Capítulo LIV

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Me despierta la luz del sol que entra por la ventana, pero no me importa. Derek no está en la cama, así que cojo el móvil y miro la hora, son las 12.30h. Tengo varios mensajes, abro la aplicación y los leo.

Tom
Preciosa, ya nos vamos. Tened cuidado y pasadlo bien.

Sam
Ya hemos llegado hermanita, ¡disfruta!

Katy
Jo, ya tenemos que irnos. ¡Qué envidia me dais! Disfruta perri.

Anna
¡Qué pedazo de fiesta! Muchas gracias por invitarme. Por cierto, tus hermanos son un encanto.

Les respondo a todos y salgo de la cama. Cuando bajo las escaleras me llega el olor del desayuno, Derek lo está terminando de preparar.

— Buenos días amor — le digo abrazándole por detrás.

— Buenos días pequeña, ¿qué tal has dormido? — Dice sirviendo zumo en un vaso.

— Genial, ¿Y tú?

— Igual — se gira y me da un beso — anoche estaba reventado y creo que caí en coma.

— Crees bien — digo riendo — estás muy mono cuando duermes.

Parece mentira, pero se ha sonrojado. Este chico no para de sorprenderme. Cogemos un vaso de zumo y unas galletas y desayunamos.

— Aún no me creo lo de la fiesta, mis hermanos se han pasado. Es demasiado, me da mucho apuro, seguro que ha sido carísimo.

— No te sientas mal, tus hermanos te adoran y harían cualquier cosa por ti. Lo han hecho con toda su ilusión.

— Ya lo sé — digo cogiendo las migas que han dejado las galletas — pero es mucho. El móvil, la cena, el dinero de la ropa y ahora esto. ¡Encima el fin de semana entero! Que yo estoy encantada, pasar el finde contigo es un sueño pero...

— Eh — dice agarrando mi mano — tranquila nena. He hablado con ellos y se lo pueden permitir. Estas últimas semanas han ganado muchísimo dinero. Quizá sea su forma de compensarte por lo que vas a pasar los próximos meses. Han aprovechado y han hecho de tu cumpleaños un gran evento. Eso no es malo.

— Puede que tengas razón — le respondo acariciando su mano. — Por cierto, ¿de quién fue la idea? ¿Cómo lo habéis planeado todo? — Empieza a reírse. — Venga ahora que ya lo sé todo, me lo puedes contar, ¡desembucha!

— Fue idea de tus hermanos y nos pidieron ayuda a Katy y a mí. Nos contaron su idea y les ayudamos a buscar la finca. Me preguntaron qué me parecía pasar el finde contigo y les contesté que me hacía mucha ilusión. Les insistí en que me dejaran pagar algo, pero ya sabes cómo son Tom y Sam.

— Muy cabezones, como alguien que yo me sé — digo obviamente refiriéndome a mí.

— Justo — se ríe. ¿Ha confirmado que soy cabezona? — El otro día, Katy estaba en tu casa dándole las llaves a tus hermanos. Pasamos el domingo entero preparando la finca y Katy además, hizo una lista de cosas que debían guardar ellos en la maleta. — Y yo que pensaba que habían pasado el domingo durmiendo, como yo. — Cuando te enfadaste con Katy, a Tom le entró el pánico, pensó que nos habías pillado pero nunca nos llegamos a imaginar que pensarías que tu hermano y mi hermana estaban juntos.

— Soy una peliculera, lo sé.

— No, sólo tienes mucha imaginación — dice dando un toquecito en mi nariz. — Por suerte te creíste la excusa que te dimos.

— Sí, pero la próxima vez dile a Katy que ponga un patrón o una contraseña de bloqueo para el móvil — le digo riendo.

— Ya la tiene, ha aprendido la lección.

Recogemos el desayuno y le propongo recorrer la casa. Ellos la habrán visto, pero yo no y tengo curiosidad.

La planta baja tiene una cocina enorme, una sala de estar, dos baños y un salón enorme con chimenea, sofá en forma de L y una pantalla plana colgada en la pared. La planta de arriba tiene 4 habitaciones, todas con baño, un baño independiente y una sala de estar con unas estanterías que recubren todas las paredes y están llenas de libros.

— ¿Te imaginas vivir aquí? — Le pregunto admirando las vistas desde la ventana de la sala de estar.

— Ojalá, pero no me gustaría tener que limpiarla — se ríe y yo me río con él.

Un rato después, nos hacemos unos sándwich y los comemos en el porche. Hace buen día y el porche es muy acogedor. Tiene una mesa con varias sillas y un balancín a cada lado.

Estamos tan a gusto y en paz que nos tumbamos en el balancín y observamos la naturaleza. Vemos las hojas moverse, los pájaros cantan y vemos algún que otro conejo. Estamos tan en paz que nos quedamos dormido con el balanceo.

Me despierta un escalofrío. Ya casi es de noche y hay una puesta de sol preciosa.

— Despierta pequeño — le digo llenando su cara de besos —. Mira que puesta de sol tan bonita.

Se incorpora y juntos vemos el atardecer. Me encantaría vivir en un sitio así. Cuando el sol ya casi se ha escondido, noto cómo se estremece.

— Entremos — le digo — está empezando a hacer frío.

Cierra la puerta con llave y se me queda mirando.

— ¿Qué? — Le pregunto. Al ver que duda y no contesta me acerco a él —. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

— Sí, tranquila — dice acariciando mi brazo. — Había pensado que podríamos arreglarnos para cenar, ya sabes, como si fuera una cita — se muerde el labio — confieso que quiero volver a verte con ese vestido.

Menos mal, me había asustado.

— Claro — le digo riendo —, me encantaría. Pero primero voy a ver que hay en la nevera para hacer de cena.

— No te preocupes por eso, sube a la habitación a arreglarte. Yo me visto en otro cuarto.

Qué raro. — Vale — le digo riendo, le doy un beso y subo —. ¿Seguro que no quieres...? — Le pregunto cuando estoy subiendo las escaleras pero él me corta.

— No, sube, yo me encargo — dice enseñándome ambos pulgares hacia arriba.

— Vale — subo las escaleras riéndome.

Abro la maleta que me han preparado mis hermanos y me sorprendo al ver lo que hay guardado. Ellos y Katy debían saber los planes de Derek, porque me han guardado mi secador del pelo y mi bolsa de maquillaje. Así que me ducho y me arreglo exactamente igual que anoche. Cuando estoy lista, vuelvo a mirarme frente al espejo y cada vez me gusta más lo que veo. No quiero fastidiar lo que sea que esté haciendo Derek, así que primero le mando un mensaje.

¿Me avisas cuando pueda bajar?

Me contesta al instante

Puedes bajar cuando quieras.

Me miro al espejo por última vez y abro la puerta. Cuando salgo me quedo sin respiración. Ha llenado el pasillo de pétalos de rosa, me llevo la mano al pecho y empiezo a caminar siguiendo el rastro de pétalos. Continúan por la escalera y me llevan al salón, donde está esperándome mi chico. Se ha puesto el traje de anoche y ahora que le admiro bien, con más luz, veo que está guapísimo, imponente e impresionante.

— Estás... vaya... eres como el príncipe azul de los cuentos de hadas — le digo nerviosa.

— Y tú eres mi princesa, estás realmente preciosa — me da un beso, coge mi mano y abre la puerta del salón.

Lo primero que veo es la chimenea, está encendida, lo segundo es la mesa, la cena está servida, hay una botella de vino, dos copas y unas pocas velas, lo que hace el ambiente realmente romántico. Siento mi corazón latir a mil por hora y no sé si echarme a llorar de la emoción o reír de alegría.

— Entremos — dice guiándome hacia la mesa.

El salón está calentito gracias a la chimenea y antes de llegar a la mesa, lo huelo. No puede ser.

— ¿Esos son... mis famosos tallarines con salsa de queso? — Le pregunto riendo.

— Sí — dice orgulloso.

— Madre mía que bien huelen. Y seguro que están buenísimos — le digo admirando el plato. Los ha gratinado exactamente como hice yo.

— He tenido buena maestra — dice retirando mi silla para que me siente y después me arrima. Es todo un caballero.

Se sienta él también y cuando descorcha la botella para servir vino, le paro.

— Gracias pequeño pero no me gusta el vino.

— A mí tampoco, pero este en concreto sí, prueba un poco, seguro que te gusta es muy dulce — dice sirviendo un poco en mi copa. Sirve la suya y la levanta. — Por nosotros — dice sonriendo.

— Por nosotros — me llevo la copa a los labios y bebo un sorbito. Tiene razón, está buenísimo. No sabe a vino, sabe como a frutos dulces y me gusta. Al ver que sonrío y asiento, me sirve un poco más. — Que aproveche — le digo y pruebo la cena que ha preparado. — Dios mío, qué buenos están.

— Gracias, maestra — dice riendo. — Igualmente que aproveche.

Estoy disfrutando muchísimo y para nada me esperaba que esto fuera a pasarme nunca. Estoy viviendo un sueño. Cuando terminamos de cenar, me recuesto en la silla y me toco la barriga.

— Voy a reventar — le digo riendo.

— No revientes todavía porque queda el postre.

— ¿El postre? — Bueno vale, a lo mejor tengo un hueco para el postre.

— Sí, Anna ha hecho una tarta pequeña para la ocasión. Es como la del otro día, de tres chocolates.

Se me hace la boca agua, estaba buenísima.

Me incorporo en la silla esperando la tarta pero aún no la saca. Le miro y está nervioso, se revuelve en la silla y respira hondo.

— Iba a esperar hasta después del postre pero ya no me aguanto más — dice arrimándose más a mí y cogiendo mi mano. — Luna, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, me enamoré de ti en el instante en que te vi caminar por el instituto. Mi único propósito es hacerte feliz, por eso preparé todo esto. Quería hacerte sentir especial, demostrarte lo importante que eres para mí. — Saca una pequeña caja y me la entrega. — Feliz cumpleaños pequeña.

Le miro sin reaccionar. Ya me ha hecho un buen regalo, el pack de libros de Harry Potter sé que es muy caro porque ya le había echado yo el ojo. Quiero decirle que es demasiado pero no quiero estropear el momento, así que me callo y miro el regalo que me ha entregado.

Lo abro con manos temblorosas y al ver lo que hay dentro se me corta la respiración.

Es un anillo precioso, con forma de infinito. Está hecho de pequeñas circonitas. Le miro sin saber que responder, trago saliva y abro la boca pero no soy capaz de articular ni una sola palabra.

Cuando una lágrima escapa y recorre mi mejilla, Derek se levanta, se arrodilla a mi lado y, mientras limpia esa lágrima, me dice lo que nunca pensé que me diría nadie.

— Te quiero, Luna Miller.

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