xlix. fight or flight

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xlix.
pelear o volar








Tener a Teddy Black-Diggory en brazos aún le era complicado a Brigid.

No porque la pequeña fuera especialmente revoltosa. Al contrario, había resultado ser una niña bastante tranquila, del tipo que hace decir a otras personas «¡Qué suerte has tenido!». Porque, sí, los bebés silenciosos no eran demasiado comunes.

Brigid no sabía con exactitud qué era lo que le causaba tanta inquietud al cargar a su sobrina en brazos; no era algo que hubiera hecho demasiadas veces, pero sí había visitado a Vega en varias ocasiones y había jugado con la bebé en todas ellas.

—¿Qué miras tanto? —rio Vega, deteniéndose junto a ella. Brigid levantó la cabeza, sonriendo levemente a la mayor. Llevaba un par de minutos sin poder apartar los ojos de la pequeña.

—Solo estaba pensando en... —Brigid cabeceó, pensativa—. Se parece muchísimo a Cedric. Hay unas fotos de él de bebé y podrían ser la misma persona.

Vega rio suavemente y asintió.

—No se parece mucho a mí, así que imaginaba que a Ced sí. —Era de las primeras veces que hablaban de Cedric de aquel modo. No como si se estuvieran consolando por su muerte. Era más como si siguieran considerando que estaba allí, de un modo u otro. A Brigid le parecía reconfortante—. Tengo decenas de álbumes que me trajo mi padre y te aseguro que no tenemos nada que ver.

—Bueno, la forma de los ojos y la nariz sí —rio Brigid, devolviendo la pequeña a su madre—. Aunque es difícil saberlo.

La metamorfomagia estaba en la sangre Black. No aparecía en todas las generaciones, pero sí que se daban algún que otro caso, como Tonks. Lo mismo sucedía con Teddy.

Había nacido con el pelo castaño, pero poco después ya se le había puesto azul. Nadie podía contener una sonrisa cuando la pequeña cambiaba el color de su pelo en algún momento aleatorio.

—¿Quién empezó a llamarla Teddy, por cierto? —preguntó Brigid, divertida—. Nunca lo he sabido.

—Mi padre y tío James —rio la mayor, negando—. Me dijeron que Anthea era demasiado serio. Ni siquiera sabían por qué estaba tan decidida a ponerle un nombre tan raro a mi niña.

—¿Y por qué Anthea?

—De mis primeros años en el orfanato, tengo recuerdos de una mujer que siempre me consolaba cuando me castigaban, que no eran pocas veces —contestó Vega distraídamente. Brigid no pudo evitar fruncir el ceño. ¿Sería posible...?—. Se llamaba Thea. Digamos que fue mi primera amiga allí. La única, de hecho, si quitamos a Nova y Harry. Me ayudaba cuando me asustaba con mi magia, que aún no sabía qué era, cuando estaba demasiado preocupada por que Harry o Nova estuvieran enfermos, cuando lloraba porque odiaba ese sitio... Se marchó cuando yo aún era pequeña, pero la recuerdo lo suficiente como para saber eso. Siempre le estaré agradecida.

»Mirando un viejo árbol familiar, encontré que la mujer de mi... nuestro tío abuelo Alphard se llamaba Anthea. —Brigid sonrió al ver a Vega corregirse tan rápidamente—. Me gustó que se llamara igual. Según papá, fue en su casa donde él y mi madre vivieron cuando yo acababa de nacer. Me gustó el nombre y me gustó que fuera parecido al de Thea, por eso se lo puse.

Al mirar de reojo, Brigid sintió su corazón acelerarse. Anthea Black le sonreía a pocos metros, de brazos cruzados. La estaba viendo. La mujer le dirigió un leve asentimiento de cabeza.

—Es bonito, eso seguro —comentó Brigid, regresando la vista a Vega. Ésta asintió, pensativa.

—Sí, pero desearía haber sabido cuál le hubiera gustado a Cedric.

—Estoy segura de que él hubiera estado de acuerdo contigo —respondió Brigid, sonriendo—. Tanto en el primer nombre como en el segundo.

—Anthea Aura Black-Diggory —murmuró Vega, más para sí que para la castaña. Suspiró—. ¿Te dije que fui a ver a Amos y Charlotte?

Brigid se puso alerta al momento. El tono de voz de Vega ya revelaba que el encuentro no había ido en absoluto bien.

—¿Cómo fue? —preguntó aún así.

Vega le dirigió una sonrisilla icónica.

—No me dejaron ni entrar en la casa. Me dijeron que me ocupara yo de la niña, que probablemente ni siquiera fuera de Cedric y que solo quería engañarles. Así que, no muy bien.

Brigid chasqueó la lengua. La mayor se encogió de hombros.

—¿Han contactado contigo en algún momento desde que te fuiste?

—A través de Umbridge. —Brigid esbozó una mueca de desprecio. Echó un rápido vistazo a las cicatrices de sus manos, aquellas frases que le perseguían en todo momento—. Pero nada más. No los necesito. Ni antes ni ahora, que tengo a Regulus. Que hagan lo que consideren correcto.

La puerta de entrada se abrió y, desde el salón, Brigid y Vega se pusieron rápidamente alerta, como cada vez que alguien entraba en una casa. El Ministerio había establecido unas medidas de seguridad —preguntas que solo la otra persona pudiera responder correctamente— que ellos generalmente no seguían, puesto que sus casas ya estaban protegidas por la Orden. Eso sí, siempre era adecuado que los recién llegados gritaran algo característico para poder reconocerse.

—¿Lista para irte, Brigid? —La voz de Carla Valverde se escuchó desde el recibidor—. Vamos bien de tiempo, pero convendría no tardar mucho más en salir.

—Voy a por mi baúl —asintió Brigid, poniéndose en pie. La española entró en el salón sonriendo y se inclinó junto a Vega a hacerle carantoñas a Teddy mientras la castaña marchaba a recoger sus cosas.

Las había dejado en el cuarto de invitados, donde había dormido aquella noche. Habían decidido que iría hasta King's Cross junto a Carla y Jessica, en lugar de hacerlo desde La Madriguera con Harry, Ron, Prim, Hermione, Ginny, Nova y Susan, que irían acompañados por James, Ariadne, Sirius y los señores Weasley. Habían dicho que era demasiada gente, de modo que a Brigid no le había importado ir sin ellos hasta la estación.

Se había despedido de su padre el día anterior. Tras unas semanas aprendiendo a conocerse el uno al otro y acercándose más y más, a Brigid se le hizo algo más difícil de lo que esperaba. Regulus le había dicho que, si ella quería, le escribiría y Brigid, que había aprendido en aquel tiempo lo mucho que su padre detestaba escribir cartas, había accedido con una amplia sonrisa en el rostro.

En su baúl, aún abierto, quedaba a la vista la «influencia Black» de Regulus. Libros que su padre le había dado, algunos de Historia de la Magia, otros de lectura que había creído que le gustarían, un par sobre la Casa Black —Brigid se los había pedido, deseosa de saber un poco más sobre la familia— y uno sobre dones y maldiciones de sangre al que Regulus le había recomendado echar un vistazo. Contemplando el contenido del baúl, Brigid advirtió que todas las nuevas ropas que había comprado eran negras u oscuras. Cerró la tapa sin darle muchas vueltas al asunto.

—¿Tienes ganas de ir? —Brigid no se sorprendió al escuchar la voz de Thea a su espalda. Imaginó que la seguiría al abandonar el salón.

—Se me ocurren cosas peores que podrían pasarme —se limitó a responder ella, encogiéndose de hombros—. Pero algo me dice que no será el mejor curso de mi vida.

—Piensa que, al menos, estarás con tu enamorado —comentó ella. Brigid sonrió.

—Sí, eso sí.

Era ya más que obvio que Harry y ella estaban juntos oficialmente, pese a que ninguno lo hubiera hablado en ningún momento. No era que se refirieran el uno a la otra como «novia» o «novio», pero los otros sí que hablaban de ellos de ese modo y no se molestaban en corregirlo, porque eso eran. No podía ser de otro modo.

Brigid se encontró sonriendo de un momento a otro. Ni siquiera sabía cuánto tiempo exactamente llevaban juntos, no se le ocurría una fecha que pudiera poner inicio a su relación, pero no le importaba en especial. Ni Harry ni ella necesitaban eso.

Solo se necesitaban el uno al otro..., ¿no?

—Hablaste con Morrigan —comentó Thea. No era una pregunta, era una afirmación.

—Más bien, ella habló conmigo —opinó Brigid—. Me dijo que iría recuperando la capacidad de ver vuestro mundo. Eres a la primera que veo desde hace meses.

—Hiciste una locura en el Departamento de Misterios, ¿sabes? —comentó Thea, sonriendo. Brigid suspiró.

—Créeme, lo sé.

—¿Y cómo está Regulus?

—No sabría decirte —admitió Brigid—. Yo confío en que bien.

Thea asintió.

—Estoy convencida de que tu presencia le hará bien. —Con suavidad, se atrevió a decir—: Pero, ¿cómo se tomó lo de Gwen?

—Me perdí sus primeros días aquí —confesó ella, encogiéndose de hombros—. No lo sé. Necesitó un tiempo para habituarse a todo esto, pero creo que ya está mejor. Hemos estado hablando mucho las últimas semanas. Me ha contado muchas cosas de mi madre.

Ahora, Brigid sabía que a Gwen le habían encantado los tulipanes, que pintaba, que tocaba el violín, que había estudiado para ser sanadora, que nunca se había entendido con su medio hermano —Amos—, que siempre había querido ir a Grecia y que había poseído el mismo don que ella. Su padre le había hablado de sus años en Hogwarts, del tiempo en que se habían conocido y de todo lo que recordaba hasta su muerte.

Porque a Regulus Black aún le costaba recordar su muerte. No era capaz de saber cómo ni cuándo ni dónde había sido. Sirius había dicho que un grupo de mortífagos había ido a por él cuando había tratado abandonar la causa, pero Regulus no sabía siquiera quiénes habían sido.

—Lo único que sé de todo eso era que quería dejarlo —le confesó su padre, restregándose distraídamente el brazo donde tenía grabada la Marca Tenebrosa; nunca se la había mostrado a Brigid—. Y, ahora que estoy aquí de nuevo y te tengo a ti, tengo más que claro que no volvería a unirme jamás.

Thea asintió y soltó un suspiro.

—¿Has sentido algo raro desde que volviste?

—¿Debería? —cuestionó Brigid, frunciendo el ceño.

—No lo sé —admitió Thea—. Pero lo que hiciste fue algo que nunca antes había sucedido, Brigid. Ni la misma Morrigan lo realizó jamás. —La mujer negó con la cabeza—. Entre los muertos se susurra sobre ti. Muchos te temen; otros desconfían de ti. Debes ir con mucho cuidado.

—Lo sé —masculló la castaña—. Es lo que pretendo. Pero no es sencillo en mitad de una guerra.

Thea sonrió tristemente.

—Puedo entender eso.

—¡Brigid! —Jessica la llamó desde el salón. Si había llegado ya, era señal de que debían marcharse—. ¡Tenemos que irnos, venga! ¿Todo listo?

—¡Sí! —Brigid cerró la tapa de su baúl con firmeza y le dirigió una breve sonrisa a Thea—. ¡Ya voy!

Vega le abrazó con fuerza antes de dejarla marchar, susurrándole que tuviera cuidado y le escribiera si necesitaba cualquier cosa. «Échale un ojo a Harry, aunque ya sé que lo harás», añadió, divertida. Brigid le prometió hacerlo y le pidió también que se cuidara.

—¿Con ganas? —le preguntó Jessica, sonriéndole conforme bajaban por las escaleras del apartamento que tenían en el Callejón Diagon, justo encima de Sortilegios Weasley; ambas lo compartían junto a los gemelos, que las habían acogido allí tras abandonar Hogwarts.

Brigid sabía que Vega y Jessica trataban de buscar otra vivienda para ellas y Teddy, pero que no habían tenido mucha suerte hasta el momento. Además, el Callejón Diagon era seguro y el apartamento de Fred y George contaba con protecciones de la Orden, pero Brigid sabía que a Vega no le hacía demasiada gracia mantener aquella situación por mucho tiempo.

—No muchas —admitió—. ¿Cómo va muestra mudanza?

Jessica esbozó una mueca.

—Sin mucho éxito. Estábamos pensando en trasladarnos con Carla durante unas semanas —aclaró. La española asintió—. Pero aún no tenemos nada claro.

—Pero ¿no tenéis espacio para todos o es por otra cosa? —preguntó Brigid, curiosa.

Carla y Jessica intercambiaron una mirada cómplice.

—Definitivamente es por otra cosa.

—¿Todo bien con George? —quiso asegurarse Brigid.

Una rápida sonrisa apareció en el rostro de Jessica.

—Todo perfectamente, si te soy sincera. —Divertida, añadió—: ¿Y con Harry?

—Muy bien —admitió Brigid, notando un leve rubor en las mejillas. Las dos mayores rieron.

—Yo le dije a Fleur que había algo entre estos dos desde el Baile de Navidad —apostilló Carla, negando—. Y no quiso creerme. Míralos ahora.

—Solo éramos amigos en ese momento —trató de defenderse Brigid. La española soltó una carcajada.

—Créeme, si todos los amigos se miraran así... —Negó de nuevo, divertida—. Me alegro de que os vaya bien, eso es todo.

Tan pronto llegaron al piso inferior, Jessica tomó a Brigid del brazo y Carla sostuvo con fuerza su baúl. De un momento a otro, las tres se desaparecieron, llegando a una calle cercana a King's Cross con el tiempo algo más justo de lo que creían.

Se apresuraron a buscar un carrito y dirigirse a la barrera que permitía el acceso al andén nueve y tres cuartos. Carla la contempló con los ojos entrecerrados.

—Espero que esto no sea una broma que solo el sentido del humor inglés puede entender, porque me enfadaré mucho si me hago un chichón —advirtió, desconfiada.

—Suele funcionar —se burló Jessica—. Que yo sepa, solo Harry y Ron chocaron una vez. En su defensa, diré que fue culpa de un elfo doméstico.

—Y no estará por aquí ahora mismo, ¿no?

Pero, pese a la preocupación de Carla, pasaron sin ningún inconveniente, exceptuando el hecho de que el tren estaba ya echando humo y a punto de abandonar la estación. ¿En qué momento se les había ido el tiempo tan rápido?

Brigid subió, con ayuda de sus dos escoltas, el baúl a toda prisa, y se despidió de ellas agitando la mano rápidamente. El tren ya comenzaba a moverse para abandonar el andén; Brigid no tuvo oportunidad de decir adiós a ninguno de los que había acompañado a Harry, Nova y compañía hasta allí. Logró distinguir a James, Ariadne y Sirius entre la multitud, pero no estuvo segura de si ellos le habían visto o no.

Sujetó con fuerza su baúl, tratando de decidir qué dirección tomar para ir en busca de los otros. Sabía que tenía que ir a la reunión de prefectos, pero antes tendría tiempo para saludar, ¿no?

Unos brazos la rodearon por la espalda antes de que decidiera qué dirección tomar.

—¿Perdida, señorita Diggory? —susurró una voz burlona en su oído. Una sonrisa apareció en sus labios.

—Me temo que se equivoca, señor Potter —respondió, girándose hacia él, pero sin apartar los brazos de Harry, que se asentaron alrededor de su cintura—. Sé perfectamente dónde estoy.

—¿Y no irás tarde a una reunión, por casualidad? —Harry sonreía, con sus ojos azules fijos en ella. Aquel día, parecían más claros que nunca.

—¿Ron y Hermione se han marchado ya? —preguntó, esbozando una mueca.

—Hace un momento. —Puso cara de fingida tristeza—. ¿No hay reunión para los capitanes de quidditch?

—Algo me dice que la tendrás más adelante con tu equipo —respondió Brigid—. Y también que no quieres ir a esta reunión. Créeme, es aburrida.

Harry rio ante su expresión hastiada.

—Se te pasará rápido. Te espero después, ¿vale? Iré a buscar un compartimento para todos.

La castaña esbozó una sonrisa resignada.

—También pasará rápido para ti. De todos modos, ¿y Susan, Nova, Ginny...?

—Están esperándome, he venido a buscarte a ti antes de la reunión —aclaró él—. Te veo ahora.

Brigid sonrió aún más al sentir la caricia de los labios de Harry sobre los suyos. Se echó para atrás, riendo.

—¿No se supone que tengo prisa?

—¿No tienes tiempo para esto? —preguntó él, haciendo un puchero.

Brigid soltó una carcajada y se inclinó hacia adelante. Harry sonrió cuando ella le besó.

—Te veo luego —prometió ella, antes de alejarse por el pasillo.


























—¿Sabías que Michael sería el nuevo Premio Anual?

Ron asintió una sola vez, sin girarse a mirarla a la cara. A Brigid se le escapó una sonrisa al ver cómo las orejas se le ponían rojas.

—Me lo dijo por carta. Fue por eso que Harry fue nombrado capitán de quidditch; renunció al puesto.

La compañera de Michael era Sheila Brooks, una bonita Ravenclaw de sonrisa amable que llevó la mayor parte de la reunión, mientras su compañero se mantenía en silencio. De entre los nuevos prefectos de quinto, Brigid únicamente conocía a Penelope Padgett de Slytherin y Astoria Greengrass de Gryffindor.

—¿Y Malfoy? —preguntó entonces, frunciendo el ceño ante su ausencia. Pansy Parkinson se sentaba sola, resultando aún más evidente la ausencia de su compañero. Ron se encogió de hombros.

—Cuanto más lejos de aquí, mejor.

Y Brigid, pese a su curiosidad, no pudo evitar estar de acuerdo.

La reunión se pasó más rápido de lo que Brigid esperaba; al llegar al final, como el año anterior, los prefectos fueron enviados a patrullar por los distintos vagones del Expreso de Hogwarts y asegurarse de que todo estuviera en orden.

—Hagámoslo lo más rápido posible —rogó Ron. Pero Brigid negó.

—El año pasado apenas hice nada como prefecta. Quiero intentar hacerlo bien este año.

Así que, a regañadientes, Ron accedió a acompañarla y hacer la guardia correctamente. Fue lenta, desde luego, y aburrida. Tuvieron que regañar a más de un alumno de los primeros cursos, al tiempo que saludaban a sus antiguos compañeros del ED con amplias sonrisas, y finalmente terminaron casi a la hora de comer. Se encontraron con Hermione de camino al compartimento donde sabían que Harry y Prim estaban y los tres se dirigieron juntos a éste.

—Espero que no tarde en pasar el carrito de la comida. Estoy muerto de hambre —dijo Ron nada más entrar, y se dejó caer al lado de Harry frotándose la barriga. Brigid, sonriendo, tomó asiento al otro lado del Slytherin—. Prim, Susan. ¡Hola, Neville! ¡Hola, Luna! ¿Sabéis qué? —añadió mirando a Harry—: Malfoy no está cumpliendo con sus obligaciones de prefecto. Está sentado en su compartimiento con los otros alumnos de Slytherin. Lo hemos visto al pasar.

Harry se enderezó, interesado. Brigid arqueó las cejas ante su reacción.

—¿Qué hizo cuando os vio? —preguntó él.

—Lo de siempre —contestó Ron, e hizo un gesto grosero con la mano imitando a Malfoy. Brigid tuvo que contener un suspiro: lo había imitado a la perfección—. Pero no es propio de él, ¿verdad? Bueno, esto sí —repitió el ademán grosero—, pero ¿por qué no está en el pasillo intimidando a los alumnos de primero?

—No lo sé —contestó Harry. Brigid sabía por su mirada que estaba ya pensando en algo.

—Quizá prefería la Brigada Inquisitorial —aventuró Hermione—, o tal vez ser prefecto le parece una tontería comparado con lo otro.

—No lo creo —dijo Harry—. Yo diría que...

Pero antes de que expusiese su teoría, la puerta del compartimiento se abrió de nuevo y una niña de tercero entró jadeando.

—Traigo esto para Neville Longbottom, Brigid Black y Harry Po... Potter —dijo entrecortadamente al ver a Harry, y se ruborizó. A Brigid casi se le escapó una sonrisa ante aquella reacción. Llevaba dos rollos de pergamino atados con una cinta violeta.

Sin entender, Brigid, Harry y Neville cogieron cada uno su pergamino y la niña se marchó dando traspiés.

—¿Qué es? —preguntó Ron mientras Harry desenrollaba el mensaje.

—Una invitación.

Ron se inclinó sobre el hombro de Brigid para leer junto a ella el contenido del pergamino.

Brigid:

Me complacería mucho que vinieras al compartimiento C a comer algo conmigo.

Atentamente,
Prof. H.E.F. Slughorn

—¿Quién es el profesor Slughorn? —preguntó Neville releyendo una y otra vez su invitación, atónito.

—El nuevo profesor. Bueno, supongo que tendremos que ir, ¿no?

—Pero ¿qué querrá de mí? —inquirió Neville, nervioso, como si temiera un castigo.

—Mi padre me dijo algo sobre él —explicó Brigid, chasqueando la lengua—. Tiene un club para alumnos especiales o algo así. Igual es para eso, ¿no?

—Ni idea —contestó Harry—. Esperad. Pongámonos la capa invisible para ir hasta allí; así por el camino quizá veamos qué hace Malfoy.

—¿Y ese interés en Malfoy? —inquirió Brigid, arqueando las cejas. Harry no respondió.

Su idea no sirvió para nada porque con la capa puesta resultaba imposible andar por los pasillos, abarrotados de estudiantes que esperaban ansiosos la llegada del carrito de la comida. Harry se guardó la capa de mala gana y Brigid lamentó no poder llevarla aunque sólo fuera para evitar las miradas de los curiosos que seguían a Harry y también a ella. Él le tomó la mano despreocupadamente, con ademán retador. De vez en cuando, un alumno salía presuroso de su compartimiento para mirar de cerca a Harry; la excepción fue Cho Chang, que al verlo se apresuró a meterse en el suyo. Cuando pasaron por delante de la ventana, la vieron enfrascada en una conversación con Marietta Edgecombe. Ésta llevaba una gruesa capa de maquillaje que no disimulaba del todo la extraña formación de granos que todavía tenía en la cara. Harry sonrió —Brigid le dio un codazo al verlo— y siguió andando.

Cuando llegaron al compartimiento C, enseguida advirtieron que no eran los únicos invitados de Slughorn, aunque, a juzgar por la entusiasta bienvenida del profesor, Harry era el más esperado.

—¡Harry, amigo mío! —exclamó Slughorn, y se puso en pie de un brinco; su prominente barriga, forrada de terciopelo, se proyectó hacia delante. Su calva reluciente y un gran bigote plateado brillaron a la luz del sol, igual que los botones dorados de su chaleco—. ¡Cuánto me alegro de verte! ¡Esta es, sin duda, la encantadora señorita Black! ¡Y tú debes de ser Longbottom!

Neville, que parecía muy asustado, asintió con la cabeza. Brigid le dirigió una sonrisa al maestro, sin soltar la mano de Harry. Lo primero que pensó de Slughorn era que éste era, indudablemente, peculiar.

Siguiendo las indicaciones de Slughorn, los tres se sentaron en los únicos asientos que quedaban libres, junto a la puerta. Brigid miró a los otros invitados y sonrió a Blaise Zabini, que se sentaba frente a ellos y a quien Harry saludó cordialmente; también había dos alumnos de séptimo a los que no conocía, y, apretujadas en el rincón al lado de Slughorn, estaban Nova y Ginny. La primera sonreía orgullosamente, la segunda tenía aspecto de no saber muy bien cómo había llegado hasta allí.

—Bueno, ¿ya los conocéis a todos? — preguntó Slughorn a Brigid, Harry y Neville—. Blaise Zabini asiste a vuestro curso, claro... Éste es Cormac McLaggen, quizá hayáis coincidido ya en... ¿No? Y éste es Marcus Belby, no sé si... Luego, desde luego, conocéis a mi estimada Nova Black. —Ésta guiñó el ojo a su primo, aparentemente encantada de estar allí—. ¡Y esta encantadora jovencita asegura que
os conoce! —terminó Slughorn.

Ginny asomó la cabeza por detrás del profesor
e hizo una mueca.

—¡Qué contento estoy! —prosiguió Slughorn—. Ésta es una gran oportunidad para conoceros un poco mejor a todos. Tomad, coged una servilleta. He traído comida porque, si no recuerdo mal, el carrito está lleno de varitas de regaliz, y el aparato digestivo de un pobre anciano como yo no está para esas cosas... ¿Faisán, Belby?

El chico dio un respingo y aceptó una generosa ración de faisán frío.

—Estaba contándole al joven Marcus que tuve el placer de enseñar a su tío Damocles —informó Slughorn a Brigid, Harry y Neville mientras ofrecía un cesto lleno de panecillos a sus invitados. Nova rodó los ojos sin que el maestro le viera—. Un mago excepcional, con una Orden de Merlín bien merecida. ¿Ves mucho a tu tío, Marcus?

Por desgracia, Belby acababa de llevarse a la boca un gran bocado de faisán y, con las prisas por contestar a Slughorn, intentó tragárselo entero. Se puso morado y empezó a asfixiarse. Brigid buscó rápidamente su varita, pero el profesor fue más rápido.

¡Anapneo! —dijo Slughorn sin perder la calma, apuntando con su varita a Belby, que pudo tragar y sus vías respiratorias se despejaron al instante. Dirigió una sonrisa a la Hufflepuff—. Admirables reflejos, Brigid.

—Gracias, señor —masculló ésta, intercambiando una mirada desconcertada con Harry.

—¿Marcus?

—No... mu... mucho... —balbuceó Belby con ojos llorosos.

—Sí, claro, ya me figuro que andará muy ocupado —opinó Slughorn, escrutándolo—. ¡Debió de emplear muchas horas de trabajo para inventar la poción de matalobos!

—Sí, supongo... Mi padre y él no se llevan muy bien, por eso no sé exactamente... —murmuró Belby. Slughorn le dedicó una gélida sonrisa. Nova frunció el ceño.

—Esa poción está registrada también a nombre de mi madre. —Nova había fruncido el ceño ante las palabras de Slughorn—. La desarrolló junto a Belby. No fue solo él.

—¡Por supuesto que no, por supuesto que no! —se apresuró a decir Slughorn, que casi parecía sentirse amenazado por la chica—. Yo mismo presencié los inicios de la poción aquí, en Hogwarts, cuando Aura y Damocles se propusieron llevarla a cabo. Ella tiene tanto mérito como él, sin duda. Nunca diría que tu madre, mi encantadora Aura, no fuera responsable de esa maravilla. ¡Nunca! De hecho, me gusta pensar que, aunque fuera mínimamente, influí en su decisión de dedicarse a las pociones. —Soltó un suspiro que casi parecía un quejido—. Fue una gran persona. Siempre le tuve mucho aprecio.

Nova tragó saliva. Claramente, no esperaba una reacción tan emocional por parte de Slughorn.

—Sí, eso me han dicho —farfulló.

Tras unos segundos de un silencio casi tenso, el profesor se volvió hacia McLaggen, recuperando su aspecto jovial anterior.

—¿Y tú, Cormac? —le dijo—. Me consta que ves mucho a tu tío Tiberius. Tiene una espléndida fotografía en la que ambos aparecéis cazando nogtails en... Norfolk, ¿verdad?

—¡Ah, sí, ya me acuerdo! Fue divertidísimo —confirmó McLaggen—. Fuimos con Bertie Higgs y Rufus Scrimgeour, antes de que a éste lo nombraran ministro, por supuesto.

—Ah, ¿también conoces a Bertie y a Rufus? —preguntó Slughorn, radiante, mientras ofrecía a sus invitados una bandejita de pastas; curiosamente, se olvidó de Belby—. A ver, cuéntame...

Brigid se aburrió a los pocos minutos. La reunión consistió en repasar aquello que hacía interesantes a los familiares de cada uno de los allí presentes; con excepción de Ginny, todos tenían algún pariente famoso que les había llevado a estar invitados. Escucharon a Blaise hablar sobre su madre, famosa por su belleza y sus siete matrimonios, y a Slughorn interrogar a un nervioso Neville sobre sus padres. Brigid no pudo evitar compadecerse por el chico.

—¿Y cómo le van las cosas a tu padre ahora que vuelve a ser libre, Nova? —preguntó el maestro, volviéndose hacia la Slytherin—. Imagino que también se habrá alegrado de reunirse con James y Ariadne Potter. ¡Y con Regulus, desde luego!

—Después de década y media acusado injustamente, creo que se siente aliviado por haber sido declarado inocente, sí. —Nova se encogió de hombros—. Está bien, eso seguro.

—Me alegra mucho escucharlo —asintió Slughorn, sonriendo—. ¿Y tu padre, Brigid? Siempre tuve un gran aprecio por Regulus... Me alegró mucho saber que no estaba muerto, como todos creíamos.

Brigid se sintió tentada a puntualizar que, de hecho, sí que había estado muerto, pero ya no. No obstante, se limitó a decir:

—Habituándose de nuevo a estar aquí, pero está bien. Hemos pasado el verano juntos, conociéndonos un poco.

—Mándale mis mejores deseos —pidió Slughorn, y Brigid estaba segura de que lo decía de manera sincera—. Y ahora... —continuó el profesor, cambiando aparatosamente de postura como un presentador que anuncia su número estrella— ¡Harry Potter! ¿Por dónde empezar? ¡Intuyo que, cuando tu madre me visitó este verano y me habló de ti, apenas arañé la superficie!

Contempló unos instantes a Harry y dijo:

—¡Lo llaman «el Elegido»!

Harry no abrió la boca. A Brigid casi se le escapó una sonrisa. Belby, McLaggen y Zabini lo miraban fijamente.

—Hace años que circulan rumores, desde luego —prosiguió el profesor, escudriñando el rostro de Harry—. Recuerdo la noche en que... Bueno, después de aquella terrible noche en que Ariadne y James... Tú sobreviviste, y la gente comentaba que tenías poderes extraordinarios... —Negó con la cabeza—. En fin. ¡Menudos rumores han circulado este verano! Uno no sabe qué creer, desde luego, porque no sería la primera vez que El Profeta publica noticias inexactas o comete errores. No obstante, dada la cantidad de testigos que hay, parece evidente que se produjo un alboroto considerable en el ministerio y que tú estabas en medio. ¡Y también Brigid y Nova, si no me equivoco!

Harry se limitó a asentir con la cabeza. Slughorn lo miró sonriente.

—¡Qué modesto, qué modesto! No me extraña que Dumbledore te tenga tanto aprecio. Entonces, ¿es cierto que estabas allí? Pero las otras historias, la verdad, son tan descabelladas que lo confunden a uno... Por ejemplo, esa legendaria profecía...

—Nosotros no oímos ninguna profecía —terció Neville, y se puso rojo como un tomate.

—Es verdad —confirmó Ginny rápidamente—. Nova, Brigid, Neville y yo también estuvimos en el ministerio, y todo ese rollo del «Elegido» sólo son invenciones de El Profeta, como siempre.

—¿Vosotros también estuvisteis allí? —preguntó Slughorn con interés, mirando a ambos Gryffindor con interés, pero ellos guardaron silencio sin ceder a la tentadora sonrisa del profesor—. Sí, claro... Es verdad que El Profeta suele exagerar, por descontado... —Arrugó la frente—. Recuerdo que mi querida Gwenog me contó... me refiero a Gwenog Jones, por supuesto, la capitana del Holyhead Harpies...

Al ver que el profesor no detenía su monólogo tras unos minutos, Brigid se inclinó hacia Harry y le susurró:

—¿Qué pretende exactamente?

Él le dirigió una mirada sombría y un encogimiento de hombros. La tarde transcurría lentamente, aderezada con otras anécdotas sobre «el Club de las Eminencias». A Brigid las horas se le pasaban eternas, mientras no podía hacer otra cosa que escuchar y jugar distraídamente con los dedos de Harry. Casi se había quedado dormida sobre el hombro de éste cuando escuchó a Slughorn exclamar:

—¡Madre mía, pero si ya empieza a anochecer! ¡No me había dado cuenta de que han encendido las luces! Será mejor que vayáis todos a poneros las túnicas. McLaggen, ven a verme cuando quieras y te prestaré ese libro sobre nogtails. Harry, Blaise, venid también cuando queráis. Y lo mismo os digo a vosotras, señoritas —añadió guiñándole un ojo a Brigid, Nova y Ginny—. ¡Daos prisa!

Brigid salió la primera, casi al mismo tiempo que Blaise Zabini. Ambos intercambiaron una mirada en parte hastiada, en parte agradecida de que todo hubiera terminado. Harry, Ginny y Neville siguieron a ambos por los mal iluminados pasillos del tren.

—Por fin se ha acabado —masculló Neville—. Ese Slughorn es un poco raro, ¿no os parece?

—Sí, un poco —coincidió Harry—. ¿Cómo has terminado ahí dentro, Ginny? Nova habrá sido por su apellido, pero tú...

—Slughorn me vio hacerle el maleficio a Zacharias Smith. ¿Te acuerdas de ese idiota de Hufflepuff que iba a las reuniones del ED? —Blaise soltó una leve carcajada—. No dejaba de preguntarme qué había pasado en el ministerio y al final me puso tan nerviosa que le hice el maleficio. Cuando Slughorn me vio, creí que me castigaría, ¡pero me felicitó por mi habilidad y me invitó a comer! Qué absurdo, ¿no?

—Más absurdo es invitar a alguien porque su madre es famosa —replicó Harry mirando hacia Blaise—, o porque su tío...

Pero no terminó la frase. Brigid se volvió a mirarle, sin entender qué le sucedía.

—Nos vemos luego —dijo rápidamente él, sacando la capa invisible para echársela por encima.

—Pero ¿qué...? —preguntó Neville.

—¡Después os lo cuento! —susurró Harry, dándole un beso rápido a Brigid y apresurándose sigilosamente tras los pasos de Blaise.

La chica se quedó mirando el pasillo por el que Harry desaparecía en el aire, frunciendo el ceño. Neville le dirigió una mirada interrogativa a la que ella respondió encogiéndose de hombros.

—Vamos, volvamos al compartimento.















sé que tardé en actualizar, pido perdón, llevo unas semanas sin parar, tratando de aprovechar las vacaciones y me cuesta encontrar tiempo para ponerme a escribir, pero se hace lo que se puede jejeje

además ahora ando con depresión post concierto (aún no me creo que haya visto a HARRY STYLES??????? en fin, mejor día de mi vida) y voy s estar una semana de campamento, así que no puedo prometer capítulos pronto, pero intentaré avanzar un poquito lom antes de empezar la uni en octubre (oficialmente soy universitaria ayuda)

pequeño recordatorio de que lom forma parte de una saga de la que actualmente hay publicados dos libros más, best years (sirius y aura) y lonely heart (cedric y vega), ambos están finalizados (by desde hace muy poquito) y espero republicar easier (james y ariadne) prontito

eso es todo, muchas gracias por leer <3333

ale.

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