CAPÍTULO 26: EL JUEGO DEL DESAMOR

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No supe si me vio llegar, ya que estaba casi partida en dos por el llanto desmesurado. Al estar frente a ella, la contemplé por un segundo, esperando a que me diera alguna señal para abrazarla; pero no recibí ninguna. Hicieron falta un par de segundos para hacer un lado los permisos; ya no toleraba observarla sufrir tanto, así que me deshice del espacio que nos separaba y la estreché contra mi pecho. Doretta siguió llorando en mi hombro mientras temblaba sin remedio. Se me hace imposible describir lo impotente que me sentí en ese momento, incapaz de aliviar su dolor. Por más fuerte que la abrazara, parecía no ser suficiente. Tuve que aguantarme las ganas de llorar también.

Unos minutos después se calmó, sin embargo, no se apartó de mí; comencé a acariciar su espalda para apapacharla. Cuando se aclaró la garganta, fue que decidió mirarme los ojos. Le sonreí con ternura para que supiera que estaba de su lado sin importar qué.

—Lo siento mucho, Emily... —inició.

—Doretta, no tienes que disculparte por llorar —la interrumpí.

—Es que verla aquí me descontroló mucho, por más que intento creerle a Luka que entre ellos dos ya no hay nada, algo dentro de mí no le cree. Ha sido demasiado.

Ahora no sabía de qué estaba hablando, pero me moría de curiosidad.

—No comprendo muy bien... —comenté, frunciendo el ceño.

Mi amiga suspiró.

—Han pasado muchas cosas entre Luka y yo, Emily, hemos sobrevivido engaños, malentendidos por falta de comunicación e indiferencias.

—¿Han o tú eres la que ha sobrevivido todo eso, Doretta? —cuestioné con dureza.

Era imperdonable para mí que alguien osara lastimarla.

—Bueno... —comenzó a tartamudear, moviendo las manos nerviosamente—, la falta de comunicación ha sido mía, los engaños han sido de él y la indiferencia ha sido por parte de ambos.

En ese instante me quise desvanecer. ¿En qué clase de relación anormal estaba involucrada mi amiga?

—¿Por qué sigues con él? —pregunté.

—¡Porque Luka es el amor de mi vida! —exclamó con tanta seguridad, que me angustié— No importa cuántas veces nos separemos, ambos sabemos que estamos destinados a terminar juntos. Yo lo amo y él me ama... a su manera.

—¿Y te gusta su forma de amarte? —inquirí para que reflexionara—, ¿engañándote quién sabe cuantas veces, haciéndote sentir que siempre eres la mala de la historia aunque él tampoco se esfuerce, ridiculizándote por tus sentimientos y dándote sólo sobras?

—Nadie lo comprende —gimoteó con las lágrimas contenidas en los ojos—; no importa que sólo me dé las sobras, para mí eso es suficiente. Estar con él es como una droga; cuando nos encontramos en buenos términos, su amor me lleva al éxtasis..., me siento tan bien, que cuando se va, ya no existo, no soy nada.

—Eso suena a manipulación de su parte —comenté, frunciendo el ceño.

Doretta no se atrevió mirarme y se quedó por unos minutos observando el suelo, casi ni parpadeó. Mi piel estaba tan acostumbrada al frío londinense, que la ventisca de Bérgamo apenas me molestó; podría esperar aquí todo el tiempo que ella necesitara.

—Lo sé... —musitó después de un largo silencio—, desde hace once años lo sé —comenzó a alzar el tono y me miró con sus ojos marrones y nostálgicos— y lo he permitido porque este juego es parte de nosotros, es lo que nos mantiene unidos. Él puede fingir desinterés, pero sé que tampoco podría vivir sin mí —era tan irracional lo que decía, pero no tenía idea de cómo intervenir—. Siempre volvemos al otro, eso es lo que hacemos —manifestó casi orgullosa.

—¿Pero no crees que mereces algo mejor? —le pregunté, intentando no sonar ruda.

Doretta alzó los hombros.

—No lo sé... Pero no hay nadie más, de eso estoy segura. A los dieciséis creí que sí lo había y lo dejé..., pero lo único que obtuve fue dolor, confusión e ira; hasta los dieciocho me volvió a aceptar completamente.

—Yo no diría que completamente —contesté con ironía, todo mi cuerpo se había calentado.

—¡No lo entiendes! —chilló a punto de caerse. En ese instante supe que había sido insensible al hablar con sarcasmo. Se rompía de desesperación, hundiéndose en llanto— Cuando yo aparté a Luka, no sólo él se fue sin pelear, sino que también todos mis amigos... —mi corazón se partió en dos— Me quedé sola —musitó, mirándome moribunda.

Con eso me bastó para decidir odiar a Luka y despreciar a los que estaban allá adentro y se hacían llamar sus amigos. Simplemente no podía... La rabia me nubló la vista... No podía tolerar que alguien la lastimara.

—Tal vez necesitas nuevos amigos —añadí con firmeza a pesar de que las lágrimas amenazaban con acariciarme las mejillas.

Ella sonrió, empapándose de agua. El helado espacio entre nosotras desapareció cuando me abrazó con ímpetu. Yo no dudé en corresponderle el gesto con la misma fuerza, dejando que llorara con desesperanza. Sé lo que están pensando: Oh, no, ahí está Emily otra vez, intentando salvar a las personas. Sin embargo, no era cierto; yo tenía muy claro que la única que podía decidir cambiar su vida era Doretta, mi propia experiencia me había servido como prueba fiable de esa premisa. Lo único que yo podía hacer —como su amiga— era escucharla, darle consejos si me los pedía y alentar a ese fuego rebelde que tenemos.

No sabía si se trataba de una decisión definitiva, pero la chica me pidió si esta noche podía dormir conmigo en la casa de mi abuelo. No tuve que pensarlo para darle el sí. Ignoramos a la fiesta y nos encaminamos a su departamento que compartía con Luka. Pensé que sólo sacaría ropa para la noche, no obstante, cuando me di cuenta, ya había preparado una maleta gigante para irse del edificio. No la cuestioné, incluso me emocionaba pensar que planeaba quedarse más de un día.

—No es todo —comentó—, pero no pienso regresar aquí en un tiempo.

Yo me limité a sonreírle con sinceridad.

Al llegar a la casa de William, abrí la puerta. Todo estaba a oscuras excepto por el televisor, que mi abuelo veía con interés.

—Ya estoy aquí —anuncié, prendiendo la luz de la estancia mientras sentía el nerviosismo de mi amiga junto a mí.

William vio hacia nuestra dirección. Se sorprendió al confirmar que había alguien a mi lado.

—Emily, ¿quién es? —me preguntó después de bajarle al aparato e intentar levantarse del sofá.

—Doretta.

Mi amiga le daba una repasada a la casa con curiosidad, me calmaba verla más tranquila. Por el otro lado, mi abuelo caminó hacia nuestra dirección eufóricamente.

—¡Ah! —comenzó—, ¡qué gusto!

Arribó hasta nosotras para darle la mano a Doretta. Ella le respondió el gesto con su ánimo habitual.

—¡Igual a mí! Su casa sigue tan acogedora como siempre —mencionó, enseñando todos los dientes.

—Sí, sí —contestó William, sonriendo—. ¿Te quedarás?

—Sí... —respondí por ella— ¿Está bien si se queda por un tiempo?

—Prometo que les ayudaré con la casa —agregó rápidamente mi amiga.

—No te preocupes por eso, Doretta —contestó mi abuelo, moviendo mucho las manos como si estuviera ofendido—. Por supuesto que puedes quedarte el tiempo que quieras, esta nunca dejó de ser tu casa.

Esa última frase me endulzó el corazón. ¿Cómo era posible que la hubiera dejado ir a los quince años?, ¿por qué me había conformado con los ingleses? La calidez, amabilidad y bondad de mi amiga —que nunca se alejó de mí a pesar de mi apatía por la vida— era cien veces mejor en comparación con la relación tan complicada que tenía ahora con los que se habían quedado en Inglaterra. Hubo una voz que me advirtió sobre mi juicio injusto a mis amigos de Londres, pero la suprimí. Sólo había bastado una semana para que Doretta Mori me enseñara que el verdadero amor realmente era la amistad.


Me había levantado temprano para escribir, La Reina del Mar no iba a redactarse sola; con los múltiples estímulos que estaba teniendo a diario, mi cabeza explotaba de ideas. Pasé horas frente a la computadora, limitándome a sólo beber agua; si me ponía a comer, me distraería. El sol ya envolvía todo el cuarto cuando tocaron la puerta.

—¿Qué pasa? —pregunté sin despegar los ojos de la pantalla.

Abrieron el umbral; esperaba ver a William ahí, pero era mi amiga la que estaba parada en la entrada con su cabello hecho un revoltijo. Seguramente acababa de levantarse de la cama que solía ser de Jennifer.

—Tu abuelo me dijo que estabas aquí —comentó, después bostezó y se frotó los párpados.

No le respondí, sino que regresé a ponerle atención a la computadora. Sin pedir alguna clase de permiso, Doretta se sentó frente a mí, recargando sus codos sobre la mesa de cristal y viéndome con los ojos entrecerrados.

—¿Y bien?, ¿qué haces? —preguntó.

—Escribo —contesté sin pensarlo mucho.

De inmediato la actitud de mi amiga cambió de forma radical, se levantó abruptamente de la silla para irse encima de mí. Yo brinqué del susto, mis ojos casi se salen de las cuencas y retrocedí un poco mientras mi corazón intentaba volver a latir.

—¿Acaso es tu nuevo libro? —exclamó con entusiasmo.

Acaricié la mesa para tranquilizarme. Había acordado conmigo que no le platicaría esto a nadie hasta que fuera un hecho mi regreso al mundo creativo, pero al verla tan feliz con mi trabajo no pude evitar querer compartirle la nueva historia que estaba desarrollando. Ahora me hallaba redactando el capítulo diez y dudé mucho que me fuera a detener. Los protagonistas ya se habían adueñado de mi mente.

—Sí... —musité—, ¿te gustaría leer lo que he escrito hasta ahora?

—¡Por supuesto! —gritó extasiada—, ¡envíamelo!

No tardó en ponerse a mi lado para observarme mientras lo hacía. Su euforia creciente me hacía lanzar risitas involuntarias, siempre con la reserva de que no le fuera a gustar.

—No he leído mucha fantasía, pero de seguro me encantará —comentó ante mi miedo—. Todo lo que tú hagas siempre me gustará —aclaró, inclinándose para abrazarme mientras sonreía.

Doretta me transmitía un cariño impresionante cada vez que juntábamos nuestros cuerpos. Sentía al amor flamear en mi pecho, nunca me había sentido tan feliz en compañía de una amiga.


Fue muy sencillo acostumbrarnos a su presencia por la casa, hacía que los días fueran más alegres. Desde el primer día, nos dividimos las tareas del hogar entre los tres. Además, a pesar de que tenía tres trabajos muy demandantes, siempre intentaba darle tiempo a mi convivencia con Doretta y mi abuelo por las mañanas y antes de dormir.

Desde el sábado, mi amiga no dejó de recibir cientos de mensajes de Luka, sin embargo, nunca respondió ninguno; aunque a veces veía cómo se quedaba observando el celular fijamente, tentada a contestar. Sé que se estaba dando su tiempo, así que siempre intentaba distraerla cuando esas llamadas irritantes hacían rugir a su móvil. Me molestaba demasiado la insistencia del rubio, pero no lo expresé con Doretta porque pasaba un mal rato cada vez que el teléfono sonaba.

Fue idea de ella que posara para su nuevo proyecto fotográfico, supongo que se le ocurrió para mantenerse ocupada. Al principio me parecía terrible involucrarme, pero cuando me mencionó que no tendría que sonreír en ningún momento, acepté con gusto. Lo planeó toda la semana, preparando los atuendos que usaría y visitó los lugares donde quería tomar las fotos, jugando con los ángulos.

Al llegar el domingo, estaba nerviosa por no hacerlo bien; pero la verdad es que Doretta hizo que se convirtiera en una experiencia muy divertida. No tenía que tener el cuerpo rígido, sino que simplemente debía aflojarme y mostrar grandeza.

Cuando estábamos tomando las últimas fotografías, fue que él se apareció. Yo lo vi primero porque Doretta se encontraba concentrada en su cámara. Lo miré con desprecio, deseando que se esfumara; no obstante, él no podía despegar la vista de su... ¿novia? Luka nos había encontrado en el parque y ahora observaba a Doretta con melancolía desde una distancia razonable. Debí apartar la vista para que mi amiga no se percatara de su presencia, pero lo pensé muy tarde. Cuando Doretta lo miró, no alteró su expresión; simplemente dejó que la cámara colgara de su cuello.

—Enseguida vuelvo —comentó, viéndome de soslayo.

Yo observé fijamente la escena, moviendo mucho las manos. No sabía qué pensar, ¿le pondría un límite o regresarían a su dinámica pasiva-agresiva? Yo sólo deseaba lo mejor para ella y sabía que Luka no lo era.

Después de unos veintes minutos —en los que estuve caminando de un lado al otro muy ansiosa—, mi amiga retornó, arrastrando los pies y con la cabeza baja. Estaba lista para consolarla, probablemente habían terminado; aunque el hecho de que el hombre no se moviera de su lugar me daba muy mala espina. Abrí los brazos para recibirla segundos antes de que lo soltara.

—Emily, regresaré al departamento con Luka. Él y yo intentaremos salvar nuestro noviazgo.

Mi cerebro se hizo añicos, no comprendía nada. El desamor disfrazado de amor verdadero, qué pesadilla.

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