Capítulo LXI

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Cuando por fin me siento en el asiento del copiloto estoy apunto de llorar de dolor. Si no la hubiera visto pensaría que me la he roto, pero no ha sido así, menos mal.

— Voy a llevarte al hospital — dice Derek muy serio.

— No, no es necesario. Llévame a casa, por favor.

Me mira un momento y asiente. — Vale, pero vamos a ver qué dicen tus hermanos.

Mis hermanos... Mierda, se va a liar. Me encojo sobre el asiento sólo de pensarlo.

Cuando llegamos, Derek me ayuda a salir. El coche de mis hermanos no está y respiro aliviada.

Entramos y deja las mochilas en el salón. Intento subir las escaleras pero me quedo parada en el segundo escalón, me cuesta horrores subir.

— Ven, pequeña. Deja que te coja.

Me agarro a la barandilla con fuerza, peso mucho y no quiero que me coja. Ve la inseguridad en mi mirada porque con su mano acaricia mi mejilla.

— No es la primera vez que te cojo, ¿recuerdas?

Es verdad, en la maldita casa del terror de Luke, recorrió todo el pasillo conmigo en sus brazos.

— Confía en mí.

Asiento y le rodeo el cuello con mis brazos. Gimo cuando me levanta, lo hace todo lo suave que puede pero es imposible evitar que me duela.

Me sienta en la cama y me mira.

— ¿Dónde tienes el botiquín?

— No voy a curarme aún, quiero ducharme primero.

— Vale. Voy a poner la calefacción. Avísame cuando termines. — Me da un beso en la cabeza y baja las escaleras. El termostato está en el salón. Menos mal que tenemos buena calefacción, se nota enseguida el calor.

Entro en la ducha y el agua caliente relaja mis músculos, salvo los de la rodilla. Ahogo un grito de dolor. Mejor la dejo apartada del agua caliente. Cuando termino de lavarme el pelo y el cuerpo, pongo agua fría y me lavo la rodilla. Al menos ya no sangra y el frío parece que alivia un poco el dolor.

Por fin he terminado de lavarla, me ato el albornoz y salgo del baño. La casa ya ha cogido temperatura y se está a gusto, así que cojo ropa interior, me pongo una camiseta de manga corta y un pantalón corto del pijama. Así al menos podré curarme mejor.

No aviso a Derek, sino que intento bajar yo sola las escaleras. Cuesta menos que subirlas pero aún así voy poco a poco. Cuando llego abajo, entro en la cocina y le veo sentado con mis hermanos. Los tres me miran y yo agacho la cabeza. Mis hermanos se levantan a ver cómo estoy.

— Tranquilos, chicos. Estoy bien — intento tranquilizarles.

— Ven, preciosa, vamos al salón.

Tom agarra mi mano y me lleva al sofá. Han llevado allí el botiquín y me cura mientras aguanto las lágrimas. Creo que nunca había tenido una lesión como esta. Y yo que pensaba que la del costado había sido mala...

Cuando termina, me traen una bolsa de hielo.

— Sujétala — dice Derek, — enseguida vuelvo.

Sale del salón y miro a mis hermanos. Están callados, mirándome.

— ¿No vais a decir nada? — Niegan con la cabeza. — ¿Tampoco vais a preguntar qué ha pasado?

— Derek nos lo ha contado todo — dice Sam.

— ¿Y no estáis enfadados? — Vuelven a negar con la cabeza. — ¿No?

— ¿Tanto te sorprende? — Pregunta Tom.

— He pegado a una compañera...

— Lo sabemos — dice Tom — y eso ha estado mal. Que no te haya tratado bien no es excusa para pegar a nadie. Pero reconocemos que lo que te ha hecho esa chica es imperdonable. — Se sienta conmigo en el sofá. — Luna, no debes permitir que te traten así.

— Lo sé y lo he intentado, de verdad. De hecho, hoy estaba intentando ayudarla pero me empujó, me insultó y ya no pude aguantar más. No me controlé y... La he plantado cara muchas veces y siempre acaba volviendo. Es desesperante y ya no sé que hacer.

— Es hora de que te ayudemos nosotros — dice Sam muy serio.

— No sé cómo lo vais a hacer...

Derek vuelve al salón, Tom se levanta y él ocupa su lugar. Pone mi pierna encima suya y coge la bolsa de hielo.

Mis hermanos se miran y salen del salón.

— ¿Te duele?

— Sí — no tiene sentido que le mienta. Es obvio que me duele. Miro mi rodilla y se está poniendo de todos los colores posibles, aunque los más abundantes son el negro y el morado.

— ¿Necesitas algo?

— No, la verdad es que no — digo agotada, recostándome contra el cojín.


Al cabo de un rato llaman al timbre. Me incorporo para ver quién es. Olivia entra en el salón con un maletín y una bolsa.

— Luna, cariño, ¿cómo estás? — Se acerca y me abraza.

— Bien, estoy bien, nada de qué preocuparse.

— Eso ahora lo veremos — dice abriendo el maletín.

Derek se levanta y Olivia ocupa su sitio. Él se pone de pie a mi lado y cuando le miro tiene la palabra culpable escrita en sus ojos. La ha llamado él.

— Por suerte no hay nada roto — dice Olivia cuando termina de examinarme, — pero te recomiendo que mañana guardes reposo. Toma ibuprofeno 3 veces al día y ponte hielo por la mañana y por la noche. Voy a vendarte la rodilla y te dejo una muleta para que puedas caminar mejor.

Una vez termina, se levanta y se dirige a mis hermanos. — Llamadme si empeora, ¿vale?

— Gracias, Olivia — dice Tom.

— Cuídate cariño — dice abrazándome de nuevo — y cualquier cosa que necesites no dudes en decírmelo. Derek, toma tu bolsa — dice dándole una bolsa de deporte.

Justo cuando Olivia va a irse, tocan el timbre de nuevo. Son Katy, Alan y Justin, han venido a verme. Olivia se despide de todos y se marcha.

— Nena, madre mía, ¿cómo estás? — Pregunta Katy preocupada.

— Un poco coja — digo intentando que se rían.

— Maldita, se merece todo lo malo que le pase — dice Justin.

— No digas eso, no hay que desear el mal a nadie, aunque ella parece que lo va buscando — respondo suspirando.

— Sí, parece que va buscando el mal — apunta Alan.

— ¿Os quedáis a cenar? — Pregunta Tom.

Todos responden que si no es molestia, sí les gustaría.


Cuando terminamos de cenar, me dan un abrazo y se marchan. Todos salvo Derek.

— Ven, vamos arriba. — Dice cogiéndome en brazos. Me deja sobre la cama y me da un ibuprofeno y un vaso de agua. — Voy a bajar a por hielo.

Cuando sube, se sienta y pone mi pierna sobre las suyas, sujeta la bolsa en mi rodilla y me mira.

— ¿Me cuentas que ha pasado?

— Mientras estabas en la ducha, llegaron tus hermanos. Se sorprendieron al verme allí, se suponía que teníamos que estar en clase. Les conté lo que pasó y les pedí quedarme a pasar la noche contigo. Como puedes ver, aceptaron — dice sonriendo, yo le devuelvo la sonrisa. — Les dije que no querías ir al hospital y propuse llamar a mi madre. Aunque sea maestra de infantil, tiene formación de enfermería.

— ¿En serio?

— Sí. Antes de entrar en la universidad, hizo varios cursos de primeros auxilios y enfermería. Le gustaba mucho ese área pero trabajar en un hospital no, no quería ver morir gente, así que hizo esos cursos para ayudar a quien lo necesitara. Y mira por donde, nos ha venido de lujo.

— Sí, la verdad es que sí. ¿No ha ejercido nunca?

— Hubo un tiempo que sí. Con su formación puede trabajar como auxiliar en muchos sitios. De hecho, se pagó la carrera trabajando en la residencia del pueblo y, de vez en cuando, es voluntaria en el hospital. La suelen llamar para las campañas de vacunación o de donación de sangre.

— Tu madre es genial. Es una heroína — la admiro mucho.

— Lo es, estoy muy orgulloso de ella — dice sonriendo.

Quita la bolsa de hielo de mi pierna y la baja a la cocina de nuevo. Yo estoy empezando a notar que la pastilla hace efecto porque me duele menos.

Cuando vuelve, pone un cojín bajo mi rodilla y así estoy más cómoda.

— ¿Quieres ponerte un pantalón largo?

— No, así estoy bien, además así no me aprieta el pantalón con las vendas.

— Vale — dice Derek tumbándose a mi lado. Nos arropa con las mantas y apaga la luz.

— Gracias por todo — digo mirando al techo oscuro.

— No me des las gracias, no se merecen.

— Siempre las daré — me giro y le miro — siempre estás a mi lado, protegiéndome, ayudándome.

— Es lo menos que puedo hacer. Eres mi novia y te quiero.

Sonrío. — Yo también te quiero. Buenas noches pequeño — le digo dándole un beso.

— Buenas noches amor.

Me pongo de lado, se pega más a mí y me abraza. Besa mi cabeza y empieza a acariciarme los brazos y la tripa.

Cierro los ojos y aprovecho el efecto de la pastilla para dejarme arrastrar al mundo de los sueños.

Aún no estoy del todo dormida cuando noto que me besa la cabeza y me susurra que me quiere y que siempre me protegerá.

Sonrío ante ese gesto y me quedo profundamente dormida.

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