera aun más cuando vislumbra las escamas azules brillando en la penumbra.

—¡Tessarion māzigon! —exclama, la orden en Alto Valyrio fluye naturalmente de sus labios.

Su voz llega a La Reina Azul como una caricia. En un instante, están frente a frente. Tessarion es una criatura majestuosa y de gran tamaño, superando a cualquier dragón de su edad. Aunque todavía le faltan algunos años de crecimiento para alcanzar la altura imponente de Syrax o Caraxes.

La enorme cabeza de Tessarion, cubierta de escamas que brillan como zafiros pulidos, se inclina hacia la palma extendida de Alyra. Los dedos de la joven la recorren, sintiendo cada relieve y curva familiar. Un ronroneo profundo y melódico surge del dragón, denotando felicidad. Sus ojos brillan, reflejando la alegría del reencuentro tras varios días separadas.

Aunque el peculiar hedor del dragón podría ser desagradable para otros, Alyra se acerca más, relajando su cabeza contra la de Tessarion. La textura rugosa y cálida de las escamas le infunde una sensación de seguridad y pertenencia. No le importa si más tarde la gente percibe ese olor en ella; la mera presencia de su dragona es suficiente para disipar cualquier inquietud.

—Te extrañé —musita Alyra, mientras a la distancia se oye el rugido de Tyraxes, el dragón de Visenya.

El bufido de Tessarion sacude su corto cabello, dejándole en claro que desea salir a volar. Alyra percibe la frustración de su compañera y suspira.

—Lo sé, lo sé —susurra, acariciándola—. Yo también desearía que pudiéramos volar juntas.

Con cuidado, se aparta, rodeando a Tessarion con pasos lentos y estudiados. Sus ojos recorren cada curva y ángulo, maravillándose ante su tamaño cada vez mayor.

«Creces tan rápido», piensa, con orgullo y melancolía en su pecho.

Después de unos minutos, Visenya la llama y sabe que deben partir. Con el corazón encogido, acaricia por última vez a su leal dragona.

—Volveré pronto —promete.

Abandonan la fosa con pasos rápidos y silenciosos. Apenas fuera de la vista de Tessarion, se lanzan a correr, conscientes de que el tiempo apremia y deben estar en la Fortaleza para el almuerzo.

Durante el trayecto, tienen que pausar varias veces para recobrar el aliento, agradeciendo los entrenamientos diarios que les confieren una mayor resistencia al trote ligero, al menos más que la que Aegon podría tener.

Alcanzan por fin el acceso que las adentra a los pasadizos; solo les quedan unos cuantos metros para llegar a los aposentos de Alyra. A pesar de la gélida temperatura de los pasillos, el calor y la transpiración del momento las fuerzan a despojarse de las capuchas.

Justo antes de hallar la entrada, son cautivadas por el aroma exquisito de la comida. Su estómago gruñe, recordándole cuanto tiempo ha pasado desde su última comida. Sin embargo, el miedo rápidamente reemplaza al hambre; teme que su madre esté allí, dispuesta a ceder a las absurdas ideas de su incompetente abuelo.

Abre la puerta con el corazón en la boca y el pulso acelerado, con la esperanza de encontrar la estancia vacía, y así es, pero el alivio de no ver a Alicent es efímero. Sus ojos se detienen en Helaena, acurrucada en el sofá. Se estremece de inmediato al verla con las manos presionando sus oídos y su cuerpo meciéndose erráticamente.

—¿Helaena? —inquiere al acercarse, pero su hermana ni siquiera la ha escuchado entrar.

La atención de Alyra se centra en su nariz, teñida de un tenue carmesí, y en sus mejillas, húmedas por las lágrimas. A sus pies, divisa el pequeño juguete de madera con forma de escarabajo, el mismo con el que Helaena siempre juega.

—¿Estás bien...? —Toma asiento a su lado, escuchando los esfuerzos de Visenya por cerrar la puerta—. ¿Qué sucede?

Helaena continúa meciéndose. Su cabello, usualmente impecable, cae en mechones desordenados sobre su rostro pálido. Alyra toca suavemente su hombro. El contacto hace que sus sollozos, antes contenidos, se vuelven más intensos.

—Ellos vendrán, Alyra —murmura entre lágrimas—. Ellos vendrán...

—¿Ellos quiénes? —cuestiona, inclinándose más cerca, tratando de captar la mirada esquiva de Helaena.

—La oscuridad malvada y fría descenderá sobre el mundo —susurra.

Alyra traga saliva, intercambiando una mirada preocupada con Visenya, quien se ha acercado silenciosamente.

—Ven —dice, tomándola de la mano—, te llevaré con madre.

—¡No! —exclama, apartándose bruscamente—. Quiero quedarme aquí.

La petición toma a Alyra por sorpresa: no recuerda la última vez que su hermana eligió quedarse con ella. Generalmente, Helaena evita pasar tiempo a su lado. A pesar de ello, asiente, permitiendo que se quede.

Sentada, Alyra examina la habitación con nuevos ojos. Su mirada se detiene en la otra mesa, de donde emana un aroma tan delicioso que hace que su estómago gruña. Se acerca y descubre un verdadero festín: pollo dorado y crujiente, pescado aromático, y jarras rebosantes de agua fresca y jugo de frutas.

Está claro que no la incluyeron en el almuerzo principal. Prefirieron llevarle la comida directamente a sus aposentos, como si fuera una invitada no deseada en su propia casa. No obstante, en lugar de molestarse, experimenta un alivio al saber que no tendrá que sentarse en esa mesa tensa, soportando miradas frías y conversaciones forzadas.

—¿Ya comiste, Helaena? —Visenya pregunta con voz suave, trayendo a Alyra de vuelta al presente.

La mayor de las tres niega con un gesto tímido.

—Ven, aquí tienes. —Señala el banquete.

Mientras Helaena se acerca tímidamente a la mesa, Alyra y Visenya se retiran con discreción a un rincón de la habitación, lo suficiente como para no ser oídas.

—¿Qué sucedió? —susurra Visenya.

—No estoy segura. Dijo algo sobre la oscuridad y que descenderá —responde en voz baja.

—Qué extraño... —murmura, mordiéndose el labio—. ¿Pero está bien?

Ambas dirigen sus miradas hacia Helaena, que ya está sentada y parece estar disfrutando de la comida, aunque su expresión es difícil de leer.

—Espero que sí —suspira—. Ven, tomemos asiento con ella —propone.

Se acomodan en la mesa, sus estómagos rugen en protesta por el hambre. La atmósfera es tensa al principio, pero poco a poco, las conversaciones sobre Tessarion y Tyraxes alivian algo de la tensión. Hablan sobre lo majestuosos que son sus dragones y recuerdan las veces que los montaron.

Alyra observa a su hermana de reojo, advirtiendo como escucha con atención. Finalmente, para su sorpresa, se une a la conversación.

—Dreamfyre también crece rápido —comenta, su voz es suave y baja—. Sus escamas brillan como joyas bajo el sol.

Sin embargo, justo cuando comienzan a sentirse cómodas, un golpe fuerte y autoritario en la puerta rompe la frágil paz.

—¡Adelante! —grita Alyra.

El guardia permite la entrada a Jacaerys y Cregan. El corazón de Alyra da un vuelco al ver al joven Stark, amigo de sus hermanos. La furia se enciende en su cuerpo y alma.

El hermano de Visenya, entra primero. Su rostro, normalmente afable, está tenso con preocupación. Tras él, Cregan avanza con paso cauto, sus ojos grises recorren la habitación antes de posarse en la princesa Targaryen. Ambos saludan con cortesía, pero Alyra solo responde al de Jace. Luego, su mirada se clava en Cregan, sus ojos arden con una intensidad que hace que él se remueva incómodo.

Clava sus uñas en las palmas, dejando marcas en forma de media luna. —¿Qué están haciendo aquí? —indaga Alyra, tratando de mantener la calma.

Jacaerys da un paso adelante. —Madre dijo que estarías aquí. Necesito hablar contigo —responde, refiriéndose a su hermana con un tono serio y urgente.

Visenya se levanta, lanzando una mirada inquisitiva a su hermano, y se dirige hacia la puerta de la habitación, señalándolo para que la siga. Alyra percibe la tensión en el aire mientras se levantan y salen, dejando la habitación en un incómodo silencio.

No tarda en dirigir sus ojos hacia Cregan, el joven que tiene la misma edad que Helaena y que nunca dejó de atormentarla junto con sus hermanos desde que lo vio por primera vez.

—¿Y tus novias? —cuestiona, con tono desafiante. Él la observa de reojo—. ¿Mis hermanos te abandonaron y ahora vas llorando con los Velaryon?

Él tensa su mandíbula e inhala profundamente antes de responder, como si midiera cada palabra. —Jace y Luke también son mis amigos —dice entre dientes.

—¿Ah, sí? —Apoya el codo en la mesa y descansa la cabeza en su mano, mirándolo con exagerada incredulidad—. ¿Y permites que tus otros amigos los insulten? Vaya amigo eres.

—Yo nunca participo en ese tipo de conversaciones —se defiende Cregan, su voz sube de tono—. Además, me llevo bien con los cuatro, aunque ellos no se soporten.

Alyra suelta una risa sarcástica. —Sí, claro.

Cregan eleva sus hombros ligeramente. La burla en la voz de ella tocó un punto sensible. —Cuando tengas más de una amiga, lo entenderás.

—¿Para que hablen mal a mis espaldas? —responde rápidamente—. No, gracias, paso.

—Ya te dije que yo no...

—Sí, sí, como sea —lo interrumpe agitando la mano—. No sabes nada. Hablar contigo es inútil, Cregan Stark —escupe, revoleando los ojos.

En ese momento, Visenya y Jacaerys se acercan.

—Tengo que irme, Alyra —anuncia con una nota de pesar—. ¿Nos vemos más tarde?

La joven asiente, con una punzada de desilusión en el pecho. Realmente esperaba pasar más tiempo con ella.

Jacaerys las saluda con su habitual cordialidad, gesto que ambas hermanas corresponden. En cambio, Cregan permanece inmóvil, limitándose a despedirse solo de Helaena. Alyra nota su desaire, pero se niega a darle la satisfacción de parecer afectada. Si cree que eso la molesta, está muy equivocado.

La amabilidad y simpatía de los hermanos de Visenya no sorprenden, y no es de extrañar considerando que su madre es Rhaenyra Targaryen. Aunque no tiene un contacto cercano con sus sobrinos, su presencia siempre le resulta reconfortante.

El resto del día transcurre con una monotonía abrumadora. Alicent requiere la presencia de sus dos hijas en sus aposentos, una orden que Alyra acata con reluctancia. Antes de presentarse, cambia su vestido apresuradamente, consciente de que el olor de Tessarion podría delatarla. La verdad es que había olvidado por completo su clase de bordado.

La aguja se desliza entre sus dedos distraídos, punzando su piel repetidamente. Unella observa todos sus intentos fallidos.

—¡Por los Siete, niña! —espeta, su rostro enrojeciendo de ira—. ¿Es que no puedes concentrarte ni por un momento?

Alyra oculta una sonrisa traviesa. Ver a Unella perder la compostura, sus venas marcándose en su cuello como si fueran a estallar en cualquier momento, es infinitamente más entretenido que el monótono ir y venir de la aguja.

Helaena, por su parte, se ve animada mientras borda una araña con tonos escarlata. Su habilidad es indiscutible; los hilos se deslizan con facilidad entre sus dedos. Su nariz ha recuperado el color natural, y ya no quedan rastros de lágrimas en sus mejillas. Sin embargo, las palabras que pronunció más temprano continúan rondando por la mente de Alyra, confundiéndola.

"La oscuridad vendrá al mundo."

Intenta dejar de pensar en ello porque la distrae más de lo normal y, en su lugar, centra su atención en las voces que, desde lo sucedido por la mañana, no ha vuelto a oír. De haber sabido antes que un grito las silenciaría, lo habría hecho antes sin dudarlo.

Las horas se arrastran como caracoles, y según el castigo, debe regresar a sus aposentos y pasar allí su hora libre. Es por esa razón que solo se abstiene de observar con envidia a la gente paseando en el exterior.

La inactividad forzada hace que sus piernas se adormezcan. Inquieta, comienza a explorar cada rincón de la habitación, abriendo cajones y revisando estantes en busca de algo, cualquier cosa, que se asemeje a una espada. Sus dedos rozan objetos familiares, pero ninguno satisface su anhelo de acción.

Finalmente, se resigna y se sienta en el borde de su cama. Mira las sombras que se proyectan en las paredes, intentando encontrar algo de sentido en su entorno. Su mente vuelve a las voces, a la mañana, al grito. El silencio que siguió fue un alivio, pero también un enigma. ¿Qué significaban esas voces? ¿Por qué dejaron de hablar?

Entonces, sus ojos se posan en la pequeña mesa, donde descansa un cuaderno de cuero negro. La cubierta, adornada con el símbolo de la Casa Targaryen, brilla a la luz de las velas. Es un obsequio de Visenya: la historia de Balerion.

Con delicadeza, abre el libro. Las páginas, amarillentas crujen bajo sus dedos. Un aroma a vainilla se eleva de la tinta antigua, transportándola a otra época. Dragones y batallas cobran vida en las ilustraciones que decoran las hojas.

«El terror negro», piensa, admirando la majestuosidad de Balerion.

No puede evitar notar su semejanza con Tessarion, salvo por el color azul de este último. De hecho Viserys, su último jinete, se lo recuerda cada vez que sale el tema.

Absorta en la lectura, pierde la noción del tiempo. Cuando al fin alza la vista, descubre que la luna ya se ha ocultado, y la urgencia de huir la invade. Y, como si los dioses hubieran escuchado sus pensamientos, un golpeteo en la puerta llama su atención. El guardia se asoma y anuncia su salvación: Visenya.

A pesar de los deseos de Alyra de huir al jardín, decide quedarse y conversar con ella. Su conversación gira inevitablemente en torno a las tediosas clases.

—Creí que era la única que las encontraba interminables —confiesa.

—Para nada. A veces pienso que mi septa habla en una lengua desconocida. —Visenya sonrie, y luego, con un tono más serio, añade: —Esta será nuestra última noche en la Fortaleza Roja. Mañana, antes del ocaso, partimos hacia Dragonstone.

Un suspiro melancólico escapa de Alyra. —Lo peor es que no podremos disfrutarlo como deberíamos. Estoy castigada hasta que los dioses decidan lo contrario.

Se recuestan en el colchón, charlando sobre sus dragones y planeando apostar en la próxima carrera. La habitación se llena de risas, pero un golpe incesante en la puerta las detiene. Antes de que puedan reaccionar, se abre bruscamente. Es Alicent, y su expresión de descontento es evidente al ver a Visenya allí. Alyra no puede discernir si es por haber roto su castigo de permanecer sola o porque Visenya es la hija de Rhaenyra.

—Visenya —dice la reina con voz gélida—, deberías volver con la princesa Rhaenyra. Ha ocurrido un lamentable incidente y es mejor que ella te lo comente.

Las jóvenes intercambian miradas de confusión, pero sin perder tiempo, Visenya se levanta y se despide con un abrazo rápido. En cuanto la puerta se cierra, Alyra indaga:

—¿Qué sucedió?

Alicent suspira, su rostro se suaviza ligeramente. —Mañana a primera hora zarparemos a Driftmark. Con gran tristeza, hemos recibido la noticia del fallecimiento de Laena Velaryon, esposa de tu tío Daemon. Iremos a su funeral para honrarla y mostrar nuestro respeto.

—¿Tengo que ir? —inquiere dubitativamente—. Yo no la conocí.

—Sí, Alyra, todos iremos. No intentes negarte, porque será en vano. En seguida te traerán la comida y luego te irás a dormir. Necesitas descansar para el viaje.

Antes de marcharse, Alicent se acerca y le besa la mejilla, un gesto raro de afecto. Mientras la puerta se cierra, Alyra se queda sola con sus pensamientos.

Laena siempre ha sido una desconocida para ella. Solo sabe que es madre de gemelas nacidas en Pentos y que, hace algunas lunas, volvió a quedar encinta. Pero eso es todo, no tiene más detalles.

Con su tío Daemon, la situación no dista mucho. Sus recuerdos de él son borrosos, salvo por la imagen de su larga melena plateada. Es lo único que persiste en su mente, aunque constantemente oye a sus padres mencionarlo. Viserys lo añora, pero Alicent no comparte ese anhelo. Otto, por su parte, aprovecha cada oportunidad para recordarle al rey aquella noche en que Daemon masacró a un grupo de maleantes.

No comprende por qué Daemon es tan detestado. No tiene una opinión formada sobre él; a pesar de ser su tío, sigue siendo un desconocido. Solo le queda aguardar hasta mañana para conocerlo, al igual que a su tía Rhaenys.

Con un suspiro, se deja caer en la cama, el cansancio pesa sobre sus hombros. Espera la llegada de la cena a sus aposentos, anhelando saciar su hambre y descansar. Mañana será un día largo, especialmente con el viaje en barco que les espera.

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