iii. the worst fear

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iii.
el peor miedo








El profesor Lupin no estaba en el aula cuando Brigid llegó a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Extrañada, hizo como los demás y se sentó, sacó el libro, su pluma y un pergamino. Se puso a ojear los temas que darían aquel curso, aburrida, y en ello estaba cuando el profesor llegó.

Lupin sonrió vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes.

—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor, meter los libros en la mochila? La lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.

Brigid observó al maestro, curiosa. Era la primera vez que tenían una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras. Se preguntó qué habría preparado Lupin.

—Bien —dijo el profesor cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la amabilidad de seguirme...

Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula con el profesor Lupin. Éste los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura.

Peeves no levantó la mirada hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:

—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...

Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún respeto por los profesores. Brigid nunca le había visto burlarse de ninguno, aunque acostumbrara a molestar a McGonagall. Observó a Lupin, esperando su reacción.

Le sorprendió ver que sonreía con tranquilidad.

—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—. El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.

Peeves no prestó atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.

El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica.

—Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor, estad atentos.

Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.

Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones. Brigid soltó una exclamación, mezcla de sorpresa y risa, que consiguió que el profesor y varios alumnos la miraran, entre ellos, Harry y Primrose.

—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.

—Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—. ¿Continuamos?

Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de profesores.

—Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.

En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor.

Snape estaba sentado en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable. Brigid hizo una mueca disimulada al verle.

Snape no era en absoluto su profesor favorito. De hecho, lo odiaba e incluso temía un poco. En alguna ocasión había sido víctima de sus burlas y eso había conseguido que Pociones fuera la asignatura que más detestaba.

Cuando el profesor Lupin entró y cerró la puerta tras él, dijo Snape:

—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó entre los alumnos. Su toga negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.

Neville se puso colorado y Brigid lo miró con compasión, a la vez que sentía la indignación que aquello le producía. ¿Quién se creía Snape? Ella sabía que el maestro trataba a Neville mal durante sus lecciones, pero era incluso peor que lo humillara delante de sus compañeros y otro profesor.

Lupin había alzado las cejas al escuchar aquello.

—Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación, y estoy seguro de que lo hará muy bien.

El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de la sala dando un portazo. Brigid decidió que Lupin le agradaba bastante más que antes.

—Ahora —dijo el profesor, llamando la atención del fondo de la clase, donde no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente, golpeando la pared.

»No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando algunos de los alumnos, entre ellos Brigid, se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.

Brigid dio otro paso atrás al escuchar la palabra boggart y chocó accidentalmente contra alguien. Deseó que la tierra se la tragara cuando, al apartarse rápidamente, su mirada se encontró con la de Harry Potter.

—Perdona —susurró, sonrojada.

Él contuvo una risa.

—No es nada.

Neville dirigió al profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el pomo de la puerta.

—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del fregadero... En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es: ¿qué es un boggart?

Hermione levantó la mano.

—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que más miedo nos da.

—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero cuando lo dejemos salir, se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el boggart. ¿Sabes por qué, Harry?

Hermione, junto a Harry, no dejaba de ponerse de puntillas, con la mano levantada. Brigid pensó que aquello debía hacer difícil el responder a una pregunta.

—¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse? —probó Harry.

—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo decepcionada—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir, en un cadáver decapitado o en una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulus!

¡Riddíkulus! —dijeron todos a la vez.

—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.

El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si se dirigiera a la horca.

—Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio: ¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor Lupin, sin enfadarse.

Neville miró a su alrededor, con ojos despavoridos, como implorando ayuda. Luego dijo en un susurro:

—El profesor Snape.

Casi todos se rieron, aunque no Brigid, que hizo una mueca. Le pareció escuchar a Harry murmurar algo, pero no llegó a entender qué. Neville sonrió a modo de disculpa. El profesor Lupin, sin embargo, parecía pensativo.

—El profesor Snape... mm... Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?

—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se convirtiera en ella.

—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.

Neville estaba asustado, pero dijo:

—Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y un vestido largo... normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.

Brigid no pudo evitar pensar que la abuela de Neville tenía un pésimo gusto por la moda.

—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.

—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.

—Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?

—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.

—Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz alta: ¡Riddíkulus!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggart-profesor Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y rojo.

Hubo una carcajada general. Incluso Brigid rio. El armario tembló más violentamente.

—Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais convertirlo en algo cómico...

La sala se quedó en silencio. Brigid, en un intento por imaginar su boggart, cerró los ojos.

¿Qué era lo que más miedo le daba? Se le ocurrían cientos de cosas, pero ninguna parecía ser tan terrorífica como para ser su mayor miedo. Insectos, el mar, fuego, su hermano muerto...

Incluso aunque algunas de las imágenes que pasaban por su mente le hacían estremecerse, no tenía ni idea de cuál sería su boggart. Mucho menos, de cómo volverlo cómico.

—¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.

Brigid se horrorizó. Ella no estaba preparada. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos los demás asentían con la cabeza y se arremangaban, aunque Brigid notó que Harry, a su lado, tenía una expresión similar a la que ella debía de tener.

—Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que pase hacia delante... Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para enfrentarse a él.

Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al armario. Estaba pálido y asustado, pero se había arremangado la túnica y tenía la varita preparada.

—A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!

Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.

Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica...

¡Ri... Riddíkulus! —dijo Neville.

Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano pendía un enorme bolso rojo.

Hubo una carcajada general. Brigid rio con ganas. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin gritó:

—¡Parvati! ¡Adelante!

Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos...

¡Riddíkulus! —gritó Parvati.

Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza salió rodando.

—¡Seamus! —gritó el profesor Lupin.

Seamus pasó junto a Parvati como una flecha.

¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee. Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado aullido que le puso a Brigid los pelos de punta. Harry, a su lado, se estremeció y Brigid notó, sorprendida y algo preocupada, que había palidecido.

¡Riddíkulus! —gritó Seamus.

La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado afónica.

¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando vueltas en círculo; a continuación... ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que se deslizaba retorciéndose, y luego... ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre.

Este último consiguió que Brigid hiciera una mueca de repugnancia.

—¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean!

Dean se adelantó.

¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un cangrejo. Asqueroso.

¡Riddíkulus! —gritó Dean.

Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.

—¡Primrose, siguiente!

La rubia avanzó con decisión.

¡Crac!

Una luz verde cegó momentáneamente a Brigid. Cuando volvió a mirar, advirtió que, donde antes había una mano, ahora flotaba un símbolo que había causado terror a toda la comunidad mágica durante años.

Algunos alumnos gritaron. El rostro del profesor Lupin se tornó tenso. Brigid notó que Harry, junto a ella, se había quedado completamente inmóvil.

La calavera y la serpiente. El símbolo maldito. La Marca Tenebrosa. Brigid la había visto cientos de veces, en libros de magia.

Comprendía que Primrose, que provenía de una familia de muggles, la temiera.

¡Riddíkulus!

La Marca fue sustituida por un ramo de flores. Primrose sonrió con satisfacción y retrocedió hasta volver con los demás.

—¡Excelente! —felicitó Lupin, aunque su sonrisa resultaba algo forzada—. ¡Ron, te toca!

Ron se dirigió hacia delante.

¡Crac!

Algunos gritaron, Brigid entre ellos. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente.

Brigid retrocedió, aterrorizada, aunque sabía que era tan solo un boggart. Las arañas le daban pánico, más si eran de ese tamaño.

Parecía que Ron se había quedado paralizado frente a la araña, que estaba a punto de alcanzarlo. Sin embargo, no fue así.

¡Riddíkulus! —gritó Ron.

Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Brigid, que se quedó completamente paralizada.

¡Crac!

La araña sin patas había desaparecido. Brigid tragó saliva. El enorme arácnido había sido sustituido por un hombre alto, de hombros anchos y barba tupida. Tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados, mostrándose completamente amenazador.

—¿Pa... papá?

Brigid se quedó mirándolo, sin comprender. ¿Su padre era lo que más miedo le daba? Aquella posibilidad ni siquiera había pasado por su mente cuando se preguntó qué forma adoptaría el boggart.

Ella no temía a su padre. De eso estaba completamente segura. Entonces, ¿por qué aquella criatura había tomado esa forma?

Cuando Amos abrió la boca, sin embargo, entendió todo.

—¡Nunca llegarás a ser nada! —Brigid se estremeció. La voz era más grave que la de su padre, más dura y fría. No parecía humana siquiera—. ¿Me has oído, Brigid? ¡Nunca serás nada, nunca lograrás nada!

El grito del boggart le había dejado congelada. Las piernas comenzaron a temblarle, sin que ella comprendiera siquiera por qué le sucedía aquello. Brigid levantó la varita lentamente, con la mano temblándole violentamente.

—¡Nada! —repitió Amos—. Al fin y al cabo, ¿quién eres tú, al lado de tu hermano? ¡Una don nadie! ¡Una sin nombre! ¿Y así esperas convertirte en alguien importante?

La clase guardaba completo silencio, mirando a Brigid y su boggart con temor y curiosidad. Brigid tragó saliva. Vamos, di el conjuro, se dijo, dilo y acaba con esto. Pero era incapaz de hablar.

—¡Deja ya tus estúpidas fantasías! —bramó el boggart, haciendo a Brigid retroceder un paso—. ¡Esto es el mundo real! ¡No vas a lograr nada si vives en mundos inexistentes! ¡Acabarás siendo una infeliz, una miserable!

—Pa-para —tartamudeó Brigid, con voz apenas audible.

—Brigid —empezó Lupin, que parecía haber decidido que ya era suficiente—, retrocede y...

Pero Brigid no escuchaba. Al notar eso, Harry, que era quien más cerca estaba de ella, la sujetó por el brazo y la hizo retroceder. A continuación, con la varita en mano y expresión desafiante, se preparó para enfrentarse él mismo a la criatura.

—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia Amos Diggory.

¡Crac!

El padre de Brigid había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándolo. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulus! casi con desgana.

¡Crac!

—¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al suelo en forma de cucaracha.

¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.

¡Riddíkulus! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart estallara en mil volutas de humo y desapareciera.

Brigid lo observó desvanecerse y tragó saliva. Había sido la única de aquellos que se habían enfrentado al boggart incapaz de derrotarlo. Evitó mirar a su alrededor, temiendo que algún estudiante estuviera observándola.

—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos—. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos... cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart... Igual con Hufflepuff... Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.

—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.

—Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.

Brigid abandonó la sala de profesores casi a la carrera, temiendo que alguien notara que estaba a punto de echarse a llorar. Las manos le temblaban. Ni siquiera sabía a dónde dirigirse, solo quería alejarse del resto de la clase, que la habían visto fallar al enfrentarse al boggart.

El resto había podido hacerlo y ella no. Ella había sido la única incapaz de superar al boggart, lo primero que habían visto durante el curso, lo más fácil, en principio. Pensar en eso le hizo sentir un desagradable nudo en el estómago.

Al comprobar su reloj, recordó que Defensa Contra las Artes Oscuras era justo antes de la hora del almuerzo. Por lo tanto, la sala común de Hufflepuff estaría desierta.

La clase me había hecho perder el apetito por completo, de modo que optó por ir directamente a la sala común y subir a su dormitorio, desierto en aquel momento.

Tiró su mochila y sus libros sobre la cama sin cuidado alguno, y luego ella misma se tumbó entre aquel desastre. Aún estando sola, trató de evitar que las lágrimas escaparan, pero fracasó en ello y pronto éstas caían por sus mejillas.

Brigid odiaba llorar, porque siempre que lo hacía, no era capaz de detenerse hasta que la cabeza le dolía, cuando sus ojos ya estaban demasiado rojos como para ocultar lo obvio.

Deja de llorar, deja de llorar, deja de llorar, se repetía, sin éxito, deja de llorar de una maldita vez, Brigid.

Estaba claro que la persona a la que menos obedecía era a sí misma.

Los sollozos no se detenían, pero trató de acallarlos ocultando la cabeza en la almohada. Durante varios minutos, permaneció así, tratando de calmarse lo suficiente.

Odiaba llorar. Le hacía sentir idiota, débil. Por desgracia para ella, tenía una gran facilidad para ello.

Llena de frustración, le dio una patada a su mochila, que cayó al suelo con un ruido sordo. Tiró también sus libros de texto, en un arranque de rabia.

Brigid solía ser cuidadosa, pero necesitaba desahogarse de alguna manera y eso fue lo primero que se le ocurrió.

Algo más calmada, se puso de pie y se agachó para recoger todo y dejarlo bruscamente sobre su mesilla de noche. Las manos le temblaban y continuaba hipando, pero las lágrimas parecían haberse detenido.

—Cálmate —susurró, para sí misma.

Al menos, no le dolía excesivamente la cabeza. Fue hasta el baño y se lavó la cara, en un intento por disimular el llanto. El intento fracasó, claro.

Brigid se contempló un momento en el espejo, terminando suspirando y saliendo del cuarto de baño. Según su reloj, había estado casi media hora en el dormitorio. Tenía otros treinta minutos para ir a las cocinas, comer algo e ir a su siguiente clase.

Se colgó la mochila al hombro, volvió a tomar sus libros y salió del dormitorio como si nada allí hubiera pasado. La sala común empezaba a llenarse, y Brigid distinguió a su hermano entre los alumnos sentados en los sillones. Se apresuró para llegar a la salida sin ser vista, casi chocando con Susan y Jessica Bones al atravesar el agujero.

—¡Eh, Diggory! —llamó la pelirroja, deteniéndose—. No te he visto en la comida.

—No tenía hambre —respondió Brigid, mordiéndose el labio—. Te veo en clase, Bones.

—Pero...

Brigid ya se había alejado. Susan le agradaba, era la que mejor le caía de todas sus compañeras de dormitorio, pero la mirada de su prima le ponía nerviosa.

Jessica Bones siempre le había parecido alguien amable, principalmente porque sonreía la mayor parte del tiempo, pero Brigid pensaba que era mucho más inteligente de lo que aparentaba cuando iba con los gemelos Weasley y Lee Jordan haciendo tonterías por el pasillo.

Y estaba claro que no había pasado por alto sus ojos rojos, aunque no hubiera hecho ningún comentario sobre ello.

Brigid entró en las cocinas y consiguió algunas de las sobras del almuerzo, que comió rápidamente, sin importarle que estuviera algo frío.

No quiso decir nada de eso a los elfos porque estaba convencida de que le prepararían una nueva olla de estofado si comentaba que no estaba caliente del todo.

En cuanto terminó su comida, se enfrentó a un batallón de elfos domésticos que no dejaban de insistir en darle algo más de comer para que no pasara hambre. Brigid los rechazó de la manera más amable posible, para luego salir casi corriendo de las cocinas.

Brigid sentía lástima por aquellas criaturas y solía dejarles atenderla siempre que hacía una visita a las cocinas, pero aquel día iba con prisa y no tenía ganas de hablar demasiado, no después de lo sucedido con el boggart.

Su mente viajó de nuevo a la lección de Defensa Contra las Artes Oscuras y las palabras que el boggart le había dicho.

—Oh, genial —murmuró, notando que los ojos volvían a escocerle. Se los restregó rápidamente, intentando que nadie se fijara en ella. Acababa de llegar a uno de los pasillos principales y éste estaba abarrotado de alumnos—. Ahora no, idiota.

—¿Hablas con alguien?

Brigid estuvo a punto de soltar un chillido. Se giró de golpe, mirando incrédula a Harry Potter, que estaba sonriendo tras ella.

—¿De dónde has salido? —preguntó, casi gritando.

—Del Gran Comedor —respondió él, sonriendo.

—Ah.

Brigid agachó la cabeza, algo avergonzada por su reacción.

—¿Vas a clase? —preguntó Harry, arqueando las cejas—. Estoy bastante segura de que Remus te firmará un permiso para faltar al resto de clases si se lo pides.

—Pero no estoy enferma —objetó Brigid.

—Pero no estás bien tampoco, ¿verdad?

Ella guardó silencio unos instantes.

—No puedo perderme las clases de la tarde —acabó diciendo—. A no ser que esté enferma de verdad. Y no lo estoy, así que...

Harry se encogió de hombros.

—Como quieras. Es solo que no creo que debas ir a clase después de lo que ha pasado.

Brigid enrojeció. Harry casi sonaba preocupado, lo que ella odiaba. No quería que le tuvieran lástima, no quería que la consideraran débil por no haber podido derrotar al boggart. Solo quería que todos, incluida ella, olvidaran lo sucedido.

—Estoy bien —se apresuró a decir—. No fue nada.

—Está bien. —Harry asintió con la cabeza, entrecerrando levemente los ojos—. Espero que no estés mintiendo, Diggory —añadió, con un deje de broma en la voz.

Los dos sabían que ella mentía. Brigid solo se encogió de hombros, como él había hecho poco antes.

—No miento —aseguró, aunque la voz le tembló—. Yo... creo que debería irme a clase.

—Supongo que yo también —aceptó él—. Nos vemos, Diggory.

Brigid dio media vuelta y continuó caminando hacia donde se dirigía antes de que Harry apareciera. Abrazaba sus libros con fuerza y mantenía la cabeza gacha, para evitar que otros notaran sus ojos enrojecidos.

Harry frunció el ceño al verla marchar, antes de salir caminando en dirección contraria. Por supuesto, había notado que había estado llorando.

Harry había querido preguntarle cómo estaba, pero aquello se le hacía complicado, igual que cuando lo intentó en la biblioteca, días atrás. El problema era que apenas la conocía, y con lo poco que sabía de ella, imaginaba que le incomodaría aquella pregunta.

—Ella me cae bien, ¿sabes?

Harry asintió, sin siquiera mirar a su derecha. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Sí, a mí también, Fely. —Hizo una pequeña pausa—. Tiene una bonita sonrisa, ¿no crees?

Felicity lo pensó un momento.

—Sí, supongo que sí.

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